La historia de la que nos ocuparemos este mes es tan, pero tan increíble que, si no estuviese avalada por datos insospechables y documentación probatoria, nos sentiríamos y usted también inclinados a pensar que se trata de un monumental y bien urdido engaño. Las mentiras y exageraciones de hechos no son ni han sido infrecuentes en la historia de la ciencia. Pero no es el caso.
El asunto aquí es que hablamos de un descubrimiento que, en potencia, puede llegar a cambiar toda nuestra concepción acerca de la prehistoria humana, el poblamiento de la Tierra y, en concreto, de la colonización de América por parte de ese extraño primate que llamamos Homo sapiens. No es algo convendremos que pueda ser tomado a la ligera.
Pero corresponde, sin más trámite, pasar a la descripción de los hechos.
I - La historia terrible
Al sur del estado norteamericano de Washington, muy cerca del límite con Oregon, discurre el río Columbia.
El lugar del descubrimiento |
Separadas por muy pocos kilómetros, se encuentran las ciudades de Pasco, Kennewick y Richland, y por ese motivo la región se conoce como Tri-Cities (tres ciudades). El diario más importante de la zona es el Tri-city Herald, y fue en ese medio en el que se publicó el 29 de julio de 1996 la primera noticia del caso que nos ocupa. El artículo estaba firmado por John Stang, de la redacción del Herald, y decía así:
ENCUENTRAN UN CRÁNEO EN LA COSTA DEL COLUMBIA
Mientras Will Thomas vadeaba el río a 3 metros de la costa, su pie tropezó con algo redondo.
"Eh, parece que encontramos una cabeza", bromeó el muchacho, espectador de los Juegos Acuáticos, a su amigo Dave Deacy, nativo de West Richland, de 19 años de edad.
Metió la mano en medio metro de agua y agarró lo que parecía una gran piedra. Thomas, 21, también de West Richland, la sacó del agua. Era redonda y de tonos marrones.
"De repente, vi los dientes", dijo Thomas. Se trataba de una calavera.
Pero la carrera final de hidrodeslizadores del domingo estaba por comenzar. Los dos amigos escondieron el cráneo entre unos arbustos de la orilla del Río Columbia, en el condado de Benton, aguas arriba del trazado de la carrera, unos 400 metros al oeste del campo de golf del Parque Columbia. "Sabíamos que no se iba a ir de ahí", declaró el joven.
Luego de la competencia, alrededor de las 5 de la tarde, los dos muchachos volvieron al lugar con algunos amigos y un balde, donde guardaron los restos. Buscaron a un policía y le mostraron su descubrimiento.
El cráneo humano estaba cabeza abajo en el balde, y la base se veía cubierta de barro. Podía observarse parte de la mandíbula y mostraba lo que parecían dientes muy desgastados.
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La policía hizo subir a los jóvenes a una lancha patrullera y les ordenó que la condujeran al sitio del hallazgo.
Allí encontraron otros fragmentos de hueso en el agua y a lo largo de la costa, según la declaración del sargento Craig Littrell, de la Policía de Kennewick. "Volvimos para tamizar el terreno y buscar más" , dijo Littrell.
El domingo por la noche, los miembros del Equipo de Rescate de Columbia se hicieron presentes en el área para levantar un mapa de la misma, a pedido de la policía. La zona fue considerada posible escena de un crimen y cerrada por los agentes del orden.
Hasta ahora, la policía no ha establecido la edad ni el origen de los restos.
"Los enviaremos al Laboratorio Criminal del estado para que los analicen", informó Littrell.
Hasta aquí la crónica policial. Nada fuera de lo común.
Lo increíble vendría más tarde.
Apenas al día siguiente, la policía ya había abandonado la teoría del crimen violento. El forense del condado de Benton, Floyd Johnson, solicitó la ayuda del antropólogo forense Jim Chatters, y, entre ambos, reconocieron de inmediato la antigüedad de los restos y su pertenencia a la raza blanca: "Encontramos un hueso ilíaco, dos piernas y varias vértebras, que parecen pertenecer a la misma persona que el cráneo", dijo Johnson. "Es un poco ambiguo, pero tiene muchísimas características europeas. La cara es larga y los dientes no demuestran estar demasiado desgastados. Parece haber muerto alrededor de los 50 años de edad".
Vista aérea del lugar del hallazgo |
La teoría de los investigadores locales era que se trataba de los restos de un antiguo granjero. Muchos blancos se habían afincado antiguamente en lo que hoy se conoce como Tri-Cities, estableciendo granjas y ranchos en las orillas del río Columbia. La costumbre hacía que los muertos fuesen enterrados en las partes traseras de las propiedades, del lado del río: por lo tanto, no parecía imposible que la corriente hubiese desenterrado los restos de un colono de la zona. Además, los huesos indudablemente no pertenecían a un indio norteamericano. Los cráneos de nativos americanos primitivos desenterrados en esta área son más redondos, y sus dientes siempre están mucho más gastados que los de los blancos, principalmente por causa de la dieta rica en fibras que llevaban, y del roce contra la arena que se les infiltraba en los alimentos, ya que no tenían costumbre de lavarlos antes de comerlos.
En el lugar donde se hallaron los restos, Chatters y Johnson hallaron también indicios de actividad doméstica: huesos de vaca y otros desechos que sugerían que, en efecto, la tumba estaba en el patio trasero de un rancho. Los pobladores solían utilizar los fondos de las casas como basurales y, por supuesto, antes de la llegada del hombre blanco los indios no conocían la vaca.
"Creemos que es blanco porque los restos no humanos sugieren actividad de europeos en el lugar, que casualmente es un sitio con muy poca o ninguna presencia indígena", dice Chatters.
Tri-Cities |
Sin embargo, no todos estaban de acuerdo con la teoría. La zona del río Columbia fue explorada y civilizada en 1805 por los colonos Lewis y Clark. La policía de Kennewick declaró ese mismo día (30 de julio) que los restos eran de raza europea y que databan de "varios siglos de antigüedad", lo que se contradecía abiertamente con el conocimiento histórico aceptado. Lewis y Clark habían llegado a Kennewick hacía sólo 191 años, no "varios siglos".
El antropólogo Chatters replica el mismo día: "Los huesos parecen antiguos, pero la historia sugiere que no lo son. Todo parecía viejo en ese sitio. Los huesos de vaca también parecían viejos. Han estado enterrados allí por cierto tiempo, pero yo jamás afirmaría que datan de siglos atrás".
Como se ve, la primera controversia acerca de los huesos de Kennewick se había desatado ya entre los expertos a menos de 24 horas de su descubrimiento.
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La afirmación de Chatters no peca de escepticismo en absoluto: la epopeya de Lewis y Clark para abrir el salvaje interior del estado de Washington a la colonización está perfectamente documentada, y en efecto ocurrió a partir de 1805. Si los huesos descubiertos eran, como se pensaba, de un hombre blanco, no había modo de que tuviesen 500, 600 o más años. Tenían que ser del siglo XIX o del XX, sin importar qué tan antiguos pareciesen.
Pero el apocalipsis estalló sobre la hasta entonces tranquila ciudad de Kennewick (y sobre el mundo científico en general) el 28 de agosto de 1996, apenas un mes después del descubrimiento de los restos.
En el momento del hallazgo, los investigadores enviaron un pequeño fragmento de uno de los huesos de la mano al Laboratorio de la Universidad de California en Riverside, a fin de que fuese sometido al análisis del carbono-14. Prueba y contraprueba fueron realizadas de inmediato, y los resultados enviados a Chatters, Johnson y la policía de Kennewick el 28 de agosto. El tiempo se detuvo mientras los investigadores leían las conclusiones del estudio: ¡el método radiactivo arrojaba una antigüedad de entre 9200 y 9600 años!
Esto colocaba al así bautizado "Hombre de Kennewick" como el segundo esqueleto humano más antiguo jamás hallado en los Estados Unidos. El más viejo, de 10600 años, había sido hallado en Buhl, Idaho, en las orillas del Snake River (casualmente, tributario del Columbia). Sin embargo, los restos de Buhl eran incuestionablemente de una nativa americana de raza mongola, mientras que los de Kennewick, en forma igual de incuestionable, pertenecían a un hombre de raza blanca.
El Hombre de Kennewick y sus coetáneos. Una teoría dice que vinieron por un corredor libre de hielo |
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Como sabemos, la actual costa atlántica norteamericana fue descubierta por los vikingos de Erik el Rojo en el año 1000 d.C., y el descubrimiento "oficial" de Norteamérica fue llevado a cabo por el navegante napolitano (nacido en Gaeta) Giovanni Caboto (Juan Gaboto para nosotros y John Cabot para los estadounidenses). El trascendental descubrimiento fue realizado por cuenta y orden de la corona inglesa en 1497, cinco años después de Descubrimiento de América por Colón y sólo tres años antes del descubrimiento del Brasil por los portugueses en 1500.
Cabe aclarar que nos referimos sólo a la costa atlántica de América, siendo que el estado de Washington se encuentra sobre la costa pacífica. El Océano Pacífico fue descubierto por Vasco Núñez de Balboa el 29 de septiembre de 1513.
¿Cómo es posible, entonces, que un europeo hubiese muerto en Kennewick hace casi 10000 años?
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los mesopotámicos neolíticos aún estaban tratando de domesticar el trigo.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los habitantes de Medio Oriente acababan de descubrir la cerámica.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los hombres del Asia Central estaban por inventar la aldea.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick ni Babilonia ni Lagash ni Ur habían llegado siquiera al tablero de diseño.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick nadie sabía trabajar el bronce.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick Inglaterra e Irlanda aún estaban unidas al continente europeo por un puente de tierra.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los europeos recién descubrían los métodos confiables para encender fuego.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick el perro era un lobo gris salvaje semidomesticado (en el mejor de los casos).
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Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los turcos trabajaban denodadamente en la domesticación del cerdo y los mesopotámicos en la de la cabra.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick la principal fuente de alimentos para el hombre americano era la caza del mamut.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick la Gran Esfinge de Egipto todavía no había sido tallada y sólo era un afloramiento de piedra en el desierto.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick aún faltaban 1980 años para el Diluvio Universal.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick el Egipto predinástico estaba unos 3500 años en el futuro.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick a nadie se le había ocurrido siquiera construir una ciudad, para lo que hubo que esperar todavía otros 4000 años.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick el Homo sapiensacaba de entrar oficialmente en la Edad de Piedra.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick la Humanidad estaba formada por sólo 5 millones de personas.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick los mares estaban poblados por el tiburón gigante Carcharodon megalodon, un feroz carnívoro de más de 30 metros de longitud .
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick el Homo erectusrecién era colocado oficialmente en la "lista roja" de especies amenazadas.
Para que quede claro: cuando murió el Hombre de Kennewick, de raza blanca, en el Estado de Washington, EUA, FALTABAN AÚN 90 SIGLOS PARA QUE EL HOMBRE BLANCO DESCUBRIERA AMÉRICA.
Escrito de esta forma, convengamos en que parece una locura. Y lo es.
Lo perturbador es que es cierto.
La comunidad científica quedó shockeada, y sería justo afirmar que continúa en ese estado hasta el día de hoy.
Pero hubo gente que reaccionó rápidamente: el Herald informa, en su edición del lunes 9 de septiembre de 1996, que los líderes de las organizaciones indígenas norteamericanas reclamaban que los restos del Hombre de Kennewick pertenecían a uno de sus ancestros, y que, de acuerdo a sus tradiciones, debían serles entregados y vueltos a enterrar según el ritual.
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El periodista Dave Schafer escribe: "Los antropólogos que han examinado los restos afirman que muestran características mucho más cercanas a las de los antiguos europeos que a los indios americanos, y que por ello deben ser estudiados, no puestos en una tumba".
Pero el reclamo de los indios del lugar deviene lógico, si tomamos en cuenta que sus reclamos territoriales en los Estados Unidos se basan en el derecho de precesión, esto es: sus tierras son suyas porque ellos llegaron primero. ¿Dónde quedarían los derechos de las tribus a sus reservaciones si Chatters y Johnson acababan de demostrar que un hombre blanco había vivido en Kennewick al mismo tiempo que los primeros invasores mongoles? Sin ponernos del lado de los genocidas étnicos Custer y Julio Argentino Roca, tal vez todo el derecho indígena americano estaba, en realidad equivocado.
Tal vez, según toda esa legislación, los indios de Norteamérica habían ocupado tierras que no les correspondían. Tal vez los Estados Unidos habían pertenecido a los europeos desde el Neolítico...
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Y los dirigentes indios no estaban dispuestos a permitir que eso se comprobara.
De esta manera, la catástrofe se abatía sobre el Hombre de Kennewick: una interesante y fascinante controversia científica, capaz de cambiar todas las teorías y conocimientos aceptados, se convertía en una de las más miserables, sórdidas y bajas disputas por el poder y el dinero que se hayan registrado en la historia de la ciencia.
Hoy en día se acepta en forma universal que el Hombre de Kennewick no era un indio norteamericano. Además de la forma de su cráneo redondo como los cráneos europeos de su cara larga y estrecha como las de los semitas y de sus dientes sin desgastar debido al consuetudinario consumo de carnes cocidas y otros alimentos blandos (todas características ausentes en los nativos norteamericanos primitivos), el Hombre de Kennewick mostraba el abombamiento del hueso occipital que todos los descendientes de europeos poseemos. Nuestro hueso occipital es abombado porque nuestras madres nos colocaron, cuando bebés, en cunas de material blando. Todos los cráneos de indígenas estadounidenses tienen el occipital completamente plano, porque era costumbre colocar a los recién nacidos hasta que aprendían a caminar de espaldas boca arriba sobre cunas hechas de tablas rígidas. El hueso occipital del niño, blando y poco consolidado, se aplanaba por su propio peso al estar apoyado en una tabla, y así se solidificaba. El aplanamiento de la parte posterior del cráneo es un signo definitorio a la hora de diferenciar un cráneo caucásico de uno nativo americano.
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Nadie dirá que el autor de estas líneas está en contra de los indios americanos. Nadie que lo conozca, al menos. Sin embargo, con todo el dolor del alma, nos vemos obligados a afirmar siguiendo a los expertos que estudiaron los restos que los indígenas norteamericanos actuaron aquí de modo anticientífico y movidos por motivos diferentes al puro y simple interés por descubrir la verdad. Y, si no, miren lo que sucedió a continuación.
El Hombre de Kennewick murió cuando tenía entre 45 y 55 años de edad. Fue un hombre blanco de 1,76 metros de estatura (más alto y más delgado que los indígenas de la zona), y los científicos creen que se trataba de un cazador nómade. Tenía una gran fuerza física y una enorme, indomable voluntad de vivir. Esto último se demuestra por el estado de sus huesos: en su cadera derecha llevaba alojada una punta de lanza de piedra de 6 centímetros de longitud. La herida fue provocada por el impacto de una lanza a alta velocidad, posiblemente arrojada por un palo de arrojar lanzas (ya que los arcos y las flechas aún no se habían inventado). El Hombre de Kennewick debe haber intentado extraer la lanza, lo cual no logró. Sólo podemos imaginar el dolor y el sufrimiento que debe haber experimentado. Finalmente, optó por la solución más simple: cortó la vara y dejó la punta en el hueso. La herida fue in vivo: el hueso se curó alrededor de la perforación de la cadera, y siguió creciendo hasta cubrir los filos del arma casi por completo. Ello demuestra que nuestro hombre vivió muchos años más, después de recibir su lesión. La herida de la lanza es otra prueba de la antigüedad de los restos: los proyectiles de ese tipo en concreto (conocidos como "cloviscienses", por la cultura neolítica denominada "Cultura de Clovis", que se desarrolló en el actual Nuevo México) aparecieron hace 9000 años y se dejaron de utilizar hace 5000.
La punta de lanza extraída de la cadera |
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Pero esa no fue la única herida que sufrió nuestro amigo: había sido víctima de un aplastamiento de la caja torácica (al cual también sobrevivió) y tenía el brazo izquierdo paralítico desde la infancia. El Hombre de Kennewick falleció de una infección o septicemia generalizada, posiblemente producida por alguna de las múltiples heridas que parecía propenso a sufrir.
Este hombre duro, batallador y apegado a la supervivencia, seguramente nunca imaginó el revuelo que el descubrimiento de sus huesos iba a provocar entre los hombres, un centenar de siglos más tarde.
Los huesos del Hombre de Kennewick permanecieron bajo la custodia del forense Johnson, pero el científico no quiso indicar el lugar donde estaban almacenados para evitar que los periodistas los fotografiaran. Hmmmm... desde el mero principio de la historia los miedos y los ocultamientos hacían su dramática aparición. Lo que sí decía Johnson era que el esqueleto no mostraba signos de artritis, lo que indicaba que debía en efecto ser un cazador, ya que no había soportado grandes pesos o cargas durante su vida. El buen estado de su dentadura también confirmaba su profesión, ya que señalaba que había ingerido grandes cantidades de carne. En aquellos tiempos, sólo quienes sabían cazar comían carne, porque la domesticación del ganado aún estaba en el futuro.
Cazando. Obsérvese la interpretación del color de la piel |
Al preguntársele por qué no se podían fotografiar los restos, Johnson contestó: "Manejar restos humanos de los indios norteamericanos es un asunto delicado, como tratar con cualquier otro resto humano. Esta persona pudo estar emparentada con cualquiera que hoy tenga ascendencia nativa americana. Tratamos de manejarnos con sensibilidad hacia todas las tribus". Y agregó que se consultaría el asunto con las tribus de la región.
Y así se hizo: aquí entra en escena uno de los "villanos" de nuestra historia. Se trata de Jerry Meninick, vicepresidente del Concilio Tribal Yakama de las Naciones Indias, quien de inmediato afirmó que el cuidado y enterramiento de los restos era sagrado para los indios. "Aún más en este caso", dijo. "Si un cristiano encuentra un esqueleto de alguien que vivió durante los tiempos del Génesis, esos restos serán reverenciados. Este hombre que se ha encontrado tiene el mismo estatus para nosotros los indios", concluyó.
La guerra ideológico-político-económica estaba planteada. Y no auguraba nada bueno, ni para el Hombre de Kennewick, ni para la ciencia humana, ni para los propios indios.
Los líderes tribales comenzaron a presionar sobre la prensa para reclamar los huesos de su "antepasado" y obtener permiso de las autoridades para volverlos a enterrar, mientras los antropólogos se mesaban los cabellos y gritaban que el Hombre de Kennewick debía ser estudiado a fondo y que lo sería.
Muy diferente a un indio americano |
La polémica, apenas a un mes y medio del descubrimiento de los restos, abandonó los límites estrechos de la comunidades de Tri-Cities y se extendió a la prensa nacional.
El 4 de septiembre de 1996 un reportaje sobre el Hombre de Kennewick salió en las noticias de la noche en una de las grandes cadenas televisivas, y al día siguiente, el doctor Johnson recibió una extrordinaria visita: un gran convoy de cuatro camiones militares se detuvo, temprano en la mañana, ante la Oficina Forense del Condado de Benton. De él descendieron numerosos soldados armados, que, en términos no del todo agresivos pero sin preocuparse en disimular sus fusiles, reclamaron al forense los restos "del nativo norteamericano hallados en el Parque Columbia". Custodiado por curtidos sargentos veteranos, el cuerpo del Hombre de Kennewick desapareció con rumbo desconocido.
El Parque Columbia, parte del río Columbia y toda el área donde se encontraron los restos forman parte de una gran área de tierras propiedad del gobierno de los Estados Unidos y administradas por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército (CIE). La sede del Cuerpo en la zona se halla en Walla Walla.
Así como no se molestaron en disimular que si no se les entregaba los huesos harían uso de la fuerza para obtenerlos, los militares yanquis tampoco se preocuparon siquiera de fingir que eran neutrales en la controversia acerca de la naturaleza y propiedad del Hombre de Kennewick. Minutos después del vergonzoso despojo por orden del Oficial Asistente Ejecutivo del Cuerpo de Ingenieros, Lee Turner, el mismo afirmó que, si bien ni él ni ningún otro oficial del Ejército había visto los restos, tampoco tenían motivo para dudar de los indios norteamericanos cuando decían que se trataba de uno de sus ancestros.
El vocero del Cuerpo de Ingenieros, Dutch Meier, fue todavía más explícito: "Los huesos se hallan a partir de hoy bajo custodia del Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos y en un sitio secreto", dijo. "Lo hacemos así por consideración a las tribus, y les aseguramos que están recibiendo el cuidado debido por parte de personal competente. Los tratamos como restos de un nativo americano y estamos esperando que los cinco grupos tribales del Noroeste determinen cómo proceder". Y, con respecto de a quiénes apoyaba el ejército norteamericano, continuó: "No sé de qué me hablan. Nuestra necesidad más inmediata es satisfacer a las tribus", dijo, como para no dejar duda al respecto. "Debemos respetar sus deseos de honrar a este antepasado y ver pronto enterrados a sus restos".
Sin hacer ni siquiera una mención a la protrusión occipital, los largos dientes y la nariz de tipo semita del Hombre de Kennewick, Meier justifica la posición de los militares haciendo referencias a las "conclusiones" que los indígenas sacan de unos estudios que todavía no se habían efectuado. Esta clara muestra de malicia tendía, ciertamente, a convencer al público de la razón que asistía a los indios. El ejército ya había tomado una posición indefectible: "Sus conclusiones son que definitivamente se trata de su antepasado. Y nosotros los apoyamos en el sentido de que los restos son de un ancestro de los nativos americanos", afirmó. Más clarito, échele agua. "Sí, sí, ya sé que puede haber otros intereses que debamos considerar", dijo. Se refería a la ciencia como "otros intereses". En otras palabras, tiene razón, pero marche preso. El calvario de los científicos por estudiar al Hombre de Kennewick acababa de comenzar.
El argumento legal de la tribus de la región era que los restos quedaban comprendidos en los términos del Acta sobre Tumbas Nativas Americanas y Repatriación (ATNAR), que dice taxativamente que los restos humanos de indios americanos pertenecen a las tribus, sin importar su antigüedad. Extraño concepto para aplicar con los restos de un hombre que, en vida, parecía un inglés o portugués alto y blanco, de larga nariz similar a la de un judío palestino o directamente a la de un anglosajón moderno.
Las tribus indias Umatilla, Yakama, Wanapum, Nez Perce y Colville, unidas en su Concilio Tribal, se apresuraron a presentar un recurso judicial para que se aplicaran los términos de la ATNAR con respecto al Hombre de Kennewick.
Cerrando filas en torno a los reclamos indígenas, el ejército de los Estados Unidos no podía hacer menos que demostrarles su apoyo: decidió publicar dos edictos en los diarios, invitando a toda tribu norteamericana que considerara que el Hombre de Kennewick era su ancestro y por lo tanto que tenía derecho a poseer sus restos y enterrarlos si se le antojaba, a que se sumara a la inciativa de las cinco tribus del noroeste y presentara también recursos de amparos para que la justicia ordenara aplicar el Acta. Es difícil ser más explícito respeto de con quién se alinea uno.
Sin embargo, el juez en cuyo tribunal recayó el caso, se mostró bastante más moderado que los militares yanquis: impuso una tregua de 30 días en los que recabaría el consejo de los expertos. Otra falacia: salvo Chatters, Johnson y los científicos californinanos que habían efectuado el dosaje de C-14, ningún otro científico del mundo había sido autorizado a estudiar los restos, que ahora descansaban en Walla Walla dentro de una bóveda blindada del Cuerpo de Ingenieros, custodiada por los 1400 efectivos del mismo armados hasta los dientes. ¿Quién iba a asesorar al juez?
Los indios, por supuesto.
El bueno de Meier, del CIE, expresó entonces que "la mayor parte de las decisiones que quedan por tomarse deberán serlo por las tribus. El Cuerpo de Ingenieros quiere dejar en sus manos la posibilidad de inhumar el esqueleto". El núcleo del asunto, como se ve el hecho de que si los científicos dictaminaban que el Hombre de Kennewick era un blanco europeo, los indios podían perder el derecho de precesión y la posibilidad de explotar sus tierras ni siquiera era mencionado por los actores de este drama. Lo único que se consideraba es que los restos humanos son sagrados para los indios. Con ese criterio, los egipcios musulmanes (para quienes los restos humanos son sagradísimos) debieran volver a tirar a Ramsés II El Grande al agujero donde lo encontraron, y, por cierto, los ojos de Albert Einstein deberían serle arrebatados a Michael Jackson y enterrados con el resto de la cara del físico alemán. Nadie podría hacer una autopsia a nadie, y la antropología y la medicina forense dejarían de existir.
Pero los científicos no estaban solos. El 4 de octubre de 1996 el teniente general Joe Ballard, comandante del CIE, recibió una tajante carta del representante (algo así como un diputado nacional) por el Estado de Washington Doc Hastings: "El entierro del Hombre de Kennewick sin realizarle profundos estudios científicos será una tragedia", expresa el legislador. "Como los huesos son tan extremadamente antiguos y se sabe tan poco sobre el período del asentamiento del Hombre en Norteamérica, deviene imprescindible aprender mucho más sobre este esqueleto antes de determinar la custodia o propiedad del mismo sobre la mera base de un vago e insustancial reclamo de relación cultural", dice la carta. Otros científicos se sumaron de inmediato al reclamo.
El ejército reaccionó con ironía. El vocero Meier respondió con sorna: "Nadie aquí en Walla Walla sabe quién es ni ha oído hablar de Hastings". El periodista Dave Schafer lo desasnó con no menor sorna, haciéndole saber que el representante Hastings, primer funcionario electivo en proponerse hacer justicia con el Hombre de Kennewick y la ciencia, era nada menos que el presidente de la Subcomisión del Congreso de los Estados Unidos para Asuntos Nativos Americanos e Insulares, bajo cuya jurisdicción la disputa caía de lleno. "Esos estudios pueden darnos otra mirada acerca de los orígenes del Hombre", escribió Schafer, sin agregar los epítetos insultantes que el militar sin duda se merece.
La carta de Hastings a Ballard concluye diciendo que "Mientras yo comprendo que ciertas disposiciones de la ATNAR podrían aplicarse a este caso, lo urjo a posponer cualquier acción hasta que se determine el origen de los huesos concluyentemente o hasta que el Congreso de los Estados Unidos haya tenido la oportunidad de revisar este importantísimo asunto".
Pero, como es obvio, Ballard, Turner, Meier y el ejército yanqui no iban a detenerse por "minucias" como el conocimiento de la Humanidad acerca de su propio pasado, la ciencia, la democracia, el Congreso de los Estados Unidos, la Comisión de Asuntos Indios ni niño muerto. En este caso tenían el cuerpo de un blanco al que se esforzaban por convertir en indio. Ni siquiera la sugerencia que Hastings hacía en su carta que el CIE mantuviera la custodia de los restos mientras permitía al mismo tiempo que los científicos los estudiaran tuvo ningún eco: los líderes tribales le respondieron que cualquier nuevo estudio de los huesos estaría faltando el respeto al muerto, y que su edad o sus características étnicas no agregaban o quitaban nada al asunto. En otras palabras, puede que el Hombre de Kennewick haya sido noruego, escocés o checo, pero para ellos es un indio de todos modos. Suena lógico, pero sólo en el contexto de la explotación de sus tierras. "Los restos han de ser enterrados por indios norteamericanos en una ceremonia especial y en un lugar secreto", gruñeron los indios. Se comprende que esto terminará para siempre las posibilidades de descubrir nuevos hechos acerca del poblamiento humano de América.
Reconstrucción con pelo |
A medida que la historia del antiguo americano continuó tomando estado público, los periodistas de todo el mundo se pusieron del lado de los científicos profesionales: la barbaridad que los indios norteamericanos pretendían hacer con el Hombre de Kennewick fue puesta en evidencia en varios artículos publicados en Newsweek, el Boston Globe, The New York Times, la red Canadian Network e incluso publicaciones especializadas como Archeology Magazine. Los periodistas comenzaron a trasladarse en masa a Tri-Cities y las falacias del ejército comenzaron a quedar en evidencia.
Sabemos que la presión de la prensa suele provocar inmediatas reacciones en los políticos, que son muy sensibles a lo que dicen los diarios masivos. Este caso no fue la excepción.
Doc Hastings, que había luchado en solitario, se vio agradablemente sorprendido al comprobar que otros legisladores y políticos se plegaban a su solicitud de que los científicos pudieran estudiar los restos. Una segunda carta al comandante del CIE, enviada adecuadamente el 12 de octubre de 1996, fue esta vez firmada no sólo por el republicano Hastings, sino también por el senador por el estado de Washington del mismo partido Slade Gorton y los congresistas republicanos de Washington D.C. Jack Metcalf (de Langley) y George Nethercutt de Spokane. Avisados de que el Cuerpo de Ingenieros se preparaba para devolver los huesos a las Tribus Confederadas de la Reservación de los Indios Umatilla de Oregon (¡ni siquiera pertenecientes al mismo estado donde se habían encontrado los restos!), los cuatro legisladores intentaron presionar un poco más al general Ballard para conseguir, al menos, un aplazamiento de la sentencia de muerte de nuestros conocimientos sobre el Hombre de Kennewick: "No negamos ningún derecho de las tribus para reclamar objetos o restos humanos ancestrales en los términos de la ATNAR", dicen los firmantes. "Sin embargo, los estudios científicos preliminares sugieren que este hombre era de raza caucasoide, o que representaba a un grupo de población ahora extinto que no resulta ancestral de los actuales indios norteamericanos. Si se demuestra cualquiera de las dos teorías, ello extinguiría cualquier derecho legal de los Umatillas a reclamar los restos". Y siguen: "Evitar la reinhumación de los restos puede ser de significación vital para un estudio que está llevando a cabo el Instituto Smithsoniano, cuyos objetivos son establecer si las primeras oleadas migratorias a América son los antepasados de nuestros indios de hoy, o si fueron desplazados ulteriormente por otros grupos", justamente aquello que a los indios no les interesaría ni siquiera imaginar.
En una entrevista televisiva, Hastings afirmó que decidió intervenir cuando el comisionado del condado de Benton, Ray Isaacson, le advirtió que el ejército estaba por entregar los restos a los indios para que los tiraran a un pozo. "Los científicos se merecen una oportunidad de estudiarles", dijo el político. Y convengamos en que debe ser la primera vez en nuestra vidas en que estamos de acuerdo con un político. ¡Y republicano, válgame Dios!
Pocos días más tarde, ocho antropólogos dos de ellos del Instituto Smithsoniano y el resto de diferentes universidades firmaron una solicitud al juez para que detuviera la repatriación de los restos del Hombre de Kennewick. "Su entierro privaría a los científicos de cualquier derecho u oportunidad de estudiar este tesoro. El estudio del esqueleto sería un enorme beneficio para los Estados Unidos". El documento ingresó por Mesa de Entradas de la Corte del Distrito, e intenta plantear una situación de equilibrio entre la búsqueda del conocimiento científico y las creencias religiosas de los indios del curso medio del río Columbia. "La decisión del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos es arbitraria y caprichosa", afirma el recurso, y solicita que la justicia impida que los restos sean entregados a los indios y que se estudien para verificar si en verdad están relacionados étnicamente con esos mismos indios. Los antropólogos sostienen que no hay pruebas de que exista ninguna relación y se quejan de que una decisión que cae íntegramente dentro de la órbita de la ciencia sea puesta en manos del ejército norteamericano, protestando a la vez por haber sido discriminados. "Nos niegan el acceso a los huesos simplemente porque tenemos distintas creencias religiosas a las de los indios". Los indígenas, a su vez, se quejaron de que los ocho antropólogos fueran de raza blanca.
Uno de los firmantes del recurso de amparo, el doctor Douglas Owsley, Jefe de la División de Antropología Física del Instituto Smithsoniano, afirmó entonces que "no debiera existir ´ciencia contraria a las creencias religiosas´, ni de los indios ni de nadie. Honramos al Hombre de Kennewick porque queremos aprender de él. Hay muchos tipos de técnicas para examinar sus restos sin causarles daño", concluyó. El antropólogo declara que los restos presentan oportunidades de estudio que no se han dado en otros casos de hallazgos: en realidad sabemos muy poco del poblamiento de América. "Vinieron varias oleadas de cazadores nómades, para morir aquí, seguir viaje, entremezclarse o establecerse para siempre. No conocemos el destino de toda esa gente. Y no sabemos quiénes los reemplazaron".
Dos puntas de lanza de los primeros pobladores de América |
Pero los dirigentes indios no están de acuerdo con ellos. Los indígenas parecen saber más que los científicos. Un antropólogo que se ubicó del lado de los indígenas, llamado Allen Slickpoo, retrucó a Owsley diciendo que ciertas tradiciones orales de la tribu Nez Perce describen criaturas peludas que la tribu afirma son mamuts. El razonamiento de Slickpoo es que si los indios norteamericanos tienen "recuerdos" culturales de los mamuts, ello prueba que los conocieron en carne y hueso. Como los mamuts se extinguieron de América del Norte hace menos de 9000 años, ello los deja como contemporáneos del Hombre de Kennewick.
Hombres de Kennewick a punto de almorzar... camello |
Pero nada de esta discusión tiene sentido: para el caso, los celtas y sajones tienen tradiciones culturales inmemoriales que hablan de dragones, saurios gigantescos que incluían especies que tenían alas como los pteranodones. Siguiendo el argumento del doctor Sickpoo, esta columna de divulgación de Axxón bien podría afirmar que la presencia del Hombre en las Islas Británicas se remonta por lo menos a 65 millones de años, porque sus "tradiciones orales" parecen "recordar" a los dinosaurios. Esto último es, por supuesto, un chiste: cuando los dinosaurios se fueron para siempre, faltaban 49 millones de años para que los primates superiores comenzaran siquiera a evolucionar. Pero el planteo es válido: hay algo que se llama "Ciencia", y precisamente no se basa en la tradición oral sino en la experimentación y demostración de teorías. En el caso de la paleontología, arqueología y antropología, sus métodos básicos son la comparación de artefactos y enseres, la datación geoestratigráfica, el análisis de ADN y la antropometría forense, no las consejas de los ancianos de una tribu.
Las más modernas técnicas de antropología forense arrojan este resultado |
El indígena Jerry Meninick, en un todo de acuerdo con la barrabasada de Slickpoo, afirma que las tribus se sienten "ofendidas" por la posibilidad de un examen antropológico de los restos. "Es como que los blancos nos consideran ratones y ratas de laboratorio"
(?) dijo. "Nos ofende ser tratados como tales. Sentimos que sería irrespetuoso seguir retrasando el funeral, a causa de nuestras tradiciones culturales relacionadas con la naturaleza sagrada de las inhumaciones. Sentimos que no debe seguir posponiéndose
el entierro, ni por estudios científicos ni por nada". Sentimos, sentimos, sentimos. Obsérvese que Meninick ni siquiera usa la palabra "sabemos". "Que los antropólogos blancos estudien sus propios huesos. A nosotros déjennos enterrar los nuestros", dice.
Omite cuidadosamente decir que el Hombre de Kennewick no pertenece a su raza. Continúa afirmando que los restos indios fueron reunidos durante décadas y enviados a museos como el Smithsoniano, a pesar de las quejas de los indios. Una vez más: los egipcios
se quejan de lo mismo, los griegos también. Al igual que los egipcios modernos no son descendientes de los faraones ni los griegos de hoy tienen nada que ver con los del Siglo de Pericles, Slickpoo y Meninick tampoco tienen relación étnica alguna con el
Hombre de Kennewick.
|
Y, para terminar bien la velada, los dos dirigentes indígenas se refieren a los legisladores involucrados en el bando contrario: Slickpoo dice que "la tribus sienten que no debieran intentar obtener un rédito político de este asunto. Los políticos no debieran meterse". Por su parte, Meninick afirma que los legisladores republicanos están intentando pasar por encima de la ATNAR: "Si no pueden respetar sus propias leyes, entonces son ladrones".
¡Pero el Hombre de Kennewick era blanco, pardiez!
El Hombre de Kennewick pasó dos años en la oscuridad de su caja sellada, custodiado por soldados (¿temerían que intentase escapar?).
Llegamos así al mes de enero de 1998. Durante este tiempo, ni los indios ni los científicos habían permanecido ociosos.
Jim Chatters, el primer antropólogo forense en estudiar los huesos al día siguiente del descubrimiento, no se cruzó de brazos: ya que no podía estudiar los restos, investigaría el terreno donde fueron hallados. Si el desconocido fue enterrado en el sitio de su hallazgo por miembros de su clan, sus restos hubiesen sido cubiertos por distintas capas de sedimentos de distintas épocas. Sin embargo, los depósitos de sedimentos en los intersticios de los huesos, analizados por los geólogos, demostraron pertenecer a un estrato de más o menos 9000 años de edad, cifra totalmente compatible con la datación del C-14 obtenida por la Universidad de California dos años antes. Chatters llegó a esta conclusión luego de entregar para su estudio 24 muestras de diferentes estratos geológicos. Las muestras fueron estudiadas por los geólogos del laboratorio de la Universidad del Estado de Washington, y los resultados no dejan lugar a dudas. Si el Hombre de Kennewick hubiese estado enterrado en ese sitio durante 90 siglos, debió mostrar suciedad proveniente de estratos más recientes, lo que no es el caso.
Chatters conserva las fotos y dibujos que realizó durante el breve lapso en que le fue dado estudiar el cuerpo, y esas imágenes muestran que los huesos fueron mordidos por coyotes. La conclusión es que, en efecto, tal vez el Hombre de Kennewick fue enterrado por sus pares pero en otro sitio. Posiblemente los coyotes lo desenterraron y le comieron la carne. Sus amigos o parientes recuperaron los huesos, los lavaron y lo volvieron a enterrar en la orilla. Quien lo desenterró por segunda vez fue el propio río Columbia, que lo arrastró quién sabe qué distancia hasta depositarlo en la zona de la carrera de lanchas, donde fue encontrado en 1996. Curiosamente, el CIE, "propietario" del río, sus orillas y todo lo que estos contengan, ayudaron a Chatters y a los geólogos a obtener las muestras de terreno. Mas no se ilusione. Como veremos, tanta "bondad" no duraría mucho.
No importa: en ese momento, Jim estaba contento. "Estamos tratando de ser totalmente sistemáticos para aventar cualquier acerca duda de nuestros resultados. A mí me parece que refutan la teoría de la hipótesis de la inhumación en esta zona", dijo el forense.
Encima del estrato en que fue encontrado el Hombre de Kennewick, los geólogos descubrieron una capa de cenizas volcánicas del Monte Mazama, ubicado en el vecino estado de Oregon. La erupción que dispersó esas cenizas ocurrió alrededor de 4802 a.C. Si esas
cenizas quedaron por encimade los huesos, quiere decir que las fechas son totalmente coherentes con las estimaciones de que el hombre murió hace más de 5, 6, 7 ú 8 mil años. Recordemos que el C-14 arroja 9600 años de antigüedad.
El CIE convocó a sus propios científicos, a Gary Huckleberry, profesor de la Universidad del Estado de Washington y a otros estudiosos elegidos por la tribu Umatilla para estudiar el terreno, porque muchas cuestiones quedaban aún sin explicar.
Huesos del Hombre de Kennewick: arriba, las costillas |
Por ejemplo: ¿Por qué, si el esqueleto estaba casi completo, le faltaba el esternón? Como los militares no hicieron pública ninguna conclusión ni enunciaron ningún resultado, Chatters se ocupó del problema por sí mismo, y cree haber resuelto este enigma colateral. Tiene que ver con su hipótesis de que los perros o los coyotes se comieron al cadáver del Hombre de Kennewick. "Los perros, lobos y coyotes, se comen a una persona comenzando por la nariz y la cara", dice. "Yo vi pequeñas fracturas en los huesos propios de la nariz que indicaban que había sido mordida. Los perros siguen, típicamente, por el estómago y se abren camino hacia arriba hasta el cuello. Esto explica que falte el esternón y por qué hemos recuperado tan pocos extremos esternales de las costillas. El estado de los huesos es consistente con la alimentación de uno o más cánidos. Explica mucho, pero es algo que necesita más estudios futuros", manifiesta Chatters. Esta explicación es muy importante, porque demuestra que el Hombre de Kennewick fue mal enterrado la primera vez o directamente no enterrado, por lo que permaneció en la superficie el tiempo suficiente para que los perros o lobos se ensañaran con él.
La "generosidad" del ejército norteamericano, como ya anticipamos, no duró mucho.
El CEI, aliado con los líderes indígenas, alcanzó por el mismo tiempo de los mencionados estudios de Chatters una nueva cúspide de egoísmo, corrupción, tozudez y conducta criminal.
Mientras el ejército ocultaba al Hombre de Kennewick, como se ha dicho, multitud de científicos recorría minuciosamente las orillas del río Columbia, en la zona del hallazgo, en busca de otros restos que pudieran arrojar más luz sobre el asunto. Y los militares no estaban dispuestos a permitir que se hallase una "Mujer de Kennewick" o, menos todavía, un clan completo de hombres blancos premongoles.
La solución que encontraron es tan horrible, tan espantosamente desgraciada, que cuesta incluso describirla por escrito. Que lo hagan los propios protagonistas.
"Vamos a perder para siempre datos científicos irrecuperables" dijo Thomas Stafford, uno de los que tomaban muestras del suelo en las orillas, en una carta al abogado Alan Schneider, de Portland, Oregon, que se había alineado con los investigadores. "El Cuerpo de Ingenieros planea cubrir las orillas del Columbia con varias toneladas de tierra y escombros".
Como lo lee. Los militares norteamericanos querían bloquear para siempre cualquier intento futuro por encontrar un hombre blanco en sus terrenos. La idea era, dijo un científico, "erigir una barrera virtualmente impenetrable contra las investigaciones futuras". Iban a lanzar una capa de cascote y humus de 1,40 metros de espesor, para plantar luego este terreno neoformado con cantidades de sauces, a la orilla del río. Schneider, representante legal de los ocho antropólogos, envió una nueva queja al juez John Jelderks. La única medida que tomó el magistrado fue ordenar a los quejosos y al ejército que lo mantuvieran informado cada tres meses de las medidas que se tomaran con los huesos. Ordenó también suspender nuevas decisiones hasta que él estudiase el caso.
El Director de Parques y Recreación de Kennewick, Russ Burtner, creyó en su momento que el CIE estaba "tratando de proteger el sitio". En realidad, no podía evitarlo aunque quisiese, porque la ciudad alquila los terrenos al ejército.
"Decir que quieren ´proteger´ de esta forma el terreno", afirmó Stafford, "es como decir que los bárbaros quisieron ´proteger´ la Biblioteca de Alejandría y por eso la incendiaron". La realidad es que los ingenieros militares querían destruir evidencia (acaso nuevos cuerpos) que pudiesen jugarles en contra durante las audiencias. El jurista Schneider dijo: "Obviamente lo que quieren es aplastar nuevos huesos que posiblemente se encuentren enterrados allí. Además, los nuevos sedimentos agregados cambiarán la química y la física del terreno".
Mientras todo esto ocurría, un grupo de nódicos paganos norteamericanos (la secta Asatru) informó que quería erigir un monumento al Hombre de Kennewick en el lugar, a quien consideran su antepasado. Siendo una locura, sin embargo es más lógica que los reclamos de los indios norteamericanos el Hombre de Kennewick era fenotípicamente un europeo primitivo. Adoradores de los dioses nórdicos Odín y Thor, los Asatru comenzaron a efectuar ceremonias en el parque, muy cerca del sitios del hallazgo de los huesos.
En marzo del ´98, los forenses del Cuerpo de Ingenieros acusaron al doctor Chatters de no haber entregado todos los huesos del Hombre de Kennewick: según ellos, faltaban parte de los fémures. Intentaron incluso presionar al forense Johnson para que acusara a su colega, a lo que él se resistió. "Tengo una fe total en la honestidad del doctor Chatters", afirmó el médico.
La secta Asatru, mientras tanto, se plegaba a los reclamos de los científicos e interponía un recurso de amparo ante el Departamento de Justicia para evitar que los militares enterraran el sitio bajo los escombros, ya que, afirman, "el Hombre de Kennewick es un europeo, un hombre blanco, seguramente un nórdico, que llegó a esta zona en bote o caminando a través de un puente de tierra".
A fines de ese mes, el Senado de los Estados Unidos formó una comisión legislativa de emergencia para estudiar este caso y proteger el sitio del hallazgo de la agresión militar.
La conclusión de la comisión senatorial estuvo en línea con los conocimientos científicos aceptados y prohibió a los ingenieros "tomar cualquier acción para estabilizar, cubrir o alterar en forma permanente la ribera del río, en un área de 91 metros a la redonda del sitio del descubrimiento". La medida deja, incluso, lugar para trabajos en las orillas "a la luz de cualquier impacto adverso potencial en la investigación científica del sitio, si una corte determinara que eso fuese necesario".
El senador Gorton expresó su acuerdo con la nueva norma, diciendo además que sería una locura o una imprudencia por parte de los militares arruinar el sitio antes de que se lo estudiase.
Como se observa, los militares habían conseguido desplazar el eje de la discusión desde la naturaleza u origen del desconocido hombre prehistórico hacia sus derechos a destruir el sitio arqueológico. Consiguieron hacer formar una comisión de notables a nivel nacional que, el 21 de marzo, los autorizó sin ambages a sepultar la orilla del río. En vista de esta autorización el CIE se apresuró a formalizar un contrato de 160000 dólares con un contratista (Earth Construction de Orofino, Idaho) para que los proveyese de tierra, escombros, rocas de 6 metros y árboles suficientes para cubrir unos 90 metros de orilla.
El lunes 6 de abril de 1988 el CIE cumplió su amenaza: el intolerable ruido de un helicóptero despertó a los vecinos de Kennewick, mientras el ejército de los Estados Unidos arrojaba desde el aparato carga tras carga de rocas y polvo sobre el lugar del hallazgo. Inmediatamente, comenzaron a plantar los árboles.
Como se comprenderá, Chatters fue uno de los más desilusionados: "Ahora, si yo o cualquier otro científico, queremos investigar en el sitio, tendremos que excavar con equipos pesados", dijo. "Y cada vez que lo intentemos, los indios se quejarán".
Pero no había nada que hacer. Así como la Inquisición y los nazis habían quemado a las gentes y a los libros que contradecían sus sistemas, del mismo modo los indios norteamericanos y el ejército acababan de poner el sitio donde se había encontrado al Hombre de Kennewick más allá del alcance de la ciencia...
Para siempre.
Poco tiempo después de esta monstruosa actitud, el Departamento de Justicia de los EEUU (parte del gobierno federal) comenzó a reclamar los huesos en poder del CIE. Simultáneamente, la Universidad de California en Davis solicitó permiso para completar los análisis de ADN que habían comenzado 19 meses antes.
El doctor David Glenn Smith, director del Programa de Arqueología Molecular de la Universidad, hizo una interesante declaración: "En cierto sentido, me alegro de haberlo perdido, porque tenemos cosas más importantes que hacer que correr atrás de un pedacito de hueso. Pero, por otro lado, la ciencia acaba de perder una batalla contra el gobierno, lo que establece un antecedente horrible. A mí personalmente no me interesa probar ni descartar la teoría de nadie. Lo que yo quería era descubrir la verdad acerca del propietario de este hueso".
El problema es que los análisis incompletos del ADN llevados a cabo hasta ese momento no permitían probar la relación genética del Hombre de Kennewick con ningún grupo humano moderno ni, por el mismo motivo, tampoco descartarla. Smith recibió una orden del Departamento de Justicia para que devolviera también el gramo y medio de huesos en su poder, a lo que respondió pidiendo permiso para conservar un pequeño fragmento. "Con él puedo terminar los análisis", afirmó. "Propongo incluso trabajar gratis". Lo que sucedía es que la conclusión de los análisis de ADN establecería más allá de toda duda los derechos de los diferentes reclamantes acerca de los huesos. "No lo entiendo", concluyó. "Hemos estudiado muchos huesos, pero nunca sucedió nada como esto. He sido educado para respetar la teología, pero también para seguir el método científico. Lo que pasa es que la ciencia a menudo presenta evidencias que contradicen a las creencias religiosas". Y da una pista científica que, como veremos luego, parece una verdadera premonición: "Tengo miedo de que los huesos en poder de los militares no hayan sido tratados con el cuidado debido. Si los huesos se contaminan, podemos terminar estudiando nuestro propio ADN o el de otros contaminantes".
Pero la voluntad del Cuerpo de Ingenieros iba a sobrepujar las esperanzas de Smith, Chatters o cualquier otro científico bienintencionado: el 27 de abril de 1998, un "empleado" del CIE entregó "clandestinamente" a las tribus una caja conteniendo huesos humanos y de animales, los que fueron enterrados en un lugar desconocido. Dutch Meier, quien, como se recordará, era el vocero de estos militares terroristas, afirmó que el "empleado" había sido "separado del caso" como consecuencia de su "error". Sí, claro... y la Luna está compuesta de queso. Una de las piezas óseas perdidas para siempre era una costilla del Hombre de Kennewick. "Sería justo describir el incidente como el resultado de un simple error humano. No debe caracterizárselo como alguna clase de acto malicioso ni deliberado". Es cierto. Y los chanchos aprenden a silbar a la perfección.
Los indígenas habían ido a reclamar otros huesos (mucho más recientes) para ser reenterrados, pero el "empleado", subrepticiamente les entregó una caja adicional conteniendo huesos del Hombre de Kennewick.
A fines de mayo del mismo año, finalmente el Hombre de Kennewick (o, al menos, lo que quedaba de él después de la espantosa repartija de sus huesos llevada a cabo por el CIE y los indios) estaba a punto de encontrar un nuevo hogar.
El Departamento de Justicia ordenó que los huesos se trasladasen a otro lugar donde pudieran estudiarse correctamente y se les completaran los análisis de ADN. La intención era averiguar si el hombre en cuestión era "legalmente" un indio americano.
Chatters y sus compañeros deseaban que los huesos fuesen depositados en el Museo del Hombre en San Diego, porque entendían que su sitio actual de depósito exponía a su ADN a catastróficas contaminaciones.
El antropólogo fue autorizado a visitar el lugar donde el CIE guardaba los restos, y esa fue la primera vez en que volvió a ver al Hombre de Kennewick desde que le fuera arrebatado por la fuerza a Johnson, dos años atrás.
"El tratamiento que el gobierno ha dado a los restos fue muy pobre", dijo con tristeza. "Han permitido que los huesos se pulvericen, se quiebren y se humedezcan. Muchos fragmentos están guardados en una bolsa de alimentos de papel marrón", terminó.
Por último, el juez Jelderks ordenó que las piezas fueran mudadas al Museo Burke de Seattle. En él, dijo, habría lugares adecuados para que los científicos los estudiasen. Esta medida es la primera que autoriza a la ciencia a investigar los restos.
Pero la controversia sobre el lugar de descanso del ancestral cazador no había terminado. Los antropólogos recibieron un email de un empleado del Burke advirtiéndoles que el museo "era hostil" a la idea de seguir estudiando al Hombre de Kennewick. El juez no acusó recibo: "Estoy satisfecho con el Museo Burke", dictaminó. "Es el lugar apropiado para los restos esqueléticos en cuestión".
De modo que los huesos en efecto fueron trasladados a Seattle y guardados en una cámara blindada de una habitación cerrada a la que se llegaba a través de un pasillo cerrado. Una de las puertas se abría sólo si dos empleados distintos operaban dos llaves diferentes. Luego de estudiar concienzudamente el lugar, los antropólogos se mostraron conformes.
Sin embargo, al revisar los huesos a poco de haber sido trasladados, hicieron un nuevo y escalofriante descubrimiento: en efecto muchas de las piezas óseas faltaban. Era, en consecuencia, cierto que alguien del ejército había robado fragmentos y se los había entregado a los indios.
Si bien los más de 300 trozos del esqueleto del Hombre de Kennewick pertenecen a una misma persona y se encontraban en más o menos (sin entrar en detalles) buen estado, grandes pedazos de huesos críticos habían desaparecido.
Owsley, nuestro conocido antropólogo del Smithsoniano, dijo el 28 de octubre de 1998, luego de hacer un minucioso inventario de los huesos, lo siguiente: "Este aparente robo es un acto deliberado de profanación. La mayor parte de los fémures ya no están, siendo que los fémures ofrecen invalorable información acerca de la estatura, robustez, tamaño, fuerza, morfología funcional y pertenencia étnica de un cuerpo humano". Su abogado Alan Schneider dijo que "Después del cráneo, los fémures son los elementos más importantes de un esqueleto para determinar las afinidades étnicas".
Cuando Thomas descubrió el cuerpo, los fémures estaban en seis piezas. Owsley encontró ahora sólo un trozo de cada uno.
Los restos del Hombre de Kennewick tal como están hoy |
A pesar de este desastre, el resto de los resultados del inventario que Owsley llevó a cabo ese día no eran tan desalentadores. Por suerte, los huesos de animal habían sido retirados totalmente. No había indicaciones de que el juego incluyese huesos de otra persona: todos los fragmentos pertenecían al Hombre de Kennewick. La calavera estaba rota en ocho pedazos pero, juntándolos, permitían reconstruir la cabeza completa (un dato clave para establecer la raza de su propietario). Treinta de los 32 dientes se encontraban aún en su sitio en las mandíbulas, y tenían entre ellos restos de comida que podían ayudar a reconstruir la dieta de este antiguo antepasado del hombre blanco. Los más de 100 trozos de costillas permitirían reconstruir las mismas en un 80%. Las caderas estaban intactas en su mayor parte, así como la mayor parte de los huesos largos de los miembros superiores, las tibias y los peronés. Sólo faltaban los fémures. ¿Por qué los militares se ensañaron con lo fémures? Misterio. Posiblemente para disimular la estatura del Hombre, uno de los rasgos que más lo diferenciaba de los indios.
Excelente primer plano de la masticación de las costillas |
Unos 20 fragmentos adicionales quedaron sin identificar, pero estudios posteriores permitirían adscribirlos a los huesos a los que correspondían.
Así pasaron los años, y llegamos al 19 de febrero de 2000.
Dos exámenes adicionales e independientes de radiocarbono volvieron a comprobar, en ese interin, que en efecto el Hombre de Kennewick tenía más de 9000 años de antigüedad. Sin embargo, el test radiactivo no podía demostrar más allá de toda duda la cuestión central, a saber: que el Hombre de Kennewick era un europeo de raza blanca. Para ello se necesitaba completar el test de ADN mitocondrial.
El día citado, el Departamento del Interior dio por fin, luego de los cuatro años de pesadilla que acabamos de relatar, la luz verde para que se efectuaran los análisis de ADN mitocondrial sobre los restos, a efectos de determinar de una buena vez por todas a qué grupo étnico perteneció el sorprendente antepasado.
Los dirigentes indígenas pusieron por delante, como en todo este asunto, sus consideraciones anticientíficas y místicas. Las Tribus Confederadas dijeron que el OK del Departamento del Interior a los tests de ADN sentaba "un peligroso precedente". Continuaban hablando de racismo.
Matthew Dick, dirigente indio, declaró: "Seremos juzgados tanto por el creador como por nosotros mismos a causa del modo en que tratamos a nuestros ancestros". Del derecho sobre las tierras, ni media palabra. Pero el delirio continúa: "El análisis es también una violación de nuestras creencias, porque captura el espíritu o la identidad de un hombre". Es lo mismo que creían los africanos primitivos a comienzos del siglo XX respecto de las cámaras fotográficas: que "les robarían el alma". Pero Dick insiste: "De acuerdo con nuestro sistema de creencias, la acción destructiva del test de ADN reducirá nuestra identidad a una mera serie de códigos genéticos" dijo muy suelto de cuerpo, como si la identidad de uno fuese otra cosa que los resultados de la actividad del ADN.
El abogado de los aborígenes, David Shaw, se sumó al absurdo en una carta imperdible: "Los análisis causarán daños ciertos e irreparables a las tribus, a la ciencia y a la ciencia antropológica, y representan una conducta científica y social inadecuada".
En un paroxismo de la falacia y la demencia, el antropólogo (alineado con los indios) Jonathan Marks comparó el hecho de hacer el test de ADN al Hombre de Kennewick con los experimentos nazis con judíos durante la II Guerra Mundial. "El peligro
de desconocer los principios de los derechos humanos (?) triunfará sobre las aspiraciones legítimas de la ciencia y desbordará el contexto del Hombre de Kennewick para derramarse sobre la ciencia toda".
Para el 26 de marzo de 2000, sin embargo, los análisis de ADN sobre el desconocido cazador neolítico estaban ya en proceso, a pesar de que los científicos sabían que no tendrían mucho con qué compararlo.
Los periodistas, por primera vez, fueron convocados como testigos mientras los científicos de la Universidad de California separaban los huesos uno por uno, los manipulaban con cuidado provistos de guantes estériles, y le asignaban a cada uno un código antes de ubicarlos en las platinas de los microscopios.
"El Antiguo puede oírme", dijo Meninick en plena fase delirante: "y me dice que sufre mucho". Los huesos, mientras tanto, no se retorcían ni intentaban huir. Permanecían tranquilamente apoyados en las mesas.
Pero la última tragedia no tardaría en hacerse evidente.
El 3 de agosto de 2000, los laboratorios encargados de los test de ADNmit informaron que ninguno de ellos había logrado éxito.
La vocera del Departamento del Interior, Stephanie Hanna, dijo que "es un desafío que habíamos previsto. Tenemos los mejores laboratorios del mundo, y exámenes posteriores podrán darnos algo para aprender".
Como es obvio, las muestras habían sido contaminadas. Por el tiempo en que parte de los huesos fueron devueltos ilegalmente a los indígenas, el CIE permitió a los indios hacer una "ceremonia fúnebre" sobre la caja de huesos, sin informar a nadie. Los indios quemaron hojas de árbol y diversos tipos de resinas sobre los huesos, de modo de asegurarse de que, si alguna vez se hacían análisis genéticos sobre los mismos, los investigadores trabajaran sobre vegetales modernos y no sobre el código genético del Hombre de Kennewick. Y gracias a la complicidad de gobierno y militares, habían logrado su objetivo. "El esqueleto ha sido tan contaminado con ADN contemporáneo que todas las reacciones de amplificación producen secuencias de ADN que no pertenecen al Hombre de Kennewick", dijo Hanna.
Han pasado otros cuatro años, y casi nueve desde el descubrimiento del Hombre de Kennewick. Habiendo fracasado los análisis de ADN, los indígenas, los militares y el gobierno norteamericano han conseguido su ambición de impedir que los genes del Hombre de Kennewick sean comparados con los de distintos grupos humanos modernos para determinar a cuál de ellos pertenecen, si es que pertenecen a alguno.
Los huesos de este primer antepasado conocido del hombre blanco americano no pueden ya ser estudiados para establecer se parentesco o ausencia del mismo con los diversos grupos étnicos norteamericanos modernos. Lo único que sabemos de él es en qué tiempos vivió, que fue contemporáneo de los grandes mamíferos americanos extintos y que vivió, sufrió, murió y probablemente amó en un mundo que a nosotros, desde nuestro siglo XXI, se nos antoja irreal y fantástico.
A la fecha de escribir este artículo (23 de mayo de 2005), la controversia acerca de la propiedad de sus huesos sigue sin resolverse, y el Hombre de Kennewick permanece depositado en Seattle en su bóveda cerrada, sin que los indios hayan podido enterrarlo ni los científicos logrado estudiarlo en profundidad para arrancar sus secretos de su silencio de 90 siglos.
II - Las teorías fascinantes
Más allá de las lamentables circunstancias que rodearon y aún rodean al Hombre de Kennewick y los frustrados intentos de los científicos serios por estudiar sus huesos, el principal eje acerca del cual deben girar todas las discusiones ulteriores es el siguiente: ¿Cómo afecta la mera existencia del Hombre de Kennewick a nuestros conocimientos aceptados acerca del poblamiento de América?
Convengamos en que, hasta el 29 de julio de 1996, si cualquiera de nosotros le hubiese planteado a un antropólogo la posibilidad de que los hombres blancos hubiesen llegado a América hace casi 10000 años, hubiésemos sido despedidos con cajas destempladas. ¿Qué significa el hallazgo del Hombre de Kennewick, entonces?
Sin desestimar del todo las hipótesis previas, es menester reconocer que manejábamos datos incompletos y parciales. La teoría más aceptada acerca del poblamiento humano de América fue formulada por Paul Rivet en 1924, y contiene ya desde su origen el germen de la teoría más moderna, a saber: el hombre llegó al Nuevo Continente en oleadas sucesivas (posiblemente en busca de animales de caza), mayormente desde Siberia atravesando el Estrecho de Behring. Por cierto que los primeros pobladores (en esta teoría primigenia) tenían caracteres étnicos mongoles y premongoles. Más tarde, las migraciones fueron completadas por viajes de los australianos y melanesios a otras partes de nuestro continente, lo que explica el parecido antropométrico de los indios fueguinos con los aborígenes australianos, el predominio (muy raro en las poblaciones mundiales) del grupo sanguíneo 0 en ambas poblaciones, y la aparente influencia austromelanesia en las lenguas de los onas/selkhnum, yaganes y alcalufes. Con mayor o menor grado de detalle, con agregados o sustracciones, esta teoría, apoyada por figuras de la talla del noruego Thor Heyerdahl, representa el conocimiento que fue aceptado hasta el descubrimiento del Hombre de Kennewick.
Cercanía geográfica entre dos continentes |
Nadie, ningún científico, hubiese soñado incluir en estas oleadas migratorias prehistóricas a un grupo caucasoide de tipo europeo (con acusados rasgos anglosajones) como los que presenta el desconocido hallado en Tri-Cities. ¡Y menos todavía imaginaron descubrirlo en la costa pacífica de América!
¿Por qué? Pues, sencillamente, porque siempre se miró con desprecio e incredulidad a quienes sostenían las teorías correspondientes a presencia de hombres blancos en América antes del 12 de octubre de 1492. Durante décadas se ridiculizó a quienes sostenían que los escandinavos habían descubierto América, a quienes hablaban de una influencia lingüística griega sobre las culturas mesoamericanas (sabemos que la raíz de la palabra "Teotihuacán" es la misma que en el griego "Teos", por ejemplo en "teología", esto es, "Dios" ), a quienes decían haber visto inscripciones de tipo rúnico en Bolivia o a los investigadores que insistían en la posibilidad de que los fenicios y cartagineses hubiesen descubierto el Nuevo Mundo en tiempos clásicos.
De la presencia vikinga en Terranova o Labrador casi nadie duda hoy en día, pero siempre faltaron hipótesis valederas que sostuvieran los otros asertos.
Como se desprende de todo ello, nadie estaba preparado para encontrar un europeo en los Estados Unidos de hace 10000 años...
Mis antepasados pudieron ir caminando desde Galicia o Cantabria hasta Nueva York |
Sin embargo, el Hombre de Kennewick vino a derrumbar toda la teoría tan cuidadosamente elaborada.
La solución es muy simple: reconocer que la ciencia estaba equivocada. Mejor dicho, parece simple, pero no lo es. Y no es tan fácil por la sencilla razón de que reconocer que el hombre blanco estuvo en América contemporáneamente (o acaso incluso antes) que los primeros invasores mongoles, antepasados de los indios americanos, es algo que a los estadounidenses les parece espantosamente incurso en la incorrección política.
Después de los horripilantes genocidios que su general Custer (y nuestro tucumano Julio Argentino Roca, para ser justos) perpetraron contra las poblaciones indígenas americanas, los yanquis llegaron, en el siglo XX, a una suerte de inestable equilibrio pacífico con sus naciones indias, otorgándoles el usufructo de sus tierras y lo que ellas contuvieran. Como diijimos más arriba, sus tierras son suyas porque en teoría ellos estuvieron aquí antes de la llegada del hombre blanco.
Las nuevas teorías: el Hombre pobló américa desde todas direcciones |
El hallazgo del Hombre de Kennewick viene a socavar este principio, y los indios reaccionan con violencia porque, primero, no creen que las verdades científicas acerca de los huesos del mismo sean ciertas y, segundo, porque sienten amenazados sus derechos en medio de una sociedad que recién ahora los ha reconocido como iguales.
El Hombre de Kennewick no es políticamente incorrecto: sólo se trató de un pobre cazador blanco en tierras infestadas de animales salvajes, y los problemas de los indios con el gobierno estadounidense no son ni fueron nunca de su incumbencia.
Pero pasemos a la teoría: ¿cómo se supone que llegó el Hombre de Kennewick a América, por qué y desde dónde?
Hay que plantear una proposición básica: hace 10000 años, la Tierra se encontraba en medio de una edad glaciar; lo que significa que las masas de hielo del norte de Europa y América eran mucho mayores, más sólidas y más extendidas que las que se observan hoy. Ello ofrecía caminos terrestres por los que los animales (y por supuesto el Hombre) pudieron llegar caminando, tras largas y trabajosas migraciones, hasta el continente americano. Incluso se pudo viajar en primitivas canoas de cuero, siempre a pocos metros de la costa, desde España o las Islas Británicas, por ejemplo, hasta Groenlandia, Terranova, Labrador o la Costa Este de los Estados Unidos.
El inmenso glaciar que cubría el norte del planeta en aquellos tiempos. Obsérvese que se podía ir caminando desde Inglaterra hasta Estados Unidos o mediante navegación de cabotaje |
Imaginemos por un momento que uno de éstos haya sido el camino que el Hombre de Kennewick o sus antepasados recorrieron. Pero a él se lo encontró cerca de la costa del Pacífico. ¿Por qué no se han encontrado otros restos en lugares intermedios (digamos Nueva York o Chicago)? Por la misma razón por la cual no encontramos al Hombre de Kennewick hasta 1996. Por casualidad. Acaso en un futuro próximo o lejano comiencen a descubrirse más restos de europeos prehistóricos en el continente norteamericano (dicho sea de paso, una de las mayores pegas para la aceptación del Hombre de Kennewick por parte de los nativos americanos estriba en que se trata de un esqueleto único; si se encontraran diez, cinco o incluso uno solo más, sus detractores quedarían sin argumentos).
Observando el mapa de la ruta propuesta, es decir, la navegación de cabotaje a la vista de las grandes masas de hielo árticas, se observa que no es caprichosa la hipótesis del origen hispano o británico del Hombre de Kennewick. Se ha señalado el parecido que tuvo en vida con el rostro del actor británico Patrick Stewart (el Capitán Picard de Viaje a las Estrellas), de ascendencia galesa (celta) e inglesa (nórdica y sajona).
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Otras teorías apuntan a la migración de comunidades o individuos aislados procedentes del Extremo Oriente. Los ainos de la isla de Hokkaido, al norte del Japón, considerados los pobladores originales del archipiélago nipón, son de raza blanca. Actualmente viven unos 4000 de ellos en su isla original, y se supone que fueron paulatinamente desplazados en tiempos prehistóricos por otros pueblos de raza mongola y polinesia: los japoneses modernos.
La isla de Hokkaido |
Las teorías más modernas consideran que los ainos del Japón pertenecen a la rama indogermánica de la raza caucásica (como los sajones), y que su complexión física, estructura craneal y tono de piel los emparenta directamente con los europeos. La presencia inmemorial de los ainos en Japón y zonas aledañas se prueba mediante los topónimos: muchos nombres de accidentes geográficos japoneses no son japoneses sino ainos. La propia palabra Hokkaido, el nombre de su capital (Sapporo), el nombre del monte Fujiyama y el de la ciudad de Tarato en Siberia pertenecen a la lengua aina.
Un anciano aino |
Por todo ello se ha propuesto que el Hombre de Kennewick pudo haber sido un aino o descendiente de los ainos que pasó a Norteamérica; de este modo se explicarían fácil y elegantemente los rasgos europeos-germánicos que presenta su esqueleto. El tránsito de Hokkaido hasta Washington debe haber sido, incluso, más fácil que el estimado desde Inglaterra a través de las peligrosas aguas del Atlántico Norte. El parecido del cráneo de Kennewick con los de los ainos modernos es sencillamente impresionante.
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Una última hipótesis postula que acaso nuestro hombre formó parte de alguna de las múltiples migraciones que la civilización del Valle del Indo (raíz y origen de las razas indoeuropeas modernas) efectuó hacia el este, pasando por las islas malayas, Australia y la Polinesia, y posiblemente alcanzando el continente americano a la altura del Perú. Si esto es cierto (como postulaba el propio Heyerdahl), el periplo americano de los antepasados del Hombre de Kennewick fue de sur a norte y no al revés.
Un aino de Hokkaido prácticamente pudo llegar caminando |
Como haya sido, hay un hecho incontrastable, que se prueba por el mero hallazgo del desconocido cazador del río Columbia: hace 10000 años, cuando se suponía que sólo mongoles habitaban Norteamérica, al menos un hombre blanco cazaba entre sus bosques.
Ese hombre vivió y murió, dando por tierra con todas las teorías previas que dictaminaban taxativa y equivocadamente que el continente americano sólo perteneció a los indígenas de raza mongola hasta el siglo XV.
Tal vez en el futuro se descubran nuevas técnicas genéticas o antropológicas que nos permitan, a despecho de la contaminación que ex profeso se hizo de sus huesos, determinar con mayor precisión de dónde vino, por qué medios y con qué grupos étnicos estaba emparentado.
Hasta entonces, tristemente, seguiremos pensando en él simplemente como "El Desconocido de Tri-Cities".