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Ficciones
LA CRIATURA |
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David contemplaba maravillado el prodigio que reposaba sobre la palma de su mano. Por un momento ansió librarse de los gruesos guantes, que le impedían palpar con las yemas de los dedos la increíble cutícula que creaba un oasis de aire y agua en medio del absoluto vacío del espacio. Su mente comenzó a divagar sobre las propiedades únicas que la hacían capaz de sobrevivir y medrar en el espacio. Cubierta impermeable y no difusora, forma irregularmente esférica para minimizar la relación superficie/volumen, dos estrechos y larguísimos apéndices con función probablemente termorreguladora... No fue capaz de detectar órganos sensoriales pero no se extrañó por ello. Después de todo, ¿qué podía ver, oír, oler o gustar en el espacio profundo? Esto le llevó a otra pregunta. ¿Hasta qué punto era consciente? En la Tierra la cefalización se había producido en estrecho contacto con los órganos de los sentidos. ¿Podía un ente sin estímulos externos desarrollar un sistema nervioso avanzado? Entonces observó cómo los apéndices trataban de alejarse de sus brazos; indudablemente eran capaces de percibir el insignificante calor que se filtraba a través de las cinco capas aislantes de su traje espacial y reaccionaban con termotropismo negativo. Hizo una prueba. Acercó su otra mano a los apéndices y observó la reacción. Al cabo de un par de minutos éstos volvieron a animarse, migrando hacia zonas más gélidas con extrema lentitud. Repitió el experimento sin lograr resultados. Había alcanzado un equilibrio tal que el calor evacuado por el mayor gradiente de temperatura ya no compensaría el generado como residuo para lograr el movimiento. Se preguntó entonces cómo se nutría. La materia prima estaba bajo sus pies, un viejo pedazo de cometa compuesto principalmente por "nieve sucia". De ahí extraía el agua y los elementos constituyentes. Como no podía simplemente abrir una oquedad para fagocitar los nuevos materiales, so pena de perder toda la homeostasis interior, la única solución consistía en ir formando cúpulas en torno al material a asimilar, hasta aislarlo, de ahí su superficie levemente rugosa. Eso eliminaba la posibilidad de que tuviera un sistema digestivo centralizado. "Dos menos", pensó. "Ni nervioso ni digestivo". Siguió especulando con la idea recién esbozada. Si para alimentarse debía necesariamente crecer, llegaría un momento en que ya no podría satisfacer los requerimientos metabólicos básicos y moriría, no de vieja, sino de exceso de crecimiento. Era una idea muy triste. Condenada a expandirse aunque eso acabara matándola. ¿Y la energía? Evidentemente debía ser un organismo autótrofo, ya que por las cercanías no había ningún otro ser del que aprovecharse. ¿Energía química o radiante? De nuevo por eliminación, radiante. Era demasiado pequeña para aprovechar las ondas de radio, tendría que conformarse con el espectro visible, o tal vez la gama más baja de los ultravioleta. Sí, posiblemente esto último, ya que no había ninguna atmósfera limitante y eran emisiones más energéticas. Aun así... debía pasar largos períodos alejada de toda fuente de energía. Y al hablar de largos quizás hubiera que considerar milenios. ¿Cómo hacía para mantenerse en éxtasis durante estos períodos? ¿Qué increíbles mecanismos le permitían administrar y estructurar en su interior los compuestos tan duramente arrebatados al universo? Eran muchos más los interrogantes abiertos que las tímidas y parciales respuestas. ¿Dónde se había originado una forma de vida tan simple y, a la vez, tan sofisticada? ¿Cómo eran sus antecesores? ¿Y sus sucesores? ¿Podría estar en presencia de una semilla de vida como la que fertilizó la Tierra tres mil quinientos millones de años atrás? ¿Existía algún poder superior al comienzo de su viaje o era todo mero producto del azar? Tantas cuestiones y tan poco tiempo para responderlas. Las directrices no oficiales eran claras respecto a situaciones como aquella. Pero resultaba algo muy duro de cumplir. Hasta entonces sólo había localizado un repugnante moho negruzco, que se había desmenuzado apenas se vio expuesto a la potente luz de sus focos. Cerró con fuerza los ojos y después procedió de igual forma con las manos, tratando de no pensar en lo que reposaba sobre la izquierda. La criatura era sorprendentemente frágil para ser tan extraordinariamente resistente en otros aspectos. Unas lágrimas se le escurrieron por ambas mejillas mientras anunciaba con voz ligeramente ronca: Asteroide comprobado. Categoría C. Licencia de explotación sin restricciones. Es un alivio, chaval le respondió por radio el capitán de la nave minera. No me apetecía chuparme otro par de millones de kilómetros para capturar el siguiente pedrusco escurridizo. La vieja broma. Sólo que David no se reía. Abrió la mano y la agitó ligeramente. Observó como los restos de la criatura se perdían en la negrura absoluta que le rodeaba, aunque siguió con el haz de su linterna al más grande de ellos, hasta que ya no pudo distinguirlo contra el fondo de estrellas. Seguía llorando cuando se introdujo en la cabina de su vehículo de exploración y lo puso en marcha. Antes de abandonar el paraje para siempre, fijó su vista en el lugar de donde había extraído a la criatura, la única en el asteroide, y articuló mentalmente una disculpa. "Tal vez más adelante podamos encontrarnos como amigos, pero ahora es una cuestión de supervivencia. Nuestros recursos son limitados y nuestra población es muy grande." Y, tras una pausa, añadió: "Nosotros también estamos condenados a la expansión perpetua. Adiós." Sergio Mars Aicart nació en enero de 1976 en Valencia, España. Es Licenciado en Biología y está iniciando un doctorado en genética. Nos comenta que es totalmente novato en esto de mostrar los relatos al público y que sólo le han costado ocho o nueve años decidirse a mostrarlos. Es un aficionado a toda la temática fantástica (y tambien a la histórica, cuanto más antigua mejor) con influencias principales de Asimov y Clarke en ciencia ficción, Tolkien y R.E.Howard en fantasía y Bécquer, Poe y King en terror... (aunque la lista completa sería mucho más amplia). Publicó el cuento "Ouija", en el 109 de Axxón y un par de relatos de fantasía heroica, "El reto" y "El monasterio de la Hermanda Roja", en el e-zine "Los Manuscritos Perdidos". Axxón 111 - Febrero de 2002 |