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Las Heroicrónicas
Primera parte

Por Andrés D.

No quisiera parecer desagradecido con quien me dio una oportunidad, pero debo decir que la desaparición de Otis me llevó a abrigar cierta esperanza. Dadas las circunstancias, no descartaba que la administración provisional de la sección me asignara por fin algo que valiera la pena. Por eso acudí muy ilusionado cuando el licenciado Menditegui me llamó ante su presencia. Lo que me dijo fue:
      —Examinando antiguos ejemplares de la revista, este director interino de sección ha creído advertir cierto patrón coherente, el cual parece indicar que los lectores de Axxón (o por lo menos una porción significativa del total de éstos) manifiesta interés por las interpretaciones lúdicas organizadas de personajes y situaciones pertinentes al mundo de la fantasía, actividades éstas que se agrupan bajo el nombre genérico de “juegos de rol”.
      Al principio resulta desconcertante hablar con una persona que pronuncia los paréntesis, pero uno termina por acostumbrarse a todo. En definitiva, que tenía que hacer una nota sobre juegos de rol.
      No supe de inmediato si la susodicha cobertura sería diferente de las que me encargaba el susodicho director desaparecido, pues aunque había oído hablar de los susodichos juegos, no tenía la más susodicha idea de qué se trataban. Solamente sabía que es una actividad incompatible con la actuación en el cine: los que intentan hacer las dos cosas al mismo tiempo suelen convertirse en psicópatas, incapaces de distinguir la fantasía del juego de la de la película.
      ¿Qué hace alguien cuando le encargan algo que no conoce? No, eso no. Lo que hice fue comprar el diario y buscar entre los avisos clasificados. Lo más parecido que encontré fue uno que decía: “Lady Ágatha. Cambio de roles. Juegos.” Y allí habría ido, si el taxi que tomé no hubiera sido el de Rosemary Romero, experta en alternatividades y ocasional colaboradora de la sección.
      —¡Pero no! Buscar en el diario es perder el tiempo —me dijo—. Mirá, yo conozco una señora que voy a consultar cuando quiero saber algo. ¡Es una maravilla! Sabe tirar las cartas, los dados... ¡Te va a encantar doña Estrígida!
      No estaba muy convencido, pero le hice caso. Después de todo, ella es la especialista en mundos alternos, actividades alternativas, locales de alterne y todas esas cosas.
      El lugar al que me llevó no se parecía a ningún roleadero que yo me hubiese imaginado. De las paredes colgaban ajos, rudas y repollos colorados. En un rincón había una lechuza a la que estar embalsamada no le impedía mirarme con asombro. Lo mismo podía decirse de la mujer que nos atendió.
      —¡Niña! ¿Cómo has estao? ¿Quién es el mushasho? ¿Tu novio?
      —La boca se le haga a un lado, señora.
      —¿Qué tal, doña Estrigi? Acá Andrés quiere aprender sobre juegos de rol.
      —¡Ah! ¿Conque ésas tenemos, eh? ¡Sinvergüencilla!
      Ésa fue la primer señal que tuve de que las cosas no iban a salir bien. Le expliqué con paciencia de qué se trataba todo.
      —¿Y por qué no lo dijisteis desde el principio? ¡Venga, pasad que os enseño!
      Mientras redacto este artículo, me asalta la sensación de que habría aprendido más sobre juegos de rol si efectivamente hubiera ido a la dirección del aviso. Ya he dicho que mis conocimientos del tema eran escasos, pero al desarrollarse la sesión me costaba desprenderme de la idea de que el saber de doña Estrigi estaba teñido de cierta heterodoxia (por decirlo de una manera bastante suave).
      —¿Es necesario este bonete, doña?
      —¡Pues claro, mushasho! Venga, debes decir “al Gran Bonete se le ha perdío un pajarillo y dice que el Hada Madrina lo tiene”, y luego lanzas los dados.
      —Yo soy el Hada Madrina.
      —Ah, ¿por eso es el cencerro?
      —¡Anda, niño, dilo!
      —Bueh... “Al Gran Bonete... lo tiene.” Listo, ya está.
      —Mu’ ma’, niño, mu’ ma’. Mira, has caío en la casilla de... ¿Qué pone aquí? En la mazamorra. Vamos, que estás en chirona, tío.
      —Sería más facil si los dados no tuvieran una sola cara.
      —¡Venga, coge un naipe pa’ podé salí!
      —A ver... “Hombre tatú carreta de Pampalarga. Peleas ganadas, treinta y ocho.”
      —“Sindicalista de las marismas, peleas ganá’s, veintidós.” ¡Anda, pasa el naipe que te lo he ganao!
      —¿Qué? Disculpe, pero a menos que haya habido una reforma educativa, treinta y ocho sigue siendo mayor que veintidós.
      —Ay, ¿pero es que no has entendío na’? A ver, niña, explícale tú.
      —El veintidós de doña Estrigi está lleno de energía espiritual y vibra en armonía con los planos superiores del universo. El treinta y ocho tuyo, en cambio, está atrapado en sus contradicciones internas y su búsqueda de posesiones materiales.
      —¿Qué...? ¡Eh, esperen, tengo dos conjuros de retorno del ser amado! ¡Falta envido!
      —¡Que no, niño, que no! ¡Que tu Gran Bonete es pangolín morado de bisulfito de hidrógeno en el horóscopo taiwané! ¡No puedes usar magia a menos que tengas treinta puntos de maná y cincuenta de café tacuba!
      —Está un poco alterado. ¿Por qué no le das unas flores de Brahms?
      —¡Quiero contraflor al resto!
      —Mira, niña, mejor lanza tú los dados, ¿vale?
      Rosemary le hizo caso. Apretó la burbuja de plástico que estaba en el medio del Mapamatic, y los dados saltaron. Lo curioso fue que cayeron en un número que no sabía que existiera. Las expresiones de todos se oscurecieron, mientras la burbuja también se oscurecía pero en serio, y sobre ella aparecían estas palabras:

Este juego se inventó
en la casa de mi suegro,
y a la que tiró los dados
se la lleva el Monje Negro.

Hubo una gran conmoción, como si el espacio y el tiempo se hubieran cansado de formar parte del mismo continuum y estuvieran tirándose con entidades abstractas. Cuando pasó, sólo quedaban dos personas en la habitación. No supe si alegrarme o deprimirme al darme cuenta de que una de esas dos personas era yo.
      —¡Santa Madonna, mushasho! ¿Has visto lo que ha pasao?
      —Sí, la rima estaba muy forzada.
      —¡Eso no! ¡La tirá de tu amiga ha invocao al Monje Negro, y la ha secuestrao!
      —Y bueno, así es la vida. ¿Cuánto le debo?
      —¡No digas tonterías, niño! Deberás pasar por el Portá del Sueño pa’ ir a rescatarla.
      —¡Eh! ¿Yo por qué?
      —¡Calla, niño! Calla y deja que la baraja hable, pa’ ver quién te acompañará en la cruzá.
      Mezcló el mazo, me dio a cortar y, sin escuchar mis protestas por repartir de abajo, puso varias cartas sobre la mesa. Las figuras, efectivamente, hablaron. Lo que dijeron fue:
      —Yo soy el Paladini. Vení conmigo y todo va a salir jamón-jamón.
      —¿Qué hacés, loco lindo? Yo soy Miguel Ángel Barbarich, el Bárbaro. ¡Qué bárbaro!
      —Yo soy el Ladrón —dijo el tercero, una figura encapuchada, con una voz todavía menos masculina que los otros dos. Cuando se sacó la capucha vi por qué.
      —¡Guau!
      —Sí, por eso me dicen ladrón. Cuando me ven, todos ladran.
      —Yo soy el Rey de Copas. ¡Hic! Ni mamado voy con vos a ninguna parte. ¡Hic!
      —Bueh, está bien. ¿Y vos? Con esa facha debés ser el Nigromante.
      —Não, eu sou o Negro Monte.
      —¡Olé! Los naipes no mienten jamá, aunque a veces no sepan lo que dicen. Ahora, armaos de bravura, con la virtú como lanza y la fe como escudo, os enfrentaréis al Monje Negro y sus huestes de hoplitas.
      —Qué bien. ¿No podría agregar al arsenal algún rifle de pasión, unas granadas de perseverancia...?
      —¡Aprisa, que el tiempo apremia! Es menester que rescates a Rosemary antes del cuarto menguante, o se perderá la próxima dieta de la luna. ¡Debes pasar ahora por el Portá del Sueño!
      —Bueno, está bien. ¿Dónde está ese Portal del Sueño?
      —¡Acá estoy! ¡Boheio! ¡Hop, hop, maravilloso! ¡Jurujujaja! ¡Jurujujaja!
      —Ya, ya es suficiente. Se ha quedao dormío.
      Así es, me quedé dormido, y soñé que cruzaba en una barca un río que separaba dos países. El dueño de la barca, llamado Calderonte, me iba explicando en versos que el País del Sueño es casi igual al País de Vigilia, salvo que el de Vigilia no tiene carne (o algo así, nunca me acuerdo bien de lo que sueño). Se me ocurrió que tendrían que haberle encargado a este hombre las rimas del Mapamatic, pero eso ahora no importa. Lo que importa es lo que vi cuando llegué a la otra orilla... Pero eso lo voy a contar en la próxima.

Continuará...

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