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"Un fragmento de vida". de Arthur Machen, en Siruela
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Tras la realidad cotidiana se nos ofrece una visión de las cosas distinta: un misterio que asombra y que captó este escritor galés para cuajar todo un estilo en la
literatura de terror.
(El Semanal Dgital) - Arthur Machen (1863-1947) era un escritor galés que en realidad se llamaba Arthur Llewelyn Jones. De personalidad introvertida y
solitaria, malvivió gran parte de su vida como periodista, traductor (tradujo por ejemplo las Memorias de Casanova) o incluso actor. Aunque escribió
algunas obras de tinte realista y autobiográfico, su popularidad se debe más bien a sus novelas y cuentos fantásticos. En todos ellos trata de mostrar un más allá
perteneciente a una era o dimensión olvidada por los hombres. La tradición celta es obvia en su formación, así como las ruinas romanas.
Escribe sobre la parte oscura y divina del alma humana en El gran dios Pan (Valdemar), sobre la magia negra en Los tres impostores (Alianza) o
sobre los habitantes de las más ignotas profundidades en su colección de relatos Los niños de la charca (Valdemar). A pesar de su moderado prestigio,
la encorsetada sociedad victoriana lo considera un "enfermo y degenerado".
Influyó más en la literatura norteamericana, sobre todo en el círculo de H.P. Lovecraft. En su estilo cabe destacar un pujante lirismo y en su tono un anhelo
místico muy personal, no desprendido del gusto por lo esotérico. No en vano perteneció a la "Orden del amanecer dorado", junto a escritores como el poeta
William Butler Yeats y Algernon Blackwood. La soledad de sus personajes es otra de sus características. Algo que ya recalcó el mismo Borges, gran lector de
Machen.
Un fragmento de vida
Arthur Machen.
Traducción de Rafael Llopis.
Siruela.
Madrid, 2005.
159 pp.
16,50 €
Pero dentro de su obra el libro Un fragmento de vida (1906) es algo distinto. Tal vez junto a La colina de los sueños (Siruela). Asistimos a la vida
monótona y tranquila de un joven matrimonio. Trabajo, ahorros, precios, compras. Lo de siempre. El amueblar una sencilla habitación o el cambiar una cocina se
convierte en la aventura más extravagante.
Hay cierta amargura en el corazón del protagonista, cierto vacío. Sólo algunos sueños o esporádicas visiones parecen redimir su tedio. Hasta que llegamos al final
del primer capítulo. Podemos leer: "Así, día tras día, seguía viviendo en ese mundo gris y fantasmal, análogo a la muerte, que de algún modo ha conseguido que le
llamemos vida la mayoría de nosotros. (…) Pero así seguía Darnell un día tras otro, tomando la muerte por vida, la locura por cordura y a fantasmas vagos y
errabundos por seres reales".
¿Es la vida que vivimos algo verdaderamente real?, parece preguntarse. Se trata de ver lo de todos los días de otra manera, explorando la esencia de las cosas
en un viaje que tiene mucho de iniciático, al encuentro de una nueva conciencia. Emociones desconocidas para la mayoría. Cuando la percepción se afina hasta
alcanzar el perfil del alma.
Darnell le cuenta a su mujer la experiencia de unos paseos extraordinarios por los alrededores de Londres. Cuando estaba soltero. Los sentidos se agudizan. Era
verano. Se olvida uno del tiempo, y el espacio donde uno está cambia de lugar, o se difumina en una realidad trascendida. "Algún ensalmo había animado a todas
las cosas conocidas, transmutándolas en un gran sacramento, iluminando las vulgares labores terrenas con el fuego y la gloria de la luz eterna". Pero no todo
acaba aquí.
Un fragmento de vida puede ser un fragmento de nuestra propia vida. Y así hay que leerlo. El autor nos alienta a descubrir ese otro lado de la monotonía diaria.
Nos empuja a saber mirar, a saber descubrir ese lenguaje oculto que como él mismo dice no se dirige a la mente sino al alma. Y las calles se verán "iluminadas
por una luz nueva".
Un gran libro. Un sueño dentro de otros sueños. Una de esas obras que merece la pena leer y releer. Para que el asombro y la fascinación no desaparezca de
nuestra mirada. Al menos no del todo.
Aportado por Eduardo J. Carletti
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