OTRA TRAGEDIA GRIEGA

Gerardo Horacio Porcayo

México

Se rasca los sobacos con experiencia de burócrata y mira el holovisor sin mirarlo. Está hundido en el abovedado laberinto de fibra óptica. Sus sentidos expandidos por el Deck Mitsubishi; el deformador axónico, bien ensamblado.

—Mierda —barbota y cambia el canal. Los panzer palpitan contra la vulva hinchada y rojiza del Kremlin. Un comentarista "atempo" narra el caos como si se tratara del campeonato mundial de peso pluma—. Esta chingadera está rancia.

Podría probar el medio millón de Transponders restantes con los mismos resultados. Anuncios de las maravillas bizarras que plagan e infestan Port Dick. Documentales sobre nuevas exploraciones al espacio profundo. Billones de películas interactivas.

Prefiere lo clásico. Lo interiorista.

Manipula la pantalla sensible del Mitsubishi y digita éxtasis protocolario. Arranca el pequeño rectángulo negro del deformador y lo arroja contra la foto de Lebeau. Marco y cristales, hechos astillas.

También sus sentimientos.

—Jódete —le grita al retrato. Terca, irracionalmente, rememora. Más allá de lo recomendable. La fase de transición entre programa y programa siempre acrecienta sus angustias.

Se incorpora. Los cables, conectados a la cumbre de su cráneo, lastran su avance. Recoge la mala impresión Atarka; un fragmento de vidrio ha desgarrado el labio superior de Lebeau, también el lunar que le obligó a implantarse... Y recuerda a los cirujanos. Mierda, vaya que los recuerda. Palpaban a Lebeau con una lujuria que él apenas era capaz de igualar. Superaron esa crisis. Sólo esa.

Sus ánimos psicóticos suben como arco voltaico a su cerebro. Sus dedos se explayan, sus ojos ven más allá; no sólo está destrozando la foto, también a Lebeau.

—Quiero "La Caza del Minotauro" —aúlla al circuito auricular, volviendo sobre sus pasos.

      El Sueño Eléctrico lo alcanza antes. Cae, como sicomoro podrido. No percibe los golpes. Circula ya a través del mohoso recinto. El bronce pesa en su mano derecha, la izquierda se debate en la madeja de hilo. Detiene sus pasos. Y utiliza la espada.


Ilustración: Valeria Uccelli

—A la chingada contigo, Ariadna —masculla, jugando con el resto del hilo.

Ya tiene un plan estructurado, infalible. Basta de mujeres, de hombres y efebos. Compartirá su soledad, juntos la derrocarán.

Incluso, no necesita más una guía, conoce el laberinto como la palma de su mano. Ochocientos metros a lo sumo. Tres vueltas a la derecha, presionar el ladrillo despostillado, una a la izquierda.

—Grourrr —dice el Minotauro, tratando de mostrarse intimidatorio.

—Soy tu redentor —responde, terminando de tejer la cuerda con el estúpido hilo de Ariadna.

El Minotauro, embiste.

Conoce sus tácticas, sus movimientos. Lo ha enfrentado más de cien veces. Lo esquiva, siempre a tiempo, siempre en el momento preciso, haciéndolo rabiar.

El sudor recorre el cuerpo híbrido, moja la pelambre de su cabeza. Resopla con cansancio. No esperaba tanta resistencia. Una acometida más; sus fuerzas concentradas. Pero son pocas. Está extenuado.

Finta, toma un cuerno y añade impulso.

El Minotauro se rompe el hocico contra las baldosas.

Aprovecha el momento y monta a horcajadas sobre la corva espalda, sujeta los brazos y aplica un nudo marinero con indiscutible destreza.

—Soy tu redentor —repite, tratando de separar las piernas, las nalgas del Minotauro. Una frase, parpadeando sobre lo que debiera ser el ano, lo detiene en seco.

D:\>Count Zero...

—No, todavía no —aúlla, concluyendo la penetración. Sólo el sentido táctil permanece. Su visión sigue censurada por el estúpido cursor.

D:\>

Sólo tiene un segundo.

D:\>All Systems Shout Down!

—No —vuelve a gritar, cerrando los ojos. La transición es terrible. Como si un babuino adrenalínico estuviera transplantando su cerebro.

Se descubre en el suelo, ante la mirada burlona de dos hombres de gabardina negra, sombrero de fieltro, lentes especulares y zapatos de charol con suelas todo terreno. Agentes Temporales.

—Se acabó tu tiempo, muñeco —dice el alto—. Hoy regresas a la isla de Scyros.

Se incorpora. Sus pantalones están mojados. Ha eyaculado, al salir del Sueño Eléctrico.

—Ese no era el trato —protesta.

Los Archivadores descubrieron tus trampas. No recuerdas una chingada. La historia que contaste no coincide ni en fechas, lugares o personajes. Estás jodido.

—Jálale, cabrón —dice el chaparro, arrancándole los cables.

—Fue la puta de Medea, ella me revolvió el cerebro.

—¿Ves? No sabes nada. Era Jasón el que se revolcaba con ella, no tú.

—Viajé en el Argos, luché hombro a hombro con Heracles y... —se esfuerza en ordenar sus pensamientos. Sólo flashazos de mundo virtual reverberan bajo su cráneo— los demás. Conquistamos el Vellocino de Oro. Dénme otra oportunidad —lloriquea—. ¿Qué voy a hacer sin el Deck?

—Morir, mi buen Tesi. Morir —se mofa el chaparro. El umbral del vórtice del tiempo se abre frente a ellos; una suerte de proyección holográfica, una puerta fantasmal con destino al pasado.

—¡No! —berrea Teseo, tirándose en el suelo, rogando porque su nueva y voluminosa panza les impida arrastrarlo.

—Entiéndelo bien, muñeco, no somos beneficencia, viniste aquí a esclarecer ciertas lagunas de la historia, no a vacacionar.

—Jálale, cabrón —vuelve a rugir el chaparro.

—Por favor —gime Teseo, hundiendo las uñas en las separaciones breves de las baldosas plásticas. Tratando de aferrarse por todos los medios posibles a ese mundo. El chaparro trata de esquivar sus pataleos.

—Jamás vamos a reconstruir el Universo si confiamos en informantes tan imbéciles como tú —masculla el alto, atrapando una de sus muñecas. Luego utiliza la cachiporra.

La inconsciencia lo alcanza lentamente.

Aún puede imaginar su futuro próximo. Una isla remota y aburrida. Barcazas frágiles, espadas de bronce, mujeres apestosas a humo y aceites rancios. Nada como el lustre retorcido, sobreinformático de Port Dick.

Nada como el Sueño Eléctrico.

Nada a que aferrarse.

Jodido héroe, alcanza a pensar, jodidas tragedias griegas.



Es inexplicable (e inexcusable) que Gerardo Horacio Porcayo, tan presente en Axxón en los primeros números, haya desaparecido, se haya esfumado... Juzguen: "Los motivos de Medusa" #25, "El territorio de las sombras" #31, "Sobre la pata del Centauro" #37, "Nada nuevo que contar" #47, "Una misión más" #55, "Imágenes rotas, sueños de herrumbre" #58, "El caos ambiguo del lugar" #83, "Paz y rutina" #83, "Vástago de furia y tiempo" (con Carlos Limón) #83... Vamos a empezar a reparar la omisión. Gerardo Horacio Porcayo nació en Cuernavaca, Morelos, México, el 10 de mayo de 1966. Ha publicado: La Primera Calle de la Soledad (1993), Ciudad espejo, ciudad niebla (1997), Las sentencias de la oscuridad (por entregas en 1997), Sombras sin tiempo (1999), Dolorosa (1999).


Axxón 153 - Agosto de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Mitología: Ciencia Ficción: México: Mexicano).