DIVULGACIÓN: La trágica historia de la familia OSO

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LOS SATÉLITES MALDITOS
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
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Balanzas y cohetes

A fines de los años ´40, una de las compañías más grandes y poderosas del mundo era la Ball Brothers. Cualquier norteamericano que haya vivido en esa época sabe que la Ball tenía una enorme presencia en su país, incluso en las cocinas estadounidenses. La célebre jarra marca Mason, omnipresente a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, era un producto de Ball.

Ball tenía, por aquellos días, un ejecutivo dedicado a recorrer el país buscando inversiones productivas en que la compañía pudiese involucrarse. Ésta era su única misión.

Terminando 1946, el agente de inversiones de Ball Brothers descubrió una compañía pequeña en Boulder, Colorado, que había inventado una célula registradora de cargas. El circuito que se basaba en ella era el corazón de una báscula para pesar camiones. El inteligente ejecutivo aconsejó a Ball que comprara la patente, y así se hizo. A los pocos días, volvió a llamar a su base para sugerir que se comprase no sólo la patente, sino la compañía completa. Una vez más, siguieron su consejo.

Sin embargo, una vez adquirida, los ingenieros de Ball descubrieron que la célula —y en consecuencia la báscula— estaba mal diseñada y ofrecía lecturas erróneas.

Por casualidad, en Boulder se encuentra la Universidad de Colorado, una de las mejores en cuestiones de ingeniería. El agente que había descubierto la célula registradora se la llevó a David Stacey, asesor en diseños industriales y miembro del consejo académico de la Universidad para que la revisara. Stacey descubrió que lo que estaba mal era el diseño básico, el cual no podía corregirse. Aconsejó entonces a Ball que desistiese de la idea. La Ball aceptó el consejo de Stacey, pero también lo contrató para que decidiese lo que debía hacerse con la fábrica de básculas de Boulder. Ante el asombro general del directorio de Ball Brothers, Stacey respondió: "Controles de posición para naves espaciales".

Stacey era especialista en la investigación de las capas superiores de la atmósfera, y había estado trabajando, junto a otros expertos de su universidad, en un proyecto de control de posición impulsado a cohetes llamado Aerobee-Hi, que había quedado inconcluso. Propuso entonces a la compañía que retomase el trabajo donde la universidad lo había abandonado.

Ball Brothers contrató entonces a todos los que habían colaborado con Stacey en ese proyecto, reconvirtió la fábrica de balanzas y, a principios de los años ´50 ya estaba dedicada al diseño y fabricación de controles de posición para los cohetes del Ejército y la Fuerza Aérea.


Servos y células fotoeléctricas

El principio del control de posición (que, con las debidas modificaciones, continúa utilizándose hasta el día de hoy) es muy sencillo.

Usted tiene un cohete o satélite que debe, por ejemplo, estar orientado siempre hacia el Sol. Coloca entonces dos células fotoeléctricas a ambos lados del mismo. Las células fotoeléctricas, como su nombre lo indica, producen una corriente cuando la luz incide en ellas. Si el cohete está orientado directamente al Sol, ambas recibirán la misma cantidad de luz y un comparador verificará este hecho. El cohete está en la posición correcta. Pero si, por cualquier motivo, el cohete rota o se desvía, una de las células recibirá más luz que la otra. El comparador, a través de un servomecanismo, activará un cohete para reorientar la nave. El disparo del cohete sólo cesará cuando ambas células reciban de nuevo una iluminación equivalente.

La Ball Brothers, que para entonces ya había rebautizado al equipo de Boulder como Ball Brothers Research Corporation (BBRC, Compañía de Investigación Ball Brothers), deseaba encontrar nuevas aplicaciones para su control de posición. Para el caso, los militares sólo lo querían para misiles guiados, la Segunda Guerra acababa de terminar, y no se avizoraba en el futuro próximo a un enemigo al que dispararle con bombas volantes.


NASA y JPL

Por ley de 1958, el congreso norteamericano había creado la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio) y le había asignado una abundante partida presupuestaria. Por su parte, el Instituto de Tecnología de California (CalTech) había puesto en marcha su JPL (Jet Propulsion Lab, Laboratorio de Propulsión a Chorro), uno de los centros más importantes del mundo en cuestiones espaciales.

NASA, entonces, invitó al JPL a ingresar en la organización. A ambos organismos se sumó el Grupo de Huntsville, formado por von Braun y sus expertos alemanes en cohetes. Con los tres trabajando juntos, Estados Unidos organizaría su programa espacial.

La NASA se abasteció de personal científico, técnico y administrativo haciendo salvajes incursiones en las universidades y la comunidad científica, agitando jugosos contratos a perpetuidad, y esto le valió, por supuesto, la enemistad de los que no eran llamados. Formó de este modo un heterogéneo grupo de personas competentes y esto dio lugar a interesantes efectos y asociaciones como veremos más adelante.

Pero la BBRC y otros contratistas privados acababan de descubrir a su cliente soñado: si los militares no tenían ya a quien matar, ellos venderían sus productos a la NASA/JPL, un extraño pero riquísimo constructor de cohetes para la paz.


Hogarth y Lindsay

De entre las sociedades anómalas y parejas desparejas que se matrimoniaron en la NASA de aquel período, la constituida por Laurence Hogarth y John Lindsay no es la menos extraña.

Difícil imaginar a dos hombres menos compatibles en apariencia: Hogarth un educado galés nacido en Cardiff, de bigote recortado y traje de calidad; Lindsay, un campesino de Virginia, de acento arrastrado, mal vestido, rudo y feo. Sin embargo, ellos son dos de los héroes trágicos de la historia que relatamos hoy.

Laurence Hogarth (para los amigos, "Hoge") era una especie de lord inglés que hubiese pasado toda su vida en el exilio. En su infancia, porque se sentía un extranjero en su propio país, Gales, y luego al haber llegado a los Estados Unidos. Para la época que nos ocupa tenía algo más de cincuenta años de edad.

Hogarth recibió la educación de un niño británico de clase alta, pero la Gran Depresión alcanzó pronto al Reino Unido, y el muchacho debió recurrir a una beca para seguir estudiando. A la edad de dieciséis terminó la secundaria y se dirigió a la Universidad de Londres, donde se graduó de bachiller en ciencias especializado en química.

Sin embargo, su talento más especial pasaba por la ingeniería mecánica. Sin embargo, Hoge no tenía paciencia para ella: "Practicando, cualquiera se convierte en un ingeniero experto. Pero la química es otra cosa", decía. "Yo me especialicé en la base electrónica de las reacciones químicas. A veces me da odio pensar que mi impaciencia me impidió recibirme de doctor en filosofía, una ciencia infinitamente más fácil que las que yo cultivaba entonces". Pero nunca se doctoró.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Hogarth era asesor de química industrial en el Ministerio de Guerra británico y, como tal, tenía a su cargo las fábricas de explosivos. Su función era conseguir que los contratistas privados hiciesen las cosas de acuerdo a las normas. "En Estados Unidos", reflexiona, "me hubiesen despedido ignominiosamente por pelearme con la DuPont. En Inglaterra, en cambio, me felicitaron, me ascendieron, me protegieron y me dieron vacaciones extraordinarias para que los de la empresa no pudieran encontrarme por un tiempo".

Inquieto y tenaz, pronto Hogarth descubrió la razón de su vida: la guerra había comenzado y sus jefes lo pusieron al mando de las fábricas de bombas, balas y proyectiles, que por aquellos tiempos estaban situadas en Canadá. Desde el fin de la Primera Guerra que nadie se dedicaba a fabricar estos productos en gran escala, y los procedimientos industriales, los cuidados, las técnicas y la atención al detalle y a las normas con que debían hacerse se había convertido en un arte olvidado. Nadie mejor que Hoge para redescubrirlo y llevarlo a nuevas cimas de excelencia.

Después de la guerra, Hoge pasó a Estados Unidos, ya que las fábricas canadienses fueron entregadas a este último país, y los norteamericanos le rogaron que se quedara como asesor de armamentos para la US Navy. "Pronto tuve que irme. Aunque fui el experto en explosivos que supervisó la construcción de los primeros misiles nucleares, había ganado demasiados enemigos. No suelo ser muy amable con la gente idiota, y no me importa si el idiota en cuestión es un almirante".

Luego de fracasar en la actividad privada, la NASA reclutó a Hogarth en 1960 como Gerente de Proyectos, y así trabó conocimiento con John Lindsay.


Lindsay y Hogarth

Nacido en Bedford, su padre quedó en la ruina durante la Depresión. De este modo, John Lindsay debió luchar solo contra la miseria y el hambre, intentando a la vez satisfacer la voraz pasión por la radio, la astronomía y la electrónica que lo consumía.
Salido de la escuela secundaria en el 34, se vio obligado a trabajar para pagarse los estudios superiores: se graduó en física y matemática en 1940, pero a pesar de sus títulos sólo lo contrataron como electricista en un astillero. Cinco años más tarde era ya ingeniero electrónico en una empresa que fabricaba indicadores de posición para radares y en 1947 había obtenido un master en física por la Universidad de Carolina del Norte.

Su afición mutó entonces y Lindsay se convirtió en un fanático de la física solar: comenzó a trabajar en el NRL (Laboratorio Naval de Investigaciones) de la Marina y su interés se convirtió en el estudio de las capas superiores de la atmósfera mediante cohetes.

De pronto, la recién creada NASA lo invitó a unirse a ella. "Cuando entré en la NASA, creí que pondrían a mi cargo a todos los físicos solares del Centro Goddard de Vuelos Espaciales, pero descubrí con horror que Goddard todavía no operaba. La NASA casi no existía: sólo tenía el JPL". Así, en 1959, el autoproclamado "jefe de física solar" fue enviado a trabajar como simple científico de proyectos al departamento que regenteaba Laurence Hogarth.


Gerente y científico

Para diciembre de 1963, la NASA tenía en carpeta los proyectos siguientes: los satélites meteorológicos Tiros, Tiros Rueda y Nimbus; el Observatorio Interplanetario Anclado (AIMP), el programa de satélites biológicos, el avión X-15A2, las naves precursoras, el programa de sondas, el Observatorio Astronómico Orbital (OAO), el Observatorio Geofísico Orbital (OGO), el Satélite Internacional para Estudios Ionosféricos (ISIS) y el Observatorio Solar Orbital Avanzado (AOSO). Es obvio que con semejante superposición de proyectos y carga de trabajo, todo iba a fracasar si no estaba perfectamente organizado.



Satélite meteorológico Tiros

Por ello la NASA había nombrado a Hogarth gerente de proyectos. La diferencia entre el gerente de proyecto y el científico de proyecto es la misma que existe entre el ingeniero y el físico, por ejemplo. El gerente es el responsable de los aspectos de ingeniería de una misión. La Comisión de Iniciativas de la NASA le informa qué tipo de satélite deberá lanzarse a continuación, y el gerente de proyecto queda desde ese instante responsabilizado por que los plazos se cumplan, el cohete funcione, el satélite o nave espacial sea construido en tiempo y forma, y miles de otros aspectos.

El científico de proyecto, por el contrario, es, como lo dice su nombre, el encargado de la parte científica de la operación. Es responsable, en otras palabras, de los experimentos que la nave llevará al espacio.

Los enfrentamientos entre científicos e ingenieros —o, lo que es lo mismo, entre científicos y gerentes— son moneda corriente en la NASA. Al preguntársele a un gerente de proyecto cuál era la parte de una nave espacial que solía darle más trabajo, respondió con laconismo: "Los científicos".

Hogarth se divertía explicando esta "lucha de clases tecnológica": "No es justo decir que nos sacamos los ojos todo el tiempo. Yo formo parte del bando de los ingenieros, y puedo decir que hay algunos científicos que son muy buenos tipos y muy prácticos, pero a los que yo jamás permitiría intervenir de nuevo en un proyecto. La razón de esta guerra es que el 90% de los fondos de una misión se destinan a la ingeniería, por lo que los científicos se amargan y piensan que les estamos robando. No comprenden que sin cohete no hay misión. Otro problema es que al ingeniero le gusta la ingeniería, y por ello siempre está contento. El científico, en cambio, puede sentirse atraído por multitud de ciencias y disciplinas. Así, es muy probable que la tarea que le toca en una misión no sea lo que a él le gusta, con lo que por supuesto no será el mejor en la especialidad. Se sentirá mediocre, nosotros se lo haremos padecer, y se deprimirá. Para completar, a los ingenieros nos gusta ser empleados del gobierno, pero los científicos prefieren la actividad privada. Ser empleados públicos los humilla, y, como buscan la satisfacción personal, el mínimo contratiempo que nosotros les planteemos les hace creer que deseamos pisotearlos".

Otro problema entre el personal era un antiguo conflicto NASA/NRL. Así como Lindsay había sido convencido por NASA para abandonar a los marinos y sumarse a su equipo, con muchos otros había sucedido lo mismo. Los científicos del NRL habían jurado, ya durante la guerra, permanecer juntos y trabajar juntos a como diera lugar, por lo que los que aceptaron pasar a la NASA eran mal vistos por sus ex compañeros y mirados con recelo y más que un poco de tensión. Pero por supuesto que ambos organismos se necesitaban mutuamente, por lo que era inevitable que se encontraran, se cruzaran y trabajasen juntos.


Explorer y Pioneer

Sin embargo, este tipo de discordias nunca se ensañó con Lindsay y Hogarth.

John tenía una obsesión: ya en su juventud había comprendido que los cohetes sonda no servían para la observación solar, y quería hacer construir un satélite observatorio similar a los OGO, ISIS, OAO, AOSO o AIMP, dedicado íntegramente al estudio del Sol.
Pero el trabajo que le encomendaron era otro muy diferente. Le dieron los cohetes Thor que la NASA había heredado de los militares y le pidieron que pusiera en marcha dos sondas que habían quedado a medio hacer. Se llamaban Able 3 y Able 4. Había una 3 y dos 4. Able 3 debía ser puesta en órbita de la Tierra en una órbita sumamente elíptica. De las dos Able 4, una iría a la Luna (se la llamaría Pioneer) y la otra a Venus.



Pioneer 3

La NASA acostumbra cambiar el nombre de las naves una vez que han llegado a su destino y la misión se considera un éxito: por ello, Able 3 llegó a su órbita sin problemas y allí fue rebautizada Explorer VI.

El primer Able 4 (el de la Luna) fue un fracaso. El vehículo falló en desprenderse de una de las etapas y la nave cayó en el mar. Se lanzó el vehículo de repuesto, pero una vez más el cohete Atlas no pudo desprenderse y la misión volvió a fallar.



Vehículo Thor-Able con la Pioneer en la proa

El Able 4 venusino anduvo mejor. A raíz de los retrasos anteriores, Venus se había trasladado al lado opuesto de la órbita y Able 4 fue reconvertido de orbitador venusiano a sonda de espacio profundo. Dice Lindsay: "Fue el lanzamiento que llegó más lejos de los efectuados hasta ese momento. Mantuvimos contacto con la nave hasta los 40 millones de kilómetros". Por primera vez en la historia de la Humanidad, el Hombre miraba de cerca el espacio exterior.

Pero las mieles de los dos éxitos y las angustias de los dos fracasos no habían apartado la mente de Lindsay de su idea fija: el observatorio orbital.

John tenía varios problemas, según recuerda Hogarth: "Primero, como era un científico y no un ingeniero, siempre quería poner sus propios experimentos en los satélites. Entonces, lógicamente, los demás científicos temían no ser tratados con justicia a la hora de repartir el espacio en la carga útil. Segundo, e incluso más importante, es que el observatorio solar que John pretendía necesitaba estar montado en una nave espacial que siempre estuviese orientada hacia el Sol. En aquellos años, nadie sabía si tal cosa era posible".

Pero Lindsay no iba a darse por vencido a partir de una cosa tan pequeña como una imposibilidad tecnológica. Quería su propio observatorio orbital de física solar, y lo tendría.


Lindsay y la BBRC

Contrariamente a como lo hubiese hecho un científico común, Lindsay buscó enseguida la ayuda de los ingenieros de la industria privada. Una compañía le sugirió que introdujera en la nave un efecto giróscopo, es decir una rueda que girara, sometida a la inercia, manteniendo el observatorio orientado al Sol. La idea era muy buena. De hecho, se la había aplicado con éxito en el OAO, pero había costado una fortuna y había tardado meses. John no tenía ni tiempo ni dinero.

Una compañía de cañones de aviación le propuso construir unos "cinturones" o "bandoleras" llenas de cartuchos, todo alrededor de la nave espacial. Si se perdía la orientación, se dispararían los cartuchos que fuesen necesarios para poner el artefacto en posición otra vez. "Ni siquiera lo tomé en serio", dijo Lindsay más tarde.

La solución estaba en el viejo asunto de las básculas y las células fotoeléctricas. Cuando trabajaba en el NRL, Lindsay había colaborado con la Ball Brothers en el diseño de los controles de posición basados en servos y fotocélulas. Pensó que ellos podrían solucionarlo.

El máximo escollo a superar era el consumo eléctrico de los servomotores. La nave de Lindsay estaría dramáticamente restringida en cuando a energía disponible. Era un satélite, no una sonda. Una sonda generaba más de 300 watts propios, mientras que su observatorio sólo sería capaz de producir por sí mismo unos 6 watts. La sonda hubiese entregado electricidad para que los servos funcionaran durante cinco minutos, pero en el observatorio no tendrían suficiente ni para empezar. Además, los experimentos que Lindsay tenía planeados requerían que los 6 vatios de potencia estuvieran disponibles durante doce meses completos en el espacio.

Preguntó entonces a los del BBRC si eran capaces de adaptar el sistema a su proyecto y ellos le aseguraron que sí. Pero, para conseguirles los fondos, Lindsay debía primero convencer a la Comisión de Iniciativas de la NASA de la viabilidad de su proyecto.


Lindsay y la NASA

El principal argumento que utilizó fue que un satélite tenía todo el tiempo del mundo a su disposición, cosa que no ocurría con un cohete sonda que se desplaza a gran velocidad. Este hubiese podido dedicar sólo algunos segundos a efectuar una medición específica, mientras que el satélite podía tardar minutos enteros. Los resultados serían mucho más fiables.

Después estaba el ahorro de energía. Mantener a una sonda en su curso era como hacer malabares con botellas llenas de nitroglicerina y exigía el mismo cuidado y esfuerzo. Entrañaba, por supuesto, el mismo peligro y la misma necesidad de gasto energético. El satélite, en cambio, sería tan estable que el control de posición consumiría un monto despreciable de energía.

Lo expresara como lo expresase, la NASA no estaba ni de lejos convencida. "Me decían que estaba violando las leyes de la ingeniería. Los servos estaban llenos de piezas móviles y ellos pensaban que no se podían enviar piezas móviles al espacio. Los motores de corriente continua no se pueden usar por problemas de lubricación; los anillos colectores se desgastan rapidísimo. Me dijeron que la idea había sido muy buena, pero que el trabajo era imposible".

Para colmo de males, BBRC pasó por esos mismo días el presupuesto del control de posición: la cuenta daba más de 300.000 dólares. Una verdadera fortuna en aquella época.

El proyecto de Lindsay parecía haber muerto incluso antes de nacer.


S-16 y S-17

Pero la NASA no conocía a Lindsay cuando se proponía algo. Laurence Hogarth lo recuerda así: "Era escocés. Era honesto y decía siempre lo que pensaba. Era un hábil luchador. Sabía ser político, torcer las voluntades de los demás y obtener de la gente exactamente lo que quería. Este es un talento muy raro en un científico. Además, reaccionaba con enorme agresividad a la más pequeña oposición. Para terminar, era muy astuto. Nunca dejaba que su mano derecha supiese lo que hacía la izquierda".

Alfred Bester, el soberbio escritor de ciencia ficción, fue el principal biógrafo de Lindsay y de sus proyectos científicos, especialmente de la serie de "satélites malditos" , a la que ha dedicado un libro completo. Dice Bester: "Cuando le dijeron que no, Lindsay luchó, pataleó, discutió, gritó e hizo política para su ´operación clandestina de destilar licor´. Finalmente, consiguió la aprobación oficial a su proyecto".



El Observatorio Solar Orbital (OSO)

Se decidió construir dos observatorios solares. Para la NASA, los satélites de aplicación práctica (como los meteorológicos y de comunicaciones) llevaban un número precedido de la sigla A-. Los de investigación científica llevaban una letra S-. Por lo tanto, se autorizó a Lindsay a construir dos artefactos, que fueron bautizados S-16 y S-17. A los pocos meses se le concedió permiso para una tercera nave que habría de servir de repuesto o backup en caso de que uno de los otros dos fallara, y se la llamó S-57. El nombre operativo que les otorgó Lindsay fue, simplemente, OSO (Observatorio Solar Orbital).

La etapa de proyecto de los satélites OSO comenzó a principios de 1959. Si Goddard era el centro teórico del programa espacial norteamericano, el JPL era el centro fáctico, ya que allí residía la ingeniería. Y OSO precisaba de ambos. Pero la realidad ofrecería aún muchas dificultades.

Mientras Lindsay quería a los ingenieros del JPL trabajando en su proyecto, éstos tenían entre manos las misiones Mariner (el denominado A hacia Venus, y el B a Marte), y no le hicieron demasiado caso.

Mientras Lindsay quería que Goddard se ocupara de la teoría de un satélite helioestacionario, su personal estaba desarrollando el programa Vega, destinado a obtener la tecnología para sondas que se posaran en la Luna y los planetas. Le dijeron que esperara.
Lindsay, sin abatirse, se dispuso a observarlos trabajar y a aprender a qué se dedicaban, y así comenzó a involucrarse en las tecnologías de impulsión, una tarea totalmente divorciada de la mentalidad de un físico y relacionada solamente con la ingeniería.
El cohete destinado a impulsar tanto a Vega como a Mariner era el Centauro, que utilizaba como combustible hidrógeno líquido. Sin embargo, este elemento es muy explosivo, peligrosísimo de almacenar y muy difícil de manipular. En eso estaban, cuando la Fuerza Aérea presentó el cohete Agena, a oxígeno líquido y por lo tanto mucho mejor y más seguro que el Centauro.



Comparación entre diversos vehículos de lanzamiento

La gente de Goddard, entretanto, acababa de poner a punto el concepto de órbita de estacionamiento, que es aquella en la cual la nave puede "descansar" y girar tranquilamente, mientras el personal calcula con exactitud el impulso que debe dársele para hacerla alcanzar su destino final. Lindsay se aprovecharía con inteligencia de estos avances técnicos y teóricos para su propio, obsesivo proyecto personal.


Ranger y Mariner

Su banco de pruebas fue el JPL. El laboratorio de Pasadena decidió utilizar Agenas y órbitas de estacionamiento para los proyectos Vega y Mariner, sin saber que los ojos vigilantes de John Lindsay los observaban desde las sombras para saber si tendrían éxito.

Lo tuvieron. Las cinco misiones de Vega fueron denominadas Ranger Block I y Ranger Block II. Luego del lanzamiento exitoso, fueron rebautizadas según la costumbre como Ranger Moon I, II, III, IV y V. Mariner A se convirtió en las sondas venusinas Mariner I y Mariner II, y Mariner B renació en Mariner III y IV, sondas marcianas. Las nueve llegaron a sus objetivos con toda felicidad.

Para entonces, a la larga lista de proyectos de la NASA ya citados se habían agregado tres series de satélites de comunicaciones (Telstar, Syncom y Relay), y, por supuesto, los dos OSO de Lindsay. JPL y Goddard no tenían un segundo libre, y John comenzó a temer que concedieran poca importancia al proyecto de su vida.

Para colmo de males, se le otorgó a los dos primeros ejemplares (S-16 y S-17) un presupuesto de apenas 3 millones de dólares. Lindsay por poco no sufre un ataque. ¡Al Observatorio Astronómico Orbital (OAO) le habían dado más de 70 millones! Eso, por no hablar de Ranger y Mariner, ni de las dispendiosas misiones tripuladas como Mercury y Geminis.

Pero el asunto ya estaba decidido, y nada pudo hacer el científico para convencer a los diputados y senadores de que invirtieran más dinero en sus dos satélites.

Puso, pues, manos a la obra. Para mediados del verano de 1959 tendría que tener su proyecto totalmente organizado o perdería su turno para los lanzamientos.


Licitaciones y calidad

Se cuenta que en el momento de su despegue en la cápsula Frienship 7, John Glenn gritó a voz en cuello: "¡Dios mío, todo esto lo hizo el que presentó la oferta más baja!". Es que la NASA sólo realiza por sí misma el 15% del trabajo de construcción; el resto proviene de la industria privada por medio de licitaciones públicas, y ello implica que, en efecto, el que gana es el que presenta un presupuesto menor.



John Glenn en manos del contratista más barato

El problema estriba en que, a veces, lo barato no es lo mejor, y se han hecho grandes inversiones en cada nave que pueden perderse por una simple falla de manufactura o materiales.

Los peligros de estas licitaciones son básicamente dos: que la NASA no pueda supervisar en forma adecuada al contratista y que éste se aproveche, por un lado; o que un contratista honesto pase una propuesta muy baja para asegurarse de ganarla, y que luego comprenda que no puede llevar a cabo el proyecto en esos plazos y con ese presupuesto. En el primer caso toda la misión puede fallar; en el segundo la NASA tiene que apoyar al contratista con personal, dinero y tecnología para que pueda cumplir con lo pactado.

No hay modo de postergar los lanzamientos: los momentos correctos están determinados por las leyes de la mecánica celeste y ellas no admiten dilaciones ni sobornos. Ya hemos visto cómo Venus se salió del alcance de Able 4 a causa de las demoras y la sonda debió ser enviada de urgencia al espacio profundo y no al planeta nuboso.

Para evitarlo, Hogarth, como gerente del proyecto OSO y Lindsay, su jefe científico, creador y principal creyente, pusieron todas las fichas sobre el tapete de la BBRC. Llevaban tiempo trabajando con esa empresa y nunca les había fallado: "Nadie nos cuestionó cuando decidimos convertir a OSO en un proyecto de contratista único. La competencia hubiera representado un gasto inútil de tiempo y dinero", explica el galés.


La balsa y la vela

Dos ingenieros de la Ball Brothers fueron comisionados para diseñar y construir los satélites OSO. Se trató del teórico O.E. Bartoe, que calculó los aspectos dinámicos del diseño, y de Fred Dolder, que tuvo que idear las técnicas necesarias para la realización concreta de los artefactos. Ambos eran los que habían respondido "sí" ante la pregunta de la NASA acerca de si la BBRC podría adaptar su diseño del sistema de control de posición para cohetes a un satélite.

El diseño original de OSO era simple, sencillo, modesto y barato. Sería una nave espacial de vida breve, que se destruiría a las tres semanas. Más tarde, diversos contratiempos técnicos demostraron que el satélite tendría que ser más grande, más pesado y más longevo. Al final, el diseño de S-16 terminó siendo increíblemente complejo.

Parecía medio ventilador parado verticalmente sobre una balsa. BBRC denominó "vela" a la parte vertical, porque era lo que siempre debía mirar al Sol, como las velas de los buques miran contra el viento. La vela tenía 90 cm. de diámetro y 30 de espesor.


Diagrama general de los primeros OSO

Si la vela era fija, la "balsa" tenía que girar. Así, se montó la vela sobre un eje central que sobresalía de un tambor de nueve lados. Este tambor se bautizó "rueda", porque nunca debía dejar de girar. De la rueda salían tres brazos radiales, cada uno de ellos rematado en una botella de gas bajo presión.

La rueda o balsa giraba a treinta revoluciones por minuto, porque de ese modo sería estable y mantendría fija a la vela. Su efecto giróscopo garantizaría que la vela permaneciese siempre en posición vertical. Era la única manera: de hecho, la única manera de mantener algo —cualquier cosa— fija en el espacio es un giróscopo. "La Tierra no anda rebotando por todo el Sistema Solar solamente porque gira", ha escrito Bester.

¿Cómo evitar que la vela girase junto con la rueda? Imposible. Lo que sí se podía hacer era obligarla a girar en sentido contrario y a la misma velocidad, de modo que su posición relativa fuese siempre la misma. Aquí entraban en juego los servomecanismos y el sistema de control de posición de BBRC. Además, cuando la nave entrase en el cono de sombra de la Tierra, los servos se desconectarían automáticamente para ahorrar energía y desgaste de los rulemanes, ya que el único objetivo de OSO era observar al Sol.

La vela contenía la baterías de pilas solares para producir energía a partir de la luz solar. También llevaba el famoso control de posición y 34 kilos de experimentos científicos, que no debían sufrir ningún tipo de vibración causado por las rotaciones de la rueda. Era la parte que se ocuparía del Sol.

La rueda, por su parte, llevaba los mecanismos de control y operaciones y los equipos de comunicaciones. Sus 45 kilos de instrumentos tampoco debían ser afectados por el giro.

Los satélites OSO medían 2,34 metros de diámetro y 94 centímetros de alto, y pesaban más de 200 kilos.

Se propuso como fecha de lanzamiento del S-16 septiembre de 1961, lo que resultaría ser imposible.


Torta y experimentos

Lindsay tenía ya en proceso su satélite soñado. Había lugar para el instrumental de trece experimentos a bordo del aparato. Lindsay decidió colocar ocho de Goddard. Quedaba sitio suficiente para cinco más. De los trece, siete irían ubicados en la vela y seis en la rueda. Las proporciones cambiaron luego durante el proceso de construcción.

La rueda fue dividida en nueve porciones como una torta. Tres de las secciones resultantes eran necesarias para el manejo y control del artefacto, por lo que quedaron reservados. Los cinco experimentos faltantes fueron asignados a varias universidades y centros de estudios.

En el invierno de 1959/1960, John Lindsay manejaba ya su profecía autocumplida: el departamento de física solar en Goddard estaba bajo su mando, y allí comenzó a diseñar la carga útil del OSO hasta el último detalle.

Los experimentos de la vela —los que quedarían orientados al Sol durante los seis meses de vida útil del satélite— se denominaron "directos", y eran en su totalidad experimentos del Centro Goddard, es decir, experimentos de Lindsay. Eran,a saber: un espectrómetro de Rayos X solares blandos (100 a 400 Å); un detector de rayos gamma de 100 KeV a 1,5 MeV; un detector de partículas de polvo solar; un detector de rayos X solares de 20 a 100 KeV y una cámara de iones para rayos X solares de 1 a 8 Å.

La rueda (cortada en sus nueve secciones como una torta) transportaría un detector de flujo de radiaciones solares de 3.800 a 4.800 Å de Goddard; un detector de rayos gamma solares de alta energía (100 a 500 MeV) de la Universidad de Rochester; una cámara de iones de rayos ultravioletas solares de 1.000 a 1.250 Å de Goddard; dos detectores de rayos gamma solares, uno de 0,2 a 1,5 MeV y el otro de 50 KeV a 3 MeV, el primero de Goddard y el segundo de la Universidad de Minnesota; un detector de estabilidad emisiva del Centro Ames de Investigaciones; un monitor de neutrones de la Universidad de California y un detector de electrones de energías superiores a 60 KeV y de protones superiores a 2 MeV del Laboratorio Lawrence de Radiaciones de la Universidad de California.

Como se ve, quienes temían que Lindsay se asignara a sí mismo la mayoría de los experimentos estaban totalmente en lo cierto.


Trabajos y dificultades

BBRC descubrió pronto que estaban tratando de construir algo que nunca habían hecho por medios que jamás habían ensayado. Es más: estaban tratando de hacer algo que nadie había hecho con métodos que nadie había ensayado.

Obligados a usar el método de prueba y error para cada pequeña tarea, encargaron el proyecto OSO al gerente de la planta de Boulder, R.H. Gablehouse, a quien todos conocían por su apodo: "Gabe".

El primer error del equipo de Boulder fue no llevar registros ni anotaciones de los motivos ni la forma exacta en que hicieron las cosas. Gabe había olvidado que luego de OSO debería construir dos gemelos iguales a él. Como es obvio, escribe que "Eso nos metió en problemas más tarde; cuando decíamos que tal cosa debía hacerse de tal modo, nos pedían que mostráramos los cálculos, pero no podíamos, porque no los habíamos anotado. Todo el conocimiento lo llevábamos en la cabeza".

Los ingenieros de la BBRC comenzaron construyendo un prototipo, mediante aproximaciones sucesivas, según era costumbre entre los procedimientos de la NASA. Cuando se alcanzara la versión que los ingenieros consideraran definitiva, se haría entonces un OSO capaz de ir al espacio. En otras palabras: el que recibe los cachetazos es el prototipo para evitárselos al satélite real.

Además del prototipo y del objeto real, se preparó uno más de repuesto, backup o muletto. Éste sería el encargado de cumplir los objetivos de la misión si algo le sucediese al titular.

Otra de las funciones del prototipo es servir para severísimas pruebas y simulaciones: se lo ensaya al máximo, porque se intenta evitar fatigar o desgastar al modelo real en las pruebas de tierra. Al modelo verdadero se lo prueba también, por supuesto, pero muy por debajo de sus límites de resistencia.

Fred Dolder tenía órdenes de construir un aparato que durase, como hemos dicho, solamente tres semanas, porque en un principio debía llevar un solo experimento. El ingeniero dice: "Pero pronto cambió todo. Descubrimos que necesitábamos una masa mayor para que el efecto de tirabuzón no lanzase las piezas en todas direcciones. Empecé pensando en una nave de 45 kilos, pero pronto supe que una de menos de 225 kilos jamás funcionaría. Luego nos dijeron que en vez de un experimento tendría que llevar dos, pero todos sabemos hoy que al duplicar los experimentos se cuadruplican los problemas constructivos y de diseño. En aquellos tiempos éramos tan estúpidos que no nos dábamos cuenta de ello".

Cada paso del proceso ofreció dificultades a Bartoe y Dolder, empezando por el material básico. Ya en las primeras pruebas, la aleación de aviación comenzó a rajarse. Dolder decidió abandonar el aluminio y construir el OSO de magnesio, al menos en parte. Pero otras piezas debían ser de aluminio, sí o sí.

Gabe Gablehouse fue el encargado de luchar con esta materia prima: "Hacer las piezas de aluminio vaciado en un molde no es ninguna tontería, porque necesitábamos un alto grado de integridad estructural para que el OSO resistiera las grandes tensiones que le causaría la rotación de la rueda. ¿Cómo sabemos si una pieza está entera por dentro? La observamos con rayos X, se la tornea con sumo cuidado, pero en realidad nunca sabemos los que puede haber debajo de la superficie del metal".

El otro problema era la mano de obra. Primero, Gabe contrató a un fundidor artesanal de Denver, que aparentaba poner un cuidado quirúrgico en todo lo que hacía. Pero ese hombre no disponía de controles de calidad. Luego fueron a ver a una fundición más grande de Missouri, que trabajaba en gran escala y efectuaba severos controles de calidad. Pero Gabe grita, desesperado: "¡Entonces la maldita fundición se incendió, y todos nuestros moldes y piezas terminadas se perdieron!". La NASA tuvo que empezar el OSO de nuevo en otro sitio.

Luego vino el asunto de las botellas de gas para generar el efecto de tirabuzón: al principio eran de fibra de vidrio y goma, pero su misma naturaleza hacía que los materiales envejeciesen rápidamente. No se las podía guardar en un estante un año o dos. Las de acero eran inútiles por lo pesadas. La solución era el titanio, pero la metalurgia de este metal recién estaba comenzando en 1959. BBRC descubrió que el titanio era muy sensible a los rayones, y que las paredes de las botellas debían ser muy delgadas y livianas. Tenían que protegerlas de algún modo para que no explotaran y dejaran a la rueda del OSO sin gobierno. Gabe compró entonces algunas pelotas de básquet y cubrió con ellas las botellas.

A cada problema que resolvían se les presentaba una docena. Lo siguiente que pasó fue que no sabían cómo lubricar las piezas móviles del artefacto. En el vacío absoluto a 800 kilómetros de la Tierra, los fenómenos comienzan a diferenciarse de los que ocurren en el taller de armado. Los metales se sueldan espontáneamente por el frío y los engranajes se muerden unos a otros y se arrancan dientes. Otras clases de metal comienzan a desprender vapor, es decir que entran en ebullición y se consumen. La luz UV y la radiación de los Cinturones de Van Allen desintegran los metales y pudren los plásticos.

Pensaron en la interfaz oro-oro, que es autolubricante por motivos no muy bien comprendidos. El único problema es que el oro tiene que ser duro —y naturalmente es muy blando— y no debe descomponerse —y el oro tiende a amalgamarse con muchos otros materiales—. Probaron con lubricantes secos en polvo, como el disulfuro de molibdeno o los silicatos, todos ellos muy buenos lubricantes, pero se consumen muy pronto y deben reponerse las cantidades usadas. Como es obvio, esto es imposible en un satélite que estará seis meses en el espacio. Además, estos polvos hierven en el vacío. Al final se volcaron hacia los lubricantes a base de hidrocarburos, y, aunque cueste creerlo, el OSO S-16 fue lubricado con Bardahl, o, más concretamente, con el componente esencial del Bardahl.


Magnetismo y gravedad

El control de la posición del OSO no fue el menor de los problemas de la NASA, BBRC, JPL y Goddard. En realidad, hasta que el cohete despegara nadie estaría seguro si el efecto de tirabuzón giroscópico sería suficiente para estabilizar el aparato y lograr que la vela mirase siempre al Sol.

Allá arriba, habría dos fuerzas que intentarían conspirar contra este logro: se llaman "torsión magnética" y "gradiente gravitatorio".

La primera de ellas consiste en que el satélite intenta obedecer al campo magnético terrestre, comportándose como una brújula, y en consecuencia quiere apuntar al norte. La segunda estriba en que la gravedad de la Tierra tira de la parte inferior con más fuerza que de la superior —porque la tiene un metro más cerca— y el OSO tiende a tumbarse sobre un costado.

Algunos objetaban que estos efectos serían insignificantes: la gente de Goddard sabía que era cierto si el satélite tuviese que operar sólo algunos días. Sin embargo, el resultado del efecto acumulativo de estas fuerzas a largo plazo —tres meses o más, en el caso del OSO— terminaría produciendo grandes cambios de posición y orientación. Estos pequeños efectos causan grandes dificultades: por dar un ejemplo, si la trayectoria del Mariner no hubiera sido corregida en función de la presión de la luz solar, la nave hubiese errado al planeta Marte por más de 20.000 kilómetros.



El Mariner 2

Sin embargo, conocer un efecto y poder corregirlo son dos cuestiones muy diferentes.

Para evitar la torsión magnética habría que desmagnetizar completamente la nave. Primero se haría un mapa magnético completo de cada una de sus piezas. Luego, usando ese mapa como guía, se pondría al OSO en medio del campo magnético de un gran electroimán y se lo iría colocando en distintas posiciones para borrar su magnetismo propio.

Pero no hay forma de "desgravitar" un objeto material. Habría que dejar la corrección del gradiente gravitatorio al efecto giróscopo de la propia nave, y rezar y confiar para que fuera capaz de compensarlo. ¿Y si no lo era? Pues bien, no lo sería y la misión fracasaría.

Como en toda nave espacial, para Gabe, Hoge y Lindsay el quebradero de cabeza mayor fue la energía. Las pilas solares constituyeron un fracaso desde el principio. El control de calidad que JPL efectuaba sobre las unidades que el fabricante les enviaba tenía un coeficiente de fracasos del 100% en la mayoría de las partidas entregadas. ¡Y la vela necesitaba 42 pilas solares que fueran capaces de funcionar a la perfección durante al menos 180 días! Huelga explicar el calvario que representó para los responsables del proyecto identificar esas 42 pilas (en realidad, 126, porque se trataba de tres satélites) entre cientos de miles de unidades inservibles.


Soldaduras y marcado por tonos

Las soldaduras, como en cualquier equipo electrónico, representaron el punto más crítico de todo el diseño de la serie OSO. Si algo falla en un equipo espacial, lo primero que se hace es revisar las conexiones. Todas ellas, que pueden llegar a ser cientos de miles.

Luego venía el problema de la recolección y la transmisión de los datos a las bases terrenas. Era obvio que OSO debía llevar a bordo un grabador, pero la duda venía al momento de decidir cómo controlarlo. Gablehouse y Hogarth decidieron utilizar un sistema de comandos por tonos, como los de nuestros modernos teléfonos. Cada "bip" o combinación de ellos representaba una orden que cada parte del OSO debería obedecer, incluyendo por supuesto el grabador donde estarían almacenados los datos. El sistema de OSO era mecánico, lo que incluía una tasa de fallas mayor que los actuales sistemas totalmente digitales.

El operador en Tierra enviaba al satélite una secuencia de tonos a través de la radio. El tono hacía vibrar una lengüeta metálica en el receptor de OSO, y esa lengüeta accionaba un relé electromecánico que ponía en marcha —o detenía— el grabador. Las lengüetas del S-16 eran capaces de reconocer 40 tonos diferentes que representaban otras tantas órdenes o comandos. Ya veremos en qué problemas metió a la NASA este sistema.

El grabador era del tipo fonomagnético —los chips grabables estaban muchos años en el futuro—, y registraba los datos en una cinta sinfín de 240 metros de longitud. El largo de la cinta estaba calculado para alcanzar a registrar todos los datos en 90 minutos a muy baja velocidad —para ahorrar espacio en cinta— Esa hora y media era el tiempo que tardaría el OSO en recorrer una órbita completa.

Luego, al pasar por encima de una estación de rastreo, se ponía en reproducción de alta velocidad y transmitía todos los datos en sólo 4 minutos. Después volvía al modo de grabación de baja velocidad.

Pero la pregunta de Lindsay era crítica: "¿De dónde voy a sacar un grabador que funcione con un único watt durante seis meses sin parar y que mida solamente 20 x 10 cm?". El contratista les vendió dos unidades a 30.000 dólares cada una. ¿Funcionarían? Misterio.


Contaminación y demencia

La última, demoledora pesadilla de las naves espaciales es la contaminación. Cuando el autor de este trabajo era un niño pequeño, se preguntaba por qué los técnicos que trabajaban en la NASA parecían más bien neurocirujanos en lugar de ingenieros o electricistas.
Luego, cuando en una de las esponjas de un observatorio orbital de los años ´90 se descubrieron virus y bacterias —lo cual dio pábulo a toda una serie de absurdas teorías sobre vida en el espacio de alto vacío— todo se aclaró cuando uno de los técnicos que armó el laboratorio reconoció haber trabajado sobre las esponjas sin barbijo y haber estornudado en el plano de trabajo más de una vez...

En 1959 la NASA ya había aprendido algo a este respecto. Habían hecho obligatorio el uso de cofias, barbijos, guantes y botas quirúrgicos en el armado de sus naves espaciales, y todos los laboratorios constructivos tenían circuladores de aire de flujo laminar (esto es, sin turbulencias que levanten polvo), para ser filtrado y refiltrado una y otra vez.

En el espacio no puede haber polvo terrestre. En el espacio no puede haber grasa corporal humana. La grasa de las huellas digitales libera moléculas de gas. Las partículas de polvo atraen partículas de gas. El polvo con su gas satélite queda dentro de la espacionave en forma de débil atmósfera capturada. Si uno está haciendo experimentos de rayos X o rayos gamma de alta energía, el equipamiento está tan cargado que incluso esta tenue atmósfera accidental produce arcos voltaicos enormes y el satélite, simplemente, muere en medio de un brillante estallido.

El mejor ejemplo de lo que sucede si uno es sucio al armar una nave es la patética historia del Mariner IV. Esta sonda marciana llevaba sensores fotovoltaicos que en vez de tomar la posición del Sol como punto de referencia para su trayectoria, buscaban a la estrella Canopus, se fijaban en ella y la tomaban como referencia para la navegación.

Pero nada es perfecto en este mundo, ni tampoco a bordo del Mariner IV. Alguien había permitido que la sonda embarcara polvo (aunque los técnicos se defendieron diciendo que se debía al impacto de micrometeoritos que habían producido polvo impactando contra los paneles solares). Como fuese, ese polvo comenzó a orbitar en torno al Mariner como si se tratase de un sistema solar en miniatura. La luz del Sol hacía brillar las motitas de polvo como si fuesen estrellas y cada vez que las mismas pasaban frente al sensor de Canopus, éste las confundía con la estrella y se ponía a perseguirlas locamente. Como Canopus representaba el único punto de referencia fijo para una nave que se desplazaba a gran velocidad, fácil es imaginar que el control de navegación —controlado por el sensor— cayó en un profundo ataque de demencia. El Mariner IV comenzó a dar topetazos, cabriolas, golpes, detenciones y arranques súbitos, vueltas carnero y saltos en alto, amenazando con agotar el gas reservado para la navegación. Finalmente, un astrónomo del JPL debió buscar manualmente al Canopus verdadero —que no se movía en absoluto—, enfocar el sensor hacia él y desconectar para siempre el "buscador de Canopus" que había caído en su ridícula crisis de epilepsia.


Desgracia y superstición

Ya hemos explicado que el número total de experimentos que llevaría el S-16 era de trece. Ni Lindsay ni Hogarth ni Gablehouse eran supersticiosos, por lo que no sintieron la necesidad de quitar uno (agregar otro era imposible) para evitar el número de mala suerte.

Pero los avisos existieron: el propio Alfred Bester fue testigo, en Cabo Cañaveral, del lanzamiento anterior al del OSO: "Mi primera experiencia con lanzamientos no tuvo que ver con la serie OSO, sino con el Centauro AC4, que tenía que llegar a una órbita lunar como aperitivo de las misiones Apolo. La cuenta regresiva empezó de madrugada, y la tensión comenzó a subir. Y con razón: estaban en juego siete años de trabajo y 100 millones de dólares gastados hasta el último centavo".

El escritor recuerda que a las 08:00 de la mañana reinaba en el centro de control un gran silencio. Las luces que indicaban los puntos más críticos —la desconexión del impulsor y el desacople de la segunda etapa— estaban en verde. Los mapas iluminados mostraban la ruta prevista en rojo, la velocidad en amarillo y el ángulo en negro. Las computadoras de rastreo, en Goddard, transmitían tranquilamente bytes "0" al Cabo. No había nada que informar.

El diálogo entre el despachador y los jefes de equipo:

—Control, ¡adelante!

—Plataforma, ¡adelante!

—Tablero, ¡adelante!

—Todos los sistemas, ¡adelante!

—T menos un minuto diez segundos. Nueve. Ocho. Siete. Seis...

El jefe de proyecto: —No necesitamos cada segundo.

—Tienes razón. Perdón.

Silencio durante un minuto, y luego:

—Cinco. Cuatro. Tres. Dos. Uno. Cero. Ignición. Despegue.

Bester miró el gigantesco mapa luminoso. Una línea blanca comenzó a seguir la línea roja de la trayectoria de vuelo. De pronto, la línea blanca se detuvo.

Un técnico:

—¡Maldición! ¡Ha explotado!.

Luego, el jefe de proyecto conectó los circuitos de audio para que todos, allí en el Cabo, en Goddard, en el JPL y en los demás centros pudieran escucharlo y dijo, con la voz tranquila de un cropier que anuncia que ha salido negro el 8:

"El AC4 acaba de estallar en la plataforma de lanzamiento".

El Atlas-Centauro se había elevado apenas unos centímetros cuando uno de sus motores General Dynamics, de 5.453 kilos de empuje, falló durante un instante. Esa fracción de segundo fue suficiente para que su enorme peso lo hiciera descender otra vez y golpear con fuerza catastrófica la plataforma de lanzamiento. El blindaje se rajó y vomitó una catarata de oxígeno e hidrógeno líquidos en una explosión infernal. No hubo muertes, pero los bomberos de Cabo Cañaveral tardaron cuatro horas en apagar el incendio en la plataforma.


Prototipo y modelo de vuelo

Luego de dieciocho meses de trabajo, insomnio y acidez estomacal, tanto el prototipo como el modelo de vuelo del S-16 estuvieron listos para sus pruebas finales. Se llevaron a cabo en el Centro Goddard con la presencia de los testers y evaluadores, y ante el repudio de los diseñadores y constructores, que piensan que los primeros sólo tratan de hacerlos fracasar.

Los dos satélites se armaron completamente y se revisó su estructura en lo que se llama "prueba ambiental". Luego se colocaron a bordo los paquetes experimentales y se los puso en marcha. Se realizaron revisiones de los sistemas eléctricos, electrónicos y mecánicos y se llevaron a cabo pruebas de interferencia eléctrica, interferencia mecánica, alcance de normas constructivas, prueba del prototipo en el banco de trabajo y revisión de los experimentos.

Luego se puso el prototipo en un banco que simula las vibraciones, el empuje y las tensiones que el modelo real sufrirá en el despegue, mientras los demás sistemas trabajaban a su ritmo normal.

Aprobada esta etapa de la evaluación, se colocó al prototipo en una cámara especial y se lo llevó a temperaturas de 65°C bajo cero y 100°C sobre cero, en un vacío profundo de 1 x 10-9 mmHg.

Este es el momento definitivo. Si algo falla, si algo se rompe, es el momento de ponerse a pensar cómo evitarlo. Una vez el OSO en el espacio, siempre será muy fácil para los ingenieros saber qué se rompió; lo difícil será ir a cambiar la pieza.

Todas las pruebas que el prototipo debió pasar dieron resultados satisfactorios, para gran alivio de John Lindsay, Laurence Hogarth y Gabe Gablehouse.


Lanzamiento fallido y desesperación

Por fin, el gran momento había llegado. Se descartó el prototipo y el modelo de vuelo del S-16 fue empaquetado y enviado a Cabo Cañaveral.

BBRC había tardado dos años en construirlo y los costos se habían disparado hasta los 5 millones de dólares. El lanzamiento costaría 2,5 millones más. En consecuencia, los 3 millones de dólares contra los que Lindsay protestaba en 1959 se habían más que duplicado en esos dos años.

Corría el mes de febrero de 1962 y el tiempo estaba bueno y despejado. S-16 subiría al espacio como carga útil de un cohete Thor-Delta de tres etapas y 453 kilos de capacidad de carga, construido por Douglas. El contratista estaría a cargo del despegue.
John Lindsay se desplazó al Cabo para estar presente en las pruebas finales en la Terminal de Lanzamientos número 3 y supervisar el acople del S-16 a la última etapa, un motor Douglas X-248.

El S-16 fue retirado de su contenedor metálico, protegido por la bolsa de polietileno contra contaminaciones, se lo elevó a la punta del X-248, se lo fijó con grampas y se lo atornilló en su sitio. En la junta se colocó el collar de bulones explosivos que produciría la separación de la etapa a su debido tiempo. Luego se lo sopleteó cuidadosamente y se lo libró de toda contaminación con nitrógeno puro.

Faltaba todavía un paso más: el cohete de tercera etapa —con su combustible— y la carga útil fueron colocados en un torno giratorio, para comprobar si estaba perfectamente balanceado. No lo estaba. Lindsay tuvo que ejecutar entonces la maniobra prevista para estos casos: colocar en el S-16 varios pequeños contrapesos hasta que el encargado del torno le hizo la seña de "OK".



Comprobación de equilibrio en el torno

El S-16 estaba listo para ser llevado a la plataforma. El lanzamiento estaba previsto para el 6 de marzo.

Exactamente al mediodía de ese 6 de marzo, S-16 tenía que entrar en una órbita situada a 1.600 kilómetros al sur de Cabo Cañaveral. De esta forma, el plano de la órbita estaría siempre alineado con el Sol, lo que reduciría drásticamente la necesidad de hacer maniobras de orientación.

Para que llegara a su órbita a las 12 del mediodía, había que lanzarlo a las 11:50 de la mañana.



John Lindsay (de pie) supervisando la construcción del OSO

Por fin llegó el 6 de marzo. En el equipo de Lindsay todo era tensión, y esa tensión se traducía en un gran silencio.

La cuenta regresiva concluyó, y la computadora de despegue dio la orden al Thor-Delta para que despegara.

Nada sucedió.

El cohete con el S-16 se quedó tranquilamente donde estaba, como si nada fuera y no tuviese nada que hacer en el espacio. Prefería las soleadas playas de la Florida.

"Más tarde descubrí lo que andaba mal", se queja Lindsay. "La presión del combustible en el tanque de oxígeno líquido no había tenido tiempo de consolidarse. Si hubiésemos vuelto a hacer la cuenta regresiva, hubiese despegado. En cambio, pospusimos el lanzamiento para el día siguiente". Tiene razón. Pero el tiempo pasaba, y si se lo hubiese lanzado a las 12:00, 12:15 o incluso a las 12:30, habría llegado tarde a su órbita ecuatorial y los experimentos difícilmente hubiesen tenido éxito.


Lanzamiento exitoso y más desesperación

El 7 de marzo, la segunda cuenta regresiva llegó a 0 y el cohete en efecto despegó. El S-16 llegó a su órbita prevista en el momento previsto y entonces, siguiendo la tradición, se lo rebautizó oficialmente "OSO-1".



OSO-1

Pero allí comenzaron nuevos y espantosos problemas. Todo lanzamiento hace girar al cohete como una bala al salir del cañón estriado de una pistola, y esto se llama "barreno balístico". Lindsay lo sabía, pero los cálculos del JPL y el BBRC le decían que la resistencia del aire disminuiría la velocidad del barreno y que, con pequeños disparos de las botellas de gas dentro de sus pelotas de básquetbol, el Control de Misión conseguiría que la rueda del OSO, libre ya en su órbita, comenzase a girar regularmente a sus 30 revoluciones por minuto y nada más. Lindsay no había tenido tiempo ni presupuesto para incluir en el artefacto un control de giro más severo y eficiente.

No fue como le decían. Los cálculos fallaron. Apenas se ubicó en su órbita, OSO-1 se puso a girar sobre sí mismo como un trompo. El giro era tan rápido que el control de orientación no pudo colocar la vela de cara al Sol. La rotación, además, alteró los datos, y el OSO comenzó a transmitir a la Tierra información incomprensible.

Las baterías solares situadas en la vela pasaban tan rápido de la luz a la sombra que no conseguían ver el Sol el tiempo suficiente para generar la electricidad que la nave necesitaba. Parecía que OSO-1 moriría en la infancia. Hogarth, Lindsay y Gabe se arrancaban los pelos, sumergidos en la más negra desesperación.


Mejoría y desconcierto

Sin embargo, las leyes de la física acudieron en ayuda de los padres del OSO-1. Al cabo de un tiempo, la rotación comenzó a disminuir por sí misma, y la vela se orientó hacia el Sol, porque el sensor solar y el control de giro aún funcionaban perfectamente.

Pero aún quedaban algunas siniestras sorpresas para el equipo de Lindsay.

Por el tiempo en que la inercia del giro comenzó a disminuir, las Fuerzas Armadas norteamericanas llevaron a cabo una experiencia absurda y demencialmente peligrosa. El 9 de julio de 1962 detonaron la primera bomba atómica en el espacio, la "Starfish", en una órbita situada a 400 kilómetros por encima de la isla Johnston, en el Pacífico. Starfish tenía una aterradora potencia de 1,4 megatones y produjo una explosión espectacular, que originó increíbles auroras boreales a 4.800 kilómetros de distancia. La radiación resultante provocó histéricas oscilaciones en el campo magnético de la Tierra y sacó de servicio a muchos satélites. Hoy, si uno quiere ir al espacio, tiene que atravesar no sólo la radiación de las zonas de Van Allen, sino que debe ir preparado para defenderse de la Zona Starfish, donde aún vive la radiación de aquella insensata bomba nuclear, atrapada en el campo magnético terrestre.

Pues bien: cuando el giro de OSO-1 se estabilizó por fin, las pilas solares de la vela chocaron con la radiación de Starfish como contra un muro de concreto, y comenzaron a autodestruirse.

Para completar el desastre, lo siguiente en fallar fue el sistema de control por tonos de radio. El amable lector recordará que eran tonos de tipo telefónico, transmitidos por radio al OSO-1, que hacían vibrar lengüetas y abrían o cerraban relays.

En efecto: cada vez que el satélite pasaba sobre el África ecuatorial, el personal descubrió con sorpresa y espanto que los grabadores comenzaban a recibir órdenes misteriosas que los hacían arrancar y detenerse incontroladamente. En esa zona del planeta, el sistema de registro y transmisión de datos del OSO-1 sencillamente se volvía loco.

Nadie descubrió jamás de dónde provenían esas "órdenes fantasmas". Hogarth creía que se trataba de la combinación casual de las transmisiones de dos estaciones de radio comercial situadas en África, pero la BBRC no estaba de acuerdo. Investigaron, y descubrieron que las dos estaciones no transmitían las 24 horas, mientras que los tonos de radio afectaban al OSO durante todo el día y toda la noche, siempre y cuando se encontrara sobre el continente negro en ese momento. Lindsay pensaba que se trataba de la torre de control de un aeródromo privado, mientras que otros echaban la culpa a las transmisiones militares francesas.

Fueran cuales fuesen las causas del extraordinario fenómeno, el hecho es que el OSO sufría ataques convulsivos cada media órbita, y sus grabadores no habían sido pensados para encenderse y apagarse en forma permanente durante media hora seguida, esto en cada una de las órbitas. Pronto los dos grabadores dejaron de funcionar y el OSO-1 se volvió inoperante. Como ya no grababa, sólo podía transmitir los datos de tiempo real que obtenía en el preciso momento en que pasaba sobre una estación de rastreo.


Rayos X y "puntos calientes"

A pesar de los desastres a que se vio sometido, OSO-1 cumplió más o menos bien con su cometido durante las primeras 1.000 órbitas. Pudo medir los datos de tres revoluciones solares completas.

Los conocimientos científicos que se obtuvieron de él fueron importantes pero no trascendentes, y no estuvieron ni remotamente a la altura de lo que Lindsay había esperado de él.

Se pudo demostrar que los altibajos del flujo de rayos X dependían de la rotación solar y que las líneas del Fe15 y del Fe16 eran regidas por las temperaturas de la atmósfera superficial del Sol.

Todos los experimentos con rayos gamma fracasaron a causa de los ruidos parásitos de los Cinturones de Van Allen y las interferencias de la radiación de Starfish.

Se demostró que las explosiones de rayos X del Sol y las efusiones de ondas de radio provenían de las fulguraciones solares, pero la medición del flujo de radiaciones y la detección de partículas de polvo fracasaron sin aportar ni un solo dato válido. "Esos experimentos fueron asquerosos", dijo John Lindsay. "Quisiera olvidarme de ellos".

Las mediciones de la Universidad de California en la franja interior de Van Allen demostraron la existencia de zonas con mayor densidad de partículas, que fueron denominadas "puntos calientes". Estas áreas se encuentran sobre Hawaii, Australia, y el Pacífico Sur al oeste de Chile.

La observación de los neutrones no mostró diferencias notables entre la parte iluminada y la parte oscura de la vela, lo que contradice el sentido común (la parte expuesta al Sol debería haber recibido más partículas). Las mediciones de la longitud de onda en las zonas Lyman-alfa y Lyman-beta no se mostraron concluyentes, y los estudios de rayos gamma de alta energía fracasaron.

En vista de la poca relevancia de los resultados, Lyndsay pensó que la NASA le daría las gracias por los servicios prestados y lo echaría con viento fresco, suspendiendo el programa del S-17, pero, para su sorpresa, le dijeron que querían repetir algunos experimentos y que seguirían adelante con el OSO-B. Además, se proyectaron otras seis misiones OSO futuras.

John Lindsay no cabía en sí de alegría, pero la realidad le golpearía el rostro una vez más.


OSO-B y más experimentos

El nombre de trabajo de S-17 se cambió a OSO-B, el de su backup por OSO-C y las seis misiones subsiguientes quedaron bautizadas OSO-G y OSO-H.

Mientras se esforzaba en cumplir con los plazos de OSO-B, pudo aún escuchar a OSO-1 mientras pasaba por una de las estaciones de rastreo. Llevaba exactamente dos años en el espacio, sus pilas estaban agotadas, pero aún se quejaba con una especie de débil farfulleo.

Al mismo tiempo, Laurence Hogarth introducía nuevas características en el OSO-B para tratar de evitar —por lo menos— algunas de las terribles fallas que habían afectado a su predecesor.

Las más señaladas de ellas eran un sistema de inversión de giro para prevenir el torno balístico y un sistema de control por radio digital, no por tonos, totalmente inmune a las interferencias "africanas".

En abril de 1961 —antes del lanzamiento de OSO-1—, Hogarth había obtenido la aprobación de la NASA y de la Comisión de Iniciativas para los ocho experimentos que irían a bordo del satélite. Sólo dos de ellos serían experiencias de Lindsay creadas en Goddard.

OSO-B llevaría al espacio un espectrómetro de rayos ultravioletas y un espectroheliógrafo de 500 a 1.500Å de la Universidad de Harvard; un monitor de explosiones de rayos X solares de 2 a 20 Å y de 44 a 60 Å, con todas las fuentes de rayos X perfectamente mapeadas (experimento del NRL); y un coronógrafo de luz blanca y un espectroheliógrafo de las líneas Lyman-alfa de 1.216 Å, Helio-I de 584 Å y Helio-II de 304 Å (NRL). Todos los anteriores serían fijos, es decir que se orientarían siempre al Sol y por consiguiente se alojarían en la vela.

Los experimentos rotativos (de la rueda) serían: un monitor de intensidad y dirección de la luz polarizada del espacio exterior de la Universidad de Minnesota; un detector (de Lindsay) de rayos gamma de 0,1 a 0,7 MeV para analizar su espectro; un espectrofotómetro de UV estelares y nebulares de 1.300 Å a 2.600 Å, también de Goddard; un medidor de dirección y energía de llegada de los rayos gamma cósmicos primarios de entre 100 MeV y 1 Bev de la Universidad de Nuevo México; y un proyecto de evaluación de las características de las radiaciones térmicas de superficie del Centro Ames de Investigaciones.


Hogarth y BBRC

Hogarth había tomado las riendas del proyecto OSO-B. Los ingenieros del BBRC, muy amantes de aferrarse a las especificaciones, estaban utilizando demasiadas piezas de fundición, y ya se sabe de la desconfianza de Hoge respecto de esta tecnología. Discutió y peleó con ellos para que utilizaran más partes forjadas o mecanizadas. Los rodamientos y rulemanes provocaron odios, gritos y batallas campales.

Sin embargo, al revés que con S-16, S-17 fue el primer satélite de la Humanidad en que se llevó cuenta y registro escrito de todo lo que se hacía, básicamente gracias a la obsesividad de Laurence Hogarth.

Los experimentadores comenzaron a retrasarse con respecto a los plazos establecidos, y todo el proyecto comenzó a entrar en riesgo de suspenderse.

Sin embargo, la coherencia y cuidado de Hogarth lo hizo negociar, presionar y sutilmente amenazar a los científicos para que cumplieran en tiempo y forma, y lo logró.


Problemas y soluciones

El sistema de control tonal —igual al del OSO-1— ya había sido comprado y pagado hacía tiempo, pero Hogarth había decidido no confiar más en él ni en las radios africanas.

De modo que hizo reconvertir todo el sistema de órdenes a un nuevo mecanismo digital: las órdenes se pasaban a cintas perforadas cuyos orificios representaban unos y ceros. Quienes tenemos más de 40 años hemos visto en el pasado muchas de estas cintas o tarjetas. Luego, un aparato de radio enviaba esos unos y ceros al OSO-B. Con este sistema (que costó a la NASA la friolera de 240.000 dólares), OSO-B podía responder a 140 comandos diferentes, frente a los escasos 40 que admitía OSO-1.



Ensamble de un OSO

En la primavera de 1963 Hogarth recibió los prototipos de los experimentos que se pondrían en OSO-B. El prototipo del satélite en sí comenzó su período de pruebas en el mes de mayo. Hogarth declara: "Por supuesto, al probarlo, los mismos problemas de siempre comenzaron a aparecer": rajaduras en los blindajes, errores en el fundido de las partes, piezas que no respondían a las normas, etc.

Luego de mucho batallar, de cambiar partes y modificar problemas, el modelo de vuelo estuvo preparado en abril de 1964 y fue enviado a Cabo Cañaveral (que después del asesinato de JFK había sido rebautizado Cabo Kennedy).


Lanzamiento y martirologio

Gabe Gablehouse, como jefe del equipo constructivo del OSO-B en BBRC, se dirigió a encontrarse con Hogarth y juntos abordaron un avión que los llevaría a Cabo Kennedy. Gabe había designado a dos hombres de su equipo para que supervisaran la colocación de la carga útil y el proceso de lanzamiento.

Uno de ellos era Sidney Dagle, muy joven y brillante, ingeniero del BBRC, invalorable como técnico de lanzamiento. El segundo era Lott Gabel, un hombre de más de cincuenta años, artesano de la vieja guardia. Lott era el único hombre a quien Lindsay, Gablehouse y Hogarth le permitían en todo momento armar y desarmar el OSO-B con sus viejas y expertas manos.

Hacía 5 años que Lott, imprescindible como era, no recibía días de descanso en BBRC; por lo tanto, el viaje en automóvil —con su esposa— desde Boulder hasta Florida se convirtió para él en unas vacaciones de ensueño.

El jefe del despegue sería John Fassett, coordinador de la NASA en Cabo Kennedy.

El día del lanzamiento, el OSO-B fue entregado en el hangar de la Douglas Aircraft de la Zona 39 de Cabo Kennedy a primera hora de la mañana. Gabe y Hogarth descendieron de su avión, deseando dirigirse al hangar a toda prisa, pero el auto que debía trasladarlos no estaba allí.



Thor-Delta con OSO en su plataforma

Hogarth, alterado, llamó por teléfono al coordinador del Centro Goddard para preguntarle qué demonios había hecho con su auto, y se puso muy furioso. Al colgar, ya severamente enojado, recordó un error que Gabe había cometido y le armó un violento escándalo que duró más de media hora.

Pero el auto no aparecía. Gabe Gablehouse interrumpió la pelea para ir a conseguir uno. Hogarth se quedó solo.

Hogarth volvió a llamar a Goddard para reclamar su automóvil una vez más, y en el instante en que decía "Miren, voy a tener que colgar porque debo ir a ver la prueba de equilibrio en el torno", vio entrar a Gablehouse, violentamente conmocionado.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—¡Ha explotado! —fue la espantosa respuesta.

Ambos hombres olvidaron sus discusiones y corrieron juntos en dirección a la Zona 39.

Al verlos pasar, un técnico les gritó: —¡Hay muertos y heridos!


Ignición y muerte

El hangar de la Douglas recibió al OSO-B a las 5 de la mañana. Allí lo esperaban John Fassett, el joven Sidney Dagle, Lott Gabel y cinco técnicos de Douglas que supervisarían el lanzamiento.

Una grúa aérea retiró la carga útil de su transporte, y se lo colocó en una gran báscula de brazos, que pesó conjuntamente al satélite y a su envoltorio.

Luego, se lo depositó en el suelo y se quitó la parte superior de la envoltura para exponer la carga útil. Estaba tapada con su bolsa de polietileno, que sólo se quitaría en el momento del disparo.



El trágico satélite OSO-B

El motor X-248 de la tercera etapa fue llenado de combustible, porque el peso del combustible no podía estar ausente en la prueba de equilibrio en el torno. La carga útil se izó y se colocó encima de la tercera etapa. A las 6 de la mañana, se acoplaron definitivamente el satélite y el motor, se los sujetó con sus grampas y se pasaron los tornillos explosivos por sus correspondientes orificios. Se enrolló de nuevo la película de polietileno y la tercera etapa y el OSO-B se alinearon por fin con el resto del cohete siguiendo su eje vertical.

Con todo el vehículo alineado, se limpió la carga útil con un tubo de nitrógeno.

Lott Gabel realizó sus últimos ajustes mecánicos sobre el OSO-B. Cuando terminó, volvió a poner la bolsa de polietileno en su posición habitual.

Los cinco técnicos de Douglas habían terminado de trabajar y comenzaban a retirarse del hangar.

Lott retrocedió, miró a su obra mimada con ojo crítico, y descubrió que la cubierta plástica colgaba de un modo que no le gustaba.

Avanzó hacia ella a fin de colocarla en su posición correcta.

Fue lo último que hizo, porque ese fue el momento que el motor de la tercera etapa eligió para entrar en ignición.


Infierno y destrucción

La nave rugió, mientras una catarata de humo y llamas se desprendía de la tobera de la tercera etapa. El X-248, con OSO-B todavía sujeto en su proa, comenzó a elevarse dentro del hangar de la Douglas, como una visión salida del infierno.

Se elevó y se elevó, hasta chocar por fin con gran estruendo contra una viga ubicada a nueve metros de altura.

El OSO-B se desprendió por el impacto y cayó a tierra. El motor de la tercera etapa se desprendió de la segunda, salió volando hacia la derecha a más de 3 g, picó hacia el suelo y por fin se estrelló en el piso del hangar. Pasó por la puerta de una oficina y explotó en llamas. Los técnicos de la Douglas se encontraban en ella. Cuatro de los cinco sufrieron quemaduras gravísimas. Otros tres fueron aplastados cuando el golpe de OSO-B contra el techo derrumbó todo un lado del hangar.

El coordinador de la NASA John Fassett, Sidney Dagle y Lott Gabel, que se encontraban en la nariz del cohete en el momento del desastre, murieron instantáneamente.


Estática y Apocalipsis

Como se comprenderá, Hogarth, Lindsay y Gablehouse no descansaron hasta establecer las causas exactas de la gran tragedia.

La tercera etapa del cohete entró en ignición por causa de una descarga de electricidad estática. Gablehouse hizo traer a un equipo de investigadores de la Universidad de Cornell, y con ellos intentó reproducir las condiciones en que se encontraba el OSO-B en el momento del desastre.

Experimentaron con motores X-248, y vieron que en efecto una descarga de electricidad estática inducida hacía encender los motores de la tercera etapa bajo ciertas circunstancias.

El culpable era un extraño circuito que formaba parte integrante del diseño del motor, y a Gabe le pareció un milagro que no hubiese ocurrido antes.

Había ocurrido. "Fue en el campo de pruebas de Tulsa, en noviembre de 1963. Un X-248 se encendió solo, exactamente igual que el del OSO-B. Si se nos hubiese informado, hubiéramos tomado precauciones", dijo entonces, furioso.

Casi todos recordamos a la tripulación de Apolo 1 como los primeros mártires de la carrera espacial. Sin embargo, los infortunados Dagle, Gabel y Fassett murieron antes y en circunstancias aún más injustas. Estas primeras víctimas propiciatorias de la presencia del Hombre en el espacio ni siquiera integraban la tripulación de una misión tripulada, y cayeron víctimas de la imprevisión, la falta de comunicación entre departamentos, el afán de ahorro de los contratistas y los defectos de diseño contra los que tanto habían luchado Lindsay, Gablehouse y Hogarth.


BBRC y OSO-B2

La Douglas Aircraft corrigió el diseño de sus motores de tercera etapa para evitar futuros accidentes como el del OSO-B

Hogarth, aún disconforme, comenzó a trabajar de nuevo al poco tiempo: encargó a la BBRC que tomara el prototipo del OSO-B y lo acondicionara como un segundo modelo de vuelo, llamado OSO-B2. Aunque algunos de los experimentos del OSO-B habían sobrevivido a la catástrofe, Hoge decidió utilizar los de repuesto, y el OSO-B2 comenzó a ser rearmado mientras Hogarth y Lindsay trabajaban también en la construcción del OSO-C, a la vez que preparaban el terreno para otros tres satélites OSO, en este caso con la colaboración de Inglaterra, Francia e Italia.

El OSO-B2 estuvo listo para el despegue a fines de enero de 1965. El lanzamiento debía efectuarse a fines de febrero, nuevamente a mediodía.

El día del disparo, un gran silencio se hizo en el hangar donde trabajaban los dos hombres. La viuda de John Fassett entró en el galpón, y Lindsay y Hogarth, conmovidos, la acompañaron a ver el satélite, tan parecido a aquel que le había costado la vida a su marido.

Es de imaginar el miedo y la tensión que sobrevolaban el Control de Vuelo mientras el cohete era llevado a su plataforma y la cuenta regresiva retrocedía.

Sin embargo, el nuevo OSO fue lanzado con seguridad, y a los pocos minutos del despegue se encontraba en una órbita de plano paralelo al vector solar, con la vela correctamente orientada y transmitiendo sus datos con tranquilidad a una estación de rastreo sudafricana. De inmediato fue rebautizado OSO-II, y a Lindsay se le escaparon algunas lágrimas.


La caída y el OSO-C

El OSO-C fue preparado en conjunto con el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), mientras Lindsay y Hogarth se lamentaban de las pérdidas de vidas.

Además de los tres muertos en la explosión, otros dos miembros del equipo OSO habían fallecido en esos meses: uno de los científicos que habían diseñado el experimento de Harvard, que había muerto de un tumor cerebral, y otro de la NASA que había sufrido un ataque al corazón mientras buscaba los restos de un cohete experimental en el desierto.



OSO-3

El OSO-C tenía fecha de lanzamiento para agosto del ´65, y Lindsay había incluido en él un experimento propio. Presionado para cumplir los plazos, se había puesto tan exigente con los ingenieros de Goddard que uno de ellos no resistió la presión y murió en sus brazos. Ya había seis muertos en el grupo del OSO. La lista de víctimas crecía, y el mismo Lindsay, grandemente deprimido, desmejoraba a ojos vistas.

Entre la preparación de los siguientes tres satélites y su colaboración con el OAO y el proyecto AOSO, no le quedaba ni un minuto libre para descansar.

Hogarth lo encontró en Italia, y, horrorizado por lo mal que se veía, recomendó a John que se tomara unas vacaciones.

En el auto, en excursión hacia la histórica Universidad de Bolonia, Lindsay no habló más que de fotomultiplicadores. Hoge se lo hizo notar, y Lindsay respondió: "¡Es que los fotomultiplicadores son mi vida!".

Retornaron a Goddard para encontrarse con noticias aún peores: OSO-II se comportaba de manera muy extraña. Aunque había sido totalmente desmagnetizado antes del despegue, había aparecido en él un campo que era influido por el de la Tierra, y la nave daba grandes y bruscas cabezadas. El OSO intentaba estabilizarse lanzando a cada momento chorros de gas, y esta lucha constante estaba terminando las existencias del mismo. Un ayudante de Hogarth hizo desconectar el mecanismo automático a gas y reorientó a mano el OSO-II, comprándole de este modo tres meses de vida útil adicional.

El 6 de noviembre de 1965, al terminar su órbita 4120, todos los sistemas de OSO-II fueron desconectados y el satélite fue jubilado con honores.

Las pesadillas no abandonaron nunca al equipo OSO: cuando OSO-C fue finalmente lanzado en la segunda quincena de agosto de 1965, se lo colocó sobre un cohete Delta de tres etapas. La primera funcionó muy bien, se desconectó y se desprendió. La segunda entró en ignición, se apagó y en apariencia se desacopló también. El OSO-C estaba ahora por llegar a su órbita de estacionamiento, donde debía esperar 15 segundos antes de encender su tercera etapa y colocarse en la órbita definitiva.

Pero la espera no se produjo: la tercera etapa se encendió inmediatamente después del desacople de la segunda.

¿Por qué? Tal parecía que la segunda etapa no había tenido tiempo de desprenderse. ¿Tenía el satélite dos enormes etapas colgando a su popa?

Enseguida comenzaron a llegar los informes de las estaciones de rastreo, que veían a la nave desplazándose hacia el sur, incluida la anteúltima, ubicada en la isla de Ascensión. Sin embargo, Johannesburgo, la siguiente en el camino, no captaba nada.

En efecto: una etapa no se había desacoplado. La tercera etapa debía luchar contra el peso de la segunda, y perdió el impulso que debía haber utilizado en poner al OSO-C en su órbita de trabajo luchando contra el tirón de su compañera.

Cuando su combustible se agotó y la tercera etapa se dio por vencida, el OSO-C cayó como una piedra y se perdió bajo las frías aguas del Atlántico Sur.


La oscuridad y la muerte

Increíblemente, la oficina central de la NASA aprobó el lanzamiento del OSO-D a pesar del brutal fracaso del modelo anterior, y su lanzamiento fue previsto para julio de 1966, aunque distintos problemas obligaron a retrasarlo hasta noviembre.

A mediados de septiembre de 1965, John Lindsay se encontraba trabajando en su oficina de Goddard, cuando sufrió un ataque cardíaco. Aguantó unos minutos a que lo peor del ataque pasara, y luego se arrastró hasta la oficina de Hogarth.

—Esto no puede continuar así —le dijo el ingeniero—. Fumas como un murciélago y te bebes trece tazas de café al día. Tienes que ver a un médico.

Lindsay le prometió que lo haría y salió, caminando lentamente y con la cabeza gacha.

Menos de dos semanas después, el domingo 26 de diciembre, John Lindsay salió al jardín de su casa y dijo a su esposa que cortaría el pasto. Sin embargo, la mujer se extrañó de que la máquina no hiciera ruido.

Fue a ver, y encontró al físico tendido en el césped, inmóvil. Había muerto de un infarto.

Más tarde, los proyectos en los que había trabajado tanto comenzaron a ser cancelados uno tras otro por problemas de presupuesto. Los enormes y crecientes costos de la Guerra de Vietnam los habían tornado prohibitivos.

Luego, un Centauro-AC4 destinado al OSO estalló en su plataforma y todos los proyectos de la NASA comenzaron a sufrir demoras y cancelaciones, excepto los relacionados con las misiones Apolo. Finalmente, el último "hijo" de Lindsay, el OSO-8, fue enviado al espacio en 1975.



El último de los mohicanos: OSO-8

Así murió una de las familias de satélites que más problemas dio a los hombres que trabajaron en ella, y que entregó a la Humanidad los tres primeros mártires verdaderos del programa espacial.

Sin embargo, lo que se aprendió de los errores y problemas de OSO fue aplicado con éxito en programas posteriores, y el recuerdo de hombres como Dagle, Gabel, Fassett, Lindsay, Hogarth y Gablehouse no morirá entre aquellos que trabajaron y trabajan en pos de la conquista del espacio por la especie humana.

Así culmina la historia de las misiones de la serie OSO. Poco conocida y menos difundida —ya que a nadie, incluida la NASA, le gusta hablar de sus fracasos y tragedias—, la serie de proyectos desarrollados por John Lindsay puede ser llamada con justicia "Los satélites malditos".



"Satélite maldito" en el museo de la NASA

El nombre de John C. Lindsay es recordado hoy por la NASA en un premio (el "John C. Lindsay Award for Space Science" ) a aquellos empleados que encajen en el modelo del científico apasionado por la ciencia espacial.



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