Un científico planea conservar su cerebro plastificado para que se pueda implantar en un robot

Parece el guión de una película de ciencia ficción, pero es real. Al menos en la cabeza del científico Ken Hayworth, de la Universidad de Harvard, que lleva muchos años trabajando en la posibilidad de realizar un experimento consistente en el «download» de todas las conexiones de un cerebro humano —lo cual para él implica a volcar la personalidad entera— a una máquina

Ken Hayworth quiere que su 100.000 millones de neuronas y más de 100 billones (1012) de sinapsis sean encapsuladas en un bloque de resina transparente de suave color ámbar antes de morir de causas naturales. El cerebro luego se volcaría a un sistema informatizado. Para esto debe pasar por el proceso de ser conservado gracias a la plastinación, el sistema de preservación de material biológico creado por el artista y médico científico Gunther von Hagens en 1977, que consiste en extraer los líquidos corporales como el agua y los lípidos por medio de solventes como acetona fría y tibia para luego sustituirlos por resinas elásticas de silicona y rígidas epóxicas.

Cuando Hayworth era un estudiante graduado en la Universidad del Sur de California, construyó una máquina en su garaje que cambió la forma de hacer cortes de tejido cerebral y observarlos en los microscopios electrónicos. Ahora, y desde hace más de 10 años, Hayworth pasa días y noches en su laboratorio tratando de lograr al secreto de la inmortalidad de la personalidad humana.

«Si tu cuerpo deja de funcionar, empieza a comerse a sí mismo», explica, «hay es detener las enzimas que destruyen el tejido». Si todo va según lo previsto, dice alegremente: «Voy a ser un fósil perfecto».

Con este paso previo, en un día no muy lejano, su conciencia se revivirá en una computadora. En 2110, predice Hayworth, el download o descarga de la mente —la transferencia de un cerebro biológico a uno cuyo funcionamiento esté basado en el silicio— será tan común como lo es hoy en día la cirugía ocular con láser.

«Vamos a tratar de mantener el cerebro, a cortarlo luego en rodajas muy finas, simularlo en una computadora, y usarlo en el cuerpo de los robots. Será un equipo perfecto basado en el cerebro humano», dijo. El cerebro tiene la personalidad y el robot es, en la práctica, inmortal, ya que se pueden ir reparando y manteniendo en condiciones sus partes a medida que es necesario.

Para estos fines ofrece utilizar la descarga de la estructura de las neuronas y sinapsis de su propio cerebro, como todo buen científico obsesionado en los resultados de su investigación. Está listo a despedirse de este mundo por el bien de este experimento, lo que puede suponer una verdadera revolución científica. «Es mejor que volverse demasiado viejo o enfermo», sostiene el científico.

La ciencia —o tecnología para leer las conexiones entre las neuronas— ha sido bautizada «conectómica«. Entre algunos estudiosos de la conectómica hay una gran teoría: Somos nuestros conectomas. Nuestro ser —la forma única de pensar, actuar, sentir, está grabada en el cableado de nuestro cerebro. A diferencia de los genomas, que nunca cambian, los conectomas siempre están siendo moldeados y remodelados por la experiencia de vida. Sebastian Seung, profesor de neurociencia computacional en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, y un destacado defensor de la gran teoría, describe el conectoma como el lugar donde «la naturaleza se encuentra con la educación».

Hayworth lleva esta teoría un poco más allá. Él considera el crecimiento de conectómica —especialmente los avances en la preservación de los tejidos del cerebro, la toma de imágenes y las simulaciones por ordenador de las redes neuronales— como algo más: una solución para la muerte. En un nuevo artículo en la revista International Journal of Machine Consciousness (Revista Internacional de la Conciencia en la Máquina), sostiene que «subir» la mente a un sistema informático es un «gran reto de ingeniería», pero que se puede lograr sin «ciencia y tecnologías radicalmente nuevas».

Este no es un punto de vista predominante. En el mejor de los casos, muchos estudiosos consideran que la creencia en la inmortalidad de Hayworth es un desvío excéntrico, demasiado tonto para tomarse en serio. «Voy a fingir que no me preguntó eso», espetó J. Anthony Movshon, profesor de neurociencia y psicología en la Universidad de Nueva York, cuando se le planteó el tema.

Sin embargo, para Hayworth, la ciencia está a punto de cambiar las expectativas: «Si hace 100 años alguien decía que íbamos a tener satélites en órbita y pequeñas cajas en nuestros escritorios que se pueden comunicar a través del mundo, habría sonado muy extraño». Cien años a partir de ahora, según él, nuestros descendientes no entenderán cómo muchos de nosotros no nos tomamos el tiempo para abrazar la inmortalidad. En un ensayo inédito, «Killed by Bad Philosophy» («Asesinado por la mala filosofía»), escribió: «Nuestros nietos dirán que no hemos muerto a causa de enfermedades del corazón, cáncer o derrame cerebral, sino que hemos muerto patéticamente a causa de la ignorancia y la superstición», lo cual implica la creencia de que hay algo fundamentalmente imposible de conocer acerca de la conciencia, y que por lo tanto nunca puede ser replicado en una computadora.

Antes de llevar a cabo su experimento, Ken organizará una pequeña fiesta de despedida para sus amigos y familiares, la mayoría de los cuales no aprueba la idea de que sacrifique la vida, aunque sea en un experimento —como el mismo sostiene— tan importante para la humanidad.

Fuente: Varios sitios. Aportado por Eduardo J. Carletti

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