EL VENDEDOR DE LLUVIA

Zoran Jakšic

Serbia

1

Yo tuve un nardo una vez...


El extranjero llegó a la aldea del noroeste, desde el corazón del desierto. Era verano; la sequía había durado un largo tiempo y las casas de piedra brillaban como glaseado sobre facturas recién sacadas del horno. El extranjero fue al centro de la plaza, se limpió el sudor de la cara y con un movimiento de la mano dispersó a los niños que habían comenzado a agruparse alrededor de él, gritando, mientras los más valientes trataban de tirar los bordes de su capote. Vio a López que se sentaba en el pórtico y caminó lentamente hacia él.

—Qué infierno —dijo el extranjero, y sin pedir permiso se sentó cerca de López. El aire en la plaza temblaba por el intenso calor, y en las sombras los grillos cantaban sin parar—. No teníamos un calor semejante desde el noventa y uno. No es nada bueno —agregó sacudiendo la cabeza.

López miraba al recién llegado. En su aldea los viajeros no eran tan comunes.

—La cosecha está arruinada. Vi eso en la ruta. El maíz y la mandioca son muy pequeños. —El viajero hizo un gesto con la mano—. Si las cosas siguen así, quién sabe si vamos a tener harina para el invierno.

López lo miraba mudo. Los niños seguían jugando y gritando.

El extranjero limpió de nuevo el sudor de su frente con una badana sucia. —Mire, señor, yo puedo ayudarles —dijo. López lo siguió mirando.

—Yo vendo lluvia —seguía diciendo el viajero—. En esa bolsa —apuntó a las alforjas que estaban sobre el lomo de la llama con la que había venido— tengo todas las tormentas del mundo. Tengo monzones y lloviznas de primavera, tormentas de verano y lluvias de octubre, tengo aguanieves, placas de hielo, nieblas, chubascos y granizo. Puedo terminar con este calor espantoso en cualquier momento, si quiero. Así. —Hizo sonar sus dedos.

López se encogió de hombros. —¿Y quién necesita eso? —dijo.

El Vendedor se dio vuelta. —¿Quién? Mire este desierto a su alrededor, amigo. Pura arena y piedras. Todo está igual que cuando sus antepasados llegaron a este valle por primera vez, cien años atrás. ¿No tiene deseo de ver jardines verdes a su alrededor, prados y pasturas? Este lugar podría ser un paraíso sobre la tierra. ¿No le interesa el progreso?

López se encogió de hombros.

—¿Piensa que soy un embustero que quiere sacarle dinero a los ignorantes? ¡Está equivocado, amigo! ¿No vio de dónde vine? ¡Usando la ruta del noroeste, desde el más profundo desierto! ¿Qué opina, cómo podría sobrevivir sin agua? A menos que —se inclinó hacia López— creara el agua en la ruta. Sí, amigo. Cuando tenía sed —hizo sonar los dedos—, el agua llegaba sola del cielo.

Se levantó y se acercó a la llama. El animal miraba indiferente el calor. El vendedor aflojó la cincha de las alforjas, levantó un poco la cubierta de cuero y algo plateado comenzó a brillar, como un fragmento robado al sol.

—Mercancía traída directamente del lejano Nicador —dijo—. Nunca vio algo así. Vale oro. ¿Qué dice, entonces?

López suspiró. —No lo sé —dijo—. Mi padre y mi abuelo estaban contentos con las cosas tal como son, ¿por qué no puedo sentirme igual? —Levantó la mirada al cielo—. Pero... esta vez la sequía está durando demasiado. Si eso que dijo es verdad... podría ser que un poco de lluvia no le viniera nada mal a los sembrados resecos. ¿Quién sabe?


2

Pero ¡ay! Una hora de olvido

Secó hasta su última hoja.


Subieron juntos al Pico del Ángel, una colina rocosa sobre la aldea. La piedra caliza brillaba por el calor intenso. El vendedor de lluvia caminaba delante de López conduciendo la llama detrás. Cuando llegaron al pico, el vendedor se dio vuelta y dijo: —Acá está bien. —La aldea estaba ubicada en el valle, a más de medio kilómetro de donde ellos estaban; casitas blancas como cubos de azúcar, cactos chiquitos dispersos por todos lados sobre arena quemada.


—Venga a ayudarme —le dijo el vendedor a López. Empezó a sacar las partes de una maquina extraña de las alforjas y las puso sobre la piedra que dominaba el Pico del Ángel. López lo ayudó y en poco tiempo apareció frente a ellos una rara construcción de metal plateado—. Listo —dijo el vendedor—. Eso es todo.

López contempló el cielo sin nubes con cara de duda.

El vendedor se rió. —Ya verá —dijo, y guiñó un ojo.


3

que el mundo dentrar parece

a vivir en pura calma1


Esa mañana López se despertó cubierto de sudor; el calor era insoportable. En un sueño que tuvo había apareció el vendedor de lluvia con su capote gris. Estaba parado sobre el Pico del Ángel con las manos extendidas y decía en tono prodigioso: —Que el verano llegue a su fin.

El sueño produjo una fuerte impresión en López. Ya despierto, corrió la cortina que protegía su cama de las moscas y se acercó a la ventana, todo transpirado. El viento, caliente y seco, jugaba con los dragones de hierro en el techo del pórtico, y la aurora que se insinuaba detrás parecía muy oscura y amenazante, hasta el punto de hacer casi invisibles las fachadas blancas. López levantó la mirada y vio que el cielo estaba cubierto de nubes oscuras y en movimiento. A lo lejos se vislumbraba el alba, y un rato después se escuchó un fuerte sonido. En ese momento, López se dio cuenta de un sonido nuevo: invariable y de bajo nivel. El viento aumentó dispersando el olor de humedad. Llovía en la aldea.


4

Otoño melancólico y lluvioso,

¿qué dejarás, otoño, en casa este año?2


La lluvia no paró al mediodía. Los niños se fueron a la plaza, corriendo debajo del aguacero, haciendo tortas de barro y riendo, hasta que sus padres se los llevaron a casa. Los residentes más viejos de la aldea estaban parados debajo de los pórticos mirando el cielo de agosto mientras sacudían las cabezas en incredulidad. Seguía lloviendo.

La vegetación empezó a crecer. Plantas raras, con hojas grandes y verdes que prosperaban entre las plantas comunes a una velocidad impresionante. Pertenecían a especies desconocidas para López. Las corolas de las flores se abrieron extendiendo sus pétalos de colores inexplicables para enfrentar la humedad. Las verduras crecieron con notable rapidez, mostrando unas cáscaras hinchadas y más grandes que cualquier cosa que López hubiera visto en su vida. Del pozo que había en el medio de la aldea, seco desde siempre, brotó un arroyo. La lluvia no cesaba.

A la tarde, López fue a buscar al vendedor de lluvia. Llevaba una botella de bebida para regalarle. La dueña de la casa en la que el forastero había alquilado una habitación le dijo que el hombre ensilló la llama hacía dos o tres horas y partió hacia el sudeste. Mientras hablaba, la mirada de la mujer se volvía constantemente al cielo. López advirtió que una expresión de preocupación en ese rostro.


Pasaron los días. Las lluvias seguían. Algunas veces sólo chispeaba, y otras se descargaban unos poderosos chubascos, pero en ningún momento paró de caer agua. Las plantas, que algunos días atrás habían crecido con toda rapidez, empezaron a cambiar de color y a marchitarse. Las fachadas blancas de las casas fueron invadidas por los hongos que crecían cada día más; la aldea cambió su color blanco a un gris otoñal. Ahora la gente miraba el cielo con angustia y preocupación.. "¿Cuándo se va a terminar esto?" decían. La lluvia lavaba la pintura de las paredes, la madera se descomponía y la comida se pudrió.


Ilustración: Veronica Delacroix (Argentina)

Así llego el frío. El viento soplaba a través de la aldea y golpeaba con fuerza las ventanas de las casas. La gente, poco acostumbrada a esas condiciones climáticas, temblaba de frío. Empezaron las enfermedades, que aumentaron la gravedad de la situación.

Desesperado, López iba todos los días al Pico del Ángel, donde la máquina plateada había quedado instalada como un tótem siniestro. Pero el vendedor de lluvia no estaba presente para decirle qué hacer con ella; López tiraba de las palancas y apretaba los botones sin ningún resultado.

Los vientos fríos se convirtieron en tormentas. Ráfagas heladas soplaban contra las ventanas y penetraban al interior de las casas por todos los agujeros. Todas las plantas se pudrieron, y en la aldea sólo se podían ver manchones de hierba amarilla..


5

¡el que hoy tan pobre me vea

tal vez no creerá todo esto!3


Una mañana, López agarró un martillo grande de la caja de herramientas y se fue al Pico del Ángel. A la salida de la aldea lo esperaban un chubasco y un fuerte viento. Parecía como si la naturaleza quisiera detenerlo, hacerlo regresar. López empezó a ascender, mientras las nubes se acercaban a la tierra, tratando de atraparlo. Cuando llegó al pico, la aldea era casi invisible por las cortinas de la lluvia. López se acercó a la máquina plateada y alzó el martillo. Dio el primer golpe usando toda su fuerza; cuando el martillo hizo impacto contra la superficie de metal, de adentro salió un fuerte sonido. La lluvia se modificó de golpe, y el viento redobló su fuerza. López alzó y bajó el martillo, una y otra vez, y la lluvia cambiaba con el ritmo de los golpes. La máquina se iba transformando en chatarra, y de su interior salía un humo negro cada vez más denso. Alzó el martillo por última vez y, en ese momento, una fuerte explosión sacudió el Pico del Ángel, arrojando a López varios metros hacia atrás. Cuando abrió los ojos, de la máquina sólo quedaban algunos pedazos retorcidos de metal, y el humo negro, denso y maloliente, volaba sobre las piedras. López no podía creer lo que veía.

La lluvia se detuvo. Las nubes negras se entremezclaban en el aire, pero no caía ni una sola gota de lluvia. El viento del otoño soplaba fuerte arriba de las piedras como si fuera noviembre y no agosto, pero eso era todo.

López se levantó despacio. Retornó a la aldea dolorido y cojeando. Tiempo después, sintió un contacto muy suave sobre los brazos. Alzó la vista y vio los primeros copos de nieve en el aire, cayendo hacia la aldea desprotegida. El engañoso otoño había llegado a su fin.


Notas:
1 Parte de poema "El gaucho Martín Fierro" de José Hernández (Canto IX)

2 Parte de poema "El otoño, muchachos" de Evaristo Carriego

3 Parte de poema "El gaucho Martín Fierro" de José Hernández (Canto III)



Título original: "Prodavac kiše"
Traducción del serbio por Darko Miletic.
Corregido por Claudio Biondino


Zoran Jakšic nació el 14 de abril de 1960 en Pancevo, cerca de Belgrado, Serbia. Se diplomó como ingeniero electricista y se doctoró en tecnología microelectrónica de cristales. Es uno de los escritores de ciencia ficción más importantes de Serbia, ya que ha publicado tres novelas, una colección de cuentos y más de sesenta relatos en revistas y antologías, incluyendo varias novelas cortas. Ha recibido nueve premios y tradujo cuarenta libros del inglés al serbio, entre ellos la obra completa de Douglas Adams. "El vendedor de lluvia" fue escrito en 1989 y publicado por primera vez en la revista juvenil "Politikin Zabavnik". Sin embargo, la versión que publicamos es diferente del original y apareció por primera vez en el libro Nikadorski hodocasnik (Peregrino de Nicador), publicado por la editorial Znak Sagite en 1992.


Axxón 168 - noviembre de 2006
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Máquinas maravillosas: Serbia: Serbio).