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Monstruos cercanos
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Eduardo Angulo ha publicado un libro titulado "Monstruos. Una visión científica de la criptozoología", donde
estudia las leyendas del Yeti y el Bigfoot, argumentando que ambas son variaciones regionales de un mismo tema: el
hombre salvaje. Aquí presentamos algunas de sus conclusiones.
De Nessie hay fotos malas y ninguna prueba física. Todo lo contrario ocurre con el más famoso de los homínidos con
los que, según algunos, compartimos la Tierra: el Yeti. "Las leyendas de hombres salvajes son propias de regiones
boscosas. La gente del Himalaya sitúa al Yeti en los bosques. Hemos sido los occidentales los que lo hemos llevado a
las cumbres nevadas", asegura Eduardo Angulo.
Las pruebas del Yeti se reducen a rastros de huellas y fragmentos de piel guardados en monasterios tibetanos.
El más famoso de los primeros es el descubierto por Eric Shipton y Michael Ward en 1951, una de cuyas fotos fue
subastada recientemente en Christie's por casi 5.000 euros. "En 1977 y tras años de decepcionante búsqueda, Ward
dijo que seguramente las huellas correspondían a un nativo del Himalaya, descalzo y resistente al frío, con alguna
deformación congénita o adquirida en los dedos de los pies", explica el biólogo, que recuerda que en los años 50 un
experto del Museo Británico las achacó al mono langur, típico de la región. El alpinista Reinhold Messner, que vio al
Yeti en 1986, cree que el abominable hombre de las nieves no es tal. "Todas las pruebas apuntan a una especie de
oso pardo de hábitos nocturnos", sostiene.
Los cueros cabelludos atesorados en lamaserías no corresponden, sin embargo, a plantígrados. Edmund Hillary, el
escalador británico que conquistó el Everest, consiguió en 1960 que le dejaran una de esas piezas durante seis semanas.
Un análisis hecho en Bélgica concluyó que se trataba de piel del cuello de una cabra del Himalaya. Últimamente, los
criptozoólogos recurren a los estudios genéticos de los restos biológicos de los hombres salvajes y, aunque muchos
análisis de ADN han sido anunciados, de pocos se han publicado los resultados. "No se suelen dar a conocer porque
prueban que no hay nada extraordinario", apunta Angulo.
Bosques de Norteamérica
El pariente norteamericano del Yeti, conocido como Bigfoot -para el hombre blanco- o Sasquatch -para los
indígenas-, no ha corrido mejor suerte. Los criptozoólogos han visto en los últimos años cómo las pruebas más
sólidas a favor de su existencia se desmoronaban. Al igual que con el Yeti, los restos atribuibles al hombre salvaje
de Norteamérica son escasos, cuando tenían que abundar si existiera una población de homínidos. Se reducen casi
siempre a huellas, la primera de las cuales fue encontrada en agosto de 1958 en el condado californiano de Humboldt,
cerca de la maquinaria utilizada para las obras de una carretera.
Hace cinco años, John Aumann, uno de los obreros, reveló que su jefe, Ray Wallace, había creado las huellas para
meter el miedo en el cuerpo a los gamberros que de noche destrozaban sus útiles de trabajo. Un sobrino del empresario
guarda todavía las plantillas de madera que ató su tío a la suela de las botas para dar vida al Bigfoot. Poco después, en
2004, se supo quién se había disfrazado de hombre-mono para la famosa película rodada por los vaqueros Roger
Patterson y Bob Gimli en 1967 en Bluff Creek, California. La piel del monstruo ocultaba a Bob Hieronimus, un
trabajador de Pepsi.
Para colmo, un análisis de ADN de un mechón atribuido al homínido, hecho por científicos de la Universidad de Alberta
(Canadá), demostró en julio de 2005 que el Bigfoot tiene cuernos: el pelo pertenecía en realidad a un bisonte
americano.
Fuente: www.laverdad.es. Aportado por Francisco Costantini
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