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18/Nov/05



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Libros recibidos: "Oceánico", de Greg Egan

Esta "nueva" ciencia ficción, que nace sin estridencias del seno de la "vieja" constituye la mejor prueba de que todo lo que leímos hasta ahora es prehistoria.

Título: Oceánico
Título original: "Oceanic" (1998), "Oracle" (2000), "Singleton" (2002)
Autor: Greg Egan
Traducción: Luis Pestarini y Claudia De Bella
Ediciones Cuásar
Buenos Aires, 2005
188 páginas.

En esta oportunidad, más que nunca, siento la necesidad de hablar de lo que hay detrás del libro que voy a reseñar antes de abordar el libro mismo. Porque Oceánico es, inevitablemente y por definición, más de lo que se propuso y logró el autor, el australiano Greg Egan, en las tres novelas cortas que acabo de leer. La razón salta a la vista. Conozco a Luis Pestarini desde hace más de 20 años y creo haber compartido con él el crecimiento de la ciencia ficción argentina durante ese lapso. Que hoy tenga en mi poder una cuidada edición profesional, un libro que es heredero directo de la labor que Luis ha venido desarrollando desde que vio la luz el primer número de Cuasar me proporciona un orgullo muy especial, como si yo fuera un poco tío de la criatura...

Queda dicho... lo que no impedirá que trate a Oceánico con toda la objetividad de la que soy capaz. Pero dejemos los sentimentalismos y las cuestiones del afecto, que importan y mucho y vayamos al tema que nos convoca. Me propongo hacer una reseña de un libro de Greg Egan, un escritor que ya, sin dudarlo y por mérito de un puñado de obras, se ha sumado a mis favoritos. Empecemos por el formato. No voy a decir que la novela corta es una extensión maldita, pero corresponde señalar que en tiempos de sagas estériles e interminables hay que tener coraje para encarar ficciones como las presenta Egan, en —calculo— veinticinco mil palabras. No obstante, es probable que estemos ante el formato ideal para lo que el escritor australiano desea desarrollar. La lectura de una novela larga que precede a estas que comento, El instante Aleph, indica que, si bien el autor no pierde el control del material en una mayor extensión, su afán por abrir constantemente el juego lo precipita en complicaciones de difícil resolución. No es el caso y tampoco representa una crítica negativa a la novela mencionada, pero de todos modos esa es otra historia.

Oceánico se abre con un prólogo de Luis Pestarini que obliga a preguntarse por qué es una rareza y no un hábito poner al lector en tema y contexto. Luis hace eso: nos presenta al creador y su entorno ficcional; si la ciencia ficción es una literatura cuya importancia reside en los planteos conceptuales y Greg Egan es un escritor que logra unir como pocos una sólida formación científica con una honda preocupación humanística, Oceánico es un libro que ofrece, desde el vamos, una triple y audaz visión que comparte ambas perspectivas con absoluta naturalidad.

"Océanico", la obra que abre el libro y le da nombre, es lo que me atrevería a llamar una especulación religiosa sin que me tiemble el pulso. La Humanidad (o una parte de la humanidad) vive en Promisión, un planeta que no es la Tierra. Han pasado veinte mil años, los cambios en la organización social, la sexualidad y las creencias son notables y esos cambios constituyen el núcleo de la obra, aunque Egan no pierde de vista en ningún momento que lo que le interesa es el ser humano y el modo en que esos cambios han repercutido en su psicología. La posibilidad de un Dios "material", que puede ser percibido sin dudas ni incertidumbres, es de por sí un tema lo suficientemente provocativo. Egan maneja ese material de tal modo que lector y protagonista realizan sus descubrimientos y experimentan su evolución al unísono.

Si bien puede decirse que Egan es un escritor de ciencia ficción "hard", en sus ficciones los temas de la física aparecen con frecuencia mezclados con los de la metafísica, pero también con la genética, la inteligencia artificial y la política. En la segunda novela corta del volumen, "Oráculo", estos elementos juegan en consonancia con ciertos hechos de la realidad de posguerra en Inglaterra y aparecen, apenas desfigurados, personajes como Alan Turing, padre de la inteligencia artificial y C.S.Lewis, el autor de la trilogía Perelandra y de Las crónicas de Narnia, escritor católico amigo y tal vez rival de Tolkien (a quien Egan también hace alguna referencia). "Oráculo" es un texto bastante más oscuro que los otros dos, plagado de claves que seguramente irán siendo develadas en sucesivas relecturas. El tema se relaciona con mundos paralelos desde una perspectiva cuántica: la teoría de las probabilidades y la capacidad del ser humano para elegir su destino.

La tercera novela corta es, a mi juicio, y tal vez debido a un gusto personal, la más lograda de las tres. Y no lo digo por el modo en que Egan "cierra" la historia —en realidad tengo la impresión de que todos los libros y cuentos del australiano quedan deliberadamente abiertos— sino por la forma en que instala ideas provocativas que se adhieren como lapas al fondo de ideas del lector. "Singleton" tiene que ver con inteligencia artificial desde una perspectiva tan aguda que no puede dejar a nadie indiferente. Diré que esta obra se relaciona de un modo a la vez directo y oblicuo con "Oráculo", pero no me permito decir más porque caería en el temido spoiler... El nacimiento de una nueva forma de vida, una nueva clase de ser, no humano y humano a la vez, permite a Egan, jugando con la incertidumbre cuántica hasta más allá de lo soportable, asumir un universo conjetural perfectamente plausible, involucrándonos en una crisis imprevisible y perturbadora aún antes de ser capaces de resolver como especie una cantidad de temas pendientes.

No hace falta sintetizar nada. En la diversidad, concentrada y abierta a la vez, está el secreto de Greg Egan. Tal vez estemos viendo, por el ojo de la cerradura, la chispa inicial de un re-Renacimiento y esta "nueva" ciencia ficción, que nace sin estridencias del seno de la "vieja" constituye la mejor prueba de que todo lo que leímos hasta ahora es prehistoria.

Sergio Gaut vel Hartman

Aportado por Sergio Gaut vel Hartman

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