12/Feb/08!f>
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¿Cuál es su índice de consumo?
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La gente que consume poco desea disfrutar del estilo de vida del alto consumo.
Para los matemáticos, 32 es un número interesante: es 2 elevado a la quinta potencia, 2 por 2 por 2 por 2 por 2. Para
los economistas, 32 es aún más especial, porque mide la diferencia entre el estilo de vida entre el primer mundo y el
mundo en desarrollo. Los índices medios en que la gente consume recursos como petróleo y metales, y produce basura
como plásticos y gases de invernadero, son más o menos 32 veces más altos en Estados Unidos, Europa occidental,
Japón y Australia que en el mundo en desarrollo. Ese factor '32' tiene grandes consecuencias.
Para entenderlas, considere la preocupación por la población mundial. Hoy hay más de 6.500 millones de personas, y
esa cantidad puede crecer hasta 9 mil millones dentro de este medio siglo. Varias décadas atrás, mucha gente
consideraba que el crecimiento de la población era el principal desafío a enfrentar por la humanidad. Ahora nos damos
cuenta de que sólo importa en cuanto la gente consume y produce.
Si la mayor parte de los 6.500 millones de personas del mundo estuvieran en un freezer y no metabolizaran ni
consumieran, no crearían ningún problema de recursos. Lo que realmente importa es el consumo total del mundo, la
suma de todos los consumos locales, que es el producto de la población local por el índice de consumo per cápita. Los
mil millones de personas que se estima viven en los países desarrollados tienen un índice medio de consumo por cápita
de 32. La mayor parte de los otros 5.500 millones de personas del mundo constituyen el mundo en desarrollo, con un
índice de consumo per cápita por debajo de 32, más bien cerca de 1.
La población está creciendo, especialmente la del mundo en desarrollo, y alguna gente sigue obsesionada con esto.
Notan que la población de países como Kenia crece rápidamente, y dicen que es un gran problema. Sí, es un problema
para los más de 30 millones de habitantes de Kenia, pero no es una carga sobre todo el mundo, porque ellos consumen
muy poco. (Su índice medio per cápita es 1.) El verdadero problema para el mundo es que cada uno de los 300
millones de estadounidenses consume tanto como 32 habitantes de Kenia. Con 10 veces más población, los Estados
Unidos consumen 320 veces más recursos que Kenia.
La gente del tercer mundo es consciente de esta diferencia de consumo per cápita, aunque la mayoría no podría
especificar que existe un factor de 32. Cuando creen que sus oportunidades de ponerse al día son inútiles, a veces se
sienten frustrados y violentos, y algunos se vuelven terroristas, o toleran y apoyan a los terroristas. Desde el 11 de
septiembre de 2001 ha quedado en claro que los océanos que protegieron alguna vez a los Estados Unidos ya no lo
hacen. Habrá más ataques terroristas contra ellos y Europa, y quizás contra Japón y Australia, mientras persista esa
diferencia factorial de 32 entre los índices de consumo.
La gente que consume poco desea disfrutar del estilo de vida del alto consumo. Los gobiernos de los países en
desarrollo hacen del crecimiento de los estándares de vida una meta fundamental de la política nacional. Y diez millones
de personas del mundo en desarrollo buscan el estilo de vida del primer mundo por sus propios medios, emigrando,
especialmente a los Estados Unidos y Europa occidental, Japón y Australia. Cada traslado de una persona a un país de
alto consumo eleva los índices de consumo del mundo, aunque la mayoría de los inmigrantes no tiene éxito inmediato en
multiplicar su consumo por 32.
Entre los países en desarrollo que intentan aumentar el índice de consumo per cápita sobresale China. Tiene la economía
de crecimiento más rápido del mundo, y hay 1.300 millones de chinos, cuatro veces la población de los Estados Unidos.
El mundo ya se está quedando sin recursos, e incluso lo hará más pronto si China alcanza los índices de consumo de los
Estados Unidos. China ya compite por el petróleo y los metales en los mercados mundiales.
Los índices de consumo per cápita de China siguen siendo más o menos 11 inferiores a los de Estados Unidos, pero
imaginemos que llegan a ese nivel. También facilitemos las cosas imaginando que nada más sucede para aumentar el
consumo del mundo; o sea, que ningún otro país aumenta su consumo, que todas las poblaciones nacionales (incluso la
de China) se mantienen sin cambios y que cesa la inmigración. Si China llega a lograrlo doblaría en términos generales
los índices de consumo del mundo. El consumo de petróleo aumentaría un 106%, por ejemplo, y el del metal un 94%.
Si además India hiciera lo que China, los índices de consumo del mundo se triplicarían. Si todo el mundo en desarrollo
de repente lo lograra, los índices mundiales aumentarían once veces. Sería como si la población mundial creciera a 72
mil millones de personas (manteniendo los actuales índices de consumo).
Algunos optimistas afirman que podríamos sostener un mundo con nueve mil millones de personas. Pero no he
encontrado a ninguno lo bastante loco para afirmar que podríamos sostener a 72 mil millones. Sin embargo, a menudo
prometemos a los países en desarrollo que si adoptan buenas políticas -por ejemplo, instituciones gubernamentales
honestas y una economía de libre-mercado- ellos también podrían disfrutar de un estilo de vida del primer mundo. Esta
promesa es imposible, una broma cruel: estamos teniendo dificultades para sostener un estilo de vida del primer mundo
incluso ahora, para apenas mil millones de personas.
Los estadounidenses pueden pensar en el creciente consumo de China como un problema. Pero los chinos apenas están
alcanzando los índices de consumo que ya tienen. Decirles que no lo intenten sería inútil.
El único enfoque que China y otros países en desarrollo aceptarán es apuntar a que los índices de consumo y los
estándares de vida sean más iguales alrededor del mundo. Pero el mundo no tiene suficientes recursos para permitir que
China aumente sus índices de consumo, ni pensar en los del resto de los países. ¿Acaso esto significa que nos dirigimos
hacia un desastre?
No, podríamos obtener un resultado estable en el cual todos los países convengan en índices de consumo
considerablemente por debajo de los actuales niveles más altos. Los estadounidenses podrían oponerse: no hay manera
de sacrificar sus estándares de vida en beneficio de la gente del resto del mundo. Sin embargo, ya sea que lleguen a eso
dispuestos o no, pronto tendrán índices de consumo más bajos, porque los actuales son insostenibles.
Sin embargo, no se necesitarían reales sacrificios porque los estándares de vida no se asocian firmemente a los índices
de consumo. Mucho del consumo en los Estados Unidos es derroche y contribuye poco o nada a la calidad de vida.
Por ejemplo, el consumo per cápita de petróleo en Europa occidental es la mitad del de los Estados Unidos, y sin
embargo el estándar de vida de Europa occidental es más alto según cualquier criterio razonable, incluyendo esperanza
de vida, salud, mortalidad infantil, acceso a la asistencia médica, seguridad financiera después del retiro, tiempo de
vacaciones, calidad de escuelas públicas y ayuda a las artes. Pregúntese si el derroche de gasolina contribuye
positivamente a cualesquiera de esas medidas.
Otros aspectos de ese consumo son derroches, también. La mayor parte de las industrias pesqueras del mundo todavía
funcionan de manera no-sustentable, y muchas han quebrado o bajado su producción, aunque sabemos administrarlas
de manera de preservar el ambiente y la provisión de peces. Si fuéramos a administrar todas las industrias pesqueras de
manera sustentable, podríamos extraer peces de los océanos en cantidades máximas históricas y continuar
indefinidamente.
Lo mismo con los bosques: ya sabemos explotarlos de manera sustentable, y si lo hiciéramos en todo el mundo,
podríamos extraer suficientes árboles para resolver las necesidades de madera y papel del mundo. Sin embargo, la
mayoría de los bosques se manejan de manera no-sustentable, y la producción disminuye.
Exactamente como es seguro que en el curso de nuestra vida en el primer mundo consumiremos menos que ahora, es
también seguro que los índices de consumo per cápita en muchos países en desarrollo un día serán casi las del primer
mundo. Éstas son tendencias deseables, no horribles perspectivas. De hecho, ya sabemos cómo alentar las tendencias;
la principal ausencia ha sido la voluntad política.
Por fortuna, durante el año pasado se han visto señales alentadoras. Australia celebró una reciente elección en la cual
una gran mayoría de votantes invirtió el curso político de cabeza-en-la-arena que su gobierno había seguido durante una
década; el nuevo gobierno apoyó de inmediato el Protocolo de Kyoto sobre reducir las emisiones de gases del
invernadero.
También el año pasado ha aumentado notablemente la preocupación por el cambio climático en los Estados Unidos.
Incluso en China tienen lugar vigorosas discusiones sobre política ambiental, y las protestas públicas detuvieron hace
poco la construcción de una enorme planta química cerca del centro de Xiamen. Por lo tanto, soy cautelosamente
optimista. El mundo tiene serios problemas de consumo, pero podemos solucionarlos si elegimos hacerlo.
[Publicado por primera vez en partes por el New York Times, 2 de enero de 2008]
Fuente: Edge 233 - Jared Diamond. Aportado por Graciela Lorenzo Tillard
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