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13/Ene/04




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Millones de huevos de dinosaurio al ras del suelo en un desierto patagónico

Allí desovaban las hembras hace 66 millones de años. Científicos se llevaron muestras para analizar. Hay restos fosilizados de cáscaras y también huevos enteros, algunos de los cuales podrían contener embriones.

(Clarín) Si alguien naciera aquí y nunca se alejara de su casa más que unos 150 kilómetros, sólo se enteraría qué y cómo son los árboles cuando se lo enseñaran en la escuela. Ni con largavistas se puede encontrar uno que sirva para protegerse del calor. Es la hora de la siesta y ni las bestias se animan a desafiar los rayos del Sol en esta tierra yerma. Aquí mismo, según los científicos, hace 66 millones de años venían a desovar los dinosaurios que habitaban la Patagonia.

Debe ser verdad: uno puede agacharse y levantar al azar del suelo, incluso con los ojos cerrados, un puñado de piedras. Una gran parte de éstas, si no todas, seguro serán fragmentos fosilizados de cáscaras de huevos de dinosaurios. Hallarlas es más sencillo que mirar televisión.

Hay miles, millones, de restos de cáscaras desparramadas. Hay de diferentes colores —ninguno de esos tonos es original sino que provienen del proceso de fosilización— y tamaños. Todas comparten algo que claramente las diferencia de una piedra cualquiera: micropuntos distribuidos de idéntica manera que le dan cierto relieve a uno de los lados de la cáscara. Los paleontólogos llaman a esto ornamentación.

Un grupo de quince investigadores que contó con la financiación de la National Geographic acaba de encontrar en esta parte de la provincia de Río Negro lo que se cree es un nido completo con huevos de dinosaurios. Son al menos 15 huevos, dispuestos uno al lado del otro, que están fosilizados dentro de una roca.

Todo indica que se trata de un nido, pero los científicos prefieren ser precavidos hasta que concluyan todos los estudios: "Capaz que sólo están juntos porque el viento los amontonó y no porque los desovó una misma hembra", plantea Leonardo Salgado, paleontólogo de la Universidad del Comahue y jefe de la expedición que hizo el descubrimiento.

La roca que contiene ese supuesto nido fue cortada y llevada en bloque a la ciudad neuquina de Plaza Huincul. Allí, primero se separará los huevos de la piedra. Lo siguiente parece propio de Jurassic Park: les harán pequeños orificios para ver si dentro hay embriones de dinosaurio.

Ese no fue el único hallazgo de la expedición. También encontraron, en diferentes lugares de la región, cuatro huevos enteros que, se cree, serían de titanosaurios. Los titanosaurios son los primeros dinos que vienen a la mente cuando se piensa en uno: cola y cuellos largos, cabeza proporcionalmente chiquita, cuatro patas y el tamaño de un camión con acoplado. También se explorará esos huevos ornamentados, esféricos y similares a una bola de bowling, para ver si contienen embriones.

El equipo de investigadores también recogió fragmentos de 5.000 cáscaras de huevos. "No agarramos más porque no tenía sentido. Para los estudios que haremos esa cantidad alcanzaba", explica Salgado a Clarín.

A esos fragmentos se les harán en los próximos meses estudios microscópicos —probablemente en la Universidad Federal de Río de Janeiro— para confirmar o desechar lo que se supone: que pertenecen a al menos cuatro especies diferentes. Se cree que son de especies distintas porque las ornamentaciones difieren y por el grosor de las cáscaras, que varían entre los 2 y los 7 milímetros.

Las cáscaras podrían ser de saurópodos y hadrosaurios, las dos especies más comunes en lo que hoy es la Patagonia. Si se confirma que los fragmentos de las cáscaras son diferentes, sería la primera vez que en Argentina se encuentran en una misma zona huevos de distintos saurios.

No es necesario hacer un complicado ejercicio de abstracción para imaginar cómo fue esta región en el Cretácico Superior. Alcanza con escuchar lo que dice el geólogo que participó de la expedición, Alberto Garrido.

Tras recorrer la zona —se la conoce como el Bajo de Santa Rosa y tiene 1.600 kilómetros cuadrados—, Garrido llegó a la conclusión de que esta región era boscosa y se encontraba repleta de lagunas. En otras palabras: el opuesto exacto de lo que es hoy.

"No hay dudas de que estaba llena de árboles porque encontramos muchos fósiles de pinos y palmeras del mismo periodo que los huevos. Este Bajo, además, tiene la forma de una gran olla. Eso hacía que el agua de las lluvias se estancara y que todo fuera un sistema de lagunas conectadas entre sí", dice Garrido.

Las hembras de los dinosaurios, se cree, desovaban cerca de las lagunas para que los pichones tuvieran agua apenas rompían el cascarón. También se supone que a causa de la acción de los depredadores la mortalidad de los pichones era astronómica y que por eso las hembras ponían de a muchos huevos por vez.

Según Leonardo Salgado, es muy probable que los dinosaurios sólo hayan utilizado esta región para desovar. "Si además éste hubiera sido su hábitat también habríamos encontrado una enorme cantidad de huesos fosilizados. Y eso, lamentablemente, no sucedió", razona el paleontólogo.

Pero si no hay consenso a la hora de explicar cómo cayó Fernando de la Rúa, menos cuando se trata de fenómenos que sucedieron antes de que la Tierra pariera la Cordillera de los Andes. "Que se hayan encontrado pocos huesos lo único que podría indicar es que no se dieron las condiciones para que se fosilizaran más y no que los dinosaurios hayan habitado en un área distinta a la que desovaban", plantea Garrido.

El geólogo lleva en la muñeca un reloj con termómetro. Marca las 14,.49 y los 39 grados de temperatura. El agua de la cantimplora, traída fresca, ya no sirve ni para tomarse unos mates: de tan caliente, en la primera cebada lavaría la yerba.

Este yacimiento de cáscaras en el que Clarín está ahora queda en un campo que es de Liliana Berthe, una solitaria que vive en una modestísima casa en el medio de la más absoluta nada. "Lo más cerca de acá es Lamarque. Queda a 160 kilómetros", contesta. Para llegar a ese pueblo hay que transitar un polvoriento camino de ripio y tierra. La mujer jamás se dedicó a buscar huevos de dinosaurios, pero tiene tres en la cocina. Los halló como uno, en el otoño porteño, encontraría hojas secas sobre las veredas. Uno está entero y es enorme y magnífico; el segundo es una mitad vacía.

El tercero está completo, pero la cima del cascarón luce desprendida del resto. Como parecía una tapita, Liliana le pegó con la gotita una pelotita de cristal. Ese huevo es su alhajero.


            

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