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Los cómics y los mayores: opinión
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Los mayores leen tantos o más cómics que los niños y adolescentes. ¿Está bien? ¿Está mal? ¿A qué se debe? ¿Hay que ocultarse?
(La Tercera) - Estaba leyendo The Sandman en el gimnasio cuando un señor se acercó a decirme con aire travieso: "Me imagino que es un cómic para adultos".
Sonreí y asentí; había olvidado que todavía no era común que un adulto se hiciera ver leyendo historietas. Algo avergonzado, intenté explicar que el autor de The
Sandman era el inglés Neil Gaiman, cuya novela Anansi Boys estaba en el primer lugar en la lista de libros más vendidos del New York Times. También le dije
que uno de los admiradores de esa obra cumbre del género fantástico era Norman Mailer y que Borges habría elogiado la compleja mitología que Gaiman había
creado en torno a Sueño y su hermana Muerte. Satisfecho con mi explicación, el señor me dejó tranquilo.
Luego me puse a pensar en lo timorata que había sido mi respuesta. Debía haber dicho que me gustaba leer cómics y que además estaba orgulloso de ello
porque los cómics están atravesando un gran momento de creatividad. Soy de los que cree que nuestro deseo de narrar historias trasciende las formas artísticas
y los medios, y que a veces uno puede saciar ese deseo leyendo una novela de Proust, viendo una serie televisiva como Invasión o una película como El Padrino,
o leyendo/viendo un cómic de Gaiman. Tiendo, sobre todo, a leer cuentos y novelas porque la literatura me llena más que otras artes, pero ésa es otra historia.
Los cómics se han puesto de moda y ya no están dibujados pensando sólo en un público adolescente. Incluso han comenzado a cambiar de formato y ahora
aparecen en las librerías con tapas duras y el nombre más pretencioso de "novelas gráficas" (los dos volúmenes de Persépolis, de Marjane Satrapi, acaban de ser
publicados en una edición de lujo). Algunas de las películas de más impacto en los últimos meses han sido adaptaciones de "novelas gráficas" (Sin City, Una
Historia de Violencia), y la revista Time acaba de incluir entre las cien novelas más importantes del siglo XX, junto a obras de autores como Faulkner y Naipaul,
al cómic The Watchmen, de los ingleses Alan Moore y Dave Gibbons. Lev Grossman lo justifica señalando que The Watchmen es "una obra de descarnado
realismo sicológico, un gran logro de la novela gráfica, pero una obra maestra en cualquier medio" (Time no es el lugar más adecuado para la canonización de
obras literarias, pero al menos sirve para tomarle el pulso a los cambios culturales).
Los grandes maestros vivos del cómic son Crumb y Art Spiegelman; a ellos se suman los mencionados Satrapi, Moore y Gaiman, además de Chris Ware, autor
de Jimmy Corrigan, la novela gráfica admirada por escritores como Dave Eggers y Zadie Smith. De todos ellos, me quedo con Moore. Moore es muy admirado
por The Watchmen; su influencia se puede ver en las obras de directores de cine de la nueva generación (Joss Whedon, Darren Aronofsky, Richard Kelly), en
películas y series televisivas muy populares (Buffy, Perdidos) y, por supuesto, en los cómics (Planetary, la obra de Gaiman). The Watchmen es una sofisticada
deconstrucción de la figura icónica del superhéroe. Moore fue aquí el primero en ofrecer una mirada revisionista de este "vigilante" individualista, en encontrar el
lado frágil, vulnerable, de su existencia; sin él no se podría entender Los Increíbles y tampoco las nuevas versiones cinematográficas de Batman y El Hombre
Araña.
La otra obra clave de Moore es V de Vendetta, cuya adaptación cinematográfica, con un elenco que incluye a Natalie Portman, se estrenará pronto. V de
Vendetta, escrita y dibujada a mediados de los '80 con Thatcher en el gobierno, está ambientada a fines de los '90, en una Inglaterra gobernada por los
fascistas. En medio de una atmósfera opresiva que incluye campos de concentración y esloganes sobre el triunfo de la raza aria, V lucha contra el fascismo y
sirve de ejemplo para que sus conciudadanos se animen a cuestionar al gobierno. A diferencia de los superhéroes de los cómics norteamericanos, V no es
perfecto; sus métodos de lucha contra el totalitarismo son cuestionables, pues no son diferentes de los de un terrorista: a V no le tiembla el pulso a la hora de
destruir el Parlamento con una bomba. Sin embargo, el contexto justifica sus métodos. Los dibujos de Lloyd, en los que domina el claroscuro (más lo oscuro que
lo claro), son ideales para captar el ambiente pesadillesco de la novela de Moore. A Moore el éxito todavía no se le ha subido a la cabeza: insiste en que él sólo
es un guionista de "cómics", e incluso prefiere no utilizar esa definición con mayor peso, "novela gráfica".
La diversidad del cómic hoy es abrumadora. Como muestra, basta mencionar estos títulos publicados en los últimos meses: Pyongyang, de Guy Delisle, un
testimonio de los dos meses que el autor pasó supervisando a un grupo de dibujantes en la capital de Corea del Norte; Black Hole, de Charles Burns, una novela
épica en blanco y negro sobre la epidemia del sida en los años de Reagan; Bone, Sharps, Cowboys, and Thunder Lizards, de Jim Ottaviani, sobre la lucha entre
dos personalidades históricas del siglo XIX, los paleontólogos Edward Cope y Othniel Marsh; Infinite Crisis, de Geoff Johns, un intento de revitalizar a nuestros
conocidos Superman, Batman y compañía.
Los que siguen pensando que el cómic sólo tiene que ver con los superhéroes tienen que actualizarse. Hoy hay cómics históricos, comics realistas, cómics de no
ficción, etc.
Para América Latina, la pregunta es la siguiente: ¿quién será el que se atreva a decir que El Eternauta de Oesterheld ocupa un lugar privilegiado no sólo
en el medio de la novela gráfica, sino en la novelística del siglo XX, junto a obras como Los Pasos Perdidos o El Obsceno Pájaro de la Noche?
Por lo pronto, nada timorato, yo me atrevo.
Aportado por Alejandro Alonso, texto de Edmundo Paz-Soldán
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