|
FICCION BREVE (once)Varios |
Saurio - Argentina
Tomado de "Me la sé lunga", columna semanal de Mauricio Gafento en el diario "La Unión" de Guanaco Tierno, Provincia de Tierra Adentro.
Pluscuamperfecto Mauricio:
Soy una seguidora fiel de tu columna. En más de una ocasión me lucí ante un público atónito con los conocimientos adquiridos en tu cruzada para desasnar a las masas, al punto de convertirme en el referente que amigos y parientes eligen para clarificar todas sus dudas. Esto, que me enorgullece, el otro día se me vino en contra, ya que mi amiga Clarita me preguntó qué era el "secretariado cuántico" y no supe qué responderle.
Así que, querido Mauricio, a ti acudo para que me expliques qué es el "secretariado cuántico", así la próxima vez que la veo a Clarita le explico y no quedo como una ignorante.
Gracias, tu eterna admiradora,
Sibila de Villa Jalfmún
Querida Sibila:
Agradezco los elogios de tu carta. Siempre es bueno saber que lo que uno escribe afecta la vida de alguien y lo hace para bien. Me alegro que seas el centro de la atención en vernissages y recepciones por tus conocimientos y no porque te pases de copas y comiences a hacer strip-tease en la mesa del Arzobispo o del Embajador de Monitoria.
Con respecto a tu pregunta, me llama la atención que tu amiga Clarita haya oído hablar de "secretariado cuántico", ya que se trata de uno de los momentos más vergonzosos del Convencionalismo y que había sido cuidadosamente ocultado de la opinión pública para preservar el buen nombre de dicha escuela de pensamiento sociopsicológico, la cual, no sé si sabrás, tiene importantes adeptos dentro del Gobierno, la Industria e, incluso, la Iglesia (aunque ninguno de sus miembros lo aceptará públicamente).
El experimento conocido como "secretariado cuántico" parte del mismo presupuesto teórico que muchas de las herramientas y disciplinas desarrolladas por el Convencionalismo, y que es aplicar los procedimientos de las ciencias duras en la práctica cotidiana del gerenciamiento de empresas y de la mediación entre individuos.
Concretamente, lo que se hizo fue lo siguiente:
En una habitación cerrada se colocó una secretaria (cuyo nombre se mantuvo en reserva), una muestra de material radiactivo y un detector de radiactividad (un contador Geiger) al que se le adosó una máquina de fax a la espera de documento que hay que recibir urgente.
Se diseña el experimento para que el contador Geiger esté conectado lo suficiente como para que exista una probabilidad del 50% de que uno de los átomos del material radiactivo se desintegre y el contador registre una partícula. Al ocurrir esto, un impulso eléctrico activa la máquina de fax, el documento esperado llega y la secretaria es contratada. Si no se desintegra ninguna partícula, el documento nunca es recibido, una crítica alianza estratégica interempresarial se frustra y a la secretaria se la despide.
Diseñado de esta manera, no hay forma de conocer el resultado del experimento hasta que se abre la habitación y, de acuerdo con la interpretación de Copenhague, se produce una superposición de estados que resulta en la paradoja de que el fax llega y no llega simultáneamente, por lo que la secretaria está tanto contratada como despedida (y ni contratada ni despedida).
El beneficio de una "secretaria cuántica" vendría dado por la supuesta versatilidad y eficiencia que esta superposición de estados le brindaría a la muchacha, amén del considerable ahorro de recursos que implicaría su situación ambigua. Lamentablemente, fue esta última parte el talón de Aquiles de toda la experiencia, ya que los burócratas de las oficinas de Recaudación de Impuestos y de Seguridad Social no fueron capaces de comprender todas las sutilezas teóricas y prácticas del "secretariado cuántico".
A fin de ponerle una solución y satisfacer tanto los requerimientos de los burócratas como los de los empleadores (quienes se negaban a pagarle un sueldo a la chica, ya que no estaba 100% contratada), el principal pensador del Convencionalismo, Seymour Tanner, propuso que se abonara con "dinero cuántico", que se obtendría al depositar todos los meses en una caja cerrada el sueldo y los aportes fiscales y previsionales de la secretaria. Dicha caja contendría, por supuesto, otra muestra de material radiactivo y un contador Geiger que activaría o no un lanzallamas que quemaría o no los billetes depositados.
El escándalo que esta propuesta produjo fue mayúsculo y todo el experimento del "secretariado cuántico" pasó rápidamente al olvido, por lo que no puedo darte una respuesta cierta de si se intentó llevar a cabo las ideas de Tanner.
Últimamente estuvo circulando por Internet la versión de que, setenta y un años más tarde de realizado el experimento, una señora de la limpieza abrió la puerta de la habitación de marras y allí se encontró a la secretaria, a un gato y a Dios jugando a la generala. Esto, querida Sibila, no es más que una leyenda urbana y, por lo tanto, no se le debe de dar mayor crédito.
Mauricio Gafento
Gustavo Masso - México
Papá, ¿qué es un mexicano?
El padre mira el folleto distribuido ex profeso.
Eran gentes extrañas lee sin entender, unidas por un destino incierto.
Padre e hijo tratan de abrirse paso entre la multitud apiñada ante la inmensa jaula de cristal. Al fin, logran ubicarse en la primera línea, frente a los amplios ventanales.
Por lo valioso de este ejemplar está diciendo el guía se ha procurado reproducir, lo más fielmente posible, su hábitat.
Dentro de la jaula, un hombre bajito y bigotón, sentado indolentemente en una especie de diván, tañe con desgano una guitarra. A su alcance tiene una botella a la cual da esporádicos sorbitos.
Por la naturaleza reflejante de los cristales sigue diciendo el guía, el espécimen no puede vernos. Esto es para favorecer a su aislamiento. Aunque hemos notado, y ustedes se darán cuenta el guía se permite una sonrisa maliciosa, de que él sabe que estamos aquí.
El hombre deja a un lado la guitarra y da un gran trago a su botella. Una lágrima desciende con naturalidad por su mejilla.
Lo que ven al fondo de su jaula continúa el guía su perorata es un retablo en honor de Guadalupe, una deidad mayor a quien los mexicanos adoraban. Pero además se especula sobre una cierta abstracción llamada "El Peso", que también era muy venerada.
El hombre se incorpora de repente y, acercándose al ventanal, hace extraños gestos y ademanes.
¡Hoy estamos de suerte! exclama muy sonriente el guía. Eso que acaban de admirar es un rito ofensivo. Según los estudiosos, el ademán con el brazo es una mentada y los gestos de la mano quieren decir: ¡mocos, gueyes! El guía se encoge de hombros. Conocemos su simbolismo, pero no su significado.
En el interior, el hombre vuelve a tumbarse en el diván y ataca, sediento, su botella.
La bebida que consume acota de inmediato el guía es un líquido espirituoso llamado tequila al que, para quitar sus efectos perniciosos, se le han adicionado, sin afectar su sabor, los nutrientes necesarios para la subsistencia del sujeto. Además, cotidianamente se le ofrecen diversos alimentos consistentes en maíz y chile que, como es sabido, constituían la dieta de su raza.
Adentro, el hombre, al fin, permanece quieto con los ojos vidriosos y la mirada perdida.
Y eso es todo por esta presentación concluye engolado el guía.
La multitud comienza a dispersarse.
Papá pregunta entonces el hijo, ¿por qué todos los ejemplares están en parejas o grupos y a éste lo tienen solito?
El padre busca presuroso en su folleto.
No te preocupes, hijito interviene diligente el guía. A fin de cuentas los mexicanos siempre vivieron solos.
Gisela M. Valentín Del Río - Puerto Rico
Mi madre parió una langosta. Sí, así como lo oyen: cuando yo tenía doce años, precisamente en mi fiesta de cumpleaños, mi madre anunció que estaba embarazada. Su esposo estaba muy feliz, ya que desde que se casaron, dos años después de la muerte de mi padre, habían ansiado muchísimo tener un hijo.
Luego de tres meses mi madre ya estaba de parto, por lo que yo temí que mi nuevo hermano no sobreviviría. Para mi sorpresa, dos días después del parto mi madre llegó a casa con una langosta en sus brazos.
No quiero que piensen que sufro de celos de hermano y que por eso llamo langosta al hijo de mi madre; lo que sucede es que literalmente era una langosta.
En ese instante imaginé lo peor; mi hermano no había sobrevivido y mi madre había comprado una langosta para cenar. Pero luego me di cuenta de que ni mi madre ni su esposo mostraban señales de tristeza, por lo que pasé a pensar que mi hermano aún estaba en el hospital, que en unos días lo conocería y que esa noche cenaríamos langosta. Lamentablemente en esos momentos no me percaté de que la langosta estaba envuelta en una bonita manta azul.
Mi madre me explicó que la langosta no era la cena sino mi nuevo hermano y que no debía llamarlo langosta porque podría herir sus sentimientos. Lo mejor sería que empezara a llamarlo por su nombre, que era Carlos Gardel.
Carlos Gardel, como me obligaban a llamarlo, creció y, extrañamente, se desarrolló muy rápido. Aunque en ocasiones Carlos era buena compañía y hasta un discreto compañero de juegos, la mayor parte del tiempo era muy desagradable y no por el hecho de que tuviera un raro olor a mar, sino porque siempre insistía en la idea de que yo era adoptado, que mis padres me habían recogido en cualquier esquina de cualquier calle, y me conservaban sólo por lástima, y a cada minuto encontraba la oportunidad de señalar cualquier diferencia con mi madre, ya fuera física o de opinión, para probar mi extraña procedencia.
Fue una lástima que el día del aniversario de mi madre con su esposo la nueva niñera lo cocinara en salsa de mantequilla. Creo que mi madre debió habernos presentado a ambos cuando la niñera llegó. Pero nunca es tarde cuando la dicha es buena, al menos eso dicen, y finalmente logré cenar langosta. Luego de transcurridos algunos años, el nombre de Carlos Gardel no se pronuncia en casa, y cuando trato de mencionarlo cambian el tema.
Julia Marina Müller - Venezuela
Abrió los ojos. Estaba de pie. No veía nada. Avanzó, sólo unos pasos, con los brazos extendidos. No tropezó, no halló obstáculos. Avanzó lentamente, con un esfuerzo de incredulidad. La detuvo este pensamiento: "ciega".
"Ciega", se dijo; no en voz alta por temor al eco posible en la infinita caverna a la que se sentía asomada. "Ciega", se dijo: Sus ojos se esforzaban en vano por encontrar un vestigio de luz. La desmentían.
Prefería decirse ciega que admitir lo imposible, la oscuridad total. Intentó esperar a que sus ojos se habituaran, pero no había costumbre posible contra esa oscuridad implacable. "Ciega", insistió, pero su vista escalaba la oscuridad, que le oponía resistencia.
Resistencia que empezaban a captar también el resto de sus sentidos. Sus manos tropezaron algo, luego no lo encontraron. Al principio con temor, luego casi con rabia, atravesaron aquello que se les oponía sin violencia y sin personalidad. El tacto calló. El tacto negó el encuentro.
Cayó en cuenta de que no se había preguntado ni siquiera dónde estaba. De pie. Sintió la distribución del peso de su cuerpo. Con lucidez de locura ensayó un escalón: la sostuvo. Se sentó en el siguiente. Se levantó. Fingió una caída. No rodó los tres escalones, no: tuvo una caída abisal. ¿Mareada, golpeada, inconsciente? La duración era una incógnita de dilucidación imposible, tampoco el tiempo era sino resistencia.
Se incorporó. En pie, dudó de su vertical: También para el oído había oscuridad. Oía hasta una cierta distancia en una dirección, más lejos en otra, pero siempre el silencio.
Comprendió que sabría de los obstáculos, si los había, porque su cuerpo se negaría a golpearse contra ellos: Confió en el instinto de la oscuridad para ir haciéndole sitio a medida que lo necesitara.
Quiso oir hasta muy lejos, y hasta muy lejos el silencio. Ver hasta muy lejos, y hasta muy lejos la oscuridad. Se movía con seguridad. Prescindió de los sentidos.
¿Hay laberinto peor que la oscuridad? Uno da vueltas. No se orienta. Ni dentro ni fuera del laberinto es posible orientarse en él. Se gira, se retrocede, se frena, se desespera. Angustiante idea la de estar pasando justo al lado de lo que se busca, la imposibilidad de saberlo. Desesperante, que alguien pueda estar caminando justo al lado nuestro, sólo un milímetro más allá, pero nunca el milímetro exacto que uno escoge para poner el pie. Terrible, adivinarse obligado a transitar un itinerario específico: Comprender la imposibilidad de escoger un movimiento fuera de la coreografía, cada intento una nueva línea del mismo dibujo.
Creyéndose cansada se reclinó y durmió.
Al despertar supo la total oscuridad de sus sueños, o quizás de su memoria; y la asustaba no sorprenderse: hacíasele natural la oscuridad, su mente al igual que su cuerpo se adaptaba a ella, la aceptaban sin extrañeza. Al rato se serenó, y ya no estuvo tan calma, tan indiferente:
Debe haber una puerta, paredes; una puerta al menos se dijo. Pero si mi cuerpo evita los obstáculos sin percibirlos ¿cómo hallarla?
Una puerta, una salida, un conmutador, una bomba de tiempo, el calor de otro cuerpo, algún olor del suyo, una picada de zancudo, calor o frío o humedad o ganas de orinar o miedo, alguna sensación aunque provenga del infierno; nada.
Se quedó muy quieta, muy callada, sintiendo lo escandaloso de su presencia en aquella nada, en aquel absoluto de la nada. Fue quedándose muy quieta, con la posibilidad de ser o no un ser en la oscuridad o no la oscuridad sino tan sólo la inexistencia de la luz, la ausencia de un estímulo, o un sensor quizás, pero en verdad la oscuridad, que no la ceguera, la rodeaba, la sostenía. La oscuridad total. No tenía hambre, no tenía sueño, nada necesitaba, dormía por evasión, pensaba por costumbre.
Alberto Chimal - México
La cara de su madre. La muñeca que arrojó por la ventana. El libro que quemó. La pecera que vació en la sala. La muñeca a la que arrancó las piernas. Su primer psiquiatra. El tazón con el que golpeó a su madre. Su niñera poco antes de marcharse. Su abuela materna poco antes de marcharse. Su padre poco antes de marcharse. La cara de su madre. El gato al que metió en el horno. Su segundo psiquiatra. Su primer kinder. El niño al que pateó. Su tercer psiquiatra. La trenza cortada de su compañera. El rincón en el que estuvo castigada. La cara cortada de su compañera. Su cuarto psiquiatra. Su segundo kinder. El perro al que destripó. La silla a la que fue atada. El brazo en cabestrillo de su madre. El brazo en cabestrillo de su maestra. El brazo en cabestrillo de su quinto psiquiatra. Su tercer kinder. El niño que la golpeó. Un trozo de la oreja del niño que la golpeó. Su cuarto kinder. La denuncia en su contra. El bolso de su madre. El director de la primaria que no quiso admitirla. La cara de su madre. El director de la segunda primaria que no quiso admitirla. La tarjeta de débito de su madre. El director de la primaria que aceptó admitirla. La niña a la que trató de ahogar en un excusado. La niña a la que empujó por las escaleras. La carta en su contra de los padres de sus compañeros. La cara de su madre. Un hombro desnudo de su madre. El director de la segunda primaria que aceptó admitirla. El suéter de su compañero desaparecido. El cuerpo de su compañero desaparecido. La cara de su madre. La patrulla que fue a buscarla. La cara de su madre. El autobús que abordó con su madre. El primer motel donde durmió con su madre. El incendio del primer motel donde durmió con su madre. El boletín con la foto de su madre. La cara de su madre. El segundo motel donde durmió con su madre. El bebé que resistió tres días en el cuarto donde durmió con su madre. La cara de su madre. El tercer motel donde durmió. El teléfono que su madre trató de usar. La cara de su madre. Un ojo de su madre. La lengua de su madre. El otro ojo de su madre. El coche del hombre que la recogió en la carretera. La primera comentarista que habló de ella en la televisión. El coche del segundo hombre que la recogió en la carretera.
Axxón 152 - Julio de 2005
Cuentos de autores de habla hispana (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Fantasía: Varios países).