«Zoning», de Jorge Morales Aimar, en Editorial Laborde

En el futuro, los hombres soportan un doble problema: la naturaleza irremediablemente muerta y el poder concentrado del estado

Zoning
Jorge Morales Aimar
Epílogo de Diego Roldán
Editorial Laborde
2009
165 páginas.

En el futuro, los hombres soportan un doble problema: la naturaleza irremediablemente muerta y el poder concentrado del estado. Las ciudades han convertido en agria distopía la quimera de vivir armónicamente ligados unos a otros por el bien común.

En el violento decurso de los años, sólo aquellos que acreditaron su condición de propietarios consiguieron amparo en el regulado mundo urbano. Se beneficiaron de un conjunto de servicios dictados por una administración todopoderosa y revanchista, que recuperaba del pasado su falsa imagen democrática y humanista.

Después de expulsados los sobrantes, un grupo de hombres luchó por su retorno, pero fueron derrotados política y militarmente por el ejército estatal. Luis Larsen, ex-combatiente de Voluntad del Pueblo, sobrevive no sin dificultades en el régimen de amnistía dado por el gobierno a aquellos que participaron en esa organización.

Expulsado como profesor de la universidad, se gana la vida escribiendo artículos para el Transferencial, único circuito electrónico permitido por las autoridades. Entre el desencanto y la pasión, sueña con volver a aquellos lugares donde vanamente luchó por el reconocimiento y el retorno de los exiliados.

Al conocer a Alejandra Wilson, funcionaria estatal, ese sueño se hará realidad, pero no en las condiciones «heroicas» y «revolucionarias» que imaginaba en sus largas caminatas solitarias por la Principal Prospetk.

Fragmento del epílogo de Diego Roldán
Pág. 165

Formalmente Zoning es un diario y una novela. La posición del autor le permite escudriñar los interiores de las habitaciones, de las mesas de los bares, de las oficinas estatales, los pliegues del desierto, pero sólo posee las llaves de una subjetividad, la de Larsen. Para Morales Aimar, Larsen es transparente, mientras Wasiliew, Wilson, Turner, Laundry, los colegas del Düsseldorf en llamas, etc., están revestidos de opacidades impenetrables. Cuando su pluma se proyecta sobre Larsen parece capaz de observarlo y anotarlo todo, incluso la confusión del yo frente al espejo de la conciencia y de los otros. Pero al describir a los demás personajes, es incapaz de conocer más allá de la semiosis que esparcen gestos, palabras y signos. El autor presenta a esos ademanes mínimos como las claves de un orden intrincado y silencioso, pero sobre el que descansa el juego y la estructura social que animan a sus personajes.

Morales es un paciente articulador y desarticulador de esos hilos invisibles que tensan la trama, un conocedor profundo de los motivos que ordenan las palabras, de la arquitectura y el montaje de la acción, pero sólo comparte con el lector su fenomenología, aún cuando ésta sea introspectiva. Debajo de su novela, en ese diario que registra días, horas, minutos y detalles con una minuciosidad exasperante, se dibuja un milimétrico tablero de ajedrez sobre el que se mueven despiadadas las interacciones humanas, donde unos y otros son jugadores, envistes y piezas a la vez.

Fuente: Gacetilla. Aportado por Eduardo J. Carletti