La vida de la joven Casey está a punto de dar un vuelco terrorífico. Todo empieza una noche en la que uno de los niños a los que hace de canguro murmulla
unas extrañas palabras y le golpea la cara
A priori un incidente aislado pero que en realidad va a ser el detonante de insoportables pesadillas, extrañas apariciones y ataques inexplicables. Para tratar de
poner fin a esta peligrosa situación, Casey investigará sobre el origen de las agresiones que sufre, lo que la sumergirá de lleno en viejas creencias y mitologías, a
la vez que descubrirá los terribles secretos que esconde su familia. A partir de aquí, ya nadie estará a salvo.
Otra película que confunde el miedo con el susto, y van... Son tantas que uno ya no sabe cómo expresar su enfado. Tomemos el ejemplo de Los
extraños. Una película que caía descaradamente en la misma trampa pero que por lo menos al principio se molestaba en crear un ambiente desconcertante,
lo cual ayudaba a que tragáramos la broma durante un buen rato. Ya es algo.
La semilla del mal no tiene ni eso. Pero para ser justos hay que descubrirse ante la sinceridad del director, ya que desde los primeros compases deja
clarísimas sus intenciones. En efecto, la primera escena nos dice que ésta va a ser una película en la que la intensidad de los decibelios va a aumentar
periódicamente mientras la guapísima Odette Yustman luce sus ajustados modelitos. Nada más.
Por si fuera poco, David S. Goyer (guionista de las dos entregas del Batman de Christopher Nolan) ni se molesta en ser mínimamente creativo a la
hora de endosarnos los supuestos sobresaltos. El espejo, el armario oscuro, la loca desquiciada que está de espaldas, el niño repelente tenebroso... un itinerario
por todos los lugares comunes del cine de terror de los últimos años, en el que podemos anticipar con precisión de cirujano el momento exacto del chillido /
aullido / berrido de turno. Simplemente desesperante.
De modo que ahí va un buen consejo: al mal tiempo buena cara. Tomémonos la película como lo que es, un auténtico bodrio. De este modo nos libraremos de
las ataduras del espectador enfadado y podremos apreciar las ricas sutilezas de esta obra.
Racionalizando, estamos ante un frenético cruce de géneros cinematográficos. El primero de ellos es el erótico. Cual macho alfa en celo, Goyer ve en cada
situación la excusa perfecta para hacer practicar a su joven diva incontables posturitas insinuantes delante de la cámara, para mayor deleite del tierno público
que justo debe empezar a aprender cómo funciona su miembro viril. Del género erótico bebe también el director para introducir sus supuestas escenas
terroríficas. Véase el clásico corte de: "Hola, soy el lampista. ¡Adelante, pase a mi habitación, mi amiga y yo estamos desnudas!". En nuestro caso la cosa va
así: "Practicaremos el exorcismo en la cálida y acogedora sinagoga, ¿verdad? - No, hija mía, vayamos mejor al tétrico hospital psiquiátrico abandonado". Ya lo
ven, diferente contenido; misma forma.
Los diálogos de besugo que abundan en todo el metraje (genial Yustman repitiendo siempre las intervenciones de sus contertulios para que nos perdamos ante
la avalancha de información que se nos viene encima) no son más que sutiles pistas que nos revelan lo que en realidad había pretendido siempre el Sr. Goyer.
Las sospechas de que la película es en realidad una comedia se confirman en su tramo final, apoteosis absoluta del despropósito en la que es imposible evitar el
desencaje de mandíbula producido por la risa incontenible.
Debido a la fecha de su estreno el filme no entró en la última ceremonia de los Globos de Oro. Una lástima, porque viendo quién ganó, seguro que este año
La semilla del mal habría arrasado en la categoría de mejor comedia o musical.
Avance publicado
Fuente: El Séptimo Arte. Aportado por Graciela Lorenzo Tillard