¿Cómo llegó a "ser" la inteligencia humana? ¿Qué factores determinaron la brutal diferenciación intelectual entre el cerebro del hombre y, por compararlo con algo, el de los grandes monos antropoides? ¿Qué fue lo que impulsó esta evolución tan rápida, casi "instantánea" si la observamos bajo la perspectiva evolucionista?
¿Pueden darnos los científicos del siglo XXI alguna respuesta coherente a estos desconcertantes interrogantes?
Muchos psicólogos y neurólogos encuentran una gran diferencia entre el grupo de los primates y el resto de los mamíferos: la capacidad lúdica en la madurez. Cualquiera que haya poseído alguna vez un gato, por ejemplo, no habrá podido menos que sorprenderse del hecho de que los depredadores son sumamente juguetones durante su infancia y juventud, y luego dejan abruptamente de jugar cuando alcanzan la adultez. Esta conducta puede observarse en prácticamente todos los animales superiores con excepción de los primates.
El juego es, en animales distintos del primate, una evidente rutina de entrenamiento que los capacita para afrontar los desafíos de la vida adulta: en el caso de los felinos, estos desafíos se refieren principalmente a la caza. El juego del gatito con una bola de lana es una copia en miniatura de las conductas cinegéticas del gato maduro. Cuando "captura" el pompón con una garra, se verá que lo arroja limpiamente por sobre el hombro del mismo lado. Es exactamente lo que hará de adulto cuando se vea obligado a pescar en la orilla, de modo que el pez obtenido caiga en tierra firme y no en el agua. Jamás efectuará (aunque hablemos de un cachorro de tan sólo un mes) un lanzamiento frontal o lateral. Al obsesionarse con unos papeles colgando de un hilo, inevitablemente tratará de aferrarlos con las garras y de arrojarlos al suelo, para caer luego sobre ellos con todo el tren anterior. El pequeño gatito está, sencillamente, reproduciendo la técnica que utilizará de adulto para derribar un pájaro. Cuando rueda uno sobre otro con sus hermanos de camada, observaremos de continuo la célebre "dentellada fatal" dirigida al cuello de una presa, en una exacta y mínima reproducción del mordisco que el adulto intentará aplicar a la rata capturada.
Sin embargo, a los nueve meses o al cumplir el año, el gatito deja completamente de jugar por iniciativa propia.
Por regla general, los mamíferos que muestran este comportamiento poseen una muy breve infancia; los que mantienen el juego como actividad primordial y repetitiva a lo largo de todas sus vidas tienen infancias muy largas, con interminables períodos de dependencia y aprendizaje de sus progenitores.
La teoría dice que estos largos períodos juveniles, como los de los grandes monos y los seres humanos, ayudan al desarrollo de la inteligencia. Agregaremos que la misma en el sentido en que los humanos la entendemos requiere versatilidad, esto es, la posibilidad de afrontar con éxito desafíos desconocidos.
El gato cazará siempre como gato, y su brevísimo período de aprendizaje de tres o cuatro técnicas básicas le impedirá intentar sobrevivir mediante la recolección de raíces ante la ausencia de presas. Los grupos sociales de los primates, en cambio, con sus intercambios "culturales" de información, permiten al mono o al Hombre imitar los descubrimientos y habilidades útiles de los demás para alcanzar un mayor control del entorno y multiplicar consecuentemente las posibilidades de supervivencia. Es obvio que los más capacitados en el aprovechamiento de este tipo de comunicaciones tendrán más chances de transmitir su don a la descendencia.
Sin embargo, la versatilidad puede no ser una ventaja, o al menos no en todos los casos. El neurofisiólogo teórico de la Universidad de Washington William H. Calvin cita el caso de los chimpancés de Uganda. Estos animales poseen cerebros muchas veces más grandes que los de los demás monos de la región, y esto debiera suponer una gran ventaja evolutiva al momento de competir por las frutas que constituyen el alimento de ambos grupos.
Los chimpancés son esencialmente inteligentes y versátiles, mientras que los monos más pequeños son frugívoros obligados que no tienen otra forma de vida que cosechar y comer de los frutales. Cuando la tribu de chimpancés llega al bosque frutal, normalmente los árboles ya han sido vaciados por los pequeños monos competidores, menos versátiles pero sumamente especializados en la recolección de frutas. Los chimpancés echan mano entonces de su cuasihumana flexibilidad alimentaria y se dedican a devorar termitas, a pescar o incluso a atrapar y devorar a los pequeños monitos que los han dejado sin alimento. Parece una gran ventaja, pero la cruda realidad es que la población de los chimpancés se ve dramáticamente limitada por no haber podido competir con éxito contra los pequeños y poco inteligentes especialistas inferiores.
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El citado Calvin es uno de los máximos especialistas modernos en el campo de la evolución del cerebro humano. Físico en la Universidad del Noroeste durante su juventud, comenzó su carrera en neurofisiología al interesarse en la manera en que el cerebro procesa la visión cromática. Graduado en neurociencias en la Facultad de Medicina de Harvard y en el Instituto Tecnológico de Massachussets, Calvin obtuvo en Washington su diploma de médico especializado en fisiología y biofísica en 1966. Actualmente se ha convertido en el más aclamado neurofisiólogo teórico del mundo. Se ha dedicado con particular interés a la evolución de la inteligencia.
Pero para estudiar la inteligencia, primero es necesario definirla.
En su extraordinario artículo The emergence of the intelligence ("La aparición de la inteligencia"), Calvin se preocupa por analizar las relaciones entre la versatilidad y la capacidad de sobrevivir, e intenta asignar causas a la evolución darwiniana que nos ha separado del resto de los monos en un lapso tan corto como un par de millones de años. Como punto de partida, nos da su propia y acertada definición de inteligencia.
"Para la mayoría de los observadores, la inteligencia es esencialmente astucia, esa especie de versatilidad capaz de resolver problemas nuevos. También se dice que la capacidad de prever eventos es otro aspecto esencial. Otros agregarán a la lista el concepto de creatividad. Personalmente, me gusta la manera en que Horace Barlow de la Universidad de Cambridge define la inteligencia: él dice que la inteligencia es la capacidad de hacer suposiciones que descubren un orden subyacente y nuevo para el individuo".
La definición de Barlow encuadra perfectamente la inteligencia humana: la solución a un problema o encontrar la lógica de un argumento, encontrar la analogía correcta, crear una armonía o suponer lo que sucederá a continuación.
De hecho, la inteligencia en el sentido humano (que es el único en que podemos considerarla o siquiera concebirla) consiste principalmente en un permanente prevenir los hechos futuros, tanto en las situaciones críticas de la supervivencia como en el quehacer diario. Incluso este proceso es constante e inconsciente: aunque no nos demos cuenta de ello, nuestra inteligencia está intentando adivinar lo que vendrá después aún cuando leemos, escuchando música o cuando alguien nos dirige la palabra. Ningún otro organismo de la Tierra funciona de esta manera ni es capaz de predecir el futuro.
La pregunta crucial es si la inteligencia humana es un simple desarrollo de aquellos procesos más básicos y no inteligentes que detentan los demás organismos. Calvin señala con acierto que el hombre no entrenado confunde a menudo la inteligencia con otros mecanismos más primitivos que coexisten dentro de nosotros pero que son perfectamente no-inteligentes: son los procesos que nos permiten reconocer a una persona que ya hemos visto o atarnos los cordones de los zapatos. Mamíferos, aves y reptiles son capaces de efectuar tareas como éstas y aún mucho más complicadas (pensemos en la construcción del nido de un pájaro, un hormiguero o una colmena de avispas) sin contar con nada que se asemeje ni de lejos a la lógica o al pensamiento abstracto.
Si entendemos por inteligencia la capacidad de sacar conclusiones nuevas, entonces la inteligencia reside en la corteza cerebral. Calvin explica que "si extendiéramos sobre un plano nuestra corteza, ocuparía la superficie de cuatro hojas de papel. La de un chimpancé se extendería por una hoja, la de un pequeño mono en la superficie de una tarjeta postal y la de una rata sería como una estampilla".
Sin embargo, es fácil comprender que la inteligencia no depende solamente de la cantidad de corteza. Ni los monos ni las ratas tienen lenguaje, que es una de las funciones más elevadas del cerebro. Si nuestra inteligencia es una simple mejora de aquella que poseen los roedores o los cuadrumanos, es difícil comprender por qué la Naturaleza dio un salto cuántico de tal magnitud (inédito en la evolución hasta entonces) para sacar de una especie que vivía en los árboles otra que es capaz de escribir las tragedias de Shakespeare, bailar como Vaslav Nijinsky o descubrir la Radiación de Hawking y el Principio de Exclusión de Pauli. ¡Y todo ello en un tiempo cien veces inferior al que les tomó a los reptiles para convertirse en simples musarañas!
La versatilidad, claramente emparentada con la inteligencia, deriva de la no especialización en materia alimentaria. Los chimpancés cazan, como ya se ha dicho, pescan, recolectan hormigas y miel y roban huevos de pájaros, aunque su alimento primario sea la materia vegetal. Es evidente que para manejar un amplio abanico de conductas alimentarias es necesaria una también amplia panoplia de procesos de reconocimiento y esquemas mentales, por lo que podría afirmarse que es muy difícil que una especie especialista (un águila, por ejemplo) adquiriese inteligencia. Esa falta de especialización es lo que heredamos de nuestros antepasados primates y posiblemente el puntapié inicial, junto a un gran volumen cerebral y una enorme corteza, de la evolución de la inteligencia.
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Las teorías más modernas afirman que el disparador de la formidable evolución de la inteligencia humana consistió en los grandes y radicales cambios climáticos que nuestro planeta sufrió recientemente (hablando en términos geológicos). "Los enfriamientos abruptos seguramente devastaron los ecosistemas de los que dependían nuestros ancestros. Por causa de las bajas temperaturas y las sequías, las selvas del África se secaron y las poblaciones animales comenzaron a colapsar. Los incendios quemaron los bosques produciendo una especie de roza natural. Cuando los pastos reemplazaron a los bosques quemados, los hervíboros se multiplicaron", explica Calvin.
La conclusión lógica es que nuestro ancestro homínido se quedó sin los árboles que le daban fruta. Vivía ahora en un mundo de pasto y ganado salvaje. La alternativa era de hierro y muy clara: aprender a comer pasto, aprender a comer hervíboros que a su vez comían pasto, o extinguirse tranquila y calladamente.
Es posible que las poblaciones humanas que no pudieron hacer ni lo primero ni lo segundo sean las que ahora consideramos extintas: Homo faber y Homo habilis, por ejemplo, y que otras neanderthales, cromagnones y nosotros mismos lo logramos.
El problema era que los herbívoros son fuertes y rápidos, y están siempre alertas con respecto a los depredadores. El hombre debió elegir: una rata o un conejo eran tan difíciles de atrapar como una cebra o un ciervo. Sin embargo, un conejo tiene poca carne. La opción eran los grandes hervíboros, grandes y agresivos como son. Nuestros abuelos descubrieron que la única manera de cazar un búfalo era trabajar en equipos perfectamente entrenados y expertos.
Y para ello se necesitaba, como primera medida, un lenguaje.
Las teorías más aceptadas acerca de la capacidad humana para el lenguaje, como la de Noam Chomsky, establecen que el cerebro humano tiene un circuito especializado para la sintaxis, y que este circuito es innato. Ningún otro animal posee un mecanismo ni remotamente parecido, y éste representa uno de los más grandes si no el mayor de los abismos que la evolución debió saltar en poco tiempo para convertirnos de simples grandes monos en humanos. ¿Cómo podía reconciliarse la doctrina de Chomsky con los hechos demostrados por la biología evolucionista?
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Calvin se unió con el lingüista de la Universidad de Hawaii Derek Bickerton, y entre ambos trataron de resolver el enigma.
"El amplio salto a las capacidades lingüísticas humanas no parecía incluir los pasos intermedios asociados con el gradualismo darwiniano", nos dice el prólogo de su libro Lingua ex Machina. El libro intenta demostrar que esta contradicción es sólo aparente. La prueba de ello sería básica, so pena de encontrar que la evolución de la inteligencia humana se da de puntapiés con todo el resto de la doctrina de Darwin.
En la carta que da inicio al trabajo, Calvin correctamente afirma que el lenguaje es el mejor ejemplo de nuestro amplio rango de elevadas funciones intelectuales. Se puede agregar que el lenguaje es acaso el único síntoma inequívoco e indiscutible de inteligencia.
Pero ¿es la inteligencia un resultado deseado o favorecido por la evolución? Max Ernst, de la Universidad de Harvard, señala que la inmensa mayoría de las especies son no-inteligentes, lo que sugiere que la selección natural no favorece la evolución en el sentido de la inteligencia, o que, por lo menos, es un logro dificilísimo de alcanzar.
Sabemos que sin la sintaxis seríamos tan inteligentes como un mono, y sería bastante difícil que pudiésemos construir radiotelescopios. Al fin y al cabo, los radiotelescopios no son de ninguna utilidad para una especie que vive en los árboles y no sabe lo que son las estrellas.
Es decir que, de algún modo improbable, la selección darwiniana permitió o toleró el desarrollo de circuitos neuronales sintácticos en el cerebro de un viejo primate. Sabemos también que esa mejora se operó durante la época glacial.
El avance fue tan rápido y explosivo que la naturaleza tuvo que inventar en el cerebro humano una nueva área del lenguaje articulado el Área de Broca que no es la que los monos utilizan para articular sus vocalizaciones. Calvin y Bickerton afirman: "En la mayoría de nosotros, el área crítica para el lenguaje está ubicada justo encima de nuestro oído izquierdo. Los monos carecen de esta área del lenguaje lateral: sus vocalizaciones (así como las exclamaciones emocionales en el hombre) utilizan un área más primitiva ubicada junto al cuerpo calloso".
Esta capacidad sintáctica se ha revelado esencial para sustentar el desarrollo de la inteligencia. Al contrario de lo que pudiese pensarse, la inteligencia no desarrolló el lenguaje, sino que ésta es una consecuencia del desarrollo del lenguaje sintáctico. Si bien los autores del libro no se arriesgan a manifestar que la capacidad lingüística es una condición sine qua non para la inteligencia y nosotros tampoco lo haremos, porque no es cierto sí corresponde aclarar que la falta de lenguaje significa un importante obstáculo para la formación del pensamiento abstracto, la categorización y el planeamiento a futuro. La imaginación en el sentido figurado es, también, una consecuencia del lenguaje sintáctico e imposible sin él.
El neurólogo Oliver Sacks describe a un niño sordomudo de nacimiento, que no sólo no escuchaba el lenguaje hablado sino que no dominaba con fluidez el Lenguaje Americano para Sordomudos: "Veía, distinguía, categorizaba y usaba; no tenía problemas con la categorización perceptiva ni la generalización, pero no parecía ser capaz de ir mucho más allá de esto, mantener ideas abstractas en la mente, reflexionar, jugar ni planificar. Parecía un niño incapaz de jugar con imágenes, hipótesis o posibilidades, totalmente impedido de ingresar a un reino imaginativo o figurativo. Parecía estar, como un animal o un bebé, detenido en el presente, confinado a la percepción literal e inmediata, aunque se daba cuenta de ello con una autoconciencia que ningún bebé puede tener".
Esta triste descripción muestra claramente que la inteligencia superior necesita del lenguaje para tomar efecto.
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De este modo, se puede generalizar el problema de la siguiente manera: nuestros antepasados se convirtieron en humanos cuando reemplazaron el repertorio simbólico de los monos para convertirlo en un lenguaje sintáctico. Los chimpancés tienen 36 tipos de vocalizaciones, cada una con su significado. Pueden repetir dos veces un sonido para reforzar su significado, pero no pueden agregar otro para modificarlo. Nosotros también tenemos tres docenas de vocalizaciones que llamamos fonemas pero las encadenamos para formar conceptos. Enlazamos sonidos sin significado para construir palabras que tienen un sentido. Los fonemas no llevan mensaje alguno: sólo las palabras comunican contenidos. Por lo tanto, cabría esperar una secuencia vocalización -> palabra protegida por las leyes de la evolución. El aserto de Ernst, sin embargo, persiste siendo correcto. Habrá que buscar, entonces, medios alternativos o laterales que hayan llevado a la aparición de la inteligencia a pesar de que la corriente general de la evolución darwinista no parece estar interesada en ella.
La evolución, según Calvin, "a menudo sigue rutas alternativas en vez de 'progresar' a través de adaptaciones". La pasión instintiva del ser humano por pasar de lo simple a lo complejo, que ha determinado, por ejemplo la secuencia individuo -> clan familiar -> ciudad-estado -> reino independiente -> imperio centralizado se evidencia también en las seguidillas nota -> melodía -> armonía compleja, fonema -> palabra -> frase -> texto complejo o paso -> secuencia rítmica -> danza -> coreografía. La capacidad de encadenar elementos simples para obtener resultados complejos es la raíz y origen, como se ha visto, del lenguaje, y asimismo de la matemática, la física, la lógica, la filosofía, la literatura, la música y, en fin, de casi todas las más elevadas manifestaciones de la mente humana, esto es, los fenómenos que emergen como resultados de nuestra inteligencia. ¿Pudo esta capacidad de enlazar cosas, innata del cerebro humano en apariencia, ser uno de los mecanismos ocultos que marcó la pauta de la evolución de la inteligencia sobre nuestro planeta? Esta teoría está actualmente en discusión.
Ya en 1874 se especulaba con que la inteligencia había evolucionado de acuerdo con los procesos enunciados por Darwin. El psicólogo William James arriesgaba que las ideas competían unas con otras en el cerebro, y que sólo predominaba la mejor, la única capaz de sortear con éxito esta "selección natural".
Antes de descartar la idea como ridícula, conviene recordar que inmunólogos y genetistas han demostrado sin asomo de dudas que nuestro sistema inmune reacciona a las amenazas bacterianas siguiendo las mismas y rígidas pautas de la selección natural darwinista, y ¡operando en una escala temporal de sólo algunos días!
Como señala en su ensayo ¿Modelo universal de la "mente? Eduardo Daniel Schurzbok, los patrones a evolucionar dentro de un cierto sistema dado deben tener la capacidad de modificarse, competir entre sí por unos recursos limitados, y tener a su alrededor un entorno exigente que oficie de selector. Todos estos criterios se cumplen con creces en el caso de la inteligencia humana, y el proceso resultante parece ser una especie de "autoorganización" que evoluciona espontáneamente según los mecanismos darwinistas. Dice Shurzbok: "Observemos que los procesos de autoorganización se automantienen copiándose. Tales procesos, más que de una sola clase, parecen ser una familia de procesos, de manera que el sistema puede lograr más o menos lo mismo por diferentes caminos". Es la misma concepción anterior del "salto lateral" o el camino alternativo. Continúa afirmando que el sistema autoorganizado sufre variaciones ocasionales, plagado de pautas y subpautas que compiten unas con otras por la supervivencia dentro de un espacio severamente limitado. "El entorno particular donde puede darse el proceso autoorganizado oficia de selector y podrían aparecer subpautas prevalentes", concluye Shurzbok, definiendo a la manera de Calvin este proceso darwinista de evolución de los procedimientos inteligentes.
"Los límites en la naturaleza tienen bordes difusos, por lo menos al nivel de organización celular", expone Calvin. Hablando del cerebro, dice que "la precisión se logra mediante grandes circuitos que tratan de hacer la misma tarea de manera redundante: la precisión es a menudo la propiedad emergente de una suficiente cantidad de neuronas imprecisas". La competencia entre los circuitos neuronales, en este escenario, puede ser responsable tanto de nuestra autoconciencia humana como de la capacidad sintáctica del cerebro humano. Es aquí donde, por tanto, tanto Calvin y Bickerton como el modelo mental de Schurzbok arriban a la conclusión de que la lengua y la inteligencia llegaron a ser a través de la competencia y la selección natural que preconizó Darwin en "El origen de las especies".
La inteligencia y el desarrollo del lenguaje, entonces, siguieron caminos paralelos e interrelacionados, a tal punto que no se cree posible, hoy en día, que el uno pudiese haber llegado a existir sin el concurso del otro. Sin embargo, los monos tienen, como queda dicho, su propio circuito neuronal de vocalizaciones, pero nunca llegaron a desarrollar la inteligencia. ¿No es una afirmación contradictoria con la otra?
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Sólo en apariencia. La realidad es que la capacidad lingüística humana no es una simple mejora de los circuitos no sintácticos del chimpancé: es un circuito paralelo, creado independientemente por los procesos evolutivos lingüísticos-mentales, que trabajan coordinadamente superpuestos con los simiescos (que en el hombre, como ya explicamos, controlan las exclamaciones e interjecciones). De modo que la teoría queda incólume, sin contradicciones ni inconsistencias internas.
Calvin señala que la capacidad sintáctica puede haber derivado, más bien, de la evolución de los circuitos de reconocimiento fisonómico o de jerarquías sociales más bien que de los de vocalizaciones, porque de otro modo las exclamaciones habrían sido suprimidas al ser reemplazadas por un lenguaje verbal. Sin embargo, no hemos perdido las interjecciones, ayes ni exclamaciones, sino que caminan por circuitos diferentes que las palabras habladas.
"Es increíble que mucha gente crea que el lenguaje se ha originado en el sistema vocal de los simios. En ese caso sería muy extraño que la verbalidad haya seguido existiendo, en el hombre, simultáneamente con los llantos, gritos, quejidos, el apuntar con el dedo, el apretón de manos y la risa", afirma Bickerton. Hay que aclarar también que, si esto hubiese sido así, no podría comprenderse por qué el aparato fonador de los simios nunca evolucionó hacia una laringe verbal de forma humana. La respuesta es, una vez más, que las vocalizaciones siguieron un camino y las palabras y la inteligencia otro paralelo pero muy distinto.
Dado que la boca, lengua, dientes, laringe y diafragma de los monos nunca alcanzaron el nivel evolutivo necesario para llegar a la palabra hablada, es obvio que el idioma y la inteligencia de tipo humano no fueron necesidades críticas para su supervivencia.
Sin embargo, algunos monos, de los que hemos hablado en otro artículo, pueden llegar a niveles simbólicos bastante profundos sin idioma ni inteligencia. Los defensores de los chimpancés "parlantes" olvidan que estos logros han sido obtenidos exclusivamente bajo supervisión y enseñanza de lingüistas humanos, con entrenamientos que duran décadas, y que, incluso así, los cuadrumanos encuentran imposibles ciertas cosas que para cualquier niño pequeño son normales y naturales, como por ejemplo categorizar los sustantivos o anidar frases dentro de frases.
Las categorías pueden muy bien ser abstractas, y ésta es una característica que asocia a la inteligencia con el lenguaje. También puede expresarse otro tipo de evolución en el cerebro humano para alcanzar la abstracción, comparable con aquella de los circuitos sintácticos de que hemos hablado.
El cerebro humano desarrolló primero soluciones a los problemas concretos, y sólo después de ello llegó al pensamiento abstracto. De la misma manera que los gritos del mono no evolucionaron hacia la palabra, sino que ésta es un invento totalmente nuevo e independiente, así tampoco la inteligencia operativa se transformó por evolución en pensamiento lógico-matemático o abstracto. Los circuitos y las áreas cerebrales que usamos para movernos o alimentarnos no tienen nada que ver con las que nos permiten resolver cálculos, por ejemplo. Al igual que en el tema lingüístico, los monos poseen aquellos pero ni siquiera muestran vestigios embrionarios de éstos. Es por ello que puede postularse que la inteligencia (caracterizada por la capacidad de abstracción) no desciende de la inteligencia "motriz" o de supervivencia de los demás primates, sino que es un desarrollo nuevo de la naturaleza.
Es obvio que la capacidad abstracta de la inteligencia está también interrelacionada con el lenguaje, porque difícilmente una especie no hablante pueda concebir una entidad abstracta como el tiempo o la justicia si no está capacitada para definirla mediante la palabra.
Es posible que la mayor parte de la inteligencia se deba, paradójicamente, a una multitud de procesos evolutivos darwinistas que se caracterizan por ser no inteligentes. Se ha demostrado que la mayor parte de nuestra inteligencia se basa en procedimientos rutinarios o de simple obediencia a reglas elementales. Pero, a la vez, procesos mucho más elevados tienen lugar todo el tiempo. Expectativas acerca de lo que sucederá después, previsión de posibles problemas, evaluación de conceptos y comparaciones, definición de entidades abstractas, conceptos que se anidan en otros conceptos y, por sobre todo, la estrella indiscutida de la evolución sobre el planeta: el lenguaje.
La metáfora, la armonía, las frases incrustadas, la creatividad, todas ellas son consecuencias de la más elevada forma de inteligencia, y son generadas en áreas del cerebro que ninguna otra especie desarrolló jamás.
El impresionante salto cuántico dado por la naturaleza entre el cerebro de nuestro más avanzado primo simiesco y el nuestro propio no puede ser mensurado, definido ni explicado por medio de simplezas.
La inteligencia ha dado un salto cuántico en verdad: ha pasado de golpe de la no-inteligencia del mono a la inteligencia humana sin transición. ¿Por qué no existen especies con inteligencias intermedias entre el mono y el hombre? Porque una semi-inteligencia sería la cosa más peligrosa para la supervivencia de la especie que la tuviera. No sería tan capaz de sobrevivir como los animales totalmente instintivos, ni tampoco podría manipular el entorno como el ser humano. Uno u otro de los extremos la destruiría tarde o temprano (más bien temprano), ya que el "semihombre semiinteligente" no podría, por su naturaleza parcializada e imperfecta en sí misma, competir con los "especialistas" instintivos ni contra los "no-especialistas" inteligentes. No dominaría los campos de ninguno de los dos, y sería imposible que sobreviviera.
El mero hecho de que a lo largo de la historia de la vida en la Tierra no haya existido, que sepamos, ninguna especie semiinteligente da bastante crédito a esta teoría. La inteligencia es o no es, y no parece haber un estadio intermedio entre una rana o un mono por una parte y el ser humano por la otra. "Una inteligencia superior a la del mono debería navegar constantemente entre los riesgos de la innovación peligrosa y el conservadurismo que ignora lo que la Reina Roja le explica a Alicia en A través del espejo: 'vas a tener que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo lugar'. La capacidad de predecir es nuestra manera privada de correr, esencial para la administración inteligente que, según Stephen Jay Gould de la Universidad de Harvard es imprescindible para la supervivencia a largo plazo", escribe Calvin. Y es verdad: en palabras de Gould "Nos hemos convertido, en virtud de un glorioso accidente evolutivo llamado inteligencia, en los administradores de la continuidad de la vida en la Tierra. No pedimos que nos nombraran para ese puesto, pero tampoco nos está permitido renunciar a él. Podemos no estar capacitados para ello, pero aquí estamos".
LECTURAS RECOMENDADAS:
Calvin, William H.: "The Emergence of Intelligence", en Scientific American Presents 9(4):44-51 (Noviembre 1998). Revisión de Calvin, William H.: "The Emergence of Intelligence", en Scientific American 271(4):100-107, October 1994.
Calvin, William H. y Bickerton, Derek: Lingua ex machina: Reconciling Darwin and Chomsky with the human brain (MIT Press, 2000), Capítulos 1-3.
Schurzbok, Eduardo D.: ¿Modelo universal de la "mente"? en Revista Axxón, Sección Zapping 0141, octubre 2002.