KHUNTA

Susana Sussmann

Venezuela

En un claro del bosque podía verse una aldea pequeña. Se reunían no menos de veinte mujeres en la plaza, rodeando a una joven que permanecía tendida en algo similar a un altar. Un hombre, el único presente, le tomaba la mano. Ella hacía visibles esfuerzos por contener los gemidos. Sus ojos permanecían cerrados con fuerza y grandes arrugas surcaban su frente. Él apoyaba su frente contra la de ella, evitando mirar otra cosa que no fuera su cara. Una mujer vieja se acercó a la joven y puso las manos sobre su vientre. Asintió. El grupo comenzó a cantar una melodía suave, triste, intensa y alegre, todo a la vez. La sangre empezó a manar del vientre de la joven tendida, de quien escapó un grito agónico. El hombre comenzó a llorar, mientras la anciana se retiraba hacia una cabaña con algo en sus manos y las mujeres danzaban extáticamente al ritmo de sus propios cantos.


"La vi por última vez el día carmesí..." decía Khunta mientras juntos mirábamos el crepúsculo. Su acento era rasposo, recordaba las torpes palabras de los loros y guacamayas que todavía puedes encontrar en los trópicos. Pero nunca un loro hablaría con tanta exactitud, nunca con tanta inteligencia, nunca con tanta pasión como Khunta, mi dulce Khunta, hablaba. Y en esos momentos en los que me revelaba una verdad increíble y dolorosa, su pasión desbordaba.


La vi por última vez el día carmesí. Tal vez te sorprenda pensar que recuerde ese momento, pero nosotras somos capaces de recordar cada instante desde que adquirimos la conciencia. Y la adquirimos para nacer. Mi madre era todo lo que yo veía. Una gran bolsa roja, cálida, segura, pero también asfixiante. Éramos muchos, más que los dedos de mis dos manos. Y tuve que moverme, y mis manos rasgaron la pared protectora y nos inundó la sangre. Debíamos salir. No entendí lo que hacía hasta que aspiré el aire fresco, frío en realidad, y mis hermanos y hermanas me empujaban hacia el exterior. Creo que fui la primera en salir, y también la primera en ver a mamá desde afuera. Pero no fui la primera en entender. Lo único que yo sabía en ese momento era que tenía frío y quise volver al calor de mi madre, pero ella ya no era cálida. Rápidamente se enfriaba. Y tuve miedo. Todos lo tuvimos. Hasta que una de las ancianas nos tomó en sus brazos y nos alimentó con savia fresca, nos cubrió y nos protegió.


Quizá no comprendas del todo por qué fue tan doloroso. Creo que te voy a describir algunos de los descubrimientos que hicimos durante nuestra estancia en aquel lugar extraño, para que puedas entender las circunstancias que me hicieron volver. Sí, me hubiese quedado, si hubiera valido la pena. Deja que te lo explique.


Desperté una mañana sabiendo que había llegado a mi madurez. El vientre me dolía, y sentí que algo estaba en mi interior. Por lo que me has contado de tu mundo y de tu gente debe ser como una de tus mujeres cuando se saben embarazadas. Pero yo no me sentí feliz. Sólo sentí algo de dolor, y comprendí que ya no era una niña. Las ancianas me habían explicado lo que esto significaba, así que no fue sorpresivo para mí. Hacía días que yo notaba cierta profusión de machos entre las hojas de mi casa. Sabía que el momento estaba cerca. Y eso estaba bien. Iba a ser fértil e iba a contribuir con más niños para la aldea. Las ancianas no son fértiles, y eso las hace desgraciadas, pero también es causa de que vivan muchos años y aprendan de la vida y nos enseñen a vivir a las demás mujeres, y eso las hace también felices.


Su especie resultó anormal desde todo punto de vista. Cuando llegamos a su planeta descubrimos, no sin sorpresa, una sociedad semi-civilizada en la edad del hierro... pero compuesta solamente de hembras. La suposición inicial fue la obvia: o los machos estaban ocultos por alguna extraña razón, o eran físicamente indistinguibles de las hembras. Esta idea la expresó el contramaestre de la nave, un joven muy competente pero un tanto ingenuo. No es que no lo tomáramos en cuenta por su juventud, ni tan siquiera por haberse puesto rojo como un tomate (rojo como ellos vieron el vientre de mi Khunta el día carmesí) al mencionar una hipótesis tan absurda. Las hembras de esta especie tienen un parecido tremendo con las mujeres terrestres, salvo quizá la ausencia de pechos. Con un torso plano y liso, su cuerpo es delgado y suave, con sugerentes curvas en las caderas y un aparato reproductor que en nada se diferencia del de las mujeres. Sí, me consta. Pero no quiero adelantarme, así que vuelvo al tema. Sus pies son delgados como los pies femeninos, y sus manos pequeñas. Te das cuenta de que no es una mujer la que te toca sólo si abres los ojos y ves las garras en las que terminan sus dedos. O si levantas la mirada y ves, entre sus muy humanos ojos, tan capaces de llorar como los tuyos, un pico afilado como el del un halcón.


Y un día llegaron ustedes en su gran ave brillante como el sol, haciendo tal estruendo que pensé que mundo llegaba a su fin. Aunque todas sabemos que el fin del mundo vendrá en la forma de un invierno eterno y que Madre Sol nos abandonará, igual temí que ustedes fueran mensajeros de la Madre a decirnos que nuestro tiempo había llegado a su fin. Y con ese temor en mi pecho te vi. Y eras extraño. Y especial.


Me estoy desviando, lo siento. Te decía que el contramaestre sugirió que sus machos y hembras eran físicamente iguales. Y te decía también que no dejamos de tomar en cuenta la idea. Otras sugerencias se pusieron sobre el tapete. Que eran hermafroditas. Que cambiaban de sexo en la época reproductiva. Hasta que pudieran tener alguna forma de reproducción asexual. Eran los primeros días y todavía no habíamos hecho ningún contacto. Al tiempo logramos una rudimentaria comunicación por signos, y poco a poco ellos aprendieron a hablar nuestro idioma y nosotros a imitar sus extraños graznidos.


Cuando empecé a entender tus palabras ya conocía mucho de lo que habitaba en tu corazón. Supe que tu raza es fuerte, valerosa, terrible. Y supe que deseaba estar a tu lado, a pesar de no estar a tu altura. Quise acompañarte, así que me empeñé en aprender tu idioma y hacerte de guía e intérprete. Fue así que me dijiste lo que ya presentía.


Y a medida que transcurrían las semanas yo fui aprendiendo algo más. ¿Crees en el amor a primera vista? Entre Khunta y yo hubo química desde que la conocí. Da risa pensar que ella era una mujer casada y que le fue infiel a su marido conmigo. Sí, señor, tienen machos en sus sociedad. Y sí, están ocultos. Eso me lo explicó Khunta. Y también me dijo el por qué.


Me horroricé cuando me explicaste que lo que yo sentía se parecía a lo que llamas amor. Amor es lo que se siente por las hermanas, o por las ancianas, o por los niños. Amor no es lo que se siente por un hombre. Un hombre sólo existe para hacernos llegar a la madurez y para ayudarnos a dar hijos a la Madre Tierra. Son seres maravillosos, todopoderosos, sagrados... pero no son amados. Venerados, tal vez, pero no amados. Además, lo que yo siento por ti es diferente a lo que siento por las demás. Incluso distinto de lo que siento por la Madre Sol y por la Madre Tierra.



Ilustración: Endriago

Cuando me explicó la razón por la cual me iba a dejar, con lágrimas en sus bellos ojos color azabache, comenzó diciendo "... la vi por última vez el día carmesí...". Se refería a su madre y al día en que ella nació. ¿Sabes? Sus mujeres tienen una abertura en el útero igual que las nuestras, pero ésta se cierra completamente cuando se embarazan. Y los bebés deben abrirse paso a través del vientre, con sus picos y las rudimentarias garras que ya han empezado a endurecerse para prepararlos para su nacimiento. El parto es también el día final de esas valientes mujeres. En realidad, son las pequeñas hembras las que se abren paso, y los varoncitos las siguen, ciegos y blandos. Ellos no tienen pico ni garras, ¿sabes? No tienen siquiera brazos.


Soy feliz al verte. Soy feliz al estar a tu lado. Soy feliz al conversar. Pero cuando tomas mi mano siento algo que jamás sentí con nadie. Siento algo placentero recorrer mi espalda. Y por eso he tratado de contribuir con mi cuerpo en la medida en que voy comprendiendo lo que deseas de mí. No lo entiendo, pero lo acepto. Sobre todo porque eso parece hacerte tan feliz como me hace feliz a mí observar tus ojos y presentir lo que habita en tu corazón.


Las hembras crecen y se transforman en jovencitas tan parecidas a las humanas que te sorprenderías. Los varones siguen pareciendo pequeños gusanos. Pero el instinto es fuerte en esos gusanos. Me resulta tan fácil pensar en ellas como mujeres, pero soy incapaz de pensar en ellos como algo más que despreciables parásitos. Perdona, recordarlo me da asco, me hacer pensar en una especie de bestialismo. Ellos no hablan, no piensan, o al menos no hacen nada que te haga pensar que puedan ser inteligentes. Son las mujeres las que han creado la civilización. Otra vez me estoy desviando.


Pero ya no más. Sufro al ver tu rostro atormentado. No es que no te quiera. Te amo. Ya he aprendido a aceptar esta palabra. Pero debes entender que pronto moriré, y que desde hoy y hasta el día de mi muerte no podrás entrar de nuevo en mi cuerpo. No, no es nada sagrado. Déjame enseñarte, sólo debo quitarme las ropas. Observa. ¿Ves? Qué más quisiera yo que seguir como hasta hoy por el resto de la eternidad.


Cuando una joven llega a la edad fértil, un macho entra en su cuerpo. Usualmente pasa con ella dormida, porque es el momento en el que está echada, cerca del suelo, a su alcance. Pues entra por la abertura entre sus piernas y allí se queda, mordiéndola y cambiando su alimentación de fluidos vegetales en sangre. Y ella despierta casada. Lo sienten, ¿sabes? Dice Khunta que se siente un dolor leve y hay un poco de sangramiento. Y entonces la abertura se contrae para no dejar entrar a otro marido. Se contrae como la vulva de una mujer virgen. ¡Resulta tan irónico! Si duermes con una de las vírgenes es como si fuera una mujer de mundo, pero las mujeres casadas se sienten como vírgenes. Bueno, lo primero lo estoy suponiendo a la luz de lo que mi Khunta me contó. No puedes imaginar lo que eso significó para mí. ¿Cómo un hombre puede competir con un marido que está siempre con ella, siempre en ella? ¿Cómo lograr entrar en sus sentidos cuando sus sentidos no están preparados para ti, sino para él? Es frustrante. Y sin embargo eso poco me importaba. Siempre trató de hacerme feliz, aunque ella no lo fuera. Por eso la amé tanto, por eso la amo tanto. Perdona, deja que seque un poco mis lágrimas y me concentre en los hechos. No es de hombres llorar.


Veo lo que estás sufriendo. Por eso creo que no debería volver a verte, para que empieces a olvidarme.


En algún momento de su vida, el marido ha absorbido suficientes fluidos vitales como para volverse fértil a su vez, y entonces la mujer empieza su no tan largo camino hacia la muerte. Su vientre se endurece, su cuerpo expulsa al agotado marido, que, siendo incapaz de volver nuevamente a la dieta vegetal, muere pronto de hambre, una camada de bebés, machos y hembras, empieza a desarrollarse en su interior, y la abertura se cierra definitivamente.


Si deseas estar a mi lado, lo aceptaré. Siempre me ha hecho feliz hacer tu voluntad. Yo también te amaré hasta el día de mi muerte. Y cuando sea parte de la Madre Tierra prometo seguir amándote. Quizá la Madre se apiade de mí y me permita visitarte en sueños.


Khunta se embarazó mientras fuimos amantes. No de mí, evidentemente. A partir de ese momento el cambio físico fue tan evidente que tuvo que contarme la verdad. Así que le prometí amor eterno y la acompañé cada uno de los días que le quedaban de vida. La vi por última vez el día carmesí.



Susana Sussmann nació en 1972 en Valencia, España, de madre española y padre alemán, pero ha vivido siempre en Venezuela. Estudió física y se especializó en el área de cuerdas y supercuerdas (física teórica). Ha sido la promotora de las Tertulias Caraqueñas de ciencia ficción y fantasía y es una de las más activas animadoras del Taller 7 de CCF. En Axxón hemos publicado sus cuentos "En sus manos.." (N° 150) y "Quiero vivir" (N° 153).


Axxón 154 - Septiembre de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia ficción: Venezuela: Venezolana).