LOS MUCHACHOS DE SIMMONS

Claudio Canivilo

Chile

Durante la Segunda Era de la Conquista Espacial, la Tierra expandió como nunca antes en la Historia las intervenciones militares de la Infantería Colonial a lo largo y ancho de la galaxia conocida, debido a los numerosos conflictos regionales que se estaban desarrollando en los distintos mundos que contaban con presencia humana.

Ésta es la historia de una de esas patrullas de intrépidos y valientes infantes, desperdigados como huérfanos por todos los rincones del Universo y librados nada más que a su suerte, convertidos por las circunstancias en extraños en tierra extraña. La narra uno de sus supervivientes.


1.

—"¿Qué crees que estén haciendo esos idiotas?", me preguntó aquel día Pfhor FT, en tanto mitigaba su hambre con un mendrugo algo rancio de las pocas raciones que nos quedaban. Se refería a los carpacillos reunidos en gran número en medio de la polvorienta calle.

»Junto a ellos había incluso algunos humanos, mezclados entre sujetos de razas extraterrestres cuyos nombres ya casi no recuerdo (he visto tantas cosas). Bueno, aquella multitud estaba como a treinta metros de nosotros. Y mientras yo no dejaba de mirar a mi sargento, que sudaba como un cerdo y trataba de arreglárselas lo mejor que podía con eso de la Malery-B, supongo que en la frente tenía escrita la frase: "tipo muy, muy preocupado"; como asimismo él: "tipo prácticamente muerto. O en vías de...".

»Daba pena verlo así, todo cagado, a un sujeto que en mejores tiempos parecía que podía repartirle al mismísimo Ejército del Fhot-Corp él solito. Cierto era que Al-Grabelly Simmons estaba demasiado excedido de peso para lo que el estándar de la Infantería Colonial pide, y pedía entonces; pero también tienen que entender, amigos, que toda esta basura de las intervenciones militares en ultraespacio ha sido desde el comienzo una gran cagada, y lo que es peor, nadie nunca ha reconocido nuestro esfuerzo, o por el contrario: no falta el imbécil que se las da de ecologista y viene y nos trata de degenerados invasores de otros mundos. ¿Quieren saber de algo degenerado? Deberían haber visto lo que la "gloriosa" infantería del Fhot-Corp hizo con la colonia humana en Alamis-Sirrán. Pero bueno, je, por otra parte, ahora que lo recuerdo, creo que a esos grandotes de sangre amarilla en broma les decíamos Pop-Corn. Bastaba hacerles una encerrona (nunca fueron muy listos los hijoputas), freírlos con las incendiarias, y entonces te dabas cuenta de que sonaban igual que las palomitas cuando sus armaduras se reventaban. En fin, como decía, estábamos ahí yo, Phor FT, y nuestro sargento, perdidos en medio de ninguna parte de algún poblado que se llamaba Kristam-Serú, o algo así.

—Estabas en que miraban a los carpacillos, esos medianos que ocupaban la calle. Pero, ¿qué pasaba con el resto de la patrulla?

—Y... ¿no dijiste que el pueblo se llamaba Kristam-Serú? Según tengo entendido, la batalla fue en Renis-Blacka.

—¿No es sorprendente cómo a veces, a pesar de tener tanta mierda tecnológica, que supuestamente debiera ayudarte a orientar tus pasos en cagadas de mundos de cuyos nombres te enteras a poco de que te suelten, como si de excremento se tratara, llega el momento en que todo falla y te encuentras en las narices mismas del enemigo?

—Eh...

—¿...?

—Sí, compañeros. Esas mierdas pasan. Y todo esto no ha hecho más que enseñarme que, por mucho que pretendas tener una situación bajo control, siempre se te va a escapar algo, y al final, si sales vivo o no depende un buen poco del factor suerte. Más que un poco, diría yo.

—Continúa contándonos, por favor. ¿Qué pasó?

—¿Podemos pedir otra ronda?

—Lo que quieras, compañero. Eres un héroe viviente. Mereces todo el alcohol de este cuchitril. ¡Doctor, venga aquí, por favor!

—Gracias. Bueno, la cosa es que yo estaba muy preocupado por lo del sargento. La Malery-B era una fiebre que en ese tiempo atacaba a los humanos con saña: y no era la fiebre lo que te mataba precisamente, sino que en su fase final te cogía una diarrea que de pronto defecabas tus propios órganos internos; las neuronas se te iban de paseo y colapsabas a nivel motriz y mental. O sea que, una vez contraído el mal, en pocos días te hallabas hasta el cuello de mierda, convertido en un anciano que no recordaba ni su nombre.

—Qué siniestra e ingeniosa forma de acabar con el enemigo sin presentar batalla. Claro: así iban desarticulando a los contingentes desde su cadena de mando.

—Dices bien, compañero, porque esa mierda no solía atacar a los regulares como yo, sino a los oficiales. De hecho, sólo porque nunca ascendí creo que viví para contarlo. Es más, los de la tropa éramos portadores pero no desarrollábamos la enfermedad. Los grandotes del Fhot-Corp bombardeaban continuamente la atmósfera con nanochips espías, que entraban en el organismo humano y te vitrineaban desde adentro, a ver qué otra debilidad podían encontrar. Si eras oficial, te sacabas la lotería al revés; o sea, parías. Claro que esos idiotas nunca contaron con que uno se moría y volvía dos meses después, reencarnado en otro cuerpo y con los recuerdos fresquitos rescatados de tu disco de respaldo, actualizados a tu nueva asignación. Supongo que cuando uno de nuestros genios descubrió un "nano" vivito y coleando en el respaldo de un oficial recién muerto, cuando pudo reconstruir al revés la ruta, a través de la cual el muy miserable informaba a su cabrona bicha madre de todas las lindezas del ser humano, creo que comenzamos a ganar la guerra.

—Permíteme llenar tu copa, compañero. ¿Nos dices ahora qué pasó en Kristam-Serú; o bueno, en Renis-Blacka?

—Gracias. Hmm, lo otro que me tenía preocupado eran los carpacillos esos. Me daba igual que hubiera humanos metidos entre ellos. No eran prueba de nada. Como podrán sospechar, en toda la galaxia el hombre es el único tipo tan idiota que, donde hay alcohol o mujeres gratis, siempre está, como yo aquí ahora con ustedes. ¡Salud! Bueno, no les miento si les digo que yo, Pfhor FT, e incluso nuestro buen sargento, Al-Grabelly Simmons, cagado como estaba, de tanto en tanto mirábamos con verdadero deseo esa especie de carnaval que se tenían montado esos enanos de cola y piel de reptil en medio de la calle, preguntándonos si no sobraría algún jarroncito poca cosa para estos servidores de Su Majestad Imperial.

»La cosa es que esos carpacillos eran una verdadera multitud, y lo que estaban haciendo podía ser tanto una ceremonia de linchamiento público de algún criminal como la coronación de alguno de sus líderes locales. Sobrados informes teníamos de espantosas matanzas contra humanos o naciones aliadas ocurridas en aquellas regiones, y por eso nos habían enviado a Kristam-Serú para ver qué ocurría, explorar la forma de darle fin al problema por nuestra cuenta (sabíamos de simples patrullas que habían puesto de rodillas a naciones enteras de alienígenas, así que el número de hombres que constituían nuestra unidad no era especialmente significativo); o, si nos daban estopa, nada más teníamos que informar a los de arriba para que procedieran con su viejo "cagoentodo y después pregunto". Y como no sabíamos exactamente quiénes eran los extraterrestres que de pronto encontraron divertido e interesante conocer la anatomía humana mediante el expediente de arrancarle las entrañas a la gente viva, cuando llegamos allí todos los no humanos eran sospechosos para nosotros. Y eso incluía a los petisos con cola.

»Lamentablemente, a poco de adentrarnos en la región, nos topamos con el problema de nuestro sargento, con lo que la misión empezó a ponerse de lo más entretenida. En ese tiempo lo de la Malery-B era desconocido para nosotros, así que lo de Simmons se lo achacamos a una fiebre debido al calor del desierto y a una deshidratación que, dado lo gordo que estaba, era natural que le afectara a él primero. No teníamos idea de que ese puto virus estaba esperando para tirar a cagar al primer oficial enemigo que detectase; como de seguro lo hizo cuando desarticuló los mandos de los organismos policiales y comenzaron las matanzas.

—No sé por qué, pero me parece intuir que la enfermedad de tu sargento influyó en que se perdieran.

—Has dado en el clavo, viejo. Exacto. Pero, como era de esperar, el resto de la patrulla no podía adivinar que en ese momento el cerebro de Simmons tenía la cagada por dentro. Recuerdo que cuando estábamos volando sobre el desierto arriba de nuestro galopín y llegamos a la bifurcación que está como a diez kilómetros de Kristam-Serú, y que decide si llegas a ella según tomes el camino de la derecha, o a Renis-Blacka si tomas el de la izquierda, varios de nosotros en ese momento alegamos que Kristam era a la derecha, pero el viejo Al insistió en que era por el otro camino, así que dirigimos la nave hacia allá. Además él era el jefe, y como todavía no se ponía mal, ya pueden irse imaginando lo impensable que era discutirle a un tipo que respetábamos tanto; sobre todo cuando se encabronaba.

»No es que Kristam-Serú fuera la hostia, pero todos sabíamos que si tal cosa llegaba a pasar, lo de perdernos, a menos que los de arriba fueran clarividentes, cuando se dieran cuenta de que estábamos hasta arriba de mierda y pudieran actualizar su mapa de frecuencias, para el arribo de las misiones de enfilada nosotros ya estaríamos muy muertos y contentos; sólo rezando para que algún otro idiota, de los equipos de extracción de la Infantería que llegarían después, y naturalmente una vez que se pacificara el área a base de hacer mierda el pueblo, entre los escombros encontrara nuestros discos de respaldo y nos pusiera de nuevo en circulación. O sea, en la práctica quedábamos confiados a nuestra suerte; solos contra el mundo y contra un Ejército de bicharracos que sólo nos buscaban para darnos estopa. Pero, cuando llegamos al pueblo que se suponía era Kristam-Serú, no teníamos idea de que acabábamos de meter la pata.

—Y así fue cómo se equivocaron de dirección.

—No. Así fue cómo nos metimos en la mierda misma.


2.

—Era una boda.

—¿Perdón?

—Una boda. Eso dijo el viejo Al, nuestro sargento, en respuesta a la pregunta de Pfhor FT sobre qué hacía tanto carpacillo alegre, mezclado junto a algunos humanos y extraterrestres de otras razas, en medio de esa calle aquel día.

»Sucedía que nuestro buen Al, a pesar de la fiebre que lo tenía hasta los huevos, a ratos recuperaba la cordura. Nos explicó que los pequeños coludos importaron la idea de nuestra propia cultura, desde los tiempos en que sirvieron junto a nuestros tatarabuelos en las primeras campañas de pacificación del planeta. Y, bueno, como los carpacillos eran bastante petisos, encajaban de manera ideal en los reducidos habitáculos de las naves de exploración y combate que por ese entonces usaba nuestra Infantería para apañárselas. De hecho, si me hubiera tocado servir en esos tiempos no habría podido hacerlo precisamente debido a mi tamaño. Y ahí lo tienen, compañeros: ¿quién se hubiera imaginado que una raza de tipos tan insignificantes se transformaría en una poderosa aliada para nosotros, los humanos?

»Bueno, también influyó el que nuestros ingenieros tempranamente se avisparon y encontraron la forma de establecer una comunicación con ellos, en términos que ambas razas se entendieran lo suficiente como para apañárselas en caso de combate. Y sí, por décadas resultaron bastante guapos y obedientes en la batalla; por lo menos antes de que el Ejército del Fhot-Corp los comenzara a hacer papilla y los obligara a dejar de prestarnos ayuda, bajo amenaza de extinguir su raza por completo. Así, humillados, los pocos petisos que quedaron regresaron a sus comunidades y nunca más volvieron a intervenir en la guerra. Sin embargo, hay que reconocer que el intercambio cultural entre ambas razas fue bastante fructífero, especialmente para ellos.

—Volvamos a lo que pasaba con ustedes. Cómo estaba su sargento, por ejemplo.

—Hmm, sí, en realidad llegamos a pensar que el viejo Al se pondría bien ya que a ratos incluso le veíamos sonreír. Supongo que el asunto de los petisos y su boda le hacía gracia.

»Mirábamos cómo uno de ellos, tal vez el que las hacía de líder, llevaba una levita, no sé si parodiando lo de los sacerdotes, por ese cuento de imitar las bodas entre humanos; la cosa es que el carpacillo leía algunas frases en voz alta (en su idioma, naturalmente), de un libro que también supongo debía de ser algo sagrado para los petisos. Y la verdad era bastante jocoso cuando éstos repetían lo que iba diciendo el otro, y alzaban las manos hacia el cielo y exclamaban y saltaban de lo más contentos. Y hasta los humanos que había entre ellos los imitaban, lo que a nuestro sargento a veces le hacía murmurar: ¡Qué gran montón de imbéciles!

»Yo y Pfhor FT, por nuestra parte, aunque igual reíamos, procurábamos no apartar los dedos de los gatillos de nuestros rifles, bien ocultos bajo las mantas de campaña que llevábamos puestas, dormiditos pero con la carga a punto fijo, para barrer tanto a izquierda y derecha, un extremo de la calle Pfhor y yo el otro, en caso de que alguno de los lugareños se las quisiera dar de listo, pues bastaba con un simple patán que pasara a nuestro lado haciéndose el tonto con una expansiva activada bajo las ropas y la dejara caer para que voláramos por los aires. No es que fuera la norma, pero pasaba. Se cargaban a tipos como nosotros de ese modo; por eso estábamos tan paranoicos: veíamos un enemigo en cada sujeto que no formaba parte de nuestra unidad. Aparte, claro, del motivo de nuestra visita, que era averiguar quiénes eran los idiotas que hacían barbacoa con la gente.

»Bien. Mientras los carpacillos seguían con su show, hubo un par de ellos muy simpáticos que se acercaron y se mostraron interesados en adquirir nuestro galopín, a lo que Simmons, que ya no podía más con la fiebre, se negó gentilmente. Alguno que otro humano de tanto en tanto nos miraba con desconfianza, pero nada como para alarmarnos; ni siquiera por otros tipos de aspecto sospechoso que veíamos pasar a la distancia, lejos del mitín matrimonial pero atentos a lo que hacíamos. Salvo eso, diría que nuestra presencia allí era casi decorativa; excepto por lo que comenzaron a informar Limpstee y Grímapfher, que eran las que contaban con mejor visual de lo que pasaba en los alrededores.

—No todo podía ser tan maravilloso, ¿no?

—Aunque no me creas, hubo un momento en que vi a Simmons relajarse, o quizá se estaba resignando a su suerte, quién sabe; la cosa es que por un rato se dedicó a admirar el paisaje como si fuera un despistado turista; qué sé yo, el desierto; las calles recalentadas por el mismo Sol que nos estaba asando vivos, especialmente a él; los edificios de baja altura, entre azules y púrpuras, que se recortaban contra el cielo; o incluso alguna nave que transitaba tan tranquila y campante.

»Era curioso verlo así, tan relajado, en circunstancias que Limpstee y Grímapfher le estaban rindiendo un inventario de lo más variado, como que un montón de frecuencias de radio se estaban activando al mismo tiempo en distintos puntos del pueblo. Había más armas que comida en Renis-Blacka. Además, una guarnición oculta del Fhot-Corp se tomaba su tiempo antes de hacernos papilla mientras se dedicaban a observarnos; todo eso sumado a un montón de idiotas prófugos de la ley, esos que pasaban a lo lejos mirándonos, quienes creían haber encontrado un refugio perfecto en Renis-Blacka, sin saber que en realidad eran el plato central del festín. Y en medio de todo estábamos nosotros, que ni siquiera habíamos sido capaces de dar con el sitio al que nos habían mandado. Como para que la gente confíe.

»Bueno, recuerdo que los carpacillos que habían intentado comprar nuestro galopín no se dieron por vencidos y, mientras todo el mundo se felicitaba y bebía a destajo, no tardaron en aparecer sus hijos; o sea, carpacillos más pequeños que, al igual como suelen hacerlo los niños humanos comunes y corrientes, se acercaron y comenzaron a jugar en torno al vehículo. Y extraterrestres y todo, supongo que su inocencia nos inspiró una ternura tal que no les dijimos nada y los dejamos hacer; de manera que al poco rato los "carpaniños" se encontraron saltando y riendo arriba del galopín, felices. Simmons sólo los miraba y sonreía dentro de todo lo mal que estaba. Vi un atisbo de tristeza en su rostro, pero supuse que era la misma soledad que todos sentíamos de vez en cuando. Qué sé yo, quizá veía en esos pequeños alienígenas a los hijos que nunca tuvo. Pero entre nosotros preferíamos no hablar de estas cosas.

»Luego, lo vi encender un cancrillo. "Es el último", le dijo a "Eiftí" cuando, después de darle unas caladas, se lo pasó. Entonces, noté con espanto que la boquilla estaba manchada de sangre. ¡Simmons se estaba reventando por dentro!. Me quedé mirando a Pfhor FT en silencio, y me pregunté más que nunca qué rayos estábamos haciendo allí: mi sargento muriéndose de a poco y Pfhor fumando con su oscura silueta recortada contra el paisaje. Resumía en una sola imagen lo que era cada soldado en cada rincón de la galaxia: anónimo y olvidado por su propia gente.

—Pero, ¿eran sólo ustedes tres o había alguien más?

—Bueno, Limpstee y Grímapfher, que eran las únicas mujeres del grupo, habían buscado posiciones en los puntos más altos del sector, que consistía en varias cuadras de calles anchas y edificios de no más de cuatro o cinco pisos. No se extrañen por la poca altura; de seguro no impresiona como para caerse de culo, pero la razón es que tanto los petisos como quienes ponían el dinero para la construcción de cada pueblo, la verdad es que estaban hasta las masas de que les hiciéramos talco lo poco que lograban edificar con eso de los bombardeos.

»Y bueno, Limpstee estaba a nuestra espalda, como a doscientos metros al sur, desde donde tenía a tiro todo lo que pudiera venir por los flancos y que no alcanzáramos a ver. Grímapfher, por su parte, se había colocado al frente de nosotros, como a tres cuadras, y más o menos tenía la misma función de cobertura. El resto de la patrulla eran Alveretz, Gruger Leroy, Hassid, Tet Hawkins y Whitman.

»Alveretz y Leroy habían ido a vender una de las ametralladoras del galopín a una armería que divisamos en la entrada. Por lo que a la pasada escaneamos del dueño intuimos que no era un tipo de trigos muy limpios; es más, era muy probable que él en persona surtiera de armas a los propios grupos criminales de la ciudad, acaso a los mismos tipos que se dedicaban a estudiar anatomía humana con la gente viva, pero la verdad era que necesitábamos el dinero.

»En cuanto a Hassid y Hawkins, el sargento les había hecho entrar una hora antes en el pueblo, como vanguardia, de modo que debían encontrarse más o menos en el límite Norte y seguramente ya venían de regreso. Y Whitman, bueno, Whitman se dedicaba a lo suyo, que era "olfatear" el terreno, je, je.

»Respecto del dinero, el viejo Al Simmons supuso que podríamos arreglárnoslas con una ametralladora menos en el galopín, aunque la verdad creo que en su interior ya se estaba dando cuenta de que habíamos metido la pata, respecto de dónde estábamos y dónde se suponía que debíamos estar. Eso explicaba por qué había enviado a Alveretz y Leroy a procurarse dinero. Porque, cuando llegara la noche, a la fuerza deberíamos encontrar alojamiento. Y tal vez por un período prolongado de tiempo, aparte de que nuestras raciones nos alcanzaban para tres o cuatro días; no más. Obviamente, no nos dijo nada de eso, pero al menos es lo que habría hecho yo, Pfhor FT, o cualquier otro, de haber estado en la misma situación.

»Whitman, bueno, Whitman, no me van a creer, pero era nuestro elemento de infiltración, a través del cual podíamos sondear cómo era el vecindario. Él, al menos, no se quejaba de su asignación, je, je. Hmm, me refiero a que era un lobo. ¿No me creen, colegas? Pues sí, Whitman, como todos desde que comenzó esto de la colonización espacial, había firmado la cláusula del Protocolo 23, con la cual la Tierra tenía, y aún tiene, el poder de "asignarte" en el cuerpo que estime conveniente para sus planes. Y tocó que a Whitman, después de su segunda muerte, lo eligieron para servir en la unidad K9 del batallón. Yo que él tampoco me hubiera quejado. Si les digo que mi abuelo fue una cucaracha durante uno de sus períodos... se cagan.

—¡ !

—¿No es una locura la guerra? Y bueno, a pesar de andar en cuatro patas, Whitman iba bien equipado con una montura de misiles pequeños en la espalda, aparte de que los K9 tenían un cerebro extraordinariamente desarrollado. Por ejemplo, no necesitaba hablar para transmitirte lo que pensaba.

—¿Un perro? Digo, ¿un lobo con poderes mentales?

—Y no sólo eso, incluso podía partir a alguien en dos con sólo pensarlo, por si no le bastaba con el hocico. Como para pensárselo dos veces si se te ocurría candidatearlo para asado.

»Bien. Así pasaron un par de horas y los carpacillos terminaron con su show y cada uno a lo suyo, lo más probable a seguir bebiendo, de manera que de pronto nos dimos cuenta de que nos veíamos bonitos al descubierto. O sea, mientras duró la ridiculez esa de la boda extraterrestre, flor para nosotros, pues entre tanto petiso y humano borracho pasábamos inadvertidos. Pero después... la verdad es que ofrecíamos un blanco precioso, divino. Aún así el sargento decidió mantener su posición cuando esto se hizo evidente.

—¿Lo hizo?

—Es raro; yo y Pfhor FT nos mirábamos y no nos decíamos nada. En tanto, cada sujeto que pasaba a nuestro lado, humano, amarillo, azul, o lo que fuese, nos iba poniendo cada vez más nerviosos. Muchos nos miraban con curiosidad y luego seguían de largo, dedicados a sus asuntos. Éramos tres pobres diablos en medio de un pueblo de porquería, friéndonos al calor de ese maldito sol. Ésa era nuestra situación. Hasta que lo comprendí.

—¿Qué cosa?

—"Somos los patos de feria, ¿verdad, sargento?", le dije. Recuerdo que Pfhor FT me miró como si hubiera dicho una barbaridad. Pero luego miró más asombrado al viejo Al cuando éste asintió, sonriendo.

»"Así es", me dijo, tranquilo a pesar del sudor que le bañaba el rostro. "Así es".

»Tenía la expresión de alguien que se sabe condenado a muerte, más a mí me resultó aterrador descubrirlo. En eso, se nos acercó un humano muy delgado y de barba larguísima, cubierto de harapos más que ropa precisamente; un mendigo, tal vez, quien nos dijo:

»"La milicia no es bienvenida en este pueblo".

»"Lo sabemos, hermano", contestó Al. "Pero los buenos remedios saben mal".

»El mendigo sonrió con desprecio, pero luego se cuadró marcialmente ante nosotros y luego siguió su camino. Su gesto me llamó la atención, pues eso sólo lo saben tipos que han servido alguna vez en la Infantería Colonial.

»"Vaya con Dios, hermano", le respondió Al, devolviéndole el saludo con un ademán desganado.

»Y así volvimos a quedarnos solos, conscientes de que ahora nuestra presencia de ningún modo pasaba desapercibida para los del pueblo; menos considerando que nos hallábamos sentados sobre un blindado artillado por todas partes, el galopín.

—¿Y entonces?

—¿Pedimos otra ronda?

—Lo que quieras, compañero. ¡Doctor, venga aquí!

—Gracias.

—Y, ¿qué pasó después?

—Hmm, estoy seguro de que no me van a creer, pero no pasó absolutamente nada. En todo el tiempo que permanecimos en Renis-Blacka nadie, ninguno de nosotros, disparó un solo tiro.

—Cómo así.

—Tal y como suena, compañeros. O sea, ocurrieron cosas, pero no en la forma que esperábamos. De hecho, suponíamos que nuestra entrada al pueblo no había pasado inadvertida, al menos no para nuestros enemigos, y, por lo tanto, tarde o temprano habría combate. Pero cuando anocheció por primera vez nos dimos cuenta de que los grandotes del Fhot-Corp habían planeado las cosas de manera totalmente distinta. O sea, siempre fueron cobardes, lo suficiente como para evitar un enfrentamiento convencional, aunque lo mejor estaba por venir.

—Explícate, colega.

—Ya había caído la noche cuando notamos que Simmons recibía una transmisión, dirigida especialmente a él, cuyo contenido procuró mantener fuera de nuestro conocimiento. Por lo menos hasta que murió.

—De todas maneras, con esa fiebre no iba a durar mucho.

—Hmm, aunque debo admitir que su muerte fue bastante apacible. Obviamente, no permitió que los otros se arriesgaran, abandonando sus posiciones para ir a despedirse de él, por lo que, cuando sintió que el final estaba cerca, se dirigió a todos nosotros a través del intercomunicador, nos deseó buena suerte y se quedó dormido, conmigo y Pfhor FT velándolo en silencio, como siempre arriba del galopín y en la misma calle.

»Bueno, como ya podrán imaginar, apenas ocurrió el desenlace, yo y Pfhor FT nos ocupamos de cortarle la cabeza. La guardamos en un pequeño contenedor, que la preservaría en óptimas condiciones por el tiempo que fuese necesario, hasta cuando llegara el momento de extraerle el disco de respaldo del cerebro y hubiera que traspasarlo a su nuevo cuerpo; lo más probable uno similar al que había ocupado hasta entonces. Y eso fue todo con nuestro noble sargento, Al-Grabelly Simmons. "Aquí termina... hasta que vuelva a empezar", creo que fueron las sencillas y emotivas palabras con que Pfhor FT cerró nuestra humilde ceremonia para un compañero y hermano de armas. Ambos estábamos algo emocionados, pero en realidad Pfhor estaba leyendo la inscripción que había en el exterior de la caja. Y al respecto, debo decir que todos en la unidad ya habíamos muerto más de una vez.

»A mí, en lo personal, antes de servir en Renis-Blacka ya me habían matado tres veces en acción. Lo suficiente como para saber que uno siempre regresa, y aún si se pierde el respaldo. La Marina espera un tiempo prudente, un año a lo sumo, y si no hay señales del último respaldo en curso pues echan mano del anterior, que siempre está en un lugar a salvo, y bueno, te reactivan. Lo malo es que cuando te hacen regresar sin actualizar tus recuerdos es como si no hubieras vivido esa otra vida; pero claro, como no recuerdas si los sucesos en aquella vida han tenido significado para ti, pues sencillamente no le das importancia. La ignorancia es dicha, ¿no? Y así nos despedimos de Al Simmons. En el silencio de esa calle a oscuras, yo y Pfhor FT nos cuadramos y le saludamos por última vez.

—Propongo un salud por tu sargento, Al Simmons.

—¡Salud!

—Sí... salud. Por la Gran Máquina Verde...

—Sin embargo, no todo fueron despedidas. Estábamos muy intrigados con esa llamada que el viejo Al había recibido, poco antes de morir. La cosa fue que no resistimos la curiosidad y, antes de proceder a despojarlo del equipo y desintegrar sus restos, revisamos el panel de controles del minicomputador que Simmons llevaba en la muñequera de la mano derecha (todos teníamos uno de esos). Y casi nos caímos de culo cuando lo supimos.

—¿Qué decía el mensaje?

—"Aunque lamentamos su estado, queremos decirle que no hay por qué temer, sargento. En unos momentos usted se encontrará descansando a la espera de su nueva asignación, y nosotros nos encargaremos de que sus hombres no sufran daño alguno, siempre y cuando comprendan los motivos de su estadía aquí, en Renis-Blacka. Desde ya deseamos darles la bienvenida a su nuevo hogar, donde serán acogidos en breve como nuevos miembros de esta comunidad. Vaya usted en paz".

—Ese mensaje, obviamente se lo estaban enviando los amarillos del Fhot-Corp, ¿verdad?

—En un principio pensamos que así era, pero estábamos equivocados medio a medio.

»Bueno, después de unos días en que cada uno permaneció tan oculto como pudo, pues ésa había sido la última orden del viejo Al, nuestras sospechas de que algo andaba muy mal iban aumentando cada vez más. Nos comunicábamos entre nosotros a intervalos cortos, y coincidíamos en que el enemigo estaba buscando desgastarnos, para atacarnos con saña en cualquier momento. Pero nada de eso ocurría, y nuestra paciencia se estaba empezando a agotar, rozando en la desesperación. Y para colmo, durante el día sólo teníamos ese gran plato rojo que nos asaba vivos.

»Además, nuestras provisiones también comenzaban a escasear, así que para poder comprar comida tendríamos que recurrir al dinero que los chicos habían conseguido por la venta de una de las ametralladoras del galopín en días anteriores. Hmm, y si las cosas seguían así, incluso tendríamos que deshacernos del vehículo.

»Recuerdo que debatimos largamente al respecto, hasta que Limpstee, a quien por antigüedad le correspondía el mando de la patrulla, optó por enviar a alguien a hacer contacto con los civiles. El problema es que ella no se convencía de cuál era la mejor manera de hacerlo sin que el enemigo nos tendiera una emboscada. Y debo reconocer que Limpstee, a pesar de ser mujer, y por lo tanto, en su condición era de esperar que de hace tiempo estuviera soñando con una deliciosa comida caliente, una buena cama y un baño, también conocía su deber, y por mucha hambre que tuviera no estaba dispuesta a rifarnos. Y entonces ocurrió algo muy sorprendente.

—¿Qué cosa?

—Hubo un momento en que todos recibimos en nuestros intercomunicadores la misma transmisión. Era la voz de un hombre y sonaba de lo más tranquila y amable. Nos dijo: "Pueden conservar sus armas si lo desean. Lo aceptamos como una primera fase de su integración a la comunidad de Renis-Blacka. Y como muestra de nuestra hospitalidad, estamos dispuestos a darles lo que necesiten. Pero insistimos, tal y como se lo expresamos a su sargento antes de que falleciera: no hay de qué temer".

—Obviamente era una trampa.

—Eso pensamos todos, pero la verdad es que estábamos sencillamente desesperados; yo tenía los labios rotos y resecos por la deshidratación, estaba agotado y comenzaba a derrumbarme.

»Recuerdo que nos quedamos en un tenso silencio, cada uno en su escondite, esperando a ver qué decidía Limsptee. Al final ella dijo: "Al diablo, no nos moveremos de aquí". Y así estuvimos otra semana, en la que se repitieron las llamadas de invitación a integrarse en la comunidad, nuestras dudas, que iban peligrosamente en aumento, y la misma negativa de nuestra nueva jefa. Fue la semana más crítica, y de paso puso a prueba la capacidad de Limsptee para contenernos y al mismo tiempo mantenernos unidos. Muchas veces tuvo que ser realmente dura para evitar que alguien saliera al descubierto y diera la cara.

—¿Dijiste "integrarse en la comunidad"? ¿Qué era todo eso?

—Ni nosotros lo sabíamos entonces. Bueno, para resumir les contaré que sólo cuando la situación se volvió extrema, Limsptee decidió probar suerte enviando a uno de nosotros a "parlamentar", por así decirlo. Envió a Pfhor FT, y al rato éste volvió con abundante comida y fumando de lo más contento. Hasta se había conseguido cancrillos, el muy desgraciado. Nosotros, que desde nuestros escondites lo cubríamos atentos, por si Pfhor caía y había que comenzar a hacer mierda el pueblo, observábamos atónitos lo que pasaba, sin poder creerlo.

»Todo esto nos pareció una trampa planeada con mucha astucia; pero otros mensajes del mismo hombre, que después se identificó como Haddad, comenzaron a persuadirnos de la idea de que efectivamente nadie nos haría daño. Aún así, estuvimos otra semana usando a Pfhor FT como único enlace con nuestros aparentemente pacíficos vecinos, hasta que Limsptee decidió que nos arriesgáramos, y así nos presentamos en masa ante este Haddad. Y entonces lo descubrimos todo.

—¿Qué descubrieron?

—Que todo lo que había pasado con nosotros, desde el momento en que salimos en misión hacia un Kristam-Serú al que nunca llegamos, nuestra situación en Renis-Blacka, y la "invitación" de que éramos objeto... todo, absolutamente todo, en realidad era el plan de una inteligencia artificial, quien reinaba en aquel pueblo y cuyo objetivo ya no era darle solución al problema de las matanzas cometidas por el Ejército del Fhot-Corp, sino ir sumando de a poco grupos humanos constituidos por patrullas militares como la nuestra. Su objetivo era integrarnos a la comunidad a la que habíamos sido desviados desde el mismo momento en que nuestro sargento optó por uno de los dos caminos, esos que decidían a qué pueblo llegaríamos. O sea, esta inteligencia artificial deseaba más humanos en la población de Renis-Blacka. Tan simple como eso.

—Te juro que no entiendo una palabra, compañero.

—Nosotros en su momento tampoco lo entendimos. Un día le preguntamos a este Haddad sobre el Ejército del Fhot-Corp y su respuesta no fue menos sorpresiva: la última vez que se había sabido de ellos en Renis-Blacka había sido hacía cinco años.

—Entonces, las matanzas no las provocaban ellos.

—Así es. Pero eso no era lo más importante.

»Convencidos de que no nos harían nada, dejamos que un grupo de humanos "convertidos" nos guiara hasta un depósito de armas, donde entregamos las nuestras. Fue allí cuando, entre la pila de cosas que había, en el suelo, encontré una plaqueta digital con instrucciones similar a la que el alto mando les entregaba a los líderes de escuadrón. Y resultó que ésta pertenecía precisamente a Haddad, lo que nos hizo sospechar.

»O sea, él era líder de escuadrón, un oficial. Y estaba vivo. Pero, entonces, ¿por qué el virus de la Malery-B no lo había matado? No podíamos comprenderlo. Ni tampoco su explicación del asunto, cuando le hablamos de ello. Él se limitó a decirnos que nuestra amiga artificial en su momento lo decidió así, pero sólo con la primera patrulla que llegó a Renis-Blacka, o sea, la suya. A todo esto, el resto de su escuadrón también se hallaba sin novedad, y por más extraño que nos pareciera, los tipos nos decían que "nuestro problema terminaría precisamente el día en que aceptáramos que no había tal problema". O sea, que no había ningún maldito misterio que resolver. Porque era la voluntad de esta I.A. Y entonces fue cuando decidí echarle un ojo a la plaqueta de nuestro sargento. Y continuaron las sorpresas.

—No me digas. ¿Todavía faltaba más?

—Esta inteligencia artificial había distorsionado toda la información. Limpstee, que era experta en circuitos, lo descubrió primero, al analizar con cuidado la plaqueta, y después nosotros, con las cosas de que nos fuimos enterando con el paso de los años. Nuestra amiga artificial le hizo creer al alto mando aquello sobre las supuestas matanzas cometidas por un Ejército del Fhot-Corp que ya ni siquiera existía, con el fin de lograr que enviaran algunas patrullas a engrosar la población de Renis-Blacka, como la nuestra, y otras que llegarían después, para que desde entonces viviéramos como simples civiles. De hecho, ella había cambiado las órdenes de Simmons. Al comprender lo brillante de su plan, no nos quedó más alternativa que resignarnos a lo inevitable.

—Pero, ¿intentaron ustedes establecer comunicación con su base, o con otras unidades? O por último, ¿no se les ocurrió abandonar el pueblo? Después de todo, tenían el galopín.

—Créanme, colegas, intentamos todo eso, pero nunca dio resultado. Ella lo sabía e interfería nuestras comunicaciones. Cada vez que con el galopín nos acercábamos mucho a los límites del pueblo, éste sufría fallas en su funcionamiento que no nos podíamos explicar.

»O sea, en pocas palabras, estábamos condenados a permanecer en Renis-Blacka hasta que ella así lo decidiera. Por otra parte, su objetivo no era tan diabólico: sólo deseaba que viviéramos en su pueblo. Nunca se nos sometió a algún tipo de esclavitud, o algo así. De hecho, los tipos de Haddad y él mismo no tenían signo alguno de manipulación mental.

—Pero, entonces, ¿cómo es que lograste salir de allí y cuál es, en definitiva, la batalla que se dice se libró en Renis-Blacka?

—Amigos, esto que les he contado es sólo una parte de la historia, más bien el principio.

»Durante un tiempo nos dedicamos a vivir nuestras vidas, resignados a que terminaríamos nuestros días en Renis-Blacka, y fuimos bastante felices, la verdad.

»Esta tipa, esta inteligencia artificial que nos regía, al comienzo era genial. Yo mismo, cuando se me permitió el honor de conocerla, pasaba tardes enteras charlando con ella, admirándome en silencio de su belleza y perfección. Pero, con el paso del tiempo, evidentemente fueron sucediendo cosas; algunas espantosas, otras extraordinarias, que nos sacudieron con violencia del agradable sueño en que estábamos sumidos. Y tipos como nosotros y los de Haddad, y muchos otros que llegaron después, quienes en la práctica habíamos dejado de ser soldados, en determinado punto de la historia tuvimos que volver a unirnos para hacerle frente, hasta que logramos derrotarla. Pero ésa, amigos, es otra historia, que otro día con mucho gusto les contaré. Por ahora, sólo me queda brindar por los muchachos de Simmons. Por aquellos infantes coloniales olvidados, que vivieron y fueron felices, soñando con una vida normal que no era para ellos. Por aquellos que lucharon y murieron en Renis-Blacka, destruyendo el pueblo que un día los acogió como a sus hijos. Y claro, por ella, cuyo único pecado fue tratar de ser humana. Ahora, si me lo permiten, debo irme.

—Po-por supuesto, colega. Ha sido un honor.

—El honor ha sido mío, caballeros. Que estén bien.

—Ve en paz, hermano.


3.

La mujer era joven, de aspecto más sofisticado que elegante, más etéreo que terrenal, vestía con sobriedad y, a pesar de que ya era de noche, llevaba gafas oscuras. Fumaba con calma un cigarrillo muy largo, valiéndose de una boquilla. Desde el otro lado de la amplia y reluciente mesa, dos hombres de uniforme, el pelo cortado a cero, la observaban expectantes.

—Así que —dijo ella, con voz casual— ésta es la mejor pista que tienen.

—Estamos casi seguros —se adelantó a decir uno de los hombres— de que se trata de Boyle Harper, quien según nuestros archivos, en efecto, sirvió en Renis-Blacka durante los eventos que llevaron a la destrucción de aquel pueblo.

—Creemos —añadió el otro— que es el último superviviente de su pelotón. —Miró a su compañero—. O, bueno, lo era.


Ilustración: Valeria Uccelli

La mujer miró al hombre y éste pareció adivinar, incluso tras esos lentes oscuros, la huella de una sonrisa.

—¿Está seguro de esto último, señor Sparks?

El hombre asintió.

—Un aerodeslizador lo atropelló por accidente cuando se disponía a aterrizar y el conductor se dio a la fuga. No hubo testigos —La miró—, así que nunca lo sabrán, señora.

—¿Hay algún reporte de eso, señor Sparks? ¿De la policía?

El hombre hizo una mueca, incómodo.

—Señora, comprendo su interés en este asunto, pero permítame decirle que sería algo peligroso tratar de conseguir esa información de manera oficial. Usted sabe, en estos tiempos todo es rastreable, las otras agencias... Además, siempre hay alguien que puede descubrir el nexo, aun cuando usemos un tercero.

—Lo que mi compañero quiere decir, señora —intervino el otro sujeto—, es que podríamos despertar sospechas.

—Entiendo, caballeros —dijo la mujer. Aspiró otra calada de humo—. Y su fuente, la que le dijo sobre la suerte del señor Harper, ¿es confiable?

—Tuvimos confirmación visual, señora. —Sparks trató de ser razonable—. Mire, sé que lo único que la tranquilizaría sería tener el cuerpo, o lo que quedó de ese marine, en su oficina, pero por esta vez le pido que confíe en nosotros.

—De acuerdo, caballeros. Ahora, pasando a otro punto, señor Lagun, ¿podría decirme cómo le fue con mi otro encargo?

El señor Lagun sonrió aliviado. Se puso de pie con mucho protocolo y extrajo algo de un maletín que había dejado sobre la mesa. Estaba dentro de un sobre. Sparks, que no sabía de aquel detalle, miró intrigado a su compañero mientras se acercaba y le entregaba el objeto a la mujer. Parecía ser un libro.

—Bueno —Lagun sonrió de nuevo—, no miento si le digo que me costó más conseguir esto que arreglar lo del señor Harper. Tenga.

—Gracias, es usted muy amable, señor Lagun.

—Ha sido un placer, señora. Supongo que con esto terminamos.

—Así es, caballeros —dijo ella, resistiendo la tentación de abrir el sobre—. Terminamos por hoy. Pueden retirarse.

Sparks esperó a que Lagun regresara y cerrara su maletín, y luego, haciendo una reverencia, salieron.


4.

Mientras observaban el tráfico matinal, Sparks seguía de pie junto al señor Lagun. Ambos fumaban pensativos en el balcón del departamento que pertenecía al primero, ubicado en los últimos pisos de una céntrica torre.

—¿Qué opinas? —dijo Lagun.

—Pienso que debiéramos tomarnos esas vacaciones que iban con el trato.

—Pienso igual, pero ya sabes, el deber es el deber.

Sparks aspiró la última bocanada y luego lanzó la colilla al vacío. Se entretuvo viéndola caer.

—¿Era un libro, cierto?

—¿Qué cosa?

—Lo que le diste a madame Cornalis.

—Ah, sí —dijo Lagun, con aire distraído.

—¿Y se puede saber qué libro era?

—"Romeo y Julieta".

—¿Y de qué trata?

—Más o menos, porque lo leí a la rápida y puedo estar equivocado, creo que trata de dos enamorados que fingen suicidarse para que así los den por muertos y queden libres como para escapar de sus familias, que eran enemigas entre sí, y por ende transformaban dicho amor en un imposible. Lo malo es que uno de ellos malentiende las cosas y cree que el otro de verdad se mató, y al final los dos acaban muertos. Es una tragedia.

Sparks asintió. Miró la botella vacía que había sobre una mesilla en el balcón. Deseó un trago.

—Vaya, muy parecido a lo que sucedió en Renis-Blacka, ya sabes, el suicidio colectivo de la población que allí tenía cautiva esa inteligencia artificial.

—Pues, así miradas las cosas, tienes razón. Usaron una táctica parecida, con la diferencia de que a ellos les funcionó y lograron derrotarla.

—Pero ella sigue viva —dijo Sparks, mirando de reojo a su compañero.

—No por mucho. ¿No quieres saber quién tenía ese libro y me lo pasó, como ofrenda? Incluso tenía los bordes de algunas páginas un poco chamuscados, por lo del incendio. Ha confiado mucho en nosotros, la verdad.

—Prefiero no decirlo así, en voz alta. Ya sabes...



Claudio Canivilo nació en 1971, en Chile; está casado felizmente, y tiene dos hijos. Es diseñador gráfico. Ha sido editor de diagramación en editoriales chilenas y comparte su pasión por la literatura con el amor por el diseño gráfico. Comenzó dibujando comics hasta pasados los veinte, y de hecho la cosa le apasionaba tanto que no pocas veces pensó en trabajar un par de meses y después dedicarse a dibujar, pero como después se independizó, poco a poco fue dejando de dibujar. También formó parte de una banda de música heavy, Damanegra, más o menos la versión chilena de UDO; grabaron un CD bastante decente.

Ha publicado algunos cuentos en OcioJoven bajo el seudónimo de Variwell, donde se dio cuenta de que para ser escritor le faltaba mucho, pero como es porfiado y duro de cabeza, quiso ver qué podía lograr. Según sus propias palabras: Soy un entretenedor, un payaso cuyos chistes en realidad hacen llorar. Pero al final del día comprendo que mi esposa y mis hijos son mi mejor obra.


Este cuento se vincula temáticamente con "LA LEALTAD", de Laura Ponce (161)


Axxón 189 - septiembre de 2008
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico : Ciencia Ficción : Futuro : Guerra : Inteligencia Artificial : Chile : Chileno).