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FLOR DE TRUENOJorge Candeias |
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Flor de Trueno nació cuando el trueno se enroscaba en los picos de las montañas, al final de uno de los primeros días después del invierno. Rompió el cascarón de su huevo en el instante preciso del relámpago y asomó la punta de la primera garra después del estruendo. Así comenzó su leyenda. Al día siguiente, ya todo el pueblo tuu sabía de su nacimiento. Flor de Trueno nació célebre y ligera, y de todos los rincones de las montañas llegaron ofrendas, alimentos de todo tipo, siempre de la mejor calidad. Flor de Trueno nunca sufrió más que un momento de hambre, y luego creció sana y bien alimentada, de mayor tamaño y más fuerte que cualquier otro tuu. Mirarla era un regalo y los privilegiados que tenían la suerte de tocarla volvían a sus cubiles con la felicidad estampada en los opérculos.
La profecía era clara: un día nacería una hembra tuu cuando un solo sol quedara suspendido sobre el horizonte y el trueno se enroscara en los picos de las montañas. Nacería entre el relámpago y el estruendo, y tendría una vida bendita por las diosas. Sería ella la primera en atravesar la niebla de los miasmas, que empuja el aire hacia fuera de los orificios respiratorios, convirtiéndose así en la primera en encontrar el camino para salir de las montañas. Su nombre secreto sería La Que Sale, pronunciado apenas en sordina, de abdomen en abdomen. Y sería ella quien, finalmente, lideraría al pueblo tuu en el largo viaje del que hablaban todas las leyendas, hacia la tierra que, también según las leyendas, estaba más allá del mar de niebla.
La vida era dura en las montañas. Había enfermedades, había tempestades muy fuertes que se llevaban consigo todo lo que lograban atrapar; había sequías; estaban los koo y los tnee, que montaban emboscadas en los recodos de los peñascos más empinados y devoraban todo lo que podían masticar; estaba la niebla de los miasmas, que a veces subía por las laderas menos inclinadas de los valles y allí se quedaba, flotando, hasta que la luz de los dos soles la obligaba a retirarse, dejando atrás, tantas veces, los cadáveres de los tuu que no habían logrado huir a tiempo. Entonces había que disputárselos a los kráá, y los kráá eran unas bestezuelas viciosas.
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Y estaban los terribles inviernos de las montañas, cuando uno de los dos soles moría y era devorado por el otro. Era un fenómeno necesario, como bien se sabía, pues sólo así el sol que se alimentaba podía generar un nuevo sol algún tiempo después, pero el precio que pagaban los tuu por el ciclo de nacimiento y muerte de sus soles era terrible. Más que terrible. Era la única altura en que la niebla de los miasmas parecía desistir de ascender las montañas, pero no servía de nada, porque éstas quedaban cristalizadas con una capa de hielo que parecía provenir de todos lados a la vez, demasiado rápida para poder escapar. Y, oh sí, muchos lo habían intentado. Ninguno regresó.
En esos inviernos, el tuu que no se encapsulaba, moría. Era así de simple. Y muchos de los que se encapsulaban morían igual, si no lograban tejer el capullo perfectamente, si dejaban fallas, puertas entreabiertas por donde pudiese entrar el hielo. Y los tuu tenían plena consciencia de que las cosas eran así. Aldeas enteras hacían sus capullos con una tristeza sin nombre. Las montañas ya olían a nostalgia antes de que comenzara el invierno, tanto era el olor que los tuu exhalaban en esa época. Después el olor se congelaba, como todo el resto, y como casi todo el resto se descongelaba al final del invierno, cuando los sobrevivientes salían de sus capullos y miraban con espanto a los que no salían. Siempre había espanto, siempre. Nunca nadie tenía la certeza de que iba a estar vivo, de que otros no.
Sí, la vida era dura en las montañas. Y por eso en las leyendas tuu siempre había alguien que salía de ellas y encontraba para sí paisajes más amables. La más importante de esas leyendas hablaba de la vida de Aquella que Sale.
Flor de Trueno.
La que nació a fines del invierno, cuando el trueno se enroscaba en los picos de las montañas y el aire olía a nostalgia.
Flor de Trueno creció ignorante. Sabía que tenía más que los otros tuu, un poco más de todas las cosas. Sabía que su vida era diferente, pero nunca le preguntó a nadie, ni a sí misma, por qué. Para ella era natural. Creció pensando que las cosas eran así porque así tenían que ser, que ella era lo que era y los demás estaban en el mundo nada más que para servirla, alimentarla y resolverle los problemas. Sólo cuando superó a toda la gente que conocía tanto en peso como en altura, volviéndose diferente de una forma diferente, no ya aquella persona pequeña porque era joven, a la espera de que el tiempo pasase y el crecimiento se completara, sólo entonces, comenzó a hacerse preguntas. ¿Sería ella también una tuu? ¿Pertenecía de verdad a ese pueblo? ¿La sangre blanca de los que la rodeaban sería igual a su propia sangre blanca? ¿Verdaderamente igual?
Siempre confiaba en el espejo de las aguas para que le dijera quién era, pero ahora el espejo, en vez de responderle, le inspiraba más preguntas, muchas preguntas. ¿Y si en realidad no era una tuu, si era alguna otra, un ser aparte, tal vez especial? ¿Podía confiar en los tuu? ¿En los otros tuu? ¿Podía hacerles preguntas y confiar en las respuestas que ellos darían ante esas preguntas?
A partir de entonces, Flor de Trueno anduvo ensimismada. No hablaba, comía poco, se aislaba en la cima de su peñasco favorito, desde donde podía ver dos aldeas y un mar de niebla de los miasmas, a lo lejos. Desde allí, presenciaba las idas y venidas de sus dis-semejantes y pensaba, en silencio.
Todos los días, varios tuu iban a buscarla e intentaban entablar una conversación, exhalando olores suaves y calmantes. Pero Flor de Trueno mantenía el opérculo cerrado, desconfiada, y rara vez respondía.
En las aldeas, los tuu se inquietaban. Las conversaciones sólo tenían cuatro temas, los tres de costumbre y uno nuevo: el alimento, la niebla de los miasmas, el próximo invierno y Aquella que Sale. Y, poco a poco, el último tema se fue imponiendo sobre los otros tres, hasta casi monopolizar todas las palabras que se intercambiaban en las aldeas. Pues, si bien al principio se pensaba que ese aislamiento iba a ser pasajero, a medida que pasaba el tiempo y nada cambiaba, los susurros fueron adquiriendo un tono más agudo, más preocupado. Intentando comprender lo que le ocurría a Flor de Trueno, los tuu desarrollaron opiniones diversas y desencontradas, y fueron dejando poco a poco de comprenderse unos a otros, aunque la opinión más popular (si bien con múltiples variantes) era que tal vez se estuviera ante alguna metamorfosis, una toma de consciencia, en fin, cualquier cosa que llevase a la joven a transformarse, de hecho, en Aquella que Sale.
Pero el gran punto de discordia era si debían contarle las leyendas o no.
Nunca nadie le había contado las leyendas del pueblo a Flor de Trueno. Ella no frecuentaba el centro de enseñanza, como los otros jóvenes, y como nadie estaba seguro de saber cómo decirle a esa joven que, según las leyendas, estaba predestinada, se fue aplazando ese momento para más tarde y, preferentemente, para otros tuu. Además, también existía la idea de que el conocimiento de la profecía podía, de alguna forma, influenciar su concreción. Y los tuu no querían de ningún modo que la profecía dejara de concretarse. Las ganas de salir de las montañas eran demasiado fuertes.
Pero ahora...
El impasse se prolongó. Flor de Trueno comía poco y adelgazaba, al tiempo que la preocupación de su pueblo aumentaba y las discusiones se agriaban y subían de tono. De murmullos pasaron a latidos, de éstos se llegó a los ronquidos e incluso a los graznidos inarticulados, clara señal de ira. En cuanto a Flor de Trueno, era ajena a lo que ocurría, encerrada como estaba en sus propios pensamientos desencontrados. Fue recién cuando el sonido agudo de los graznidos comenzó a hacer eco en los picos de las montañas que comenzó a percibir que ocurría algo. Pero no hizo nada, claro: no debía de ser nada que mereciese su interés. ¿Qué tenía que ver ella con los asuntos de otros? Nada.
Hasta que llegó el día en que la despertó un concierto de ronquidos que sonaban muy cercanos y muy irritados. Se levantó y se asomó desde el peñasco, por curiosidad. Allá abajo, junto al recodo del río, dos grupos de tuu danzaban uno contra el otro, exhibiendo los pelos de las espaldas, erizados en señal de afrenta. Flor de Trueno se instaló en el borde del peñasco para observar, algo divertida, algo curiosa, mientras los dos grupos iban pasando lentamente de la danza ritual a la violencia. Uno de los grupos era más numeroso, pero como el otro parecía más determinado, la lucha fue equilibrada, y sólo terminó cuando el rojo del césped se había vuelto rosado por la sangre derramada y comenzaban a llegar kráá de todas partes, para disputarles los cuerpos de los heridos a los grupos en confrontación, que perdían más tiempo y energía en mantener apartados de sus compañeros a los necrófagos que en combatir con sus adversarios. A Flor de Trueno no le agradaban los kráá; en eso era igual a todos los demás tuu, lo sabía. Y cuando vio que uno de los combatientes era arrastrado, debatiéndose, por uno de los animales, se disgustó con el espectáculo y regresó al recogimiento, cerrando todos los sentidos al ruido.
Sólo supo que la contienda había tenido una resolución cuando, al día siguiente, vio aproximarse a su peñasco una gran comitiva, encabezada por dos tuu muy heridos, repletos de manchas blancuzcas, que se apoyaban uno contra el otro para poder sortear el camino que conducía hasta allí.
Al llegar, le explicaron que eran los dos jefes de los grupos que se habían enfrentado en la víspera, al pie del peñasco, que uno de ellos había resultado vencedor de la lucha, que por ese motivo sus ideas serían puestas en práctica y que eso significaba que tenían una cosa muy importante que decirle a Flor de Trueno, lo que, si era posible, querían hacer inmediatamente.
Flor de Trueno no respondió, sino que se sentó, dejando en claro que sentía curiosidad y que aceptaba oír lo que ambos tenían para decirle. Los dos tuu se instalaron cerca de ella, murmurando de dolor, imitados por la multitud que, mientras tanto, continuaba llegando e intentaba apiñarse lo mejor posible en todos los recovecos que proporcionaba la roca.
Y después le contaron las leyendas. Todas las leyendas.
Tardaron todo el resto de aquel día, el día siguiente entero y aún parte del siguiente. No era que hubiese tantas leyendas para contar, ni que fuesen muy largas, pero, cuando comprendió que algunas de esas historias tal vez merecían su atención, Flor de Trueno abandonó su mutismo pasivo y comenzó a hacer preguntas. Muchas preguntas.
Cuando, por fin, Flor de Trueno agotó las preguntas y los otros agotaron las respuestas, el silencio descendió sobre el peñasco, instalándose como una capa de terciopelo sobre cada piedra. Para entonces, ya eran pocos los tuu que resistían en el lugar: eran historias que ya todos conocían, y el interés que había despertado la reacción de Aquella que Sale se había acabado cuando quedó claro que sólo se compondría de preguntas. Ahora, al llegar el silencio, se desbandaron también los últimos rezagados y Flor de Trueno se quedó sola con los dos líderes, en una inmovilidad interrumpida de vez en cuando por el flujo de ofrendas que recomenzaba.
Pasó de nuevo mucho tiempo, varios días.
En los valles, las conversaciones terminaban siempre con la misma pregunta, envuelta en esperanza y angustia: ¿Qué va a decidir Aquella que Sale?
La misma pregunta para la que Flor de Trueno procuraba hallar una respuesta. Se sentía aún más confundida que antes, pues si bien, por un lado, la vida que había vivido hasta entonces finalmente había cobrado sentido, si bien por fin comprendía exactamente quién era y cuál era su lugar en el gran esquema de las cosas, la verdad era que la sensación de tener una responsabilidad sobre sus espaldas era enteramente nueva y no sabía bien como reaccionar.
Pero la indefinición no podía prolongarse para siempre. Los dos tuu que habían permanecido con ella comenzaban a hacerle preguntas sutiles, a insistir, llenos de tacto, en que su pueblo esperaba una respuesta sobre si iban realmente a tener un líder que los sacase de la montaña o no.
Flor de Trueno finalmente decidió. Ella era especial. No tenía dudas al respecto. Y, por lo tanto, si la profecía hablaba de alguien especial que era capaz de llevarse a los tuu a otro lugar, ese alguien sólo podía ser ella.
Está bien acabó por decir.
Hubo fiesta en las montañas. A lo largo de varios días, de todos los rincones salían conjuntos de trinos, al tiempo que los tuu se preparaban para abandonar sus casas y enfrentar la niebla de los miasmas en busca de un lugar más benigno donde vivir.
Flor de Trueno escogió un día y un sitio como punto de reunión. El día era uno de los días festivos del calendario de su pueblo. El lugar era un valle amplio, bastante inclinado, que era regularmente invadido por la niebla de los miasmas y desembocaba perpetuamente en el mar de niebla. De allí, la niebla sólo se retiraba con la llegada del invierno, y era durante los pocos días que mediaban antes de que el hielo invadiera las montañas cuando los tuu veían que allá abajo había otro valle que se cruzaba con este, y que del otro lado el terreno ascendía de nuevo, muy, muy lentamente, a lo largo de una gran distancia, hacia lo que podía ser una meseta, situada más allá del horizonte.
El día escogido, la niebla se presentaba revuelta. Los vientos que soplaban en el valle se apoderaban de ella y la enroscaban en espirales que recorrían trayectos imprevisibles y que acababan por deshacerse contra las paredes del valle.
Los tuu se reunieron en la cima del valle, mirando la niebla venenosa con miedo a que les causara espasmos en los opérculos.
Flor de Trueno, ya enteramente compenetrada con su nueva condición y su nuevo papel como Aquella que Sale, se paseó entre la multitud, dejándose tocar, calmándolos, dándoles aliento. Exhalaba el olor más dulce que un tuu jamás haya exhalado, según se murmuraba, y su pueblo se dejó hechizar por ese olor. Y fue conducido por él, avanzando lentamente hacia el fondo del valle.
No todos, en realidad. Un pequeño grupo de tuu, tal vez aquellos que nunca se habían dejado convencer completamente de que Flor de Trueno era en realidad Aquella que Sale o los que no creían por entero en la veracidad de la profecía, se fue quedando atrás, y cuando los primeros seudópodos de la niebla palparon los caparazones de la multitud partieron de regreso a sus casas, confundidos, desilusionados y tristes.
Pero ellos eran una pequeña minoría, y los demás siguieron adentrándose en la niebla de los miasmas, siguiendo a una Flor de Trueno que ahora avanzaba al frente con resolución. Tal vez porque los movimientos de ida y vuelta normales de la niebla, por coincidencia, acompañaban los movimientos de Flor de Trueno, tal vez porque Aquella que Sale tenía realmente el poder de controlar la niebla, como pretendían algunas interpretaciones más literales de la profecía, lo cierto es que los harapos blancos del veneno se fueron retirando casi tan deprisa como avanzaba Flor de Trueno a través de ellos.
Al ver eso, la multitud se colmó de alegría y todas las dudas que, a pesar de todo, aún permanecían en muchos espíritus, se disiparon en un mar de trinos. En breve, a pesar de las piernas más largas de Flor de Trueno ésta, más que liderar el avance, acabó empujada hacia adelante por el pueblo, al tiempo que también la empujaba un viento razonablemente fuerte que soplaba desde la cima del valle.
La niebla, entre tanto, se acumulaba delante de los tuu, acantilándose en contrafuertes de considerable altura. Era como si una montaña de vapores hubiese decidido rivalizar en altura con las montañas de piedra que flanqueaban el valle, exhibiendo su blanco amarillento como un arma contra el moteado rojo ceniciento de los peñascos.
Hasta que el viento se detuvo. En ese momento, la niebla comenzó a descender sobre Flor de Trueno y sus compañeros, empujando el aire hacia fuera de los orificios respiratorios y arrancándole a la multitud un graznido de miedo.
Los más pequeños, los más delgados, los más débiles, cayeron muy pronto. Después, algunos ya muertos, otros todavía vivos, fueron pisoteados por una multitud que en un instante olvidó toda la alegría y retrocedió en masa y con pánico, abandonando amigos y conocidos, abandonando a Flor de Trueno, que gritaba, aún convencida de ser capaz de atravesar la niebla, aún imbuida de la certeza de ser Aquella que Sale, intentando inspirar en los demás una confianza que todavía no había comenzado a faltarle.
En vano. El desbande fue general, dejando atrás los restos irreconocibles de los pisoteados, cadáveres de los que la sangre blanca salía a borbotones.
Pero aquella fuga precipitada tuvo, por lo menos, el beneficio de ahorrarle a Flor de Trueno el panorama completo del desastre. Uno a uno, de diez en diez, de cien en cien, todos los tuu cayeron, sofocados, retorciéndose en el suelo donde especies de hierbas que no conocían intentaban resistirse a sus movimientos desordenados, hasta dejarlos inmóviles, en posturas retorcidas, y siempre, siempre, siempre, con los orificios respiratorios abiertos casi hasta la destrucción de los esfínteres. Flor de Trueno fue la última en caer, pero no vio todo eso, porque no llegó a huir y porque la niebla se cerró a su alrededor como un túmulo amarillento.
Sólo cuando comenzó a perder el control de los esfínteres comprendió que la profecía no iba a hacerse realidad. Y, a medida que el cuerpo iba dándose cuenta de sus reflejos, buscando aire sin ninguna esperanza, empujando la consciencia hacia el interior más profundo de su cerebro, Flor de Trueno fue cambiando su manera de mirarse a sí misma, hasta llegar, de nuevo, a la incomprensión. Murió buscando la respuesta a una pregunta que se había hecho muchas veces en el pasado:
Al final, ¿quién soy?
Traducido del portugués por Claudia De Bella © 2005
Jorge Candeias
Jorge Candeias es un escritor de ficciones nacido en Portugal que siente que es difícil escribir sobre sí mismo, ya que, él dice, nunca se consigue fácilmente el equilibrio entre ser auto-elogioso y auto-despreciativo. Pero lo que habla por él es la intensa actividad que desarrolla, ya que a su condición ya señalada agrega la de ensayista, periodista, columnista y editor. Para los que se saben o se atreven con el portugués, les recomendamos visitar los sitios que maneja o en los que participa: EVENTOS - Revista de Tecnofantasia, A LAMPADA MAGICA, FICCAO ONLINE. "Flor de trueno" es su primer cuento en Axxón, pero ya tenemos otros en lectura y traducción.
Axxón 147 - Febrero de 2005
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Portugal: Portugués).