30/jul/02
Lo dice un estudio de la Universidad Emory de Atlanta. Analizaron a voluntarias
en un juego de laboratorio. Las acciones altruistas activaban neuronas que
responden a la dopamina, una sustancia relacionada con las conductas adictivas.
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Las actitudes solidarias activan los
centros de placer del cerebro
(Clarín) Por difícil que resulte creer en estos días de
codicia contagiosa, los científicos descubrieron que la pequeña y valiente
acción de cooperar con otra persona, de optar por la confianza antes que por el
cinismo y por la generosidad antes que por el egoísmo, hace que el cerebro se
ilumine de alegría.
Mientras estudiaban la actividad cerebral de mujeres que jugaban al juego de
laboratorio llamado "El dilema del prisionero", en el que los
participantes deben elegir entre estrategias codiciosas o generosas, los
investigadores descubrieron que cuando elegían el bien común antes que el
personal, el circuito cerebral relacionado normalmente con la conducta que busca
ser premiada se activaba enormemente.
Se notó también que cuanto más tiempo las mujeres elegían la estrategia de
la ayuda comunitaria, con mayor fuerza fluía la sangre hasta los centros del
placer.
Estos investigadores, que realizaron su trabajo en la Universidad Emory de
Atlanta, recurrieron a la resonancia magnética para trazar lo que podrían
denominarse retratos del cerebro.
"Los resultados fueron realmente sorprendentes", señaló el Dr.
Gregory Berns, psiquiatra y autor de este nuevo informe, que aparece publicado
en la última edición de Neuron. En realidad, los investigadores esperaban la
reacción contraria. En cambio, las señales más luminosas dentro del cerebro
aparecían cuando había alianzas para ayudar y en los sectores de este órgano
que reaccionan frente a postres, rostros hermosos, dinero, cocaína y otros
placeres lícitos o ilícitos.
Configurados para la solidaridad
"En realidad, este hallazgo nos tranquiliza. Significa, de algún modo, que
estamos configurados para ayudarnos los unos a los otros", dijo el Dr.
Berns.
Este estudio figura entre los primeros en recurrir a la tecnología de la
resonancia magnética para analizar las interacciones sociales en tiempo real,
en oposición a la toma de imágenes del cerebro mientras la persona mira una
imagen estática o se le pide que piense en algo concreto.
A los científicos no les resulta difícil explicar la evolución de la conducta
competitiva. Pero la profundidad y alcance del altruismo humano y la voluntad
para renunciar a beneficios personales en aras del bien común, excede
ampliamente conductas vistas en otras especies muy sociales como los chimpancés
y los delfines, y por ende, siempre fue difícil de explicar.
Al analizar las imágenes tomadas, los investigadores notaron que en las rondas
del juego en las que el jugador optaba por ayudar, se activaban dos grandes
zonas del cerebro, muy ricas en neuronas capaces de responder a la dopamina, esa
sustancia química famosa por su papel en las conductas adictivas.
Una de estas zonas está en el medio del cerebro, justo arriba de la columna
vertebral. Los experimentos con ratas mostraron que cuando se colocan electrodos
allí, los animales presionan de forma repetida una barra para estimularlos,
porque reciben al parecer un feedback tan placentero que preferirían morir de
hambre antes que dejar de presionar esta barra.
Otra de las zonas que se activan cuando uno decide ayudar es la corteza
orbitofrontal ubicada justo arriba de los ojos.
En concordancia con los resultados de las imágenes, cuando se consultó a las
mujeres que participaron, admitieron que se habían sentido bien cuando
ayudaban.
Ayuda y supervivencia
Si se da por sentado que la necesidad de cooperar es en cierta medida algo
innato entre los seres humanos y se ve reforzado además por este circuito
cerebral, la pregunta que sigue poco clara es por qué surge. Los antropólogos
especulan con la posibilidad de que nuestros ancestros debieron recurrir al
trabajo en equipo para cazar, recoger alimentos o criar a chicos difíciles y
que la capacidad de cooperación les otorgaba una ventaja de supervivencia.
Concretamente, los investigadores analizaron las reacciones de 36 mujeres de
entre 20 y 60 años, estudiantes muchas ellas de la Universidad de Emory y a las
que se incentivó con la promesa de una compensación monetaria. Quienes
realizaron este estudio aclararon que se puede deducir que las reacciones de
hombres serían similares a las de las mujeres.
La estructura básica del juego consistió en reunir a dos mujeres por un breve
lapso antes del inicio. Acto seguido, una de ellas fue colocada frente al
escaneador y la otra afuera de este cuarto. Ambas se comunicaban por computadora
y debieron completar 20 vueltas del juego. En cada una de las rondas, el jugador
debía apretar un botón para indicar si decidía "cooperar" o
"desertar". Su respuesta le aparecía en la pantalla al otro jugador.
Se asignaban también recompensas luego de cada ronda. Si un jugador desertaba y
el otro ayudaba, el desertor ganaba 3 dólares y el que ayudaba nada. Si ambos
decidían ayudar, ganaban 2 dólares. Y si los dos desertaban ganaban 1 dólar.
Fue así como desde el principio al final del juego, la estrategia más rentable
era que ambos decidieran ayudar.