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08/Jun/05



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Buenos Aires: El lector tiene cara de mujer, profesional y de clase media alta

Así surge de un sondeo encargado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad para revelar la orientación de los consumidores de editoriales. El 53% de los porteños no lee y en esa franja la mayoría son jóvenes desocupados. ¿Se hace algo para cambiar esta tendencia?

(Clarín) Las mujeres leen más que los hombres. Los pobres leen menos que los sectores medios y altos. Y más de la mitad de los jóvenes de entre dieciocho y veinticinco años admite que simplemente no lee libros.

Así están las cosas.

Aunque Buenos Aires se venda a sí misma como la capital cultural de la región y se destaque por su amplia oferta en términos de librerías, cafés literarios, editoriales y todo tipo de actividades vinculadas al libro y la lectura, la estadística es contundente: el 53% de los porteños le huye a los libros.

Más de la mitad, sí.

Este índice de desinterés por la lectura pareciera contradecir las cifras de aumento en la producción y venta de libros en los años posteriores a la crisis de 2001. Lo que desnuda una paradoja crucial del consumo cultural: aunque aumenta la variedad de títulos publicados, cada vez se lee menos.

No por nada, Griselda Gambaro abrió la edición 2005 de la Feria del Libro con un párrafo dedicado a todos aquellos que ni siquiera tienen los medios y posibildades de vivir la fiesta del libro.

Entre los datos relevados por la encuesta sobre los hábitos culturales de los porteños, realizada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires a través del Observatorio de Industrias Culturales, surge además que el acceso a los libros se da en un 71% a través de su compra en las librerías. Lo que impone otra barrera a la lectura, en una sociedad donde cada día se pierde capacidad de consumo. Y que, en contraposición, sólo un 7% de los consultados concurre a las diferentes bibliotecas públicas y/o privadas en busca de libros.

En otras palabras: el acceso al libro está determinado por el poder adquisitivo y además como objeto no se lo ve sino a través del mercado.

Sumados, estos valores dibujan una escena difícil, tanto en términos de educación y desarrollo cultural como de industria editorial. Y exigen el diseño de una política cultural coordinada entre diversos organismos y sostenida a largo plazo. Pareciera entonces que no bastara con programas como el "Plan Nacional de Lectura", lanzado por el Ministerio de Educación de la Nación con gran protagonismo de las escuelas y la Conabip para "recuperar y fortalecer el rol del libro en el sistema educativo y transformar las prácticas lectoras en el ámbito escolar". Ni con las diferentes acciones de la "política 2005 para el libro y la promoción de la lectura" implementada por la Ciudad de Buenos Aires.

Iniciativas éstas que no trabajan, por ejemplo, sobre el precio final de los libros, uno de los temas clave para la difusión de la lectura, factor básico de integración cultural.

¿Cómo lograr que la gente lea si comprar un libro es un lujo para pocos? Aunque el Ministerio de Educación logró un acuerdo para el mantenimiento del precio de los libros de texto, a comienzos de 2005, ese acuerdo no se extendió al resto de la producción editorial.

"Para compensar la falta de acceso a los libros trabajamos con las Bibliotecas Populares", explicó a Clarín Gustavo López, secretario de Cultura del Gobierno de la Ciudad. "Estamos mejorando su oferta de títulos e intentando acercar al público a las bibliotecas a través de actividades como el teatro, las conferencias y la provisión de los diarios del día", agrega. Su idea es evaluar regularmente la situación del libro y la lectura en la ciudad para ir ajustando las políticas de modo que den resultados cuantificables en el mediano plazo.

"Se están haciendo cosas, pero sus resultados van a demorar", reconoce por otra parte Horacio García, secretario de la Cámara Argentina del Libro. La principal queja de los editores del país tiene que ver con el alto precio del papel —que se cotiza en dólares, como otras materias primas exportables— y la imposibilidad de descargar el IVA que se paga en las diferentes etapas de la producción del libro, a pesar de que éste está exento de IVA. "Para que los libros cuesten menos tendríamos que poder reducir estos costos de producción o imprimir tiradas de más ejemplares. Pero es difícil a nivel local, con el bajo nivel de lectura actual y la media de la población fuera del circuito lector por razones económicas", agrega.

Daniel Divinsky, director de Ediciones de la Flor, coincide. "En la industria estamos haciendo diferentes esfuerzos para poder aumentar las tiradas y tener precios más bajos por libro, pero mientras no haya más lectores esa diferencia sólo la podremos hacer exportando", explica.

"Que otros se jacten de las páginas que han escrito: a mí me enorgullecen las que he leído", decía Jorge Luis Borges. Pero está claro que no hay que ser Borges para poder disfrutar de un libro. También, que los libros no pueden ser un lujo ni un objeto incómodo en un país que se piense soberano.

Los números sí muerden

Entre los lectores asiduos priman las mujeres mayores de 25 años, que estudian y/o trabajan y son de clase media alta o alta. La encuesta del Gobierno de la Ciudad no indaga en por qué son las mujeres las que más leen, pero la diferencia entre los géneros es notable: el 52% de las mujeres sostiene que lee con frecuencia y —en cambio— sólo el 41% de los hombres se coloca en la misma categoría. La brecha, además, tiende a aumentar en cada encuesta y es un fenómeno que se repite en todo el mundo.

Para muchos, esta "mayor lectura femenina" es resultado de que las mujeres tienen más tiempo libre, cuando no trabajan o no lo hacen a "tiempo completo". El atajo sexista explicaría que ellas tienden a considerar más justificado que los varones el tiempo dedicado a la fantasía o al imaginario.

En cambio, son los jóvenes, menores de 24 años, que no trabajan ni estudian, los que menos leen. En esa franja el tiempo libre es dominio de los medios electrónicos.

Los números indican que el hábito de la lectura no ha sido inculcado en sus años escolares. Por eso gran parte de las políticas de fomento de la lectura apunta a establecer el uso de libros en la educación primaria, secundaria y universitaria.

Para motivarlos, el plan de acción para el sector del libro que propone el Observatorio de las Industrias Culturales de la Ciudad de Buenos Aires incluye la inserción de publicidad no tradicional en los programas de televisión abierta con mayor rating. Difícil tarea para un guionista incorporar un personaje lector en una ficción que se asume espejo de la sociedad.

Más información:
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