23/Ene/06!f>
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"El hombre postorgánico", de Paula Sibilia
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Una breve mirada a un libro de Paula Sibilia, editado por el Fondo de Cultura Económica.
(La Nación) - Hubo un tiempo en que la modernidad lograba amenazar obedeciendo el ritmo de un método casi perfecto, sin sutilezas y con pocas metáforas. El
tiempo homogéneo del reloj parecía inapelable. Los robots simulaban eficazmente su perfección. Las fábricas eran engranajes destinados a marcar el cuerpo con
precisión. Es que las instituciones de la sociedad industrial disciplinaban con tal precisión que la visión del futuro no era más que la juntura lineal de un progreso
infinito. Hoy, en cambio, el universo digital impone reglas más ambiguas, menos rígidas pero igualmente amenazantes. No se trata de una transformación sutil que
se fue dando bajo nuestra vista poco atenta, sino de un quiebre que, según señala Sibilia en El hombre postorgánico, tiene una fecha precisa de nacimiento: 1973.
La ruptura fatal habría llegado con la crisis del petróleo y la transformación del capitalismo, ahora centrado en la producción de sujetos consumidores. En
reemplazo del "hombre máquina" moderno ha llegado el "hombre información", basado en una única premisa: la materialidad del cuerpo es un obstáculo por
derribar. Así, evocando citas de Foucault, Spielberg, Descartes, Fukuyama y Donna Harraway, Sibilia, antropóloga argentina residente en Brasil dedicada al
análisis de la sociedad de la información, deja a la vista su perturbación por el modo en que se constituyen las nuevas subjetividades.
De acuerdo con su diseño del cuadro de situación contemporáneo, el deseo de lograr una total compatibilidad con el tecnocosmos digital se ha convertido en un
imperativo interiorizado que torna el cuerpo obsoleto. Esta evolución poshumana (o posevolución) muestra los cuerpos insertos en un régimen digital donde se
presentan como sistemas de procesamiento de datos encargados de disolver su propia materialidad. En este nuevo régimen de poder y saber nada queda fuera
de control.
Ya no se puede sostener la ilusión de una identidad fija y estable, sino que las "identidades prêt à porter" (construidas a través de nichos, muestras o targets)
ubican a los individuos en recortes sometidos a un desplazamiento constante. Hoy, los sujetos se definen menos en función del Estado y más en relación con
corporaciones sostenidas en el mercado global. Los ciudadanos han sido reemplazados por consumidores. Las relaciones de poder han sido pulverizadas y se
han convertido en redes flexibles y fluctuantes.
El tono a veces catastrofista de Sibilia se transforma en un registro del modo en que se funden los efectos públicos y los privados de la dislocación. La ruptura en
relación con el pensamiento moderno se abre hacia la posibilidad ofrecida por la tecnología de otorgar cierta verosimilitud a las pretensiones de inmortalidad. La
digitalización del olfato, el tacto y el gusto, el patentamiento de genes, los psicofármacos destinados a la reprogramación y resurgimiento de la eugenesia
construyen una matriz en que la biopolítica (entendida como el conjunto de dispositivos de poder que apuntan a la población) se reacomoda sin sobresaltos.
Hoy, disuelta la tecnociencia estatizada destinada a administrar vidas en las sociedades industriales para asegurar la productividad del obrero, la tecnología ha
elegido establecer su dependencia en relación con el mercado. El nuevo modelo de humanidad, desprovisto de las profundidades del inconsciente, del
compromiso social y del peso de la historia, sólo se aferra a valores de mercado.
Sin embargo, el cuerpo resiste. Postorgánico, posbiológico o poshumano, sus supuestas impurezas salen a la luz en cada intersticio. La imposibilidad de pensar
sin las huellas de sus pliegues abre un espacio para la rebelión.
Hay, así, una advertencia en la reconstrucción de Sibilia: estos tiempos posmodernos en que el cuerpo resulta obsoleto abren espacios de resistencia potencial
inéditos. Más allá de la llegada inminente de agentes de cambio, Sibilia insiste en sus páginas finales en anunciar el futuro. Hay una preferencia inicial que cierra el
camino a otro movimiento del análisis: la elección del eje temporal (de la modernidad a la posmodernidad y de allí a nuevas estrategias emancipatorias) hace a un
lado el eje espacial donde las radicales diferencias locales son capaces de introducir la diversidad tanto en la imposición de reglas como en los modos posibles
de subvertirlas.
Aportado por Alejandro Alonso
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