11/Ene/06!f>
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En un planeta sin fronteras, los países perderán soberanía
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Según el autor, los Estados deberán compartir su poder con fuerzas globalizadas
(La Nación) - La soberanía la noción de que los gobiernos tienen libertad para hacer lo que deseen dentro de su territorio constituye el principio rector de las
relaciones internacionales desde hace más de 350 años. Dentro de 30, este concepto ya no será sagrado. En su contra se unirán poderosas fuerzas y amenazas
de nuevo cuño.
Los Estados-nación no desaparecerán, pero compartirán el poder con mayor número de pujantes actores o soberanos que nunca, entre ellos las empresas, las
organizaciones no gubernamentales, los grupos terroristas, los carteles de la droga, las instituciones regionales y mundiales, y los bancos y fondos de pensiones
privados.
La soberanía morirá víctima del rápido y poderoso tráfico de personas, ideas, gases de efecto invernadero, mercancías, euros, drogas, virus, correos
electrónicos y armas en el interior de los países y a través de las fronteras. Se trata de un comercio que desafía uno de los principios fundamentales de la
soberanía: la capacidad de controlar lo que cruza la frontera.
Los Estados, cada vez más, medirán su vulnerabilidad no ante otros, sino ante las fuerzas de la globalización que no pueden controlar.
Kosovo, un prototipo
Pero las fuerzas impersonales no serán las únicas responsables. En el futuro, los países, a veces, decidirán arrebatar la soberanía a otros. Igualmente, un gobierno
que no tenga la capacidad o la voluntad de satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos perderá el derecho a su soberanía.
No es sólo cuestión de escrúpulos morales, sino de comprender, con sentido práctico, que el abandono -bienintencionado o no- puede generar oleadas de
refugiados desestabilizadoras y desencadenar la bancarrota del Estado, lo cual abre el paso a los terroristas.
La intervención de la OTAN en Kosovo, en 1999, que obligó a Serbia a renunciar al control de la provincia descontenta tras años de abuso de poder, puede ser
un prototipo para el futuro.
En todo ello está implícita la idea de que la soberanía es condicional, incluso contractual, y no absoluta. Si un país patrocina el terrorismo, desarrolla armas de
destrucción masiva o practica el genocidio, está renunciando a los beneficios normales de la soberanía y se expone a ser atacado, derrocado u ocupado. De este
modo, el reto diplomático será obtener un amplio apoyo a los principios de comportamiento del Estado y un procedimiento para decidir el remedio cuando se
violen dichos principios.
Los Estados también decidirán prescindir de parte de su soberanía. Esta tendencia ya está en marcha, sobre todo en el ámbito mercantil. Los gobiernos aceptan
las decisiones de la OMC porque, en conjunto, los beneficia un orden comercial internacional que esté regulado, aunque una norma concreta afecte al derecho
de proteger las industrias nacionales.
El cambio climático también está poniendo límites al control gubernamental. El Protocolo de Kyoto, que estará vigente hasta 2012, exige a los firmantes que
pongan freno a las emisiones de gases invernadero.
Se puede imaginar un acuerdo todavía más ambicioso en el que un número mayor de gobiernos, que incluya a Estados Unidos, China e India, acepte límites más
estrictos, basados en el reconocimiento de que estarían peor si ningún país aceptara las restricciones.
Todo esto constituye un mundo que no es plenamente soberano, pero en el que tampoco reinan un gobierno mundial ni la anarquía. De aquí a 30 años, el mundo
será semisoberano. Reflejará la necesidad de adaptar los principios legales y políticos a un planeta en el que los retos más graves procedan de lo que las fuerzas
globales hagan a los Estados y lo que los gobiernos hagan a sus ciudadanos, y no de los que los Estados se hagan entre sí.
Reproducido en La Nación con autorización de Foreign Policy Magazine, en colaboración con Archivos del Presente
Aportado por Alejandro Alonso
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