LA PRISIÓN

Vladimir Hernández y Yoss

Cuba

Brumas mentales disipándose.

Un sordo dolor sustituyéndolas.

Los martillos de mil laboriosos y diminutos herreros repiqueteando en el yunque de las sienes. La boca pastosa, los miembros a la vez laxos y engarrotados.

La mujer empezó a moverse estando aún semiinconsciente. Estaba de bruces, y reptó torpemente hacia adelante cosa de medio metro (yacía sobre una superficie finamente pulimentada, se percató del detalle como en sueños) antes de apoyar las manos, alzar la parte superior del torso y sacudir la cabeza como para volver en sí del todo. Sus cabellos color de miel, muy cortos, apenas si se movieron con el enérgico gesto.

Dolor, más dolor.

Bienvenido, dolor.

El dolor es el mensajero de la vida.

Se sentó, masajeándose aturdida las sienes, aliviada al no encontrar ninguna lesión.

¿Quién soy?

La respuesta abriéndose paso desde su memoria, a través del muro impreciso de su confusión:

Silvia García. Astronauta de segunda clase, número de serie 113-A-2-A TL. Asignada en misión de exploración preliminar al sistema Prometeo y...

Primero las imágenes generales, luego los detalles de lo sucedido asaltando su mente.

Un sistema de rutina, con un sol clase G, un par de superjovianos y un cinturón de planetoides. Se había acercado al mayor de los dos planetas gigantes (bautizado temporalmente como P-2) con su nave personal para aprovechar el efecto látigo de su tremenda masa y lanzar con el mínimo gasto de combustible una cibersonda hacia uno de los asteroides, que en el espectrógrafo parecía bastante rico en tungsteno... el pequeño artefacto robótico acababa de comunicarle que su curso era el correcto y ella había retransmitido el dato a la nave madre, el Atlantus... Ya aceleraba para regresar cuando su unidad de impulsión iónica primero "estornudó" un par de veces y luego se estropeó...

¡Que estupidez! Nunca debí acercarme tanto a un superjoviano con una nave de la serie Mantis... son muy maniobrables, pero sus motores no están diseñados para sobrecargas gravitatorias... además de que solo tienen uno. Las directivas lo dicen bien claro. Pero como todo el mundo en la Atlantus les hacia tanto caso...

Se estremeció.

Recordaba.

La aceleración extra generada por el "estornudo" no alcanzó para regresar al Atlantus, pero fue más que suficiente para sacarme de la órbita sincrónica con P-2... y entonces, el tirón gravitatorio, la larga caída hasta subrumosa atmósfera... mis gritos desesperados en la radio, los del Atlantus deseándome suerte... tanto ellos como yo sabíamos que ninguna nave de rescate llegaría a tiempo... la caída, la larga caída, y el bloque de absorción de sobrecargas recalentándose... la tremenda gravedad de P-2 volviéndose cada vez más difícil de ignorar, aplastándome las manos contra los mandos del tablero... creciendo, creciendo... la dificultad al respirar, mayor a cada segundo... como si la inercia fuese un monstruo infinitamente pesado, con miles de patas, y colocara a cada segundo una más sobre mis hombros. La caída, los ojos nublándose alternativamente en rojo y en negro... el esfuerzo inútil por reactivar el impulsor iónico muerto".. la Caída a través de las densísimas capas de nubes, de una belleza letal, y debajo...

Se abrazó, sintiéndose súbitamente helada desde dentro, como si un frío feroz le manara de los huesos. ¿Debajo?

¿Dentro de un superjoviano?

Imposible... las altísimas presiones, la gravedad, la temperatura infernal. Debería estar mil veces hervida, aplastada, disuelta...

Debería estar muerta.

Silvia se quedó inmóvil y boqueando, durante un par de segundos. Hasta que fue capaz de convencerse de que estaba realmente viva y (salvo el repiqueteo en sus sienes que ya iba desapareciendo) aparentemente sana.

O sea, que algo andaba mal...

O demasiado bien, cosa que a veces resultaba peor aún.

Viva e ilesa, sí. Pero ¿cómo? ¿dónde? y sobre todo ¿por qué?

Calma, Silvia. No te dejes llevar por el pánico. Has sido entrenada para enfrentar crisis como esta. Analiza tu situación. Punto por punto, sin perder tu sangre fría.

¿Sangre fría? ¿Y por qué?

Se puso en pie de un salto, como impulsada por un resorte, y observó el sitio en el que había despertado.

La visual se extendía unas pocas decenas de metros en todas direcciones. Más allá, unas brumas azuladas que impedían la visión... ¿Paredes de niebla? ¿Hologramas? ¿O tal vez fuera simplemente vapor de agua disuelto en el... aire?

Debía ser aire, si podía respirarlo... inhaló profundamente. Si había algún gas peligroso que pudiera asfixiarla o pudrirle los pulmones, era completamente inodoro. Los únicos aromas que llegaban a su pitituaria eran los archiconocidos efluvios corporales de su cuerpo... ¿desnudo?

Porque estaba desnuda, en efecto. ¿Y su escafandra?

Casi instintivamente se encogió a medias sobre sí misma, cubriéndose con las manos el bajo vientre y los genitales, como protegiéndose de algún imperceptible y repentino soplo de viento helado. Giró sobre sí misma sin poder evitarlo, para luego mirar suspicaz en todas direcciones, como esperando ver... ¿qué?

¿Un pervertido sexual extraterrestre?


Ilustración: Chinchayán

Al cabo de otro segundo sonrió, y abandonando su ridícula actitud, se irguió. La desnudez dejaba bien pronto de ser un tabú entre los cosmonautas, obligados a compartirlo casi todo en el estrecho espacio de sus astronaves.

En realidad, no había frío, ni soplaba el viento.. Solo que después de tantos meses de llevar la escafandra como una segunda piel se sentía...

Qué tontería: no se sentía. Estaba desnuda.

Alguien o algo la había despojado de su escafandra y de todos los trajes accesorios que llevaba debajo cuando estaba a bordo de su Mantis. Probablemente el mismo algo o alguien, que de algún modo que aún no comprendía la había salvado de una muerte segura, la había llevado a aquel extraño sitio.

Bien, podía haber sido peor. Al menos estaba viva.

Qué estúpida soy. ¿Qué puedo temer? ¿Una violación? Lo más probable es que mi cuerpo desnudo no sea ni por asomo sexualmente atractivo para... lo que sea.

Dio un par de pasos tentativos sobre el material pulimentado del suelo. Liso, pero no resbaladizo. Sin junturas. No parecía metálico, sino plástico o de algún tipo de cerámica. Ni frío ni caliente, lo mismo que el aire; o sea, entre 34 y 36 grados Celsius. Era casi seguro que su misterioso benefactor había elegido prudentemente colocarla en condiciones térmicas no muy alejadas de su propia temperatura corporal

Se sintió mas tranquila. Alguien que no solo la salvaba, sino que se preocupaba de su bienestar, no debía tener malas intenciones.

Por supuesto, por más que en los foros de la Tierra tantos locos paranoicos advirtieran constantemente contra las posibles especies agresivas que la exploración espacial molestaría, poniendo así en peligro a lahumanidad, el primer contacto no podía ser más que pacífico.

Y la casualidad la había puesto a ella, Silvia García, en el sitial de embajadora de la raza humana.

Carraspeando nerviosa, sintiéndose tan importante como Colón al descubrir América (si no más), vocalizó tratando de parecer solemne y segura de sí misma:

—Hola, soy Silvia García, cosmonauta, humana. Quienquiera que seas, te doy lasgracias por salvarme. Muéstrate, para que pueda conocerte...

Y esperó ansiosa la respuesta.

Por unos instantes no ocurrió nada. Pero cuando ya iba a repetir su demanda, llegó el sonido. Era a la vez ruido y vibración. Un ulular de frecuencias inaudibles al oído humano, pero que la atravesaron delado a lado y la hicieron estremecerse, hasta que sintió como si su misma médula espinal se retorciese y contorsionara tratando de fluir fuera de su encierro óseo.

Sin poder contenerse, aulló de dolor y sorpresa.

Pero había sido solo el principio.

De improviso su cuerpo, sin que mediara ninguna orden de su cerebro, se tensó en un "firmes" tan estricto que habría hecho sonreír con aprobación al más exigente sargento de infantería.

Luego se relajo: en un "descansen", igualmente sin que ella se lopropusiera.

Está tratando de comunicarse conmigo, pensó, y la idea le dio fuerzas para resistir aquellas manipulaciones de titiritero sobre el monigote de su cuerpo. Pero no era en modo alguno agradable, y la sensación no mejoró cuando sus piernas, con la torpeza de una niña que aprende a andar, la arrastraron en algunos pasos bamboleantes y rígidos. Luego su desplazamiento se fue haciendo más suave y natural, pero siempre sin intervención de su voluntad.

Aprende rápido, pensó. Menos mal, porque esta sensación de impotencia, de no ser dueña de mi propio cuerpo, es... torturante. Pero debo colaborar... todo sea por la fraternidad interespecies...

Los movimientos de su cuerpo se hicieron más seguros y rápidos. Pasos exactos, giros decididamente danzarios; agacharse, alzar los brazos, y luego volteretas, hacia atrás y hacia adelante, saltos mortales de una precisión y energía que Silvia no había alcanzado ni en sus mejores momentos como deportista.

Al fin, aquel "calentamiento" se desencadenó en una coreografía veloz y trepidante siguiendo el ritmo de alguna música exótica que Silvia, por supuesto, no podía oír.

Era el baile de una experta acróbata decidida a explorar hasta sus últimos límites las posibilidades de resistencia y elasticidad del cuerpo humano. Una pierna que se alzaba al frente hasta que la rodilla de Silvia tocaba el hombro; luego la otra iba atrás y arriba hasta que la planta del pie rozaba la nuca. Saltaba separando ambas extremidades inferiores más de 180 grados en el aire, rodaba por el suelo como si su espina dorsal fuese un tenso arca. Se doblaba por la cintura como si quisiera plegarse, se encogía en una maraña mínima de miembros estrechamente apretados y enseguida sus brazos se elevaban como plantas que buscaran el sol y luego se anudaban a su espalda, mientras que la columna vertebral cimbreaba sacudida por ondas peristálticas, moviéndose como un inmenso gusano.

Al cabo de poco más de un minuto de violentísimo ballet, el sudor corría a chorros por la epidermis de la astronauta. Y el dolor la colmaba: sus articulaciones no entrenadas crujían como amenazando quebrarse, sus músculos desacostumbrados a tan enérgico ejercicio temblaban de puro agotamiento. Sabía que si en aquel mismo instante su, ¿salvador o verdugo? dejara de tirar de los hilos invisibles con los que lamanejaba a su antojo, caería desplomada de pura fatiga.

Esto ya está yendo demasiado lejos; ¡Meva a matar! Debería decirle "basta".

Pero en vano lo intentó: sus cuerdas vocales y labios, lo mismo que el resto de su cuerpo, no le pertenecían. Por más que se esforzó, no logró que sonido alguno brotara de su garganta. Solo unas lágrimas de impotencia y dolor empezaron a deslizarse por sus mejillas, pero sin que el sádico coreógrafo invisible lesprestara ninguna atención.

Su concepto de la comunicación es bastante... doloroso.

Al fin, tan súbitamente como había comenzado, laextenuante danza terminó. Silvia se desplomó al suelo cuan larga era.

Gran Espacio, ¡qué agotada estaba! Tenía que concentrar todas sus fuerzas en el simple acto de respirar. Pero ¡qué hermoso sentir de nuevo control sobre sus músculos doloridos! Reposar en el suelo, más mullido que el mejor de los colchones, simplemente reposar, y relajarse, relajarse. ..

No creo que llegue muy lejos como embajadora de la especie humana, al paso que vamos... quizás no he sabido cómo llevar este primer contacto... fue lo último que alcanzó a pensar Silvia García antes de quedarse profundamente dormida.

No supo cuanto tiempo durmió, porque no despertó por su propia voluntad, sino por el agradable cosquilleo que recorría su piel.

Aún entre las brumas del sueño, sonrió: Vaya, un cambio de táctica... Ahora amable y con suavidad. Qué bien. Estamos progresando...

Era agradable. Muy agradable. Sentía como si fuera cada centímetro de su epidermis, como si cada terminal nerviosa fuese suavemente estimulada. Yaciendo bocarriba, se concentró en la deliciosa sensación, y una dulzura y abandono crecientes la fueron relajando más aún.

Un tanto asombrada, constató que se pasaba ansiosa la lengua por los labios y que sus pezones desnudos estaban erectos como nunca antes. Bajando la vista distinguió las sensibles aureolas enrojecer y volverse más y más turgentes a cada segundo. De su vulva, súbitamente empapada y anhelante, escapó una humedad que le mojólosmuslos. Su vagina y su ano comenzaron a contraerse suave e insistentemente. Era agradable... y a la vez aterrador.

¿Y ahora qué? ¿En vez de la danza, el placer como lingua franca interestelar? Tuvo tiempo de preguntarse eso antes de que el primer orgasmo, no por esperado y deseado menos sorprendente, la hiciera retorcerse en un espasmo de placer que, podría jurarlo, duró casi un minuto entero.

Jadeando aún, y más agotada que antes de dormirse, se puso en pie temblando. Al menos eso podía hacerlo ella misma, aunque los músculos, todavía agarrotados por la danza anterior, le doliesen una enormidad.


Ilustración: Chinchayán

La cabeza le daba vueltas.

Ese fue fueeerte. No tenía uno así desde... ¿desde que estuve con aquel chico en la Preparatoria? No, ni siquiera aquel puede comparársele. Este ha sido... total. Este extraterrestre misterioso puede llegar a gustarme, al fin y al cabo...

El segundo clímax llegó sin previo aviso, y fue como si un rayo que fuese a la vezchorro de lava la atravesara de parte a parte naciendo del clítoris. La astronauta cayó de hinojos, acariciándose los senos con una fruición incontrolable que, no obstante, resultaba incapaz de añadir más satisfacción a la que ya sentía.

Un pequeño charco de fluido vaginal brillaba en el suelo, bajo su entrepierna...

Gran Espacio, este fue... indescriptible. ¡Está jugando conmigo otra vez!

Volvió a tensarse. ¿Más? ¡Me va a matar!, pensó al sentirque de nuevo la inundaba aquella dulzura ya tan familiar. Sus manos volaron a hundirse en el matorral púbico, a apretar la vulva, como queriendo protegerla de aquello, delicioso y terrible que, sin embargo, venía desde adentro, incontenible.

Y fue la cascada. Uno, dos, tres, cinco, diez... cada uno igual de fuerte que el anterior y en rápida sucesión, como la ráfaga de una antigua arma automática de combustión química. Incapaz de seguir sosteniéndose de rodillas, Silvia se dobló y apoyó la frente en el suelo. Su convulso trasero pugnaba por elevarse, buscando instintivamente a aquel algo o alguien que la agotaba haciéndola gozar. Su ano se contraía y dilataba en una sucesión sin fin de espasmos sobre los que su voluntad no ejercía control alguno.

Gran Espacio... por piedad... no puedo más...

No hubo piedad.

Hubo diez, veinte, cincuenta ¿cien?... muchos, muchísimos, hasta que perdió toda cuenta posible.

Tenía los pezones tumefactos. Los labios le sangraban de tanto mordérselos y los labios de su sexo estaban tan hinchados que el torrente de secreciones que colmaba su vagina dilatada apenas goteaba ya sobre el extenso charco pegajoso contra el que frotaba su vientre y sus muslos. Un charco que empezaba a teñirse de rosado cuando todo terminó, como mismo había empezado, con una suave sensación de hormigueo por toda la piel, que finalmente también se esfumó.

Tendida boca abajo sobre una mezcla de sudor y otros fluidos mucho más íntimos, completamente exhausta, y con un dolor en las entrañas que rivalizaba sin mitigarlo con el de sus músculos, Silvia intentó erguirse por tres veces, sin éxito. Resollando, solo entonces fue consciente de un hambre terrible, primigenia e inaplazable, que la colmaba por completo. Sabía que tal apetito era un indicador de que su cuerpo había iniciado el proceso de autofagia. Cuando el gasto catabólico era extremo y el organismo carecía de reservas de grasa, comenzaba a consumir los tejidos de músculos y órganos.

El método más placentero del mundo para perder kilos... pero ni me sobran muchos ni se lo recomendaría a nadie.

Con esfuerzo infinito, alzó la vista, soñando con ver un humeante plato de comida ante ella. Por cansada que estuviera, si su misterioso y sádico anfitrión decidía alimentarla, podría soportar varias sesiones de aquel "tratamiento".

Aunque ¿sabría que necesitaba alimentarse? En caso contrario ¿cómo podría ella hacérselo entender? Hasta ahora la comunicación había sido en un solo sentido. Un monólogo en el que su propio cuerpo era el lenguaje que el otro habla escogido para ¿disertar?

Espero un poco pero no apareció comida de ninguna clase. Ante sus ojos seguía estando el piso pulido, alrededor, la bruma azulada.

Llorando de frustración e impotencia, Silvia García no pudo hacer otra cosa que volver a dormirse.

Un tiempo impreciso (pero siempre demasiado corto) después, a pesar de sus alaridos (esta vez al menos podía controlar su garganta, y después de un par de gritos inarticulados, aprovechó para derrochar insultos contra el invisible atormentador hasta enronquecer, pero sin resultado alguno), Silvia fue de nuevo obligada a interpretar los movimientos que otra ¿mente? imaginaba para ella, dócil muñeca de una voluntad ajena e inconcebible.

Mientras trenzaba paso tras paso de lo que solo podía considerar una ridícula katá de algún arte marcial concebido para borrachos sin articulaciones, llorando y jadeando, con la vista nublándosele a cada giro, Silvia fue consciente de la fiebre que la consumía, de cuánto sobresalían ya sus pómulos y costillas, que amenazaban con romper la piel, y por primera vez sintió, más que miedo, una pavorosa certeza:

Voy a morir. Voy a morir de agotamiento, prisionera de mi propio cuerpo, monigote de un monstruo curioso e inhumano que ni siquiera se molesta en darme lacara. Aunque ¿tendrá siquiera cara? Ojalá, para al menos poder escupírsela con las últimas fuerzas que me quedan...

Voy a morir...

Y habría querido llorar, pero ya sus lagrimales estaban secos, y apenas si podía sudar...


—Vecina, estoy preocupada. Skloak pasa demasiado tiempo con su nuevo juguete.

Apenas le presta atención a ninguna otra cosa. Creo que no fue una buena idea de Kohbe traerle esa mascota... pensamos que así mejoraría su control mental, pero la verdad esque me dano sé qué verlo atormentar hora tras hora al pobre animalito, sin darle un descanso.

—¿Si? Pues despreocúpate, Ankjahl, que a ese paso no le durará mucho. Todos los pequeños son iguales con su primera mascota... Creen que son otro artilugio mecánico, se olvidan de darles comida y luego lloran cuando se les mueren. A mi Groonke le pasó igual... hubo que conseguirle otra mascota, aunque por suerte para ese entonces ya había ido perdiendo elinterés...

—Usted siempre tan sabia, vecina... no sabe el peso que me quita de encima. Si es solo cuestión de conseguirle otro, ahora mismo voy a pedírselo a Kohbe, que para algo es explorador. Porque, la verdad, no creo que a este le quede mucho. La suerte esque parecen ser bastante comunes...

—¿Ah, sí? Pues yo nunca había visto uno...

—Pues dice el señor explorador que pululan por todo el espacio, y que incluso parecen estarse extendiendo, porque hasta ahora no los habían encontrado tan lejos de su mundo-nido. Deben ser algún tipo de parásitos. Uno de estos días habrá que tomar medidas contra ellos, antes de que se conviertan en una molestia de verdad. Pero entretanto, si sirven para entretener a los pequeños...

—Si, Ankjhal, todo sirve para algo en este universo... Cómo disfruta tu Skloak con su juguetito

—Si... ¿no es precioso? Mire, vecina, mire...

Las dos mujeres cortaron su animada charla para mirar, con expresiones de absorta felicidad, cómo jugaba el pequeño.

Aunque, estrictamente hablando, decir mujeres, charla, mirar, expresiones, pequeño y jugaba no sería del todo correcto.

Porque la especie a la que pertenecían los tres seres tenía varios sexos.

Porque, en lugar de palabras u otra clase de sonidos, para comunicarse empleaban complejísimas series de feromonas que formaban un auténtico lenguaje olfativo.

Porque, viviendo como vivían en un mundo a cuya superficie nunca llegaba la luz visible, no tenían ojos, ni mucho menos caras o expresiones.

Porque Skloak aún no había alcanzado ni la mitad del tamaño de su madre Ankjhal y su sabia vecina, tenia ya unos buenos cincuenta metros de cuerpo decápodo y blindado.

Porque, sobre todo, si alguien le preguntase al pequeño ser que se retorcía bajo el control mental de Skloak, dentro de la cápsula que sostenía éste entre las pinzas de su primer par de patas, probablemente habría dicho cualquier cosa, menos que aquello era un juego.

Siempre y cuando aún tuviera energías para decir algo...



El cubano Yoss (José Miguel Sánchez Gómez), reciente ganador del Premio Domingo Santos, es suficientemente conocido por los lectores de Axxón, un verdadero "histórico" cuyos cuentos, irónicos y agudos, están a disposición de todos los que deseen disfrutarlos. Pero esta vez Yoss no llega solo, sino acompañado por otro de los escritores cubanos más interesantes y reconocidos por sus éxitos en concursos. Nos referimos a Vladimir Hernández Pacín, nacido en La Habana en 1966, aunque actualmente reside en España. Finalista casi permanente del UPC por sus novelas cortas: "Signos de guerra" (2000), "Hípernova" (2002), "Sueños de interfaz" (2004), "Semiótica para lobos" (2005), Hernández ha aparecido en diversas antologías y ha quedado finalista del Ignotus que se concede en España a la obra publicada durante el año. Un currículum impresionante que sólo nos hace desear tenerlo con mayor frecuencia en Axxón; estamos tratando de que así ocurra.


Axxón 158 - enero de 2006
Cuento de autores latinoamericanos (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Contactos: Cuba: Cubanos).