El mes pasado hablábamos de la muerte de la Ciencia Ficción. Decíamos, también, que era muy difícil apostar por una respuesta definida.
Eso es cierto. Estamos demasiado imbuidos en el tema como para resolver esta cuestión de manera imparcial, si es que realmente se puede. Más allá de que primero deberíamos definir con exactitud qué es la Ciencia Ficción (¡cosa difícil!), supongamos que
aquello que llamamos Ciencia Ficción está muerto, o que al menos está enfermo, herido de gravedad.
¿Y quién disparó?
El detective a cargo del caso se encontrará con una larga lista de responsables, por acción u omisión.
Comencemos con la pata que le toca a la industria. Es una verdad de Perogrullo que ésta sólo se enfocará en obtener mayores dividendos, apostando por los seguros caminos que le dan rédito, y sólo pegará un golpe de timón cuando el agua llegue a la borda.
Un libro es un producto, y como tal tiene que ser vendible.
En un mundo profesional anglosajón, que parece que es donde se cocinan las papas fritas, quien come de lo que escribe en primera medida escribe lo que se vende. Cada tanto podrá meter entre sus productos algo que se salga de la horma, y supongo que eso
se dará dependiendo de la confianza que pone su editor en él. Últimamente, parece que la Fantasía, y en especial lo relacionado a Espada y Brujería están de moda. La Ciencia Ficción ya no vende.
No sé si eso está bien o no, más allá de mis gustos personales. La Fantasía suele llevarme por caminos de evasión; la Ciencia Ficción, en cambio, suele hacerme pensar. Pero esto no es del todo cierto: hay autores que están haciendo maravillas dentro del
terreno de la Fantasía (y no dejo pensar que el mundo brujeril de Sapkowski no es más que un universo alternativo donde la magia sí funciona), obras llenas de maravilla que también tratan temas profundos e importantes para todos. No dejo de pensar en el
fenómeno Harry Potter, que ha devuelto la literatura (aunque sea en minúsculas) a una generación que no suele ejercitar la imaginación a través de las letras. Pasarán años y aún se estarán escribiendo artículos sobre qué pasó con los siete tomos del mago
adolescente, por qué han funcionado tan bien. Justamente, lo que más rescato como escritor es que la primera entrega de la saga fue rechazada unas cuantas veces hasta que alguien se atrevió a publicarla. Alguien que se animó y ganó. Felicito el buen ojo
del editor, que se animó a romper la nunca comprobada regla de que los chicos no leen libros grandes. Cosa que ya era falsa, porque El Señor de los Anillos no cabe precisamente en el bolsillo.
Sin embargo, con la Ciencia Ficción no ha pasado lo mismo. Cuando en los medios se habla del género no hay muchos que pasen de Clarke, Bradbury y Asimov. Dicen de ciencia ficción cuando sucede algo increíble o inaudito, o como sinónimo de "mentira",
pero muy pocos tienen idea de qué hablan, más allá de que saben que algo de navecitas espaciales y robots debe haber, de otra manera no habría tantos proyectos cinematográficos que, explotando las posibilidades de los efectos especiales, se dedican a achatar lo
mucho o poco de ejercicio intelectual que suelen tener las buenas obras del género. Porque yo tengo la sospecha de que el problema principal de la ciencia ficción es que es un género que ayuda a pensar. Puede que el común de la gente de nuestros días
necesite simplemente evadirse. ¿Quién va a agarrar un libro donde te muestran todo lo malo que estamos haciendo, y todo lo bien que estamos en relación al futuro? Para eso están los diarios. La Fantasía, aunque hable de grandes traiciones y calamidades,
las ubica en un mundo no lejano, sino imposible. Eso nunca me va a pasar a mí.
Los que nos dedicamos al género en el mundo amateur de nuestra lengua corremos con una suerte muy distinta. No dependemos de lo que escribimos para alimentar a nuestras familias ni a nosotros. La elección fallida de una obra no hará que nuestro presupuesto
editorial sucumba y nos deje en bancarrota. Nadie va a venir, lamentablemente, a elegir nuestra obra para guionarla y hacer la obra maestra de la ciencia ficción de efectos especiales (ni de la otra). Hoy en día, hay una vasta red de publicaciones digitales
que nos permite elegir lo que más nos gusta, e incluso podemos publicar nuestras propias obras en blogs y páginas personales.
¿Debemos por eso ser más permisivos?
Como editores, creo que en nuestro caso el amateurismo no es más que una cuestión económica. El esfuerzo que se hace para que una obra llegue al lector es enorme. Los trabajos se seleccionan, se traducen si es necesario, también si es necesario se tallerean
con el autor, se busca y elige ilustrador. Damos lo mejor de nosotros en cada número.
A los escritores les exigimos lo mismo: el esfuerzo de trabajar sus escritos hasta que realmente sientan que los mismos están listos. El mayor error que podemos cometer es no exigir. Por los lectores, por nosotros y por el mismo escritor. Debemos,
también, apoyar las voces nuevas, acompañar a aquellos escritores originales que tienen algo que decir, promover escritores de otras lenguas que aún no sean muy conocidos. Y seguir acompañando a los autores que ya están, claro.
Como revista, estamos comprometidos a explorar todas las formas y límites de lo fantástico. Sólo así encontraremos, antes o después, el brillo íntegro de estos géneros que nos apasionan.