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03/Dic/04




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El estrés altera la genética de células y tejidos

En la intimidad de los delicados mecanismos genéticos que rigen la división y la multiplicación celular, los científicos han hallado por primera vez pruebas fehacientes de que el estrés anticipa el envejecimiento.

(La Nación, New York Times) El hallazgo de investigadores del Laboratorio de Neuroendocrinología de la Universidad de California demuestra que una acumulación de situaciones estresantes es capaz de agregar muchos años más al ADN de una persona que los de su edad cronológica real.

Los científicos encontraron que las células de la sangre de mujeres que habían pasado la mayor parte de sus vidas cuidando de un hijo discapacitado tenían, genéticamente hablando, una década más de edad que las mismas células de aquellas madres que llevaban menos tiempo en la misma difícil tarea.

El estudio, que aparece en las actas de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, sugiere también que la percepción de estar estresado puede agregar años genéticos a la edad biológica de una persona.

A pesar de que los médicos han relacionado el estrés psicológico con una función inmunológica débil y un mayor riesgo de contraer infecciones, aún intentan comprender cómo es que esta tensión permanente daña y debilita los tejidos del organismo.

La nueva investigación sugiere una manera en que ese deterioro podría ocurrir y, lo que es más promisorio, abre al mismo tiempo la posibilidad de que el proceso pueda ser revertido.

"Este es un significativo descubrimiento”, afirmó el doctor Bruce McEwn, director del Laboratorio de Neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller de esta ciudad, quien agregó que el hallazgo brinda algunas de las más claras evidencias jamás halladas hasta ahora acerca "del daño que pagan los tejidos luego de una vida con alto estrés".

"Ya sabemos que al envejecer —continuó el doctor McEwen— tenemos más tendencia a engordar, a desarrollar enfermedades de corazón y diabetes, pero esto es una novedad."

En el experimento, las doctoras Elissa Epel y Elizabeth Blackburn, de la Universidad de California, en San Francisco, dirigieron un equipo de investigadores que analizaron muestras de sangre de 58 madres jóvenes y de mediana edad, 39 de las cuales cuidaban a un hijo con enfermedades crónicas, como autismo o parálisis cerebral. Utilizando técnicas genéticas, examinaron el ADN de los glóbulos blancos, que son fundamentales para la respuesta del cuerpo ante una infección.

Las científicas se centraron en una parte del ADN llamada telómero, en el extremo de los cromosomas de la célula.

Como la cabeza de un fósforo partido, el telómero se contrae cada vez que la célula se divide y se duplica.

Las células se reproducen a sí mismas muchas veces en la vida para reparar y fortalecer al órgano que las alberga, para crecer o para luchar contra cualquier enfermedad.

Una sustancia química llamada telomerasa ayuda a restaurar una porción del telómero en cada división.

Pero luego de 10 a 50 divisiones, aproximadamente, el número varía según el tipo de tejido y el estado de la persona: los biólogos aún no comprenden bien cómo funciona el sistema, pero el telómero se vuelve tan corto que la célula no puede reproducirse más.

Las personas que nacen con una enfermedad genética llamada disqueratosis congénita, que causa un acelerado acortamiento de los telómeros, mueren jóvenes, habitualmente a mediana edad, muy frecuentemente por complicaciones debidas a un sistema inmunitario débil.

En resumen, se cree que el cambio en la longitud del telómero, a través del tiempo, es la medida de la edad de la célula, de su vitalidad.

Cuando los investigadores compararon el ADN de madres que cuidaban hijos discapacitados, encontraron una impactante tendencia: luego de considerar los efectos de la edad, calcularon que cuanto más tiempo las mujeres habían estado cuidando a su hijo, más corto era el largo de su telómero y más baja la actividad de su telomerasa.

Algunas de las madres más experimentadas tenían más años que su edad cronológica, según las mediciones de sus glóbulos blancos.

"Cuando la gente bajo estrés aparece ojerosa, es como si envejeciera delante de nuestros ojos, y acá está sucediendo algo a nivel molecular"; eso es lo que refleja esa impresión, aseguró la doctora Blackburn, profesora de bioquímica y biofísica.

Los investigadores también dieron a las mujeres un cuestionario donde se les pedía que establecieran un puntaje, en una escala de tres puntos, para indicar el grado de agotamiento que sentían en su vida cotidiana y con qué frecuencia se veían incapacitadas para controlar las cosas importantes. Las mujeres que estaban bajo fuerte estrés también tenían telómeros significativamente acortados comparados con los de las que se sentían más relajadas, estuvieran criando o no a un niño discapacitado.

"Algunas de las mujeres que tenían un estrés real también tenían una baja percepción del mismo y el próximo paso será tratar de comprender qué es lo que provoca este tipo de poder de recuperación", afirmó la doctora Epel.

Epel agregó que planeaban estudiar el efecto de la meditación y el entrenamiento de la meditación y el yoga, tanto en la percepción del estrés como en la longitud del telómero. Un tipo de tratamiento, la terapia cognitiva, en la que la gente aprende a moderar sus respuestas al estrés, también podría ayudar, aseguran los psicólogos.

Genes y educación

Sin embargo, la personalidad y la educación recibida seguramente también cuentan para lograr una diferencia.

En 2003, un grupo de investigadores comenzó a estudiar a 850 personas de Nueva Zelanda desde el nacimiento hasta los 26 años e informó que las variaciones en un solo gen ayudaron a predecir qué niños serán más tarde susceptibles a la depresión ante acontecimientos estresantes, como el divorcio y el desempleo.

Los investigadores de los Institutos Nacionales de Salud de los EE.UU. demostraron en monos que una crianza afectuosa y atenta de las crías podía proteger a los animales jóvenes de esta variación genética promoviendo el poder de recuperación en individuos genéticamente vulnerables. Una educación fría y abusiva, afirman los psiquiatras, puede tener el efecto opuesto.

"Todos estos factores se entrelazan en la forma en que una persona maneja el estrés —dijo el doctor Ronald Glaser, director del Instituto de Investigación de Medicina Conductista de la Universidad de Ohio, quien con su esposa, la doctora Janice Kiecolt-Glaser, documentó el efecto del estrés en la función inmunológica—. Ahora tenemos evidencias, desde un amplio rango de campos, de estudios de curación de heridas, de inflamación, de vacunas, y recientemente, de la edad de las células, lo que realmente explica que el estrés puede causar daño."

Los expertos advierten que el estudio del telómero necesita ser repetido y que por ahora nadie ha demostrado convincentemente que el estrés psicológico acorta significativamente la vida de las personas.

Además, está lejos de quedar claro con exactitud cómo inquietarse por los problemas de aprendizaje de un niño, por ejemplo, puede causar que los telómeros de los padres se acorten antes de tiempo. A pesar de que los investigadores saben que la tensión emocional de este tipo provoca la liberación de hormonas del estrés, como el cortisol, que con el tiempo puede dañar las células, nadie sabe cómo estas hormonas u otras toxinas relacionadas con el estrés afectan a los telómeros.

"Por ahora, ésa es la caja negra", aseguró la doctora Blackburn. "Y eso es lo próximo que vamos a estudiar."


            

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