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Panspermia geoelectromagnética
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Según se especula en un estudio, la vida se podría originar por microbios que transportados de un planeta a otro por campos electromagnéticos.
(Neofronteras) - El origen de la vida sobre la Tierra o sobre otros posibles planetas, tanto dentro como fuera de nuestro Sistema Solar, es una gran incógnita y
probablemente lo sea por mucho tiempo si es que finalmente se desvela.
Según algunos autores la Tierra es un lugar muy pequeño como para que la vida hubiese surgido aquí proponiéndose que la semilla de la vida sería transportada
de un lugar a otro de la galaxia mediante algún mecanismo. A la difusión de la vida de esta manera (propuesta por primera vez por Fred Hoyle y Chandra
Wickramsinghe) se le llama panspermia, y lo malo es que no resuelve el problema de cómo se originó la vida en el primer lugar.
Ya hace un tiempo tratamos sobre la posibilidad de esparcir la vida por el sistema solar mediante impactos de meteoritos. Aunque la probabilidad de éxito es
muy baja, a lo largo de los miles de millones de años de la historia de la vida en el sistema solar algunos microbios podrían haber viajado, por ejemplo, de Marte
a la Tierra y viceversa.
Ahora un nuevo estudio propone un sistema más suave y continuo de producir panspermia en el Sistema Solar, e incluso fuera de éste. Tom Dehel es ingeniero
eléctrico en el US Federal Aviation Administration y ha estado investigando durante mucho tiempo cómo los campos electromagnéticos de la Tierra afectan a los
satélites GPS. Recientemente ha presentado en la reunión bianual del international Committee on Space Research (COSPAR) en Pekín una idea especulativa
sobre cómo los microbios se pueden ver transportados de un planeta a otro gracias a los campos electromagnéticos naturales.
Dehel ha calculado el efecto de los campos magnéticos terrestres a diversos niveles en la atmósfera sobre una bacteria cargada eléctricamente. Ha podido
demostrar que según esos cálculos la bacteria podría ser eyectada muy fácilmente fuera de la Tierra, escapando del campo gravitatorio terrestre.
En realidad no es tan sorprendente pues el campo magnético terrestre ya desvía partículas procedentes del viento solar, produciendo las auroras boreales cuando
dichas partículas impactan sobre las altas capas de la atmósfera. Pero hablar de seres vivos, aunque sean muy pequeños, es otra cosa.
La ventaja de este sistema sobre la teoría de impactos de meteoritos es que los campos electromagnéticos terrestres están siempre presentes, a diferencia de los
posibles eventos que harían saltar rocas repletas de microbios y producidos por los escasos impactos de meteoritos necesariamente gigantes.
La intensidad del campo electromagnético varía según la altura en la atmósfera. Los más intensos se producen en la superficie debido a las tormentas eléctricas.
En todo caso se puede asumir una columna a lo largo de toda la atmósfera capaz de transportar bacterias cargadas eléctricamente hasta las capas altas de la
atmósfera.
Allí el campo puede igual la gravedad y las bacterias pueden permanecer durante años y ser seleccionadas para sobrevivir en ese ambiente tan hostil de alta
radiación y vacío. Estos microbios al final estarían por tanto mejor adaptados al viaje espacial en donde las condiciones, aunque similares, son aún peores.
Los microorganismos cargados eléctricamente pueden ser entonces empujados fuera del planeta a una velocidad superior a la de escape por plasmones
magnetosféricos, que son estructuras de plasma y campos magnéticos independientes que pueden ser barridos de la magnetosfera terrestre. Los microbios así
acelerados pueden entonces abandonar la Tierra o incluso el Sistema Solar hasta llegar a un sitio propicio para la vida. Según Dehel, debido a que este sistema
se mantiene constantemente, se podría haber sembrado de vida toda la galaxia mediante este método.
Ya en 1908 el químico Svante Arrhenius propuso un sistema similar de transporte de microorganismos, pero hasta hace poco no se contaban con las medidas
del campo electromagnético de la Tierra a gran altitud.
Aportado por Eduardo J. Carletti
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