"Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va", Séneca
El mes pasado se habló de un tema muy importante en la lista de Axxón... Corrijo, se hablaron varios temas importantes. Dos de ellos ya han sido desarrollados en artículos de divulgación, uno ha aparecido en el número anterior y otro aparecerá en éste. Pero uno de los temas es más general, no es científico como para tratarlo en un trabajo de divulgación y, dado que yo creo que tiene mucho que ver con nuestro futuro, se justifica que lo trate aquí, en el Editorial de una revista de CF y Fantasía.
Se trata de algo muy difícil de definir y ejemplificar: el compromiso. O mejor dicho: la capacidad humana de asumir compromisos. No pretendo ponerme en filósofo, sociólogo o psicólogo, y mucho menos escribir un ensayo. Voy a tratar de decir mis ideas sobre el tema de la manera más clara que pueda. Espero no aburrir ni irritar a nadie.
Se habló en la lista de la capacidad de comprometerse y hacer algo por las cosas que uno ama o cree de valor. Al hacer algo no me refiero a fluir cuesta abajo, como el agua, sino hacer las cosas necesarias, esforzarse, aunque cueste sacrificios y aunque nos produzca desgaste. No se trata de, por ejemplo, ir a trabajar —hacer algo— para alimentar a los hijos y a nuestra pareja, un acto que entra más bien en las estructuras de supervivencia y sociabilidad... por lo menos no se trata específicamente de puro compromiso sino más de un acto de inserción en la vida. Sé que requiere un grado de compromiso —prácticamente todo acto lo tiene— pero no es de lo que quiero hablar.
Me refiero a la actitud que tomamos ante aquellas cosas que amamos, disfrutamos, apreciamos, y que, por la causa que sea, deberíamos ayudar a existir porque necesitan de nosotros. Pongamos un ejemplo: nos encanta encontrarnos con una determinada persona que toca un instrumento musical en una estación de tren, o subterráneo, disfrutamos su arte y... ¿qué más hacemos? ¿Le damos una moneda? O escuchamos su trabajo y después pensamos "Ya hay otros que le dan monedas... yo aprovecho y disfruto". Es una actitud muy conveniente, "provechosa", ahorrativa, en Argentina le diríamos "una viveza". Pero ¿qué pasa si un día esa persona no está más? "Y bueno, la vida continúa", podemos pensar. ¿Nos quedamos indiferentes? ¿Nos lamentamos? Depende, por supuesto, del nivel de la pérdida.
Sé que si se analiza el ejemplo veremos que quizás es demasiado simple. Pero de todos modos involucra un grado básico de compromiso. Disfrutamos —y no hay muchas cosas que hoy en día nos ofrezcan disfrute sin cobrarnos por adelantado— pero no hacemos nada para mantener vivo a ese hombre, o mujer, con capacidad de producir ese arte que nos satisface. Total, no es obligatorio pagar. Si no es obligatorio no voy a ser tan idiota de pagar.
Pero un día el mendigo —no necesariamente de harapos, puede ser alguien como cualquiera de nosotros— ya no está más.
De este tipo hay muchos casos similares. Es algo que puede pasar con un programa de TV, con un grupo de música, con un paisaje de la naturaleza y... con una revista gratuita —o cualquier otro esfuerzo artístico/cultural que no nos obligue a colaborar de forma compulsiva— como Axxón.
Bueno, la hacen gratis... ¿por qué iba yo a ayudar?
Quizás porque si uno no ayuda podría desaparecer.
Este es un tipo de compromiso del que puedo hablar porque lo conozco de cerca y por esto lo mencioné. Pero hay otros casos. Todavía más importantes.
¿Qué pasa si un conocido o amigo o compañero de alguna actividad de nuestra vida cae en desgracia? La realidad muestra que ante esta situación cada vez más personas apartan la cara. Se apartan, simplemente, como queriendo negar esa realidad que en cualquier momento puede ser la propia. Es evidente que se trata de un mecanismo defensivo, muchas veces inconsciente, y no podemos decir tajantemente que está mal. En este terrible mundo que nos están montando necesitamos muchos mecanismos que nos permitan seguir vivos y en marcha. Sin embargo, ¿qué pasa si nos encaramos con esa persona negadora y le hacemos ver que, sin querer, está dejando caer, quizás morir, a alguien que conoce? Habrá quienes se encojan de hombros y nos miren con cara de Y a mí qué... De esas personas no me interesa hablar. Hay otros casos, que me parecen mucho más terribles, porque de ellos se está alimentando la terrible sociedad que hemos creado: los que buscan excusas. No faltará quien diga algo como "Y bueno, ya sabés que él (o ella) no se supo adaptar. Se llevaba mal con el jefe y lo echaron". O... "Por algo se habrá quedado sin trabajo". O (versión descalificadora para personas de cierta edad para arriba)... "Qué querés, si todavía usa teléfono con discador de pulsos" (o Windows 95... ¿les suena?).
Es un mecanismo de evasión terrible, porque existe naturalmente en las personas y es alimentado desde fuera por intereses muy opuestos a lo que llamamos humanidad. Esta gente dice (por dentro, sin traerlo a la consciencia y sin darse cuenta de que lo hace): "No quiero ver a mi amigo destruido por un sistema que en cualquier momento me destruirá a mí; prefiero escarbar y encontrar los defectos que tiene y creer que todo lo que le pasa es culpa de él". Esta persona no sólo no se compromete con alguien que quiere (o quiso) y la ayuda, sino que niega la realidad para sentir que ella todavía se merece el paraíso mientras que la otra se buscó —e hizo de todo para alcanzar— el infierno.
Es algo terrible. Y muy extendido.
El compromiso —o su falta— alcanza otros niveles. Piensen en frases tales como "Me da vergüenza vivir aquí". ¿No será para evadirse de la lucha que haría falta para que lo que pasa en este lugar —yo le pongo nombre: es Argentina— no nos dé vergüenza? ¿No será para anular nuestras culpas y ayudarnos a aceptar mecanismos exógenos destructores que prometen oro para unos pocos a costa de hambre y muerte para la mayoría? ¿No estaremos creyendo que pensando así —que hay que adherir a rajatabla a lo que imponen los que manejan los hilos— podremos ser uno de los elegidos y que la gente que se oponga terminará en la calle? Estoy seguro de que a muchos les pasa. Y estoy seguro de que si alguno funciona con estos mecanismos mentales estará disgustado al leer esto. Claro, esta última frase que acabo de poner le será inaceptable, porque es una especie de trampa semántica para hacerle caer en una culpabilidad que no siente para nada, y probablemente ya estará pensando en cómo descalificarme.
Adelante, no soy nadie para pelear contra todo eso. Se convencerán cuando llegue el día y sufran las consecuencias que la mayoría de la gente de este mundo vapuleado sufre, a menos que se conviertan en un poseedor del "premio de oro" y ya no les importe en absoluto lo que yo diga, o diga un filósofo (y no es que me quiera poner a la misma altura... yo no soy nadie), un psicólogo o todos los sociólogos del mundo.
Pero lo más probable es que quedes del lado de los caídos. Esto lo digo con convencimiento absoluto.
Y estoy convencido de que estos mecanismos tan asquerosos se alimentan. Consciente o inconscientemente. Tiendo a pensar que los manejadores de hilos de este mundo no lo hacen sin querer, sino que han estudiado las flaquezas humanas y las usan. Si lo hacen inconscientemente, si lo hacen porque el alimentar sin querer la falta de compromiso de la gente les sirve para manejar mejor y extraer mejor el dinero, no tiene relevancia. Lo que les importa es obtener más dinero de las personas, no las personas. Es más, no sólo no les importa la persona: la persona —otra persona— es, básicamente, un enemigo: quiere —y gasta— los recursos que "les corresponden a ellos", como elegidos que son. Eso es lo básico, y lo que me repugna. Seguramente parece una especie de evolución que los instala a ellos —los poderosos y ricos exprimidores de dinero— en una cumbre mientras que nosotros seríamos los que desapareceremos.
Pero creo que la ecología —aun entre los "artificiales" humanos— es mucho más complicada y nos esperan enormes sorpresas. No sé si durante lo que me queda de vida, pero tengo la idea de que las habrá.
No me importa que me llamen iluso.
Eduardo J. Carletti, 1 de octubre de 2002
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