por Martín Brunás
Pocos grupos hicieron tanto por la música como estos apóstoles del metal denominados Judas Priest en honor a una canción de Bob Dylan. Ellos crearon una fórmula perfecta al meter dos violeros virtuosos —K.K. Downing y Glen Tipton— que hicieran solos, muchas veces en duelo y otras con guitarras gemelas, o sea dos guitarras que se doblan mutuamente creando un sonido de sincronización muy potente.
También fueron ellos, más precisamente el vocalista Rob Halford, quien hizo vestir a muchos como gays. Sí, ya que, si bien en esa época no se sabía, la indumentaria de las camperas de cuero y cadenas usadas por el cantante provenían de los bares under para homosexuales en Europa.
Sin embargo su mayor mérito, y eso perdona todo, fue el de crear un estilo llamado "Heavy Metal" y crear gran parte de su universo estilístico. ¿Acaso existirían todos esos géneros extremos de no ser por ellos? Lo dudo.
Y a través de una extensa discografía, cargada de puntos cruciales para la historia como las cabalgatas en "Sad Wings of Destiny", la potencia comercial y densa de "Screaming for vengeance", la armonía soft del muy subestimado y poco comprendido, pero igual de genial que los anteriores, "Ram it Down", o la puñalada en la espalda denominada "Painkiller" donde Halford, con sus chillidos agudos de sirena, junto a la brutalidad absoluta de Scott Travis, quien le da a la bata con toda la técnica y potencia posible, constituyeron el bastión máximo y casi inigualable en la histora del rock.
Ahora Halford está afuera, creando un carrera solista bastante despareja que lo amenaza constantemente con eliminarlo para siempre del sistema. Pero los Judas, ahora con Ripper Owens en la voz, siguen para adelante, mostrando, una vez más, lo que pocos lograron hacer: demostrar que con un nuevo vocalista se puede mejorar y estar más activo que nunca.