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China Miéville: "El desprecio por la literatura fantástica es inexplicable"
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Es considerado uno de los mayores autores del género, aunque tiene sólo 33 años. Milita en el trotskismo pero lo central en sus textos no es la política sino otras
batallas.
(Clarín) - Aunque lo han comparado con Tolkien —por los gigantescos mundos imaginarios que inventa repletos de monstruos impensables, facciones políticas
radicales y tecnologías bizarras—, para hacerse una imagen de China Miéville habría que hacer un cruce entre Víctor Hugo, William Burroughs y H.P. Lovecraft.
Con sólo 33 años, es considerado uno de los autores más importantes dentro del género fantástico. Ha ganado el Arthur C. Clarke (uno de los premios más
importantes de ciencia ficción) dos veces. Su última nouvelle, The tain (El azogue), será editado el próximo mes en la Argentina por la editorial
Interzona y dará a los lectores locales una oportunidad de acercarse a este joven talento de la literatura inglesa.
Anticipando su arribo a nuestras librerías, Clarín charló por teléfono con Miéville desde su casa en Londres.
—Una de las cosas que pasa siempre en sus novelas es que lo familiar resulta extraño y lo extraño, familiar. ¿Es una táctica literaria consciente?
—Sí, es intencional. Suena terriblemente pretencioso cuando lo digo, pero es un intento de ubicarme en la tradición de defamiliarización que fue utilizada más
intensamente por los surrealistas. Lo que los surrealistas llamaban belleza convulsiva es muy importante para mí. Creo que el género de la fantasía, en su mejor
nivel, trabaja muy bien con la defamiliarización y la alienación. Por eso siempre digo, medio en chiste, que la ciencia ficción es la rama "pulp" del surrealismo. Hay
cosas raras en mis novelas pero intento presentarlas sencillamente. Quiero crear en el lector lo que en inglés se llama culture shock o la sorpresa cultural. Cuando
uno está en otro país, las cosas que lo sorprenden profundamente no son los grandes monumentos culturales — como las pirámides o la Torre Eiffel— sino las
cosas que son obvias para un lugareño: cómo se pide un taxi, el sonido del teléfono, o cómo se sienten las monedas en la mano.
—¿Le molesta que el establishment literario excluya a la ciencia ficción de la categoría de literatura seria?
—He tenido bastante suerte ya que hay mucha gente que me dice: "Yo nunca leo ciencia ficción pero me gustan sus libros", lo cual me cae bien. Pero la
marginalización de la literatura fantástica —ciencia ficción, horror, fantasía— en general es sumamente molesta. Lo digo siempre en el caso de M. John Harrison,
por ejemplo: si uno está limitado por una visón convencional de lo que es la literatura contemporánea no se dará cuenta al leerlo que está en presencia de uno de
los escritores vivos más grandiosos, sea cual sea el género de sus obras.
—¿Y a qué se debe esta falta de respeto al género?
—Es complicado. Una de las cosas que a mí me encanta de la ficción fantástica es que es heredera de la tradición visionaria: de los poetas estáticos como
William Blake o Francis Thompson. Lo complicado cuando uno argumenta con lectores convencionales que desprecian el género es que es verdad que hay
muchos autores del género que francamente no son muy buenos escritores. Eso en cuanto a su prosa; pero lo importante es que tienen visiones increíbles y eso
es lo que nos interesa como lectores. H.P. Lovecraft es un ejemplo de esto: su prosa no es muy buena y su habilidad para contar cuentos tampoco. Pero la
sensación de asombro que crea es tan extraordinaria que prefiero toda la vida leerlo a él que a los 10 mejores jóvenes novelistas de Granta (se refiere a la revista
que consagra con sus juicios a los nuevos talentos de la literatura inglesa).
—¿Como influye su vida política en su trabajo literario?
—Bueno, yo soy socialista y estoy muy activo en varias organizaciones locales acá en Londres. Entonces mucha de esa experiencia entra en mis novelas. Por un
lado, uso eso porque me interesa. Pero por otro lado hace que los mundos que invento sean más creíbles. También soy siempre consciente de que mi trabajo
como novelista no es hacer un discurso político. Quiero que alguien disfrute leyendo mis novelas por más que no estén de acuerdo con mis posturas políticas o si
simplemente no les interesa la política. Entonces mis novelas tienen política, y si te interesa, muy bien. Y si no, ojalá los monstruos y las batallas te hagan seguir
leyendo.
Aportado por Eduardo J. Carletti
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