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Por Silvia Angiola |
SWEENEY TODD: El Barbero Demoníaco de la Calle Fleet
Dirección:
Tim Burton
País:
EEUU, Inglaterra
Año: 2007
Duración: 116 minutos
Género
Musical, horror, suspenso
Intérpretes
Johnny Depp, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Timothy Spall, Sacha Baron Cohen
Guión
John Logan, basado en el musical Sweeney Todd, the Demon Barber of Fleet Street de Hugh Wheeler (guión) y Stephen Sondheim (música y lírica)
Producción
Richard D. Zanuck, John Logan, Laurie MacDonald, Walter F. Parkes
Estreno en cines
14 de febrero de 2008
La historia del barbero maniático conocido con el nombre de Sweeney Todd, una de las más populares del teatro anglosajón, se representó por primera vez en Londres en 1847, bajo el título El Collar de Perlas: El Demonio de la Calle Fleet. Durante los últimos 160 años fue rescrita en numerosas oportunidades y difundida con los más variados formatos y estilos: desde la tragedia isabelina al musical, desde la comedia negra al docudrama y desde la fantasía gótica al thriller psicológico. Stephen Sondheim se encontraba en Inglaterra dándole los últimos retoques a la producción de Gypsy cuando tuvo la oportunidad de conocer al asesino serial victoriano a través de la versión de un joven dramaturgo de Liverpool, Christopher Bond. Atraído por la naturaleza sombría de la fábula y, sobre todo, por sus momentos terroríficos, el compositor estadounidense decidió transformarla en una comedia musical de carácter guiñolesco y montarla en Broadway. La obra, que se estrenó en 1979 con Len Cariou y Angela Lansbury en los papeles protagónicos, dejó estupefacta a la audiencia, maravillada a la crítica, y se alzó con ocho premios Tony y dos Grammy.
Sweeney Todd es la leyenda del barbero Benjamin Barker, condenado al exilio bajo cargos falsos luego de que un juez concupiscente decidiera robarle a su esposa y a su pequeña hija. Quince años más tarde el protagonista regresa a Londres con una nueva identidad y un frenético deseo de venganza. Para acabar con sus enemigos retoma su antiguo métier y se instala en la casa de la Sra. Lovett, una viuda que se gana la vida horneando pasteles y que parece dispuesta a ayudarlo. El camino de la venganza es largo y tortuoso y Sweeney comprende pronto que "ni un hombre, ni diez, ni cien" alcanzarán para mitigar su pena o conseguirán aplacar su ira. Mientras el barbero se entrega en cuerpo y alma a sus funestos planes, la Sra. Lovett encuentra una forma de sacar provecho a los acicalamientos extremos que se practican en el piso de arriba.
Tim Burton es un cineasta mimado y requerido por una industria que no está interesada en fomentar la individualidad y cuyo objetivo principal es obtener beneficios económicos. A cambio de su patrocinio, Hollywood ha seleccionado ciertos aspectos del carácter y de la historia personal del director para construir la imagen del outsider aficionado a lo raro que circula por los medios y que resulta tan efectiva a la hora de vender sus productos. Es imposible averiguar hasta qué punto esa imagen de Burton se corresponde con la realidad, sobre todo a esta altura de su carrera. Sin embargo, el hecho de que Hollywood haya convertido las peculiaridades de un artista en un repertorio de estrategias comerciales no alcanza para disminuir el valor de su obra o para restarle interés a su análisis.
Varios mecanismos ayudaron al ex animador de la Disney a construirse como autor dentro de los límites restrictivos del sistema. Dueño de un estilo visual claramente identificable, Burton ha alcanzado un alto grado de coherencia en su carrera eligiendo aquellas propuestas que podía hacer suyas. Muchos de sus films contienen elementos autobiográficos y un protagonista que es su claro alter ego. Poco dado a la intelectualización, busca conectarse con el espectador a un nivel más primario: sus obras son cuentos de hadas de gran poder simbólico donde hay espacio para el arrobamiento, la imaginación y la emotividad. Tim Burton comparte con los aficionados al fantástico la necesidad de encontrar cada día una visión nueva y excitante del mundo.
La característica más importante del héroe burtoniano es su incapacidad para encajar en el mundo que lo rodea. Se trata de personajes excéntricos, incomprendidos, solitarios, sumergidos en sus propias obsesiones, y que tienen una conducta (y a veces un aspecto físico) que la sociedad bienpensante encuentra difícil de aceptar. Burton también siente predilección por las personalidades desdobladas y los caracteres ambiguos: a menudo sus héroes tienen que recurrir a algún tipo de disfraz o maquillaje para poder expresar su verdadera naturaleza.
La historia de Sweeney Todd, con su ambientación gótica, su protagonista aberrante, su tendencia melodramática y sus pinceladas de humor negro, era una elección casi obligada para la filmografía del director, que había visto la obra de Stephen Sondheim a la edad de veintiún años. Después de explorar las conexiones entre la música y el relato macabro en El Cadáver de la Novia (2005), Burton asumió con naturalidad la estructura de la comedia musical, un formato arquetípico que se acomodó bien a su estilo y le permitió trabajar con libertad a la hora de la construcción visual. Obviando los elementos grotescos de la primera versión, confeccionó un oscuro cuento de terror y una fábula social cargada de cinismo y misantropía: vivimos en un mundo feroz y la felicidad es una ilusión naïve que no puede durar. Su héroe es un criminal supremo, con una moral desquiciada, un demonio voluntariamente excluido de las prohibiciones y tabúes de la sociedad. En pos de una venganza universal, Sweeney terminará ejecutando a cada hombre gris y solitario que atraviese las puertas de su salón.
No es el mejor ni el más innovador de sus filmes, quizás no llega a las alturas de Ed Wood (1994) o de El Gran Pez (2003) pero demuestra hasta qué punto el director mantiene intacta su capacidad de seducir al público con sus fantasías tenebrosas y sus personajes inolvidables. Finalmente, de la mano de Tim Burton, Sweeney Todd ha llegado al siglo XXI para enriquecer nuestro mundo de pesadillas.