TIEMPO TREINTA Y TRES

Raquel Froilán García

España

—Señor... esto, ¿tiene un momento?

—Hombre, Suárez, tiene usted el don de la oportunidad. No, ahora no tengo tiempo para usted.

—Esto es importante, señor.

—Para usted todo es importante. Aprenda a delegar, como hago yo. Ahora, si me perdona, llego tarde a comer, ya sabe cómo son esos inversores. Insisten en elegir ellos el sitio.

—Lo entiendo, señor, pero...

—Nada de peros. Por cierto, Suárez, ¿por casualidad no sabrá en qué siglo se inventó el tenedor?

—Creo que fue en el XVI...

—Ah, menos mal. Odio comer con las manos.

—Señor, volviendo al asunto...

—Ahora no.

—Se trata del proyecto T33.

—¿El de...?

—Sí. Ése.

—Le escucho. Vamos a mi despacho.


—¿Están seguros de ello?

—Completamente. Mi departamento lo ha comprobado, señor. Varias veces. Las únicas opciones son cancelar completamente el proyecto y cerrar la zona, o reducir drásticamente el número de visitas.

—¿Otra vez? Creo recordar que ya restringimos hace poco el acceso a esa zona en concreto, no recuerdo cuándo exactamente...

—Hace trescientos veinte años, señor. Aproximadamente.

—Cierto, cierto. Vi los informes.

—Tenía que hacerse. El número de visitantes empezaba a superar el total de habitantes locales disponibles. Comenzaba a ser sospechoso; no había tanta gente junta en toda la región. Alguien se hubiera dado cuenta.

—Y eso atentaría contra la ley no escrita de los viajes en el tiempo.

—¿No jodas con la causalidad?

—No. La otra ley no escrita. Que nadie se entere.

—¿Y las visitas, señor?

—Para empezar, nada de cerrar la puerta a menos que tengamos a mano una ventana. De momento, limitaremos la presencia de turistas a los que hayan reservado nuestras visitas guiadas. Los otros, que se jodan y que paguen, como todos.

—Bien, señor.

—Y podríamos desviar parte del tráfico hacia otras zonas. ¿Suárez?

—¿Sí, señor?

—¿Por qué eligen todos el mismo destino?

—Creo que lo llaman hecho religioso.

—Pues podrían ser más originales, ver otras zonas. Ese chico, Aníbal, parece interesante. Y a todo el mundo le gustan los elefantes. ¿Suárez?

—¿Sí, señor?

—¿Por qué no tenemos más reservas para Aníbal?

—Bien, señor, tengo entendido que esos elefantes resultaron ser más pequeños de lo que la gente esperaba. Se quedaron un tanto decepcionados.

—¿Los elefantes?

—La gente, señor.

—Entonces explique que las bestias son Dumbos pequeñitos e incluya la visita en el paquete familiar.

—Umm.

—Y con lo del T33, ¿qué es lo que va mal exactamente?

—Bien, señor, si observa los gráficos y las proyecciones a cincuenta años...

—No me interesan los dibujitos. Explíquemelo usted.

—Está bien, señor. El caso es que, de acuerdo con las proyecciones...

—¡Suárez!

—¿Sí, señor?

—Al grano.

—Claro, señor. Resumiendo, toda la zona experimenta una pérdida significativa de densidad. Si mira este gráfico...

—¡Suárez!

—Está bien, nada de gráficos.

—Así me gusta. ¿Y cuanto tiempo dice que lleva pasando esto?

—Bueno, señor, ya sabe que esa expresión carece de sentido cuando tratamos con un marco espacio-temporal discreto y que estrictamente no podemos decir que el tiempo pase...

—Me refería a cuánto tiempo del nuestro, ¿entiende?

—Perfectamente, señor. De acuerdo con el ritmo actual de perdidas y la cantidad total de las mismas, yo diría que siglos, señor.

—Siglos.

—Sí.

—Y este... problema, ¿afecta a otros destinos?

—De momento no, señor. Ninguno tiene o ha tenido nunca la afluencia de público del T33.

—¿Y cómo demonios no nos dimos cuenta antes?

—El volumen de pérdidas es despreciable pero existe, y su efecto es acumulativo, señor. Y con la actual carga de visitas, se convertirá en un problema realmente serio en el futuro.

—Entiendo.

—El tipo no podrá ir predicando por ahí si le falta, digamos, un cacho de cabeza.

—¿Tan grave es?

—No, señor. Espero que no. Las pérdidas no se localizan en una zona concreta del cuerpo. Era sólo un ejemplo.

—Bien. Y esto, ¿le pasa a toda la población o sólo a... él?

—A toda la población. A los humanos, si se refiere a eso. Y a los animales, a la flora. A todo lo que contenga materia orgánica.

—Explíqueme eso. Creí que uno iba y se materializaba sin más.

—Eso creíamos, pero, verá, el problema es justo ese. Para materializarse hace falta materia. Y la obtenemos, esto, reciclando los cuerpos vacíos que los turistas dejan atrás al volver.

—Y también al ir, según tengo entendido.

—Sí.

—El tránsito Simak.

—Exacto, señor, pero preferimos no hacer hincapié en el asunto. Los de marketing recomendaron...

—No me diga lo que recomendaron los de marketing; fui yo mismo quien lo propuso. A la gente no le gusta la idea de que sus cuerpos mueren cuando ellos se hacen una copia en otro lugar del espacio-tiempo. Oh, lo saben, naturalmente, pero prefieren que no se lo recuerden.

—Muy cierto, señor.

—Siga.

—Bien. A pesar de que el tránsito se realiza en un entorno controlado y fuera de la vista de los locales, parece que hay... ciertas fugas.

—Eso ya lo ha dicho. Explíquese.

—Bueno, señor, es como cuando se cava un agujero. Después parece que la tierra que se sacó no basta para rellenarlo de nuevo, ya sabe.

—No, no sé. Jamas en mi vida he cavado un agujero.

—Oh.

—Pero, siga, Suárez, siga.

—Esas fugas... Creemos que la materia faltante se ha estado obteniendo, uh, del entorno.

—¿Cómo, ella solita?

—El proceso es automático, señor.

—Bueno, pues no veo cuál es el problema. Tengo entendido que allí hay materia de sobra. Tienen desierto y piedras hasta para exportar. Sáquenla de ahí.

—Disculpe, señor, pero eso sólo valdría si transportáramos arena y piedras. Nosotros trabajamos con personas.

—¿Y bien? Un átomo de carbono es un átomo de carbono, da igual de dónde se saque.

—Con todos los respetos, señor, eso no es del todo cierto. Umm, la vida, si me permite la expresión, siente apetencia por cierto tipo de isótopos, los más ligeros, y no por otros. Y además, suelen ser más escasos que, uh, los otros. ¿Me explico?

—Como un libro abierto.

—Estos isótopos son fundamentales para la vida, y de hecho son indicativos de ella si se encuentran en proporciones más altas de las normales.

—Y me está diciendo que para completar a nuestros turistas sobrealimentados, hemos estado sacando átomos de la gente de ese sitio. Y de él, si no me equivoco.

—Entre otras fuentes, sí.

—¿Y cómo acaban esos malditos átomos dentro de nuestros turistas? ¿Acaso van flotando por ahí?

—No lo sabemos, señor.

—¿No lo saben? Perfecto

—Si lo supiéramos, señor, trataríamos de invertir el proceso.

—¿Sacando trozos de turista?

—No, por Dios. Cómo se le ocurre. Imagínese las demandas que tendríamos que hacer frente.

—Sí, lo bueno de esa gente es que aún no había inventado los abogados.

—Si usted lo dice, señor.

—¿Y colocar cada átomo en su sitio, podrían hacerlo?

—Hipotéticamente, sí.

—Ah. Hipotéticamente. Me deja mucho más tranquilo.

—Por el momento, para compensar, estamos incrementando el tamaño de los rebaños y la vegetación autóctona. Creerán que tienen una tiempo especialmente benigno. Aunque, por otra parte, es difícil evitar que un pastor de cabras no note que tiene más animales de la cuenta.

—Ya.

—Y estamos, eh, sustituyendo parte de la arena y las rocas del entorno por imitaciones ricas en los isótopos más convenientes.

—Ah. Arena y piedras, dice.

—Nadie lo notará.

—Eso espero. Recuerde la causalidad y las leyes del espacio-tiempo.


Ilustración: Aradano

—Eso hago, señor.

—Y, ¿Suárez...?

—¿Sí, señor?

—Sé que se las arreglaran con el asunto. Es usted una chica lista, la mejor jefe de departamento que hemos tenido en siglos.

—Gracias, señor.

—Por cierto, bonito vestido. ¿De cuándo es?

—Siglo XVIII, señor.

—¿Original?

—No, señor. No podría pagar el transporte. Es una copia contemporánea.

—Ah, sí, lo olvidaba. El precio del transporte, no sé dónde tengo la cabeza. Suárez, espero noticias suyas. Después de todo, no queremos que ese tal Jesús se nos deshaga entre las manos.

—Ciertamente no, señor.

—Es nuestra principal fuente de ingresos.

—Bueno, señor, también inspiró unas cuantas religiones...

—¿Y dan dinero?

—Eso tengo entendido.

—¿Sí? Qué interesante. Bueno, le dejo, los inversores me reclaman, ya sabe. Me voy a comer.

—Adiós, señor. Que aproveche.


Raquel Froilán García, de quien a estas alturas nadie ignora que nació en León, España, y tiene 24 años, apareció por primera vez en Axxón con su cuento "Jezabel" en el N° 142, a lo que siguieron una ficción breve, "El inocente y Abel", en el N° 148, otro cuento, "La invasión" en el N° 151 y dos ficciones breves en el N° 152: "Médium" y "El bebé tiene tres meses". En la sección "Entre Ushuaia e Irún" de Bem on Line se publicó "La diosa del suicida". Por estos dias empieza a distribuirse Visiones 2005 y allí está de nuevo Raquel y su "Erinnis". No está mal, no está nada mal...


Axxón 154 - Septiembre de 2005
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Cronoviajes: España: Español).