14/May/06!f>
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Una sociedad bajo vigilancia
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Cada vez son más las evidencias de que el gobierno de George W. Bush, por medio de sus agencias de inteligencia, está embarcado en un extenso programa de
vigilancia dentro de los propios EEUU.
(La Nación) - Dos semanas atrás, durante la cena de gala de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca, el comediante Stephen Colbert inició su rutina
diciendo: "Antes de comenzar, si alguien necesita alguna cosa, simplemente hable despacio y claramente en dirección del número de su mesa y alguien de la NSA
[la Agencia Nacional de Seguridad] aparecerá inmediatamente con un cóctel".
La broma refleja la sensación que se vive en Estados Unidos frente a las evidencias de que el gobierno de George W. Bush, por medio de sus agencias de
inteligencia, está embarcado en un extenso programa de vigilancia doméstica.
La sensación se trocó en escándalo anteayer, cuando el diario USA Today reveló que el gobierno había recolectado registros telefónicos de millones de
norteamericanos con la cooperación de, por lo menos, tres de las mayores empresas de telecomunicaciones del país: AT&T, Verizon y Bellsouth.
Hasta los atentados del 11 de Septiembre existían leyes que impedían que una agencia del gobierno compartiera con otra la información confidencial que
guardaban sus bases de datos acerca de los ciudadanos. Las empresas que recolectan información económica, médica, legal o de hábitos de consumo de
individuos, estaban protegidas de toda requisa excepto en casos de intervención de una autoridad judicial.
Pero esta descomunal acumulación de información sobre las personas, aunque compartimentada, era, en términos del derecho a la privacidad, una bomba de
tiempo. El sentido común indicaba que en cualquier momento un político oportunista encontraría la excusa para conectar y combinar estas bases de datos y la
sociedad de las libertades civiles pasaría a convertirse en una sociedad rigurosamente vigilada.
Esto fue lo que posibilitó el 11 de Septiembre y Bush no iba a dejar pasar la oportunidad. En nombre de la seguridad y la amenaza terrorista, el derecho a la
privacidad fue seriamente cercenado.
La semana pasada, la revista U.S. News & World Report publicó un informe sobre cómo la policía está espiando las actividades de los ciudadanos. El
informe indica que las tareas no se limitan a espiar a los sospechosos de terrorismo, sino que se extienden a activistas de causas como los derechos de los
animales y la oposición a la guerra de Irak.
El escándalo coincidió con la súbita remoción del director de la CIA, Porter Goss, en cuyo lugar fue designado el general Michael Hayden. La polémica le hace
flaco favor a la confirmación de Hayden, ya que él organizó los programas de espionaje doméstico, cuando dirigía la NSA.
Bush y Hayden han salido a decir que la reacción ha sido desproporcionada y que nadie está haciendo nada ilegal. Anteayer, Bush declaró que la NSA "no está
ocupada en practicar data-mining o trolling con la vida personal de millones de inocentes norteamericanos". Data-mining y trolling son términos técnicos que
describen una operación realizada por programas de computación equipados con complejas fórmulas matemáticas denominadas algoritmias, que pueden buscar
pautas de actividad en grandes cantidades de información o datos específicos.
Es probable que para el momento en que se sepa con exactitud todo lo que la NSA y otras agencias de inteligencia están haciendo en nombre de la libertad, la
vigilancia esté tan arraigada que sea imposible desmantelarla. No sólo el gobierno está ocupado en trazar un perfil de los gustos, hábitos y preferencias de cada
norteamericano: las empresas hacen lo mismo, por medio de computadoras, cámaras de televisión y otros sistemas. Y el primer paso para que estas bases de
datos se interconecten, configurando un colosal quién es quién del cual sea imposible escapar, ya fue dado, como lo demuestra la cooperación entre la NSA y
AT&T, Verizon y Bellsouth.
El resto pertenece al mundo de la ciencia ficción, paradójicamente, cada vez más lejos de la ficción y más cerca de la vida cotidiana.
Mario Diament para La Nación. Aportado por Eduardo J. Carletti
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