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Liliana Bodoc: "Lo fantástico es mi espacio de compromiso y rebelión"
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La épica de mundos impregnados de magia y poblados por seres extraordinarios en busca de utopías también tiene escritores en español que triunfan. Un
ejemplo es la argentina Liliana Bodoc con su trilogía La saga de los confines, en la que destaca la creación de un universo cuyos objetos, elementos y
lugares están enraizados con la América aborigen. Esta entrevista es un recorrido por un género que cada vez hechiza a más lectores que buscan territorios más
allá de los fundados por Tolkien o Rowling.
(ElPais.es) La casa de la épica fantástica es un condominio multicolor e inapagable en el que conviven en tierras sin tiempo y embarcados en
enfrentamientos tan largos como la edad del agua, héroes que luchan por su honor o por su pueblo, mitologías de los más diversos orígenes, espadas con
poderes sobrenaturales, duendes, aprendices de brujo... "Son relatos colectivos y heroicos que nos proponen un mundo cerrado y autónomo, en el que el Bien
y el Mal se enfrentan categóricamente y en el cual interviene la magia, entendida no como lo que no existe sino como aquello que todavía no podemos explicar",
precisa la escritora argentina Liliana Bodoc (Santa Fe, 1958). Hace seis años, con la aparición en Argentina de Los días del Venado, primer libro de su
trilogía La saga de los confines, la hasta entonces inédita autora sumó a esa familia literaria de cuño anglosajón donde campean las creaciones de J. R. R.
Tolkien, Michael Moorcok, Julliet Marillier y Robert Carter, entre otras las leyendas, la naturaleza y los colores americanos en un territorio mágico llamado
Tierras Fértiles. Una trilogía que en España publica Edhasa.
Fenómeno editorial que lleva más de 120.000 ejemplares vendidos en América Latina y 13 reediciones, Bodoc cruzó el Atlántico en 2005. Para entonces
contaba con varios premios (menciones especiales de los internacionales Andersen y The White Ravens, entre otros) y la bendición, llegada por correo
electrónico, de la estadounidense Ursula K. Le Guin, pope de la literatura fantástica, quien al regresar de unas vacaciones por el Caribe, tras leer sus libros, le
escribía: "Vuelvo a casa de dos viajes. Pero el suyo me llevó más lejos". Editada por Edhasa en España y en proceso de traducción al alemán, el francés y el
italiano, la saga (que consta de Los días del Venado, Los días de la Sombra y Los días del Fuego) sigue sumando lectores, mientras
Bodoc espera la publicación, en Argentina, de su nueva novela Memorias impuras, una historia "fantástica pero no épica, con una alta carga de erotismo", sobre
el tiempo de los virreinatos y las logias americanas.
En un mundo tan diverso cultural, geográfica y socialmente, ¿para qué inventar otros?
La necesidad de imaginar universos alternativos está presente en la literatura oral de las culturas más diversas. La épica fantástica se propone la construcción
de un mundo paralelo en el que se narran relatos que deben reunir dos elementos esenciales. Tienen que ser colectivos son relatos de pueblos, llenos de
gentilicios y, además, de magnitud heroica. No se trata de relatos intimistas, aunque en algunos, sobre todo en los modernos, el tema psicológico o privado
aparezca. Tienen la intención de fijar un modelo a seguir y son, en ese sentido, didácticos. A esto hay que sumarle los tópicos casi necesarios del género que
son los viajes, de iniciación o de transformación, el héroe y el antihéroe y la aparición de dos polos siempre en guerra: el Bien y el Mal. Además, por supuesto,
lo fantástico, cierto enrarecimiento, que suele asociarse a un sistema mágico. Esto no significa que esos mundos no estén referenciados. Toman algún sector de
la realidad y lo subliman desde lo fantástico para presentar una mirada singular sobre ese microcosmos.
No son, pues, sitios desasidos de lo real...
No, en absoluto. Son especulaciones sobre la realidad. Que, además, muchas veces, por ejemplo en Ursula K. Le Guin, tienen mucho de ensayo: la historia
funciona casi como un experimento antropológico que se vale de la ficción para investigar y reflexionar, en su caso, sobre la problemática de género.
¿Cuál fue su experimento? ¿Qué quería lograr cuando se decidió a escribir La saga de los confines?
Lo mío es bastante paradigmático porque se asocia a una característica del género épico: existe el deseo de construir en la ficción un mundo deseado y
deseable, utópico. La saga de los confines narra el enfrentamiento bélico, pero también filosófico, social y económico, entre dos proyectos de mundo: uno que
tiene que ver con la diversidad, la libertad y el respeto por la naturaleza y otro que potencia la uniformidad, la esclavitud y la relación parásita. En ese contexto
se desarrollan amores, traiciones, guerras y toda la temática mágica característica del género, basada aquí en la concepción de los mapuches, aztecas y mayas y
en libros como el Popol Vuh. Hay, también, seres fantásticos como las mujeres pez o los lulus, criaturas de cola luminosa.
Gran parte de esta literatura siente cierta fascinación por lo medieval: castillos, caballeros, espadas... ¿Por qué?
Sí, en muchos relatos del género hay un medievalismo subyacente, una especie de melancolía, incluso, que se trasluce al imaginar ropas, alimentos, armas,
fortalezas. Si bien en mi saga no se da, porque el universo de los objetos y elementos se enraíza en la América aborigen, es cierto que los ropajes de lo
medieval, los largos viajes, las Cruzadas... exaltan la imaginación. Con visión crítica o vocación melancólica, la Edad Media es siempre una reserva de climas y
temáticas para la literatura. Parte de esa nostalgia se explica porque se la asocia con cierta buena lentitud, con una vivencia más humana y menos ruidosa del
tiempo.
¿Qué autores le abrieron a usted las puertas de la imaginación?
Trazar una historia del género nos lleva a épicas anónimas como la de Gilgamesh, el rey sumerio de la ciudad de Uruk unos 4.600 años atrás, o al mismo
Homero en Grecia, porque en ellos están los embriones de lo épico y lo fantástico. Pero nombraría a autores clave porque me propusieron universos con reglas
propias, novelas-mundo, clásicos infantiles como Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, de 1726, que es una gran alegoría de la situación
sociopolítica de la época. O Julio Verne, buena escuela a la hora de soñar desde la literatura cosas que después son posibles. Alicia en el país de las
maravillas, de Lewis Carroll, me parece también un texto fundamental con un apunte lleno de ternura: siempre he creído que el final era innecesario.
¿?
Es que... es lo olvidable del libro, porque la construcción fantástica de Carroll resulta tan verosímil, que intentar revertirla diciendo que las peripecias de Alicia
se explican por un sueño sólo se entiende como una obligación del matemático que él era, tratando de permanecer fiel a su época y su formación.
¿Y su encuentro con la épica fantástica propiamente dicha?
En forma consciente y apasionada llegué al género con Tolkien. Yo tenía unos 20 años y leí El Señor de los Anillos. Me encontré habitando un mundo
poblado por balrogs o demonios de apariencia semihumana, grandes arañas, águilas, elfos, dragones y demás monstruos con ecos de las mitologías celta,
germana y nórdica. Un universo del que peligrosamente no me quería ir. Fue casi adictivo para mí, que por impronta familiar venía leyendo mucho realismo del
boom y el posboom latinoamericano. Seguí con El Hobbitt y finalmente con El Silmarillion, su mejor texto, por la belleza de la prosa.
Tolkien y Le Guin son influencias que reconoce. ¿Qué recogió de cada uno de ellos?
De Tolkien, la idea de concebir otro mundo y las características del género épico modernizado; de Le Guin, la presencia fuerte de las mujeres y el trabajo
lírico con la palabra. Libros como Un mago de Terramar, El nombre del mundo es Bosque, La mano izquierda de la oscuridad fueron
puertas muy generosas a la obra de una escritora fundamental.
Casi estoy tentada a preguntarle si todos escribieron sobre lo mismo...
(Se ríe). En cierto sentido, sí, pero como decía Tolkien, aunque se comparta el argumento, lo que define una obra es el colorido, la atmósfera, los detalles
individuales e inclasificables del relato. Otro autor imprescindible es Robert E. Howard con su serie Conan de Cimmeria. Lo leí mucho después que a Tolkien,
aunque Howard escribe antes, durante la Gran Depresión de Estados Unidos.
Los adolescentes parecen los lectores más agradecidos del género, ¿o sólo es un prejuicio?
Los jóvenes reciben mejor estas historias porque son más generosos, más claros y más libres a la hora de no exigirle a la literatura un plus. La literatura vale,
para ellos, por sí misma. Yo he escuchado a muchos adultos decir: "Leo literatura histórica porque además aprovecho para aprender sobre tal o cual cosa". Le
exigen referencialidad, información o una utilidad que la literatura no tiene por qué tener como no tienen por qué aportarlas un cuadro o una sinfonía. Cuesta
mucho que a los escritores de este tipo se nos tome en serio.
¿Por qué?
Porque perdura una infravaloración de la imaginación que heredamos de prejuicios decimonónicos. Sigue habiendo la idea de que no es literatura seria...
Jaime Rest, crítico argentino muerto en 1979, afirmaba que el género policiaco, la ciencia-ficción y el terror eran diferentes respuestas a la dificultad del
siglo XIX para conciliar el racionalismo científico con los elementos sobrenaturales u oscuros del Romanticismo.
Coincido y pienso que lo fantástico, tomado en forma amplia, asume la complejidad de aquello para lo cual no tenemos respuestas racionales. Puede tener,
también, una fuerza transformadora increíble y plantarnos en un territorio de batalla social comprometida. Así, Kalpa imperial, de Angelica Gorodischer,
narra en once relatos, fragmentos de la historia del Imperio Más Vasto que Nunca Existió con un derroche magistral de imaginación. El libro habla básicamente
de la dictadura argentina y de la represión, desde un universo de ficción muy complejo.
¿Cómo explica el auge que vive este tipo de literatura desde hace una década al menos?
Creo que hay una necesidad social de comprensión de diferentes aspectos de lo real. La razón pura no agota las respuestas posibles y la literatura de fantasía
propone una mayor apertura. Es un auge que el cine amplifica: Harry Potter, El Señor de los Anillos, ahora Las Crónicas de Narnia
basadas en los libros de C. S. Lewis...
Seguramente este boom pasará y quedará sólo lo que valga la pena, pero resta un largo camino hasta juzgar a los escritores del género por la calidad de los
textos que presentan.
¿Qué tipo de relación existe entre su literatura y el realismo mágico?
Lo fantástico es una luz con la que me gusta iluminar la razón; por mi historia personal -mi padre fue siempre racional hasta el autoritarismo- ha sido mi espacio
de rebelión. García Márquez estableció un puente que yo agradezco entre el mundo de la literatura latinoamericana comprometida, combativa, preocupada por
las injusticias y lo fantástico. En Cien años de soledad, Remedios, la bella, puede levitar, pero Macondo no deja de ser un pueblo latinoamericano con
toda su problemática. Hasta el realismo mágico, conciliar esos mundos fue imposible para quienes sentían que literatura era compromiso social y pelea
revolucionaria y que el resto era de tilingos.
Le propongo el movimiento inverso: ¿cree que hay temas que sólo pueden abordarse desde la épica fantástica?
No me gustaría cometer contra el realismo lo que el realismo cometió contra la fantasía. Que hablen de duendes nomás, que hablen de lo que quieran. A la
literatura no hay que ponerle cáscaras ni cerrojos. La ficción debe ser pura libertad.
Aportado por Alejandro Alonso
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