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13/Nov/06



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Encuentro con el Rey del Terror

Stephen King presenta en Londres su nueva novela, 'Lisey's story', y habla de sus miedos, de su labor de escritor y del último misterio.

"Veo que es usted un veterano lector". El fan de Stephen King siente que le da vueltas la cabeza y le tiemblan las piernas cuando el mismísimo Rey del Terror en persona levanta la mirada y clava sus ojos profundamente azules en él, estudiándolo. Es sólo un momento, porque King valora mucho su tiempo (que es, literalmente, oro), pero es suficiente para que una helada oscuridad se enseñoree de tu corazón y lo ponga a galopar, pom-pom-pom-pom. Stephen King esboza una sonrisa en su inquietante boca sin labios y firma con trazo lento y metódico el viejo, ajado ejemplar de La sombra del vampiro (editorial Pomaire ¡1975!) que el fan ha puesto como una ofrenda sobre la mesa y que yace ahí unos segundos, interponiéndose paradójicamente como un talismán, un crucifijo, unos ajos, entre el novelista y su sobrecogido admirador. "Gracias por venir", suelta King con el tono del rancio conde al dirigirse a Jonathan Harker aquella intensa velada en Transilvania.

El fan ha llegado de lejos para ver al maestro. Ha viajado cargado con todos sus viejos libros de King, releyendo horrores (¡cuánto miedo acumulado!), en un avión que ha permanecido largo tiempo perdido sobre la niebla de Londres —exceso de tráfico, han dicho—, abismado sobre la panorámica de nada que ofrecía la ventanilla y espantado ante la imagen del viajero del asiento vecino que, hay que joderse, transporta con él una enorme caja con aspecto de ataúd. Sin duda es un violonchelo, se dice para tranquilizarse el fan, pero ¿y ese olor a tierra húmeda? ¿Acaso no se desplazaba en avión el vampiro Dwight Renfield de El aviador nocturno, ese Saint-Exupéry de colmillos largos?

Dos horas antes de la comparecencia de Stephen King, el fan ya está paseando impaciente por The Mall. En los jardines, un enorme cuervo medra entre las hojas secas poniendo unas notas de Poe con su graznido. Desde luego, aquí lo que no falta es ambiente, y eso que no hemos pasado por la abadía de Carfax.

La Foreign Press Association ocupa un caserón estilo regencia en Carlton House Terrace. La reunión de la prensa con el novelista es en el piso de arriba, en una amplia estancia que podría pertenecer al hotel Overlook de El resplandor, aunque cuando pasa una nube evoca, uuuuh, la Casa Marsten. Por un ventanal se ve una noria, lo que causa una indefinible desazón. Una joven imparte instrucciones antes de que (se) aparezca el autor. No quiere grabadoras cerca, y el encuentro seguirá un guión estricto. En la mesa, sólo agua: no es cuestión de tentar a King, que fue alcohólico de tal grado que ni se acuerda de cómo escribió Cujo.

Entra en la abarrotada sala Stephen King y por la mente del fan, que lleva más de 30 años esperando este momento, atraviesa fulgurante, imprevista, la frase del muchacho Mark Petri en El misterio de Salem's Lot, esa frase que según el maestro condensa todo lo que ha dicho y escrito en su vida sobre el género de horror: "La muerte es cuando te cogen los monstruos".

King (Portland, Maine, 1947) es alto, grande, cargado de espaldas, se mueve de manera algo deslavazada (lo normal cuando a uno le ha descoyuntado un Dodge Caravan del 85: lo atropellaron en 1999), como si su definitivamente feo jersey -hombre, Stephen, con lo que ganas: 40 millones al año- fuera un saco relleno de huesos. Vaqueros viejos, botas. Su rostro es de una palidez sobrenatural que potencia lo vívido, turbador, de una mirada penetrante que acecha tras unas gafas de culo de botella. El cabello plateado, peinado hacia atrás y hacia arriba, con un desconcertante mechón negro en el tupé, le da un aire a lo Elsa Manchester en The bride of Frankenstein. El fan entiende que el desasosiego que provoca el maestro en directo proviene de que reúne en su persona los tres arquetipos del terror (el propio King dixit en Danza macabra, Valdemar, 2006): el monstruo de Frankenstein (el paso vacilante), el hombre lobo (la mirada, las poderosas mandíbulas, la boca adusta, casi cruel) y el fantasma (la lividez, la transparencia casi). Stephen King tiene algo del hombre del saco, se asombra el fan. De la Cosa del Armario, del Vendedor de Pararrayos, del jefe de pista del Pandemónium de las Sombras. Del estremecedor clown Pennywise, la encarnación del mal en It ("Nadie ama a un payaso a medianoche"). Te pareces a lo que temes.

King se deja fotografiar con cierta languidez complacida de modelo profesional. "Ni que fuera el secretario de Defensa", bromea sobre la tormenta de flashes. Su voz es clara, profesoral, segura. Se centra en su nueva novela, Lisey's story (que, reciente entre nosotros Cell, no se publicará en España hasta dentro de un año). Destaca que es una historia de amor. Y lo es; qué importa si desde el principio el marido de la protagonista, un escritor de fama -un personaje familiar-, lleve dos años muerto y ella sienta su presencia y, al rebuscar entre sus cosas y escritos, se abisme en sus más íntimos secretos y horrores, incluido un zapapico que hace buena pareja con el hacha de Jack Torrance/Nicholson. El fantasma, el amor más allá de la muerte, la pareja, la insanidad de la creación, son temas de la novela. También lo peligroso de algunos fans...

"Es lo mejor que he escrito", afirma. ¿Autobiográfico? No, dice King, él no está muerto, evidentemente, y Lisey no se parece a su esposa, Tabitha Spruce ("Tabby no es sólo la mujer de, escribe y publica, tiene su propia y rica vida social y cultural, y tenemos hijos"). Pero sí hay algunos elementos propios: el estudio de Scott, el escritor de la novela, es el mismo de Stephen King.

¿Qué es lo más terrorífico en el mundo para usted? A la recurrente pregunta, el jueves, Stephen King tuvo una respuesta estupenda: "Hasta ayer, Bush. En serio, me preocupaba mucho el control del complejo militar. Lo de Rumsfeld ha sido como la muerte de la bruja". ¿Y el mayor misterio? "Qué sucede cuando uno muere". Si hubiera habido un reloj en la habitación podría habérselo escuchado avanzar implacablemente.

"Lo que hago es atacar las emociones de los lectores", señaló King. "Se me considera un escritor de horror, pero soy básicamente un doctor de emociones. Miedo, sí, pero también humor, o tristeza, como en Lisey's story. Todas las emociones vienen del mismo sitio. Mi trabajo consiste en hacerles olvidar a ustedes que tienen una cita, hacerles descuidar lo que tienen en el fuego... Si apagan la luz y sienten miedo de lo que hay bajo la cama, entonces, he ganado".

El fan asiente con el natural escalofrío. El encuentro ha terminado, y la imponente presencia de Stephen King se diluye en la sala como Nosferatu en un amanecer. El fan retiene una frase del maestro: "La imaginación es una espada de dos filos. Me gusta tenerla. Pero ¿qué hago con ella fuera de control a las tres de la mañana?". Fuera hace sol pero el cuervo sigue allí, picoteando en la tierra, incansable, como un lustroso y esmerado sepulturero.

Fuente: El País. Aportado por Eduardo J. Carletti


            

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