Si usted ha leído la novela de Stephen King
“The Stand” (traducida al castellano como “La Danza de la Muerte” en su versión
censurada y como “Apocalipsis”
en su edición completa), tal vez no haya entendido la referencia a la mítica
ciudad de Cibola, Siete-en-Una, la Ciudad de los Dioses. Uno de los personajes,
un pirómano psicótico llamado “Trashcan Man” (el “Hombre-Tacho de Basura”)
recorre el desierto del sudoeste norteamericano enloquecido por el sol y la sed
buscando esa ciudad inexistente, a la que al final confunde con Las Vegas.
Esta oscura inclusión en la trama
narrativa tiene un profundo asidero legendario e histórico, que, analizado
convenientemente, nos guiará hacia uno de los misterios más asombrosos de los
Estados Unidos.
La
guerra civil entre dos facciones de la aristocracia visigoda española se
resolvió de la peor de todas las formas posibles: los partidarios del rey Agila
pidieron ayuda a los musulmanes del norte de África, los que, ni cortos ni
perezosos, comisionaron al general Tariq ibn Ziyad para
invadir la península. Tariq desembarcó en Gibraltar el 30 de abril de 711 al
mando de 7.000 hombres y derrotó a los visigodos en Guadalete, abriendo así el
camino a la conquista árabe de todo el territorio hispánico. Tras las tropas de
Tariq llegaron numerosos apoyos comandados por Abu Abd ar-Rahman Musa ibn Nusayr ibn Abd ar-Rahman Zayd al-Lajmi
(conocido por todos simplemente como Musa). Musa atacó España con 18.000 hombres
frescos y motivados, dispuestos a completar la ocupación del territorio entero.
En 712 se adueñó de Carmona, Sevilla y Medina-Sidonia, para poner sitio,
finalmente, a la ciudad de Mérida. La heroica resistencia de sus murallas duró
más de un año, para caer, rendida por el hambre y las privaciones, el 30 de
junio de 713.
Tariq el
Conquistador
Aquí termina la historia registrada y comienza la
leyenda, que nos llevará en un asombroso periplo hasta una de las más
increíbles civilizaciones de que se tenga memoria.
El relato cuenta que, durante el sitio de Mérida,
siete obispos de la ciudad decidieron huir para no ser capturados o muertos por
los musulmanes. Ante la inminente caída de la ciudad, los religiosos tomaron
las obras de arte y riquezas que pudieron rescatar y fugaron hacia el oeste,
justo a tiempo para escapar de la matanza y de la ciudad arrasada.
Según la leyenda, los siete obispos navegaron hacia
el poniente hasta llegar a un lugar desconocido (no perdamos de vista el hecho
de que faltaban casi ocho siglos para el descubrimiento de América) donde
fundaron siete espléndidas ciudades plenas de riqueza, arte y bienestar. En
esta leyenda se encuentra el origen de El Dorado, de la Ciudad de los Césares y de las
demás míticas ciudades embaldosadas de oro que los conquistadores españoles
buscaron sin éxito durante cientos de años.
Así, el emperador Carlos V comisionó en 1527 al
Adelantado Pánfilo de Narváez para dirigirse a Norteamérica y conquistar tanto
territorio como le fuese posible. En un viaje plagado de problemas y
contratiempos (tardó nada menos que diez meses en cruzar el mar), Narváez
desembarcó en la península de La Florida en abril de 1528. Luego de muchos actos
de salvajismo contra los aborígenes y para evitar su venganza, se hizo a la mar
hacia el oeste para tratar de seguir la costa sur de lo que hoy son los Estados
Unidos y llegar a México para obtener la protección de Hernán Cortés. Pero sus
canoas naufragaron en el delta del Mississippi y toda la expedición se ahogó, a
excepción de cuatro hombres. Las decisiones de Narváez fueron tan erradas que,
aún hoy en día, se llama “pánfilos” a las personas de escaso cacumen y poco
raciocinio.
Los cuatro sobrevivientes de la expedición fueron
Álvar Núñez Cabeza de Vaca (más tarde descubridor de las Cataratas del Iguazú),
Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y un esclavo
africano apodado Estebanico (este último fue el primer africano en pisar Norteamérica).
Consiguieron alcanzar la costa y, a pie, en un terrible viaje que duró la
friolera de ocho años, atravesaron todo el sur de los Estados Unidos, cruzando los
estados norteamericanos de Louisiana y Texas y los mexicanos de Nueva León,
Coahuila, Durango y Sinaloa. El épico viaje culminó cuando el cuarteto arribó a
la ciudad de Culiacán, en la costa occidental de México, muy cerca del Mar de
Cortés.
Álvar Núñez Cabeza
de Vaca
Al llegar a la aldea española, relataron que al
cruzar el Río Grande se habían encontrado con nativos cazadores de bisontes,
que los alojaron y los trataron bien. Estos nativos habían hablado de grandes
ciudades llenas de improbables riquezas ubicadas más al norte, y los
conquistadores de inmediato asociaron esta opulencia con los siete obispos
expulsados de Mérida. El nombre de una de estas ciudades era Cibola, fundada
supuestamente por uno de los religiosos fugitivos.
Vista la avidez de los españoles por el oro, se
comprenderá que de inmediato comenzó la búsqueda de la evasiva Cibola. El
virrey español comisionó entonces al franciscano Marcos de Niza para que
buscara y encontrara a la dorada ciudad. Este, inteligentemente, llevó como
guía al esclavo Estebanico. Juntos exploraron el estado de Sonora y parte de
Nuevo México, donde el africano fue asesinado por los nativos. Niza continuó
buscando, para luego regresar a México afirmando haber vislumbrado una ciudad
“más grande que Tenochtitlán”. Todos creyeron que había encontrado Cibola, por
lo que enseguida se planeó una nueva expedición. Su jefe fue en esta
oportunidad el salmantino Francisco Vázquez de Coronado, que, llevando a Marcos
de Niza como guía, atravesó México, Arizona, Nuevo México, Texas, Oklahoma y
Kansas. Como era de esperar, no encontró a Cibola, pero sí repitió relatos de
los indios Hopi y Zuñi acerca de una gran ciudad
tallada en roca pero ahora abandonada, que había sido construida por sus
antepasados. Los Navajo llamaban a esa civilización desaparecida “Anasazi”
(“Los Enemigos Antiguos”) pero los Hopi y Pueblos consideraban a ese término
afrentoso, y preferían denominarlos sencillamente “Los Antiguos”.
Las actuales teorías del poblamiento temprano de
América establecen que el Hombre llegó a nuestro continente hace mucho más que
los 14.000 años que consideraba la anterior (y casi abandonada) teoría del
poblamiento tardío. Ya hemos discutido el poblamiento de Norteamérica en otro
artículo. Los actuales conocimientos indican que ya había humanos sedentarios viviendo en el actual territorio
estadounidense hace 20 o 30 mil años. El Hombre de Kennewick y la cultura lítica de
Clovis (entre muchos otros hallazgos) son prueba suficiente de esta afirmación.
Marcos de Niza
Los cazadores y recolectores norteamericanos
debieron volcarse a la agricultura y por tanto al sedentarismo al extinguir
mediante la caza las especies de las que se alimentaban, principalmente
camélidos, desdentados y proboscídeos prehistóricos: mamuts, megaterios, etc.
El cambio climático que siguió a la glaciación de Würm (desde hace
unos 80.000 años hasta hace 10.000) determinó que el sudoeste norteamericano se
volviera cálido y seco, adquiriendo el aspecto desértico que observamos hoy.
El cultivo del maíz, introducido en la región hacia
el siglo VIII a.C. por los Teotihuacanos, Zapotecas y Aztecas, prácticamente
resolvió los problemas alimentarios de los pobladores originales y les permitió
establecerse, cultivar y producir culturas y civilizaciones complejas como la
de Clovis y la que nos ocupa,
los ya mencionados Anasazi.
Siguiendo un rebaño que se les había escapado, dos
rancheros del pueblo de Mancos, Colorado, alcanzaron lo que hoy es el Parque
Nacional de Mesa Verde, una aislada altiplanicie de 1.900 metros de altura muy
similar a los tepuyes sudamericanos. Los
dos hombres -Richard Wetherill y Charles Manson- pudieron visualizar con
incredulidad desde la cima, una enorme ciudad ubicada en la base de los
acantilados. Descendiendo rápidamente, exploraron los edificios y comprendieron
que en ese sitio había existido una avanzada cultura metropolitana,
completamente opuesta a los grupos de nativos americanos nómades y cazadores de
bisontes. Era el 18 de diciembre de 1888.
Mesa Verde
La congregación más grande de edificios fue
bautizada por los accidentales descubridores como “Palacio del Acantilado” y,
aún hoy, sigue maravillando a quienes la ven por su perfección, estilo y
belleza.
Preguntados los indios Navajo acerca de quiénes
podían haber sido sus constructores, respondieron, como hemos dicho, que ellos
los llamaban “Enemigos” (Anasazi) y que habían desaparecido hacía mucho, mucho
antes incluso de la llegada de los hombres blancos. Los indios Pueblo, que se
consideran a sí mismos descendientes de los Anasazi, prefieren llamarlos
sencillamente “Antiguos”.
Sin saberlo, los dos rancheros habían descubierto,
posiblemente, la ciudad de la cual los nativos habían informado a Cabeza de Vaca
y sus compañeros, tal vez las ruinas comparables a Tenochtitlán que Marcos de
Niza había vislumbrado como un espejismo en la lejanía.
Cibola había pasado a ser, pues, una impresionante
realidad.
Otra vista de la
Cibola real
Las ruinas de Mesa Verde fueron conocidas por los
abórigenes norteamericanos desde siglos atrás, y ello explica las referencias
que recibieron acerca de ellas los conquistadores españoles. Pero el hombre
blanco también las había visitado antes de la llegada de Wetherill y Manson. Existen
pruebas irrefutables de que, 15 años antes que ellos, el explorador minero John
Moss investigó las ruinas, así como también existen imágenes de 1874 tomadas
por el fotógrafo William Henry Jackson y
un informe del año siguiente efectuado por el geólogo William Holmes. Estas
averiguaciones llevaron a proponer una investigación seria del desierto del
sudoeste para buscar ruinas, la cual nunca se efectuó hasta después del reporte
de los dos pastores.
Las ruinas Anasazi
como las vio Wetherill
Como la de la mayor parte de las ruinas importantes,
la de los Anasazi de Mesa Verde fue una historia de saqueos y expoliación: poco
después del descubrimiento de Manson y Wetherill, nuevas y aún mayores ruinas
de ciudades se encontraron en los alrededores, y los pobladores del condado de
Montezuma y de la aldea de Mancos tomaron la costumbre de retirar de allí
cerámicas y otros artefactos para venderlos por pocas monedas a los turistas.
Llegaron incluso a voltear paredes y a demoler pisos para buscar nuevas
habitaciones no saqueadas todavía.
La tumba de
Wetherill, en el Cañón del Chaco, entre las ruinas
Viendo la devastación que llevaría a la pérdida
completa de los restos, la familia de Wetherill llegó a un acuerdo privado con
la tribu Ute (de la que deriva el nombre del estado de Utah), en cuyo
territorio se encontraban las ruinas, para que ellos impidieran el saqueo. Los
Wetherill, por su parte, rescataron todas las piezas que pudieron y se las
vendieron a la Sociedad Histórica de Colorado y a varios coleccionistas
privados. Aunque espuria (lo hicieron por dinero) esta actitud en realidad
preservó muchos restos que se hubieran perdido de otro modo. Richard Wetherill
reorganizó su granja ganadera como centro turístico, se convirtió en un
verdadero experto en los Anasazi, y pasó el resto de su vida trabajando como
guía y baqueano para los visitantes.
Poco a poco, los periodistas y los escritores
comenzaron a interesarse en las impresionantes ruinas Anasazi, y a formular
múltiples preguntas: ¿Quiénes habían sido los pobladores de las gigantescas
ciudades en los riscos? ¿Por
qué se habían extinguido?
Ruinas Anasazi en Dark Canyon
Los libros y artículos que se publicaron
en esos días llamaron la atención del célebre mineralólogo sueco Gustaf Nordenskiöld (hijo del explorador polar Adolf
Nordenskiöld), que realizó un relevamiento intensivo de las ruinas,
herramientas, tumbas y artefactos existentes en el lugar. Pero cuando los
pobladores locales (y los traficantes de antigüedades) se enteraron de que
Nordenskiöld iba a llevarse muchas piezas para resguardarlas en un museo finés,
fue arrestado acusado de “destrucción de patrimonio” y se lo amenazó con
lincharlo. Solo mediante el auxilio del Gabinete norteamericano, que era
consciente de la importancia de la tarea del escandinavo, se consiguió dejarlo
libre. Hoy en día, la colección de objetos Anasazi que Nordenskiöld organizó en
Helsinski es la más grande fuera de los Estados Unidos. Como los saqueos y las
demoliciones en busca de joyas o cerámicas continuaron apenas ido Nordenskiöld,
las autoridades norteamericanas convirtieron la zona en el Parque Nacional que
vemos hoy el 29 de junio de 1906.
Hoy creemos haber determinado que los Anasazi son
los ancestros de los actuales grupos conocidos en conjunto como Pueblos, que
viven hoy -como lo hicieron antes los antiguos- en la región conocida como
“Cuatro Esquinas”, la confluencia de los estados de Colorado, Nuevo México,
Utah y Arizona. La terminología antropológica se refiere a los Anasazi como
“Culturas Pueblo Antiguas” o simplemente “Pueblo Antiguos”. Los españoles
llamaron “Pueblos” a estos aborígenes por razones obvias: eran los únicos en
toda Norteamérica que construían villas o poblados sedentarios, al revés que
sus vecinos que jamás abandonaron el nomadismo.
Las “Cuatro
Esquinas”
Pero, claro que no siempre fueron pobladores de
ciudades fijas y gentes sólidamente ancladas al terruño. Los antropólogos y
arqueólogos dividen el poblamiento de las Cuatro Esquinas en nueve fases:
Cestería Anasazi
Petroglifos
Anasazi
Turistas visitando
las kivas
Luces y sombras en
las ruinas
Áreas de
influencia cultural de los Antiguos Pueblo
Para entonces, los Antiguos habían derivado en los
más de 25 grupos Pueblo que existen actualmente, por ejemplo los Hopi, Acoma,
Zuñi y Taos.
Wetherill y Manson jamás dudaron de que una
civilización avanzada había existido en sus tierras: los artefactos y
edificaciones lo demostraban. Pero quedaba aún por probar los motivos que
habían permitido que los Anasazi se “civilizaran” o se hicieran sedentarios,
agricultores y arquitectos.
Torre Anasazi.
Obsérvese el parecido con los nuraghi sardos
La respuesta al misterio vino de los pilotes de
madera de sus construcciones. La piedra de su albañilería provenía de las
cercanas paredes de los riscos de Mesa Verde o del Cañón del Chaco, pero no hay
árboles en las inmediaciones. El estudio de las vigas y columnas de las
ciudades Anasazi demuestran que muchos de los árboles provinieron de bosques
ubicados a más de 80 km de distancia, y, tomando en cuenta que los Anasazi no
conocían el caballo ni la rueda, el método de transporte de esos grandes troncos
permanece aún -y tal vez para siempre- en el misterio.
Pero los árboles están allí, y en la actualidad se
puede aplicar sobre ellos una técnica llamada dendrocronología, que
consiste en estudiar los anillos de los troncos para establecer el ambiente en
el que creció el árbol con sus temperaturas, disponibilidad de agua y otros
datos.
Y
los resultados sobre los árboles Anasazi son sorprendentes. Sabíamos que hace unos 20
millones la zona de las Cuatro Esquinas era el fondo de un gran mar interior;
luego, el terreno se elevó, el agua se fue y los cambios climáticos
postglaciares convirtieron la región en un desierto reseco.
El risco
abandonado
¿Por qué querría el hombre establecerse en un lugar
tan inhóspito? Pues bien, los anillos de los árboles muestran siglos de sequía
(cuando los Anasazi eran nómades) y un largo período de lluvias
aproximadamente hacia el año 900, casualmente el momento en que los Anasazi
decidieron girar al sedentarismo. De depender de la caza y la recolección
pasaron a ser capaces de cultivar en gran escala. El desierto sudoccidental
debe haberse convertido en un vergel. Y la lluvia se convirtió en su único
sostén, norte y centro de la vida de los Pueblo.
Recién en 1925, un fotógrafo y documentalista fue
admitido a ver una ceremonia religiosa de los descendientes de los Anasazi, los
Hopi. Nunca nadie había fotografiado ni filmado un evento así, que permanecía
sin cambios desde tiempos prehistóricos.
Ruinas en el
condado de Montezuma
El hombre se sorprendió al observar la ceremonia:
numerosos danzantes llevando crótalos vivos, extremadamente peligrosos,
danzaban con frenesí desafiando a la muerte. Finalmente, se metían los ofidios
en la boca, y afirmaban que eran uno con la naturaleza y la tierra. Golpeaban
el suelo con los pies para imitar el sonido del trueno, mediante el cual las
nubes descargaban las lluvias bienhechoras. Las víboras vivían en el suelo, y
solo ellas eran capaces de obligar a las nubes a soltar su carga, de ahí su
presencia en la celebración.
Un joven Pueblo
moderno en una ventana de las ruinas
Así que la lluvia ocupaba un lugar fundamental en la
vida Anasazi. Pero el amor por el fenómeno que les daba vida no explica el
porqué de su declinación y caída. O tal vez sí.
Luego de dos siglos y medio de lluvias sostenidas,
los anillos de los árboles demuestran que la gran sequía antigua volvió a
adueñarse de la región de Cuatro Esquinas. Un buen día, la lluvia desapareció
para no regresar hasta el día de hoy. La ceremonia Hopi de la lluvia proviene
probablemente de los intentos Anasazi de aplacar la furia de los Kachinas, que
de dadores de vida parecían haberse convertido de repente en destructivos.
Había que calmarlos a como diera lugar.
Pueblo Bonito
Muchos de los edificios existentes en Cañón del
Chaco tenían más de cinco pisos de alto sin apuntalamiento
externo, sostenidos solo por sus propias estructuras de madera, piedra y adobe.
La aglomeración urbana más grande del lugar, llamada Pueblo Bonito, contiene
nada menos que 650 viviendas.
El Cañón
del Chaco en sí, de 24 km de largo y 300 metros de ancho, alberga doce
complejos (no tan grandes como Pueblo Bonito pero casi), con un total de más de
300 kivas circulares, cuyas paredes se encuentran cubiertas de petroglifos,
dibujos e inscripciones que no han sido descifradas.
Petroglifos
Entre los objetos encontrados
(y, como ya hemos visto, muchos lamentablemente perdidos) se contaban
exquisitas cerámicas, armas, herramientas y joyas. Y, en una habitación
pequeña, una tumba común con 14 cuerpos humanos: un hombre y trece
mujeres. El esqueleto del varón se hallaba cubierto de joyas con turquesas
engarzadas, más de 400 de ellas. Las mujeres también estaban acompañadas de
turquesas pulidas. El análisis de los restos demuestra que fueron ultimados a
golpes de maza en el cráneo. Otras sepulturas muestran hechos similares.
La uniformidad en el sistema de
los asesinatos prueba que se trató de una ceremonia religiosa, o al menos de un
acto de barbarie organizado. Es impensable que se haya tratado de ejecuciones
judiciales, porque no tiene sentido cubrir de ricos ajuares a los delincuentes
muertos. Los fallecidos eran seguramente personajes de alto rango (un gran
señor y su harén, por ejemplo), y posiblemente hayan sido sacrificados como
ofrenda a los dioses de las lluvias. Acaso se trató de un sacerdote que no
logró hacer llover. Tal vez un gobernante, al que el derrumbe del orden social
producido por la sequía y las hambrunas subsiguientes condenaron a esta muerte
cruel.
En 1997, una excavación en Cowboy Wash, Colorado,
dejó al descubierto los restos de 24 personas muertas de forma similar, pero
además descuartizadas y con evidencias de ceremonias caníbales. Cowboy Wash fue
abandonado por los Anasazi simultáneamente con las demás ciudades.
Astrónomos
geniales: una supernova estalló en la Nebulosa del Cangrejo en 1054 y los
Anasazi la registraron en piedra en su situación exacta
Los Anasazi no consiguieron, pues, calmar la furia
de los dioses. La lluvia se había ido para siempre, y los obligó a abandonar el
Cañón del Chaco que había sido su hogar durante siglos, dejando al desierto sus
ciudades, y desapareciendo para siempre de la historia.
Sin embargo, los restos de estas infortunadas
personas han permitido establecer su relación sanguínea con los Pueblo
modernos, a través del estudio del ADN.
La aerofotografía muestra la extensión de la red
vial Anasazi, vasta y compleja. Algunos caminos interconectan los pueblos
satélites entre sí, mientras que otros unen estos con las grandes viviendas
excavadas en los riscos. En el centro cultural de Pueblo Alto (algo menor que
Pueblo Bonito) se hallaron grandes montañas de basura Anasazi que incluian
miles de piezas de alfarería. El estudio de los fragmentos y de otros dispersos
ha demostrado que la cantidad de piezas y vajillas excedía en mucho las
necesidades de la población local, lo que ha llevado a los expertos a concluir
que se trataba de bienes exportables.
Un cometa visto
por los Anasazi: una esvástica
Los petroglifos Anasazi son soberbios: el motivo más
repetido es la espiral, que se encuentra prácticamente por todas partes. No
hemos conseguido dilucidar si se trata de una representación estilizada de la
serpiente dadora de lluvia, pero lo profundo de su significado se evidencia de
muchas maneras. Una talla conocida como Espiral de Fajada, ubicada tras de tres
monolitos gigantescos, recibe en su centro exacto un único rayo de sol en forma
de línea, pero solamente al mediodía del 21 de junio, el solsticio de verano. Este solo hecho
demuestra unos conocimientos astronómicos avanzados, absolutamente
sorprendentes para una cultura del sudoeste estadounidense.
Las kivas parecen haber sido templos o sedes
ceremoniales: la más grande y compleja de estas estructuras circulares (La Casa
Rinconada) presenta solo una pequeña ventana de un lado y un nicho en el
opuesto. Este nicho no recibe luz en ningún momento del año, pero a las 12
del 21 de junio un rayo de sol entra por la ventana y lo ilumina en forma
directa.
Impresionante
fenómeno
Es
lógico que todo esto sea así: no es posible una agricultura avanzada sin un
profundo conocimiento de las estaciones y la mecánica del Sistema Solar, pero
aún así, la cultura Anasazi nos llena de un respetuoso temor a medida que la
conocemos más.
El
brutal cambio climático que destruyó a la cultura Anasazi se vio agravado por
la erosión del suelo, un abuso de los árboles que produjo una grave
deforestación, cambios culturales y, posiblemente, la hostilidad de los pueblos
venidos del norte. El mismo período de sequía -y por parecidos motivos-
aniquiló a la cultura de Tiawanaku, a orillas del Lago Titicaca, ubicado entre
Bolivia y Perú.
Los
estudios más modernos sobre los Anasazi establecen que no todos murieron ni
fueron exterminados por los pueblos del norte. Si bien muchos sucumbieron a las
enfermedades traídas por aztecas y españoles, un número no determinado bien
puede haber emigrado a regiones con regímenes pluviales más benignos, como por
ejemplo el valle del Mississippi.
Más viviendas en el risco
El
ataque de pueblos enemigos queda demostrado por el hecho de que los Anasazi
mudaron sus ciudades de las bases de los riscos a las cimas de las mesas
alrededor de 1200. Esto solo podía tener sentido si ocurrió, primero, para
poder observar mejor los alrededores y, segundo, para dificultar el acceso de
un ejército invasor.
Así
los Anasazi, los constructores de la mítica Cibola y otras ciudades
legendarias, los pueblos que en Norteamérica lograron acumular un soberbio
conocimiento astronómico, arquitectónico e hidráulico, comenzaron a difuminarse
para desaparecer por completo.
Actualmente
esa misteriosa pero espléndida cultura vive solo en la sangre de sus
descendientes, los modernos indios de la nación Pueblo.
Tal
vez nuevos descubrimientos y estudios sean capaces de traerlos de vuelta desde
las nebulosas profundidades de la leyenda.