25/Oct/07!f>
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Descubren nuevos secretos en La Gioconda de Leonardo Da Vinci
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Un experto asegura que tuvo cejas y pestañas. Y dijo que el pintor iba a elaborar un rostro más ancho y una sonrisa más expresiva pero cambió de parecer.
También asegura que sostiene un manto ya imperceptible.
La Mona Lisa sí tenía originalmente cejas y pestañas y en principio su célebre autor habría intentado un rostro más ancho y una sonrisa un tanto más expresiva.
Al menos así lo afirman nuevas pruebas realizadas con un escáner digital reali zadas por el ingeniero francés Pascal Cotte.
Subyugado por la obra maestra de Leonardo Da Vinci en su niñez, Cotte diseñó una cámara que le permitiera desentrañar sus secretos y deconstruir a partir de
imágenes de alta definición no sólo el proceso de deterioro que la obra sufrió a lo largo del tiempo, sino además los pasos, pintura sobre pintura, dados por el
artista en su creación.
Los resultados de la investigación, las pruebas fotográficas y las imágenes hasta 24 veces ampliadas, trabajo que, según calculó Cotte, le demandó unas tres mil
horas de análisis, se encuentran actualmente en exhibición en el Complejo Metreon de San Francisco.
Un escáner de 240 megapixeles capaz de generar imágenes ultradetalladas, fue la herramienta para desentrañar uno de los principales enigmas del retrato de Da
Vinci: la presencia o ausencia de cejas y pestañas.
Durante siglos los especialistas y aficionados han realizado especulaciones respecto de esa ausencia. Algunos concluyeron que el artista nunca llegó a pintarlas,
porque realmente nunca llegó a terminar el retrato; otros que de acuerdo a la moda florentina la modelo llevaba las cejas depiladas; y también se llegó a pensar
que pudieron haber sido borradas en alguno de los procedimientos de restauración.
Esta última hipótesis parece ser confirmada por las pruebas del ingeniero parisino que dice haber encontrado en las imágenes de alta definición una pincelada
sobre el ojo izquierdo que conduciría a pensar que cejas y pestañas existieron y que fueron borradas en los sucesivos esfuerzos de restauración.
Cotte trabajó con imágenes tomadas en el laboratorio del Louvre con una cámara digital, especialmente desarrollada para esa tarea. Se trata de un aparato de
veintidós gigabytes y trece filtros de colores, notablemente superior a las cámaras regulares que poseen sólo tres o cuatro filtros.
Los sensores desarrollados por Cotte para captar no sólo las ondas lumínicas del espectro visible sino también aquellas que caen en las áreas de infrarrojo y
ultravioleta, y que son invisibles al ojo humano, hicieron posible desnudar a la Mona Lisa y escarbar en sus secretos.
A partir de ello, el ingeniero concluye que Da Vinci cambió de parecer sobre la posición de dos dedos de la mano izquierda de la Mona Lisa. También, que la
archiestudiada sonrisa, iba a ser en principio un tanto más expresiva de lo que luego resultó y que el rostro habría sido más ancho.
La Mona Lisa o La Gioconda sostiene además un manto casi imperceptible, de acuerdo al análisis de Cotte.
Pero no queda todo allí. Estas nuevas pruebas, tal como afirma el investigador, han podido revelar los colores originales de la obra ocultos por el tiempo, el
barniz y las sucesivas restauraciones.
Al parecer la pintura original no lucía como puede vérsela ahora saturada de verdes, amarillos y marrones, sino más bien con azules claros y blancos brillantes.
"Para las próximas generaciones garantizamos que siempre podrán conocer el verdadero color de la obra", enfatizó Cotte, que espera que su técnica pueda ser
utilizada en futuras restauraciones. Sin embargo algunos especialistas e historiadores de arte se han manifestado escépticos frente a estos nuevos hallazgos.
En tanto, el ingeniero francés ya ha tomado imágenes de alta definición de otras tantas obras de arte, alrededor de 500, entre las que se incluyen famosas pinturas
de Van Gogh, Brueghel, Courbet y varios maestros europeos más.
Revelaciones que sólo dan lugar a nuevos enigmas y que siguen acrecentando el poder de seducción de las grandes obras, de los grandes maestros y sus
misterios inacabables.
Fuente: Clarín. Aportado por Eduardo J. Carletti / Marcelo Shulman
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