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La ciencia, detrás de la naturaleza del amor
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Diversos estudios demuestran que la hormona oxitocina juega un papel clave en crear los vínculos que unen a las personas.
(La Nación) - El amor es muchas cosas: el amor protector de la madre por su hijo, la pasión de una pareja que recién se enamora, el profundo amor de
compañeros de mucho tiempo y el amor de Dios. Pero, ¿hay algo universal detrás de toda esta diversidad?
La ciencia del amor está aún en pañales. Sin embargo, diferentes disciplinas están comenzando a obtener sus primeras visiones de la naturaleza y el origen del
amor. Ahora podemos mirar dentro de los cerebros para observar sus patrones de actividad, medir los cambios bioquímicos que se producen en las diferentes
formas de amor, explorar las diversas experiencias humanas de amor y buscar sus raíces evolutivas en otros animales.
Si las diferentes formas de amor tienen un origen evolutivo común, ¿dónde deberíamos mirar? El amor maternal parece un buen lugar para empezar. De todas las
formas del amor ninguna parece tan profunda, desinteresada o resistente como el amor de una madre por su hijo, tampoco ningún otro lazo es tan omnipresente
en el reino animal.
Biológicamente, este lazo es esencial para que los genes maternos pasen a la generación siguiente. ¿Cómo se genera ese lazo? Una gran parte de lo que sabemos
sobre la química del cerebro sobre lazos proviene de estudios en roedores. Si ellos sienten "amor" o no, no lo podemos asegurar, pero ellos defienden a sus
crías. Esta tendencia aparece directamente disparada por la maternidad: las hembras vírgenes de las ratas o incluso las preñadas evitan o atacan a los pequeños,
pero justo antes del alumbramiento esta conducta cambia.
Una hormona adictiva
¿Qué es lo que hace a los recién nacidos tan especiales para sus madres? La relación fundamental resulta ser la hormona oxitocina. Al final de la preñez, altos
niveles de estrógeno aumentan el número de receptores de esa hormona en algunas partes del cerebro. Durante el alumbramiento, el trabajo de parto dispara la
liberación de oxitocina y cuando la hormona llega a los receptores produce en la madre una adicción a sus pequeños y a su particular olor.
Adicción podría parecer una palabra fuerte, pero el proceso de conexión con el recién nacido implica una poderosa activación de un sistema que brinda
información de recompensa al cerebro. Es el mismo circuito que es estimulado por la cocaína y la heroína.
Cuando una rata establece los lazos con sus pequeños, este sistema de recompensa aumenta con la oxitocina al mismo tiempo que la hormona facilita la
sensibilidad al olor, lo que asegura que el lazo sea específico al olor de sus propios hijos. Cada vez que la madre huela a sus hijos es posible que sienta la
sensación de inminente recompensa que un adicto al pensar en la droga.
Uno podría pensar que junto con el fuerte lazo entre madre e hijo debería haber una relación monógama entre sus padres también diseñada para asegurar la
supervivencia del joven. Pero no existe tal tendencia. Entre los mamíferos, amarse y dejarse es la regla más habitual: menos del 5% de las especies mamíferas son
monógamas.
Si la monogamia es más una rareza evolutiva que una tendencia, ¿cómo hace la evolución para rediseñar ocasionalmente a una especie para que se comporte tan
diferentemente a otras íntimamente relacionadas? La respuesta parecer ser que la evolución robó la bioquímica y los trucos neurales que unen a madres e hijos y
los reubica para lograr la unión entre el macho y la hembra.
Ese es el mensaje que se extrae de dos especies de roedores llamados campañoles que brindan un experimento natural. Una de las especies, la de la llanura,
establece lazos muy íntimos con su compañero. Por el contrario, su familiar cercano, el campañol de los prados, es promiscuo. La diferencia entre ellos proviene
de dónde se ubican en el cerebro los receptores de oxitocina y de otra hormona cercana, la vasopresina. Dichas hormonas son producidas "durante los placeres
táctiles del acoplamiento", según afirma un estudio.
En el campañol promiscuo de los prados se encuentran pocos receptores de la hormona vasopresina en la región de recompensa de la dopamina, pero en el
campañol de la llanura los receptores son abundantes, lo que convierte al sexo en una importante sensación de recompensa que une al macho a su pareja.
Larry Young y sus colegas de la universidad de Emory en Altlanta pudieron convertir a los campañoles promiscuos en monógamos simplemente al inyectarles en
el cerebro un virus que tiene el gen del campañol de la llanura.
Por supuesto los campañoles no son humanos y su relación con sus parejas no puede llamarse realmente amor. Pero vale la pena notar que entre los humanos
hay considerables variantes individuales en el gen que controla la distribución de los receptores aunque nadie sabe si se correlaciona con la fidelidad.
Aportado por Eduardo J. Carletti
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