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15/Ago/08



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Cine y literatura, ¿tan reales como la vida misma?

Un estudio del Centro Médico Universitario de Groningen mostró que "las formas tradicionales de transmitir sensaciones, como el cine o un libro, tienen mucha fuerza para activar emociones reales en el cerebro". La imaginación completa la sensación.

Una experiencia leída en un libro o vista en el cine afecta al mismo compartimento cerebral que las vivencias personales, según un estudio realizado por el Centro Médico Universitario de Groningen, en Holanda.

Originalmente, el estudio, realizado por Mbemba Jabbi, Jojanneke Bastieaansen y Christian Keysers, pretendía demostrar que la capacidad de impacto emocional que provoca la lectura de un texto era equivalente a la que produce una imagen. Sin embargo, tras un estudio con resonancias magnéticas en los cerebros de diferentes personas, a quienes se enfrentó a la sensación de la repulsión a través de la imagen, la palabra y la experiencia personal, los tres estímulos situaron en el mismo lugar cerebral su reacción: en la ínsula anterior.

"Aunque conseguimos demostrar lo que queríamos, nos sorprendió la fuerte activación que el cerebro sufría ante estos impulsos", explica en una entrevista telefónica con la agencia EFE Christian Keysers, director científico del NeuroImaging Center de Groningen. Y se trataba de sensaciones por completo basadas en la ficción.

En el estudio, dieciocho personas recibieron un estímulo de un sabor desagradable, doce vieron en pantalla una película de tres segundos con un actor con cara de asco tras sorber de una taza, y otros doce leyeron textos sobre cómo, por ejemplo, un hombre borracho les salpicaba con su vómito en la boca. Tras juntar la resonancia magnética del cerebro de toda la muestra, en los tres tipos de experiencia la ínsula anterior del cerebro --donde se localiza la sensación de repulsa-- reaccionó de la misma manera.

"Es, en primer lugar, un mensaje muy positivo para los libros y los periódicos, pues explica que el canal no cambia el mensaje", según el científico, que cree que la sociedad actual da demasiada importancia al lenguaje visual y que el experimento refuta la afirmación de que una imagen vale más que mil palabras.

Pero también, mientras se siguen explorando las posibilidades de una realidad virtual de impulsos sofisticados, el estudio demuestra que "las formas tradicionales de transmitir sensaciones, como el cine o un libro, tienen mucha fuerza para activar emociones reales en el cerebro". En el estudio se demostró cómo la imaginación completa la sensación de realidad y, por ello, "las personas que tienen una mayor capacidad de fantasía son los que reciben de manera más fuerte las emociones", explica.

A pesar de que el experimento se realizó con una sensación de desagrado "sabemos que el placer corporal tiene unos mecanismos de activación muy similares", aseveró Keysers. Este descubrimiento acerca un poco más a la creación de emociones artificiales, pero todavía queda lejos de la posibilidad de crear estados de ánimo: "No sabemos todavía cómo funcionan los placeres intelectuales. No sabemos cómo causar reacciones como la felicidad, y de momento sólo podemos tratar con reacciones que duran diez segundos", argumenta el científico.

Y aun en el caso de la percepción completa de una sensación, este descubrimiento se centra sólo en esa primera reacción emocional, que en la vida real se completa "con otros estímulos, como la temperatura o la percepción del ambiente", indicó. Provocar reacciones cerebrales ya había sido utilizado para estudiar a los pacientes epilépticos, a los que se les ha instalado implantes cerebrales que, con sus impulsos eléctricos, ayudan a comprobar el estado de la enfermedad. Pero ahora Keysers aplicará los resultados de este estudio para entender a unos pacientes muy concretos, los autistas, para su próxima meta científica. "No es completamente cierto que estén al margen de las emociones de los demás. Queremos estudiar la posibilidad de que no quieran estar con la gente porque sean demasiado sensibles a las emociones que perciben en los demás", concluye.

Fuente: El Economista de México. Aportado por d j b

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