por
Sir Otis
Cualquier súbdito silverlander
que haya visto alguna vez un almanaque habrá notado dos cosas al
menos. La primera es que no se trata de nada particularmente original
o que requiera un gran talento, y difícilmente su nombre sea recordado
por ello (con la eminente excepción de Frederic Fridge
Westinghouse, el mundialmente famoso contemplador de almanaques de Nueva
Inglaterra). La segunda, que es la que hoy nos interesa, es que
el mes en curso presenta una notable densidad de fechas destacadas. De
una manera que no deja de resultar curiosa, la fuerzas históricas
parecen haber conspirado para que muchos de los grandes sucesos dichosos
o penosos que han moldeado nuestro presente tuvieran lugar en julio:
Julio 4, 1776: Primera declaración
de independencia de las colonias norteamericanas.
Julio 5, 1807: Fuerzas británicas
al mando del general John Whitelocke reconquistan la ciudad de Buenos
Aires, liberando definitivamente a Sudamérica de la amenaza
napoleónica representada por el perro francés Jacques
de Liniers.
Julio 4, 1810: Reconquista de las colonias
norteamericanas.
Julio 12-24, 1811: El príncipe
regente George lleva a su padre, el inestable George III, a dar
un paseo por las colonias sudamericanas (probablemente con la intención
de dejarlo olvidado). Los perros franceses aprovechan esta circunstancia
para conquistar cobardemente las islas británicas. (Algunos
historiadores sostienen que, debido a una discusión acerca
de si eran vacaciones de invierno o de verano, los Georges olvidaron
echarle llave a la Residencia de Buckingham.)
Julio 30, 1812: Tras comprobar que el Océano
Atlántico es más ancho que el Canal de la Mancha,
la capital del Imperio se traslada a Buenos Aires. Más tarde
será rebautizada Good Breathingham al establecerse el Reino
de Silverland en lo que era el Virreinato del Río de la Plata.
Julio 18, 1815: El grueso del ejército
francés llega a Waterloo con una resaca descomunal, sólo
para descubrir que la batalla tuvo lugar un mes atrás y Napoleón
I ha sido derrotado.
Julio 4, 1816: Segunda declaración
de independencia de las colonias norteamericanas.
Julio 6, 1816: Napoleón I recuerda
que ahora Santa Helena es una posesión francesa y regresa
a París sin ser molestado. En los próximos años
consolidará su gobierno tiránico y su estirpe corrupta
en el viejo mundo.
Julio 1, 1818: Hispaniola,
el último reducto franco-español en tierra americana,
es conquistado para la Corona. La isla recibe el nuevo nombre de
Britaniola.
Julio 19, 1821: Éste fue un día
especialmente tranquilo en la Historia Universal.
Julio 8, 1822: Observando
la manera en que salta la tapa de una pava que puso para el mate,
Solferino González idea la manera de perfeccionar la máquina
de vapor.
Julio 3, 1823: Solferino González
se cambia el nombre a Harvey Kettle para que lo tomen en serio.
Julio 4, 1825: Tercera declaración
de independencia de las colonias norteamericanas.
Julio 1-10, 1830: En el condado
de Currents estalla la revuelta sudamericana del té. Es el
punto álgido de una serie de acontecimientos iniciada en
febrero, cuando varias comparsas rebeldes intentaron organizar un
corso sin la patente correspondiente. Desde la capital se envían
dos compañías de dragones que incendian los sembradíos.
La ciudad de Wahllewye es arrasada; los sobrevivientes fundan Wahllewye
Two.
Julio 4, 1841: Cuarta declaración
de independencia de las colonias norteamericanas.
Julio 15, 1853: Hay 1,215,723 millas de vías
férreas en Silverland. Es la época conocida como The
Iron Madness, que mucho después inspiraría el
nombre de un grupo de rock.
Julio 12, 1855: Queda formalmente
establecida la South American Coal and Oil Association (SACOA),
que explorará las regiones australes para
explotar los yacimientos de combustibles fósiles necesarios
para mantener la industria en marcha, además de ganar espacio
para meter las vías férreas sobrantes.
Julio 4, 1862: Quinta declaración
de independencia de las colonias norteamericanas.
Julio 4, 1863: Se concede a las colonias
norteamericanas la condición de principado para ver si dejan
de independizarse de una vez.
|
Así podríamos seguir recorriendo
durante años y años las efemérides correspondientes
al mes de julio (podría yo, al menos, si no hubiera prestado el
segundo tomo del libro de historia), tropezando a cada momento con los
más importantes episodios de nuestra historia, con una notable
excepción: los infames reyes de Patagony. Ni Orellie
Antoine de Tounens, ni Antoine de Saint-Exupéry, ni René
Gosciny, ni Ulises Du Mont llegaron a nuestras costas australes en este
mes. Esto pareció cambiar hace unos días, sin embargo, cuando
la primera plana de The Mirror Universe nos informó que,
luego de sesenta años de relativa calma diplomática, Napoleón
IX habría decidido hacer un nuevo intento de poner un pie apestoso
a queso francés en las tierras de Silverland. Con justa indignación
resolví apartarme por una vez de la actualidad de la science fiction
y apersonarme en el lugar de los hechos, de modo de poder informar a los
súbditos de Su Graciosa Majestad acerca de todos los detalles de
esta ignominiosa afrenta a nuestra soberanía.
En vista del viaje, el habitual patrocinador
de UKrónicas Lord Frank McCree me prestó para un
test drive el nuevo Ford Prefect modelo 2004, con caldera de 1,600 libras
por pulgada cuadrada y tolva carbonera automática que elimina la
necesidad del paleador. Pese a contar, sin embargo, con tan refinado medio
de locomoción, no pude llegar a mi destino. Pero esto no debe contarse
como un fracaso, y conforme el lector avance en la lectura del presente
artículo verá por qué.
Durante centenares de millas el steamcar
tuvo un desempeño soberbio, desplazándose con toda serenidad
por la Royal Railway No 9. Había ya atravesado los condados de
The Pamper y Black River cuando, muy cerca ya del límite con New
Kent, debí detener la marcha: un nutrido grupo de manifestantes
había interrumpido el tránsito en cuatro de los dieciséis
carriles de la railway, uno de los cuales era precisamente el que yo utilizaba.
Demostrando una lamentable falta de respeto por los caminos de Su Majestad,
removían los durmientes de su sitio bajo los raíles para
echarlos a grandes hogueras, donde se consumían al ritmo horrísono
de las gaitas de protesta.
Es necesario señalar que si
el coche no brinda en estos casos las prestaciones adecuadas, no es culpa
del fabricante sino de los laboristas, que el año pasado se salieron
con la suya cuando el Parlamento prohibió los rastrillos delanteros
en vehículos de menos de seis ejes (el Ford Prefect tiene cuatro).
Ya estaba casi resignado a desandar treinta millas en reversa hasta la
playa de maniobras del último pueblo, donde podría cambiar
de carril, cuando un par de manifestantes, hombres de aspecto muy desagradable,
se apartaron del grupo e intempestivamente abordaron mi vehículo
(con mucha menos gracia, por supuesto, que la que habría tenido
Sir Francis Drake).
Con desdeñosa impertinencia
me dijeron:
Oiga,
termis, va a tener que acompañarnos, va a tener.
Hum, me parece un tanto improcedente
y hasta grosero. ¿Y si no deseo aceptar la invitación?
Me explicaron. No fue agradable. Accedí
a acompañar a los caballeros antes de que me lo explicaran de nuevo.
Me condujeron a un pub del pueblo
cercano. Era uno de esos locales nostálgicos donde los jubilados
se reúnen a jugar a los dardos y el snooker: estanterías
repletas de botellas de brandy Leggy, un disco de la orquesta típica
de Gilbert y Sullivan sonando en el jukebox y un retrato de Oliver Cromwell
junto a la entrada. Un distinguido caballero me aguardaba sentado a una
de las mesas del fondo.
Buenas tardes, Sir Otis. Por
favor, tome asiento. Debo informarle que la noticia del nuevo rey de Patagony
es falsa. Utilicé mis contactos con los medios para atraerlo aquí
con este... llamémosle vil embuste. Espero que no le moleste.
¡Faltaría más!
¿Cómo podría molestarme con un caballero de tan fina
estampa, tan aristocrático acento y tan espantosos sicarios?
Me alegra escuchar eso. Por
favor, acepte una copa de Leggy mientras me cuenta: ¿es verdad
lo que he oído, que usted es entusiasta de la science fiction?
Le diré, actualmente
escribo la sección informativa UKrónicas de la revista
Axxoun, pero debe saber que a temprana edad comencé a leer Stories
From Beyond y continué con los libros de la Bullhead Collection.
Incluso conseguí, lo reconozco, un par de números de la
europea Nouvelle Dimension, pero sólo por curiosidad. Y
además, tengo la distinción de ser tal vez el único
lector que compraba las dos revistas rivales de la década del 80:
The Pit y The Pendulum. Todos los demás compraban
sólo una de las dos y detestaban a los lectores de la otra. Hum,
ahora que lo pienso, tal vez por eso no tengo ningún amigo.
Excelente. ¿Y sabe quién
soy yo?
¿Además del
energúmeno que me hizo traer a la rastra?
Además de eso.
No tengo idea.
Se lo diré. Mi nombre
es Pitt. Lord Bradbury Pitt. Soy tata-tata-tata-tataranieto del célebre
Primer Ministro William Pitt, y un tata menos del igualmente célebre
William Pitt Junior, quien se enfrentó a la primer insurrección
norteamerica y al perro francés Napoleón I. Y también
fui el editor de la revista The Pit, que usted ha mencionado. Tal
vez ya conozca la anécdota: quería llamarla The Pitts
SF Magazine, en honor a mi ilustre ascendencia. Pero aquéllos
eran años difíciles en lo económico y hubo que hacer
recortes...
¿No le alcanzó
para el título completo?
Le ruego, my dear Sir Otis,
que no sea tan imbécil. Como le digo, tuvimos que hacer recortes;
entre otras cosas, recortamos la revista por la mitad.
Oh, por eso los cuentos de
The Pit nunca se entendían.
No, eso era intencional.
Oh, dear.
Exacto. ¿Otra copa de
Leggy?
Encantado. Este brandy siempre
tuvo un gusto especial. ¿Qué le pondrán?
Caballos.
Hum.
Yo pensé exactamente
lo mismo cuando lo supe. Bien, ya que ambos somos aficionados a la science
fiction, le propondré un juego de imaginación. Imagine un
mundo donde los coches funcionan con petróleo y se desplazan sobre
caminos hechos también de petróleo. Un mundo donde las vacas
no se han extinguido y medran en los campos. Un mundo donde la monarquía
está en decadencia y los tiranos son elegidos por el voto popular.
Oh, ése era un cuento
de su revista, ¿verdad? Una ucronía en que el Reino Unido
había fracasado en su intento de liberar Sudamérica. La
recuerdo bien. Y también recuerdo que era muy poco creíble.
Sobre todo aquello de las ruedas de caucho.
Oh, sí, hoy sabemos que
eso nunca funcionaría. Pero, ¿qué pensaría
si yo le dijera que no todo era invención del autor? ¿Que
podría haber mucho de realidad en aquel cuento?
Bien... Pensaría que
los caballos tenían debilidad por los opiáceos.
No los caballos, Sir Otis. No
los caballos, pero sí el autor del cuento. Y parece ser que ello
ampliaba su percepción y su conciencia, permitiéndole ver
lo que está más allá del alcance ordinario de los
sentidos. Veía las playas de maniobras cuánticas en que
el gran guardagujas cósmico tuvo que decidir por qué carriles
transitaría el tren de la historia. Y veía también
los otros carriles que podrían haber sido.
Y yo veo por qué usted
debió fundar su propia revista para publicar sus cuentos.
No se lo negaré. A veces
extraño aquellos años de editor. Pero no me ha ido tan mal
desde entonces. Casualmente, también de eso quería hablarle.
Verá, luego de retirarme viví unos años en un pueblito
cordillerano llamado The Baggins. ¿Lo conoce?
Sólo de nombre.
Un lugar encantador. Un auténtico
paraíso, créame. El único problema era el viejo que
vivía junto a mi casa. Cada vez que nos encontrábamos se
ponía a hablarme de la época en que enseñaba literatura,
y de los veranos que pasaba en la estancia familiar, y de cómo
no había quién le ganara a la sortija... Incluso escribió
un poema larguísimo en que exaltaba esa forma de vida y defendía
los derechos del goucho frente al avance del progreso.
Ah... Literatura fantástica.
Podría decirse. Bien,
un buen día el viejo dijo que se tenía que ir no sé
a dónde y me dejó los manuscritos del poema. Aquí
están, son estos papeles que usted ha estado usando como servilletas.
Oh, lo lamento mucho. ¿Planeaba
usted publicarlos?
Tal vez si estuvieran en inglés...
¿Se imagina literatura fantástica o de science fiction escrita
en otro idioma? De todas formas, tampoco sería posible traducirlos.
¿Usted entiende algo?
Hum... Parecen runas tehuelches.
Pero el lenguaje me es desconocido:
Ca toi cantandu de ya
ma tocu co me se ocurri;
le contu se non si aburri,
orejami de cuidáu,
la inicia caminatáu
dul Frodoco hobbiturri.
Así era
mi vecino, muy tradicionalista. Fabricaba su propio papel, cortaba sus
propias plumas, inventaba sus propios idiomas... También estaba
empeñado en ser su propio editor; por eso nunca lo leyó
ni su propia madre.
Lord
Pitt, estoy seguro de que todo esto sería muy interesante si me
importara aunque sea un poco, pero ¿qué tiene que ver con
lo que me estaba diciendo antes?
Oh, ésa es la mejor parte.
Si me hace el favor de acompañarme...
Diciendo esto, Lord Pitt se puso de
pie y me guió a la trastienda del local. Allí me mostró
algo verdaderamente sorprendente:
Hum... ¿Ésta
es la sortija que usaba su vecino? Ahora comprendo que nadie le ganara.
¿Con qué la embocaba? ¿Con un poste de telégrafo?
No, claro que no. Éste
es un artefacto antiquísimo que fue desenterrado cerca de Menfis
durante la campaña egipcia de Napoleón I, y lo trajo aquí
el segundo o tercero de los perros franceses que vinieron a proclamarse
Roi de Patagonie. Por suerte también trajo esta estela jeroglífica
con las instrucciones para usarlo.
¿Me permite? Yo conozco
algo de jeroglíficos egipcios. Veamos... Compuerta Astral
SG 2000 a.C.. Manual del usuario. Felicitaciones por la adquisición
de su Compuerta Astral SG 2000 a.C....
Sir Otis, usted se dice un patriota,
pero está usando el método del perro francés Champollion.
Usando el del padre Kircher, aquí dice: Era el mejor y el
peor de los tiempos, y algo olía mal en algún lugar de La
Mancha cuyo nombre nunca olvidaría el coronel Marcus Aurelius...
¿Está usted
seguro?
¡Por supuesto! Escuche:
hace doscientos años, en octubre de 1804, hubo una conferencia
entre Lord Melville, el comodoro Popham y mi tata menor, en la que se
decidió el destino de Sudamérica. Hemos configurado los
signos del artefacto para que deposite a un hombre en medio de esa reunión.
Si le hiciéramos caso a este perro francés, lo dejaría
hace doce años en algún universo alterno, flotando desnudo
en el río Paraná, con severos trastornos mentales y sin
acordarse de nada. ¡Poppycock!
Ya veo. ¿Y quién
será el pobre infeliz que...? ¿... que...? Disculpe, se
me hace tarde para el mate cocido de las cinco.
¡Por favor, Sir Otis,
apelo a su acreditado patriotismo! Seamos realistas: la conquista de Good
Breathingham en 1807 no se debió a la superioridad numérica
o táctica, ni mucho menos a una planificación brillante,
como dicen los libros de historia. La población resistió
ferozmente, y si los británicos obtuvieron el triunfo fue por una
cadena de eventos de una enorme improbabilidad. Una improbabilidad infinita,
diría yo. Tanto es así que todas las mañanas corremos
el riesgo de despertarnos y descubrir que nada de todo eso sucedió
nunca, y que el mundo es un lugar tan loco como el que describe el cuento
del que hablábamos. ¿Eso es lo que quiere? Nuestra historia
se sustenta en bases muy endebles, Sir Otis, y como súbditos del
Reino Unido de Silverland, Colombia Británica y América
del Norte, es nuestro deber sagrado ayudar a apuntalarla.
Me ha convencido. Cuente
conmigo.
Sabía que aceptaría.
Ahora escuche: hemos analizado con cuidado los documentos históricos
y la psicología de la época, y advertimos que nuestros antepasados
de principios del siglo XIX manifestaban cierta tendencia a escuchar a
quien se materializara de la nada con un fajo de manuscritos indescifrables
bajo el brazo. Por eso llevará el poema de mi vecino. Les dirá
que es un mensaje escrito en algún lenguaje antiguo o sobrenatural.
Bien.
¿Y cuál es el mensaje?
Por San Enrique VIII, Sir Otis,
¿debo pensar yo en todo? Se supone que usted es un hombre creativo.
Improvise.
Hasta aquí
he llegado. Éste es, como se habrá advertido, mi último
informe para UKrónicas. Lo escribo en la Babbage XP-500
que la propietaria del pub ha tenido la amabilidad
de prestarme. En unos minutos remitiré el artículo por e-morse
a la redacción de Axxoun y luego me embarcaré en
mi misión. La próxima vez que escriba algo, muy probablemente
usaré una pluma de ganso. De todas formas, no creo que sea mucho
más incómodo que tipear en el keyboard con el bichon
frise de la señora destrozándome la bocamanga
del pantalón. Me tiene sin cuidado: si todo resulta según
lo previsto, ésta será la última vez que un perro
francés importune a un súbdito de Su Majestad.
|