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El 'cerebro social', un hallazgo de la neurociencia
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¿Pueden las relaciones sociales actuar como amortiguadores de las enfermedades? De acuerdo con el siquiatra estadounidense Daniel Goleman, las relaciones no
sólo moldean nuestra experiencia, sino también nuestra biología, de modo que las relaciones nutritivas tiene un impacto benéfico sobre la salud, mientras que las
tóxicas pueden actuar como un veneno lento en nuestro cuerpo.
David Goleman es referencia de muchos expertos en sicología laboral en el mundo desde que 1995 mencionó por primera vez el término de "inteligencia
emocional", un concepto que ha revolucionado disciplinas como la sicología, la educación y los negocios al reivindicar un mayor papel de las emociones frente a
las habilidades de inteligencia clásicas.
Ahora, con su nuevo texto La inteligencia social, resultado de sus investigaciones recientes, el investigador ha querido agregar que la manera como el ser
humano se relaciona con sus semejantes tiene una importancia inimaginable; lo cual, a su decir, conduce a lo que podría significar, la relevancia de ser inteligente
en lo que hace a nuestro mundo social.
La neurociencia
En este sentido, la neurociencia ha descubierto que el diseño mismo del cerebro humano lo hace sociable e inexorablemente atraído a un íntimo enlace cerebro a
cerebro cada vez que nos relacionamos con otra persona.
"Ese puente nervioso permite hacer impacto en el cerebro, y por ende, en el cuerpo de cualquier persona con la que interactuamos, así como lo hacen esas
personas en nosotros", precisa Daniel Goleman en entrevista con El Universal.
Según el experto, "podemos comenzar a encontrarle sentido a cómo nuestro mundo social influye en nuestro cerebro y en nuestra biología, pues se ha
descubierto una conexión entre involucrarse en una relación dolorosa, y un aumento de las hormonas de estrés a niveles que dañan ciertos genes que controlan
células que luchan contra los virus".
En rigor agrega el investigador ser constantemente herido e irritado, o por el contrario, ser emocionalmente nutrido por alguien con quien compartimos el
tiempo a diario a lo largo de los años; puede, hasta cierto punto, remodelar los circuitos de nuestro cerebro.
En consecuencia, para Goleman "la respuesta social del cerebro exige que el hombre sea sabio, y que perciba que ya no sólo su estado de ánimo, sino su
biología misma, son dirigidos y moldeados por quienes están e interactúan en su vida y, a su vez, exige que nos hagamos cargo de cómo nosotros afectamos las
emociones y la biología de otras personas.
Estas transacciones tácitas son lo que equivale a las ganancias y pérdidas internas que experimentamos con una persona determinada, o en una conversación
determinada, o en un día específico.
Al final de la jornada el balance neto de sentimientos que intercambiamos con las personas con quienes hemos interactuado, determinan, en gran medida, que
tipo de día bueno o malo hemos tenido", asegura.
Las nuevas investigaciones
Para el también profesor de la Universidad de Harvard, el cerebro social es la suma de los mecanismos nerviosos que instrumentan nuestras interacciones,
además de nuestros pensamientos sobre las personas y nuestras relaciones; de modo que cada vez que nos relacionamos con otro ser humano cara a cara, o voz
a voz , o piel a piel nuestros cerebros sociales se entrelazan.
Para Goleman sus hallazgos son reveladores desde el nuevo campo de la neurociencia social, o la dinámica neurológica de las relaciones humanas, pues a su
decir, hay una clase de neurona recientemente descubierta, la célula fusiforme, que actúa más rápidamente que ninguna, guiándonos en decisiones sociales
inmediatas, y su presencia ha resultado más abundante en el cerebro humano que en otras especies.
A su vez, una variedad de células cerebrales, las neuronas espejo, perciben la acción que otra persona está a punto de realizar e instantáneamente nos preparan
para imitar ese movimiento; y por último, se ha descubierto, que cuando los ojos de una mujer, que un hombre encuentra atractiva, lo miran directamente, el
cerebro de él segrega una sustancia química que induce y libera el placer llamada dopamina, pero no lo hace cuando ella mira hacia otro lado. Cada uno de estos
descubrimientos está constituyendo una muestra instantánea del funcionamiento del cerebro social; de modo que para el siquiatra de la Universidad de Harvard
"podemos tener la medida de una relación en términos del impacto de una persona sobre nosotros y de nosotros sobre ella; lo cual sugiere una nueva dimensión
de una existencia idealmente vivida con talento e inteligencia social.
¿Cómo atender a otra persona, cómo llevar el ritmo de una interacción, cómo conversar, cómo comprender sus sentimientos, y cómo manejar los propios
sentimientos cuando uno está en relación con los demás?
Para Daniel Goleman estas preguntas proveen el fundamento esencial para una vida social competente. Según el experto, "con la inteligencia social, las relaciones
en sí mismas adquieren un nuevo significado, por lo cual, se deberá pensar en ellas de modo radicalmente diferente, para que resulten benéficias ante aquellos
con quienes nos relacionamos".
"Me refiero continúa el famoso psiquiatra a procurar una vida social competente, lo cual incluye percibir de manera instantánea el estado interior de otra
persona, comprender sus sentimientos y pensamientos con empatía, sentir con los otros, leer las señales emocionales no verbales, así como escuchar con
absoluta receptividad, armonizar con una persona, comprender los pensamientos, los sentimientos y las intenciones de nuestros semejantes", comenta el también
editor de la sección de Neurociencias en el periódico estadounidense The New York Times.
Las relaciones tóxicas
Según sus estudios, la ciencia médica ha señalado un mecanismo biológico que vincula directamente una relación tóxica o negativa con enfermedades cardíacas,
de modo que para el experto es importante prestar atención al impacto biológico de la vida social. Debemos reconsiderar, continúa Goleman, si realmente somos
inmunes a los encuentros sociales tóxicos.
Así como podemos recibir un virus de otra persona, también podemos "pescarnos" un estado emocional que nos haga más vulnerables a dicho virus, o que de
algún modo disminuya nuestro bienestar.
"De igual manera, podríamos intentar mantenernos apartados de aquellos que consideramos desagradables, pero mucha gente inevitable en nuestras vidas, entra
también en una categoría mixta: a veces nos hacen sentir bien y otras muy mal", dice el experto
"Por lo tanto, las relaciones ambivalentes exigen en nosotros una postura emocional, en la cual cada relación es impredecible, tal vez potencialmente explosiva, y
por eso requiere una vigilancia y un esfuerzo especial", precisa Goleman.
Lo tóxico en números
Las investigaciones de Goleman dan como resultado que aquellos con conflictos personales son 2,5 veces más propensos a resfriarse, poniendo las relaciones
tormentosas en el mismo rango causal que una deficiencia de vitamina C y falta de sueño.
Asimismo, los conflictos con duración de un mes o más, aumentan la susceptibilidad, mientras que las discusiones interminables son malas para la salud y el
aislarse es aún peor.
Para el siquiatra, cuanto más socialicemos, seremos menos susceptibles al resfrío; ya que las conexiones sociales positivas aumentan el buen humor y acotan el
malo, aumentando la función inmunológica en situaciones de estrés. Comparados con quienes cuentan con una vasta red de conexiones sociales, aquellos con
menos relaciones cercanas resultaron 4,2 veces más propensos a enfermarse, asegura.
Del mismo modo se ha demostrado que los efectos del estrés continuo afectan hasta el nivel de la expresión genética de las células inmunológicas esenciales para
enfrentarse a las infecciones y cicatrizar las heridas, acelerando incluso, el ritmo del envejecimiento de las células y agregando años a la edad biológica de los
individuos. Por último, para Daniel Goleman, "la reciente aparición de la neurociencia social significa que ha llegado el momento para un renacimiento de la
inteligencia social junto con su hermana, la inteligencia emocional".
A su entender, la fuerza más poderosa de la arquitectura del cerebro es seguramente la necesidad de navegar y transitar por el mundo social, agregando así, las
capacidades a menudo ignoradas que no obstante importan inmensamente en nuestras relaciones, entre otras, "la preocupación por nuestros semejantes, la
conciencia social, la precisión empática, la escucha efectiva, la sincronía y la expresión positiva ", concluye.
Fuente: Vanguardia, El Universal. Aportado por Eduardo J. Carletti
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