Editorial - Axxón 146

Duelo
por Eduardo J. Carletti

Sólo pude poner un título: Duelo.

Sin embargo, va sólo el título, porque no deseo hablar de todo esto. Ya está escrito de manera suficiente y con todas las orientaciones posibles. Algunos pondrán énfasis en los costos económicos, el impacto en la economía y cuánto les costará al sudeste asiático reconstruir su mercado. En otros casos —quizás para reivindicar a nuestra especie— se habla del dolor y de la pérdida de los seres amados.

Horroricémonos de nuestra pequeñez. Horroricémonos de que no se hagan las cosas que se podrían hacer si se gastara dinero y materia gris en Bienestar en lugar de hacerlo en interminables actos egoístas.

Pero dije que no quiero hablar de todo esto, ni de la gran catástrofe ni de la local que sufrimos hoy, terminando el año, en Argentina. Sé que comparada con la otra parece pequeña, pero la verdad es que menos muertes no hacen más pequeña la desgracia.

En todo caso, como no puedo escapar, hablaré de la muerte.

"No entres dócilmente en esa buena noche / Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz", dijo Dylan Thomas, poeta norteamericano fallecido en 1953.

"Lo cierto es que la muerte no es la verdad última. Nos parece negra del mismo modo que el cielo nos parece azul; pero la muerte no ennegrece la existencia..." dijo Rabindranath Tagore, filósofo y escritor que murió en 1941.

"Ateniéndose a la fe, que cree en la resurrección, y a la razón, limitada al perímetro de los sentidos, la respuesta es sencilla: la muerte es un parpadeo, un abrir y cerrar de ojos. Los ojos del cuerpo se cierran sobre este mundo y se abren inmediatamente sobre la resurrección; los siglos dejan de tenerse en cuenta, el tiempo desaparece. Eso es lo que puede decir la fe respecto al cuerpo cuando se la mantiene en las fronteras de la observación material, lo que no supone precisamente prestarle un servicio", nos explica André Frossard, un ex ateo que ahora propaga su nuevo sentimiento.

Es bueno creer algo así. Yo quisiera.

La ciencia ficción se ha preocupado bastante por la muerte, principalmente en esas historias donde los autores nos muestran diversas formas de lograr la inmortalidad.

Pero la muerte tiene otras facetas. Al que ya está muerto, poco le podría afectar que se logre la inmortalidad. Y a los que hemos sufrido la pérdida de alguien querido, con todos sus recuerdos, emociones, actitudes, ideas, nos resultará tardío que se logre abolir la muerte a partir de algún momento.

Por eso los grandes autores de la CF también han encarado una serie de especulaciones sobre esa entidad que parecería quedar fuera de todo posible análisis basado en la ciencia: el alma.

Y yo creo que se debe a algo que a mí también me pasa. Es evidente que la creencia en que hay una existencia después de la muerte es un enorme alivio para cualquier persona, sea científica o no, si se puede creer en ello sin reservas.

Pero los que tenemos una mente científica no podemos aceptar estas cosas sólo por deseo, sin tener pruebas que nos confirmen que realmente es así.

Durante mucho tiempo los autores de la CF eran, en general, científicos. Sin embargo especularon sobre el tema de la existencia después de la muerte. Yo pienso que es por la misma razón: ellos también, como yo, desearían creer.

La CF ha tratado el tema a su manera: introduciendo artilugios capaces de traspasar la "barrera" y hacer contacto con las almas. O al menos tener prueba de que ellas están en algún lugar. En algunos relatos vemos artefactos capaces de "medir" la salida de un alma de un cuerpo (un caso, pero demasiado pobre para mi gusto, es la novela La exhalación, del autor francés Romain Gary).

Este tipo de historia, si está lograda, suele ser muy satisfactoria. Es obvio por qué: deseamos creer.

Un recurso efectivo siempre que se habla de asuntos difíciles es tratar el tema de manera indirecta. Yo creo que, forzando un poco la memoria (porque lo leí hace mucho), así es La invención de Morel, novela hiperclásica de Adolfo Bioy Casares: alguien inventa un aparato que "reproduce" (en el sentido de reproducir una grabación) interminablemente a las personas muertas.

Bioy Casares dice: "[...] si Madeline estaba para la vista, Madeleine estaba para el oído, Madeline estaba para el sabor, Madeleine estaba para el olfato, Madeline estaba para el tacto: ya estaba Madeline".

Suena como si el alma fuera un algo que se puede registrar de manera electrónica, como el sonido y la imagen.

Uno que recuerdo bien (y por algo me quedó grabado) es el cuento clásico "Los vitanuls" (F&SF, 1967. En castellano en Ciencia Ficción Selección 1, Bruguera, 1975), de John Brunner, una historia en la que los niños comienzan a nacer sin mente. Lo que implica la historia, evidentemente, es que no tener mente podría significar lo mismo que no tener alma. Y ésta es la conclusión a la que se llega como lector en esta historia, sin que lo "panfletee" el autor: nace tanta gente en el mundo que las almas que se crearon por única vez, en una cantidad fija, ya no son suficientes como para que todas las personas que nacen tengan la suya.

Alucinante y efectivo. Más efectivo que decir las cosas directamente.

Este no es artículo —sería patético pretenderlo— así que me detengo aquí. Por supuesto que hay mucho más material para recordar y comentar. Alguien lo hará alguna vez.

Me queda una reflexión muy personal. Todos los días se anuncia que la ciencia ha logrado crear y develar las cosas más inconcebibles. No puedo imaginarme la paz que traería a los seres humanos saber que de algún modo ultrasofisticado y fehaciente se ha detectado que eso que llamamos alma sí es real, y que sigue existiendo después de que nuestro cuerpo muere.

Eduardo J. Carletti, 1 de enero de 2005
ecarletti@axxon.com.ar