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FICCION BREVE (CUARENTA Y SIETE)Varios Autores |
Daniel Martín y Daniel Cacharelli - Argentina
Como anegado en la contienda de aceptar la confusa sentencia de un designio, despertó, y vio a un jesuita parado cerca de su cama.
¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?
Fue levantando lentamente la vista, hasta los hombros robustos, hasta la capucha envuelta en sombras. Su silencio hacía pensar en catacumbas, conspiración sagrada del martirio, dorso de un calendario que no cesa, nube de arena ensangrentada. A pesar de que la helada serpentina del miedo circulaba arrulladora por su médula, se incorporó, gritándose a sí mismo:
¡No te vayas! No abandones mi pesadilla justo ahora. Quiero contemplar tu rostro. No voy a escapar una vez más.
A medida que se acercaba, en su mente aparecían recuerdos que él siempre había considerado triviales. El eslabón cortado de una siesta. Una vida consagrada al trabajo. Una línea de conducta. Una mujer, dos hijos. Un hábito, tres monjas. Algunas fiestas. Un tren partiendo al amanecer. Una tostada quemada y un estupro. Sólo ahora comprendía que en esos detalles nimios se ocultaba la embalsamada garra de la desolación.
Ni condenes ni absuelvas, sólo observa, y encontrarás en el agrietado espejo de tu vida las preguntas para todas las respuestas. Podrás ser sagaz como el pomelo que espera la risa del cuchillo. Un halo matriarcal de alondra virgen envolverá tus actos, tus esperas. La sombra irremplazable del martillo se romperá en rocío azucarado y ya no habrá más que semillas muriendo de pena entre tus manos.
¡No te vayas! No soy un lengua suelta, me divierto con poco...
No rehúses, sólo observa. Observa como él se acerca a su jesuita, se acerca tendencioso y aterido. El silencio lo abarca, hace ríos de sombra en su alma confusa. Sus labios temblorosos no saben lo que buscan, el terror se requiebra cuando besa el vacío. Las alas de sus ojos se preparan al vuelo, marrones fugitivos de intemperie y olvido, allí adentro está el cielo, la gran noche infinita.
Jamás pensé en salir de la atmósfera, pero crueles circunstancias me llevaron a la disyuntiva de una pesadilla persistente o un insomnio arrogante.
Si una ráfaga nos tornara visitantes, forasteros desnudos en quietud de suicidas, podríamos tomar fugaces instantáneas de un hombre y su pobreza asomándose al hueco de un hábito vacío, donde reina la sombra axial del universo.
Miremos por el hueco donde él se ha perdido. Allí está la Vía Láctea, herrumbrada e inútil, más allá Alfa Centauro y sus brillos de helio, y la estrella gigante con que soñara Vincent, y la Osa Mayor, y las Tres Carabelas. Allá se está enfriando la sopa del zodíaco, acullá los meteoros hipnotizan a Isis, allá va nuestro hombre, abismado de estrellas. Los años luz lo alumbran, lo entalca el polvo cósmico, un átomo de hidrógeno lo persigue de cerca, el viejo Newton ríe, Copérnico despliega su heliocentrismo tibio, sus gritos en la hoguera.
Si algún virus extraño nos tornara científicos, esa tribu enemiga de las huestes del arte que envenena las aguas cristalinas del Tao con la turbia ponzoña de su positivismo, es decir, si invitáramos la razón a la fiesta, podríamos armarnos con telescopio y quena, y escudriñar su ruta de ecuaciones dispersas.
Créannos, nada nos detendría. Calcularíamos su masa, su velocidad, su incertidumbre.
Daniel Martín y Daniel Cacharelli fueron los guionistas más prolíficos del controvertido grupo teatral y cinematográfico "El Escupitajo Producciones", activo en la ciudad de Córdoba (Argentina) en los años 80 y 90 del siglo pasado (e inactivo en los que vendrán). El grupo produjo tres películas y numerosas obras de teatro. Su obra literaria en prosa ha sido rescatada recientemente en el libro Demasiado Inútil es Regalar Veneno (Ediciones del Boulevard, 2007), adonde fue originalmente publicado el relato La metamorfosis sintáctica de los truenos. Actualmente Daniel Cacharelli ha abandonado la palabra para convertirse en mimo, y Daniel Martín disfruta de las ventajas del suicidio en su exilio estético en Australia.
Martin ha publicado en Axxón: LA VIDA ES UN SUEÑO RECURRENTE (190)
Ricardo Manzanaro Arana - España
Bien, y tras este breve resumen histórico acerca del nacimiento y la evolución de la disciplina hasta nuestros días, nos metemos ya en harina, y abordamos el núcleo central, los conceptos básicos de la ergonomía.
La idea esencial que debe regir la labor del profesional ergónomo, la palabra clave, es la de armonización. Se requiere una total compenetración entre trabajador y puesto de trabajo. Si hay cualquier desajuste, por pequeño que sea, entre los dos elementos se producirán los problemas: patologías, lesiones, estrés, disminución de rendimiento y bajas laborables, con las consecuencias económicas y humanas que traen consigo.
Como les he comentado, la ergonomía nació en el siglo XX. Sin embargo, ha sido en el transcurso del presente siglo, gracias a las espectaculares técnicas desarrolladas en múltiples campos, como la ingeniería, la biología, la medicina o la ultramicroelectrónica, cuando la ergonomía ha alcanzado su plenitud. Mediante dicha tecnología ahora podemos no sólo detectar, sino también corregir aquellos aspectos o fallos que ocasionan la falta de sintonía entre trabajador y puesto de trabajo.
Y a continuación realizaremos nuestro primer caso práctico. Por supuesto, esto es una simulación, con finalidad pedagógica, y está resumido. El trabajo de un ergónomo, en cada caso que se le plantea, requiere un tiempo, tanto para el diagnóstico como para la corrección de defectos.
Aquí tenemos a nuestro sujeto. Se llama Manuel y trabaja de operario en una siderurgia, manejando una compleja máquina de soldadura láser. Recordamos la sistemática de trabajo: análisis de puesto de trabajo, detección de fallos y corrección de los mismos.
Comenzamos... Manuel debe permanecer durante el horario laboral de pie, lo cual puede ocasionar a la larga dilatación de las venas safenas y consecuentemente várices. ¿Solución? Extraemos las safenas de Manuel, las sustituimos por conductos de bio-plástico no dilatables, y ya no hay várices.
Muchas horas en esa postura suponen riesgo de bursitis en la articulación de la rodilla... Bueno, pues cortamos y quitamos huesos y meniscos, le metemos un sistema neumático sustitutivo y problema solucionado.
Un trabajo repetitivo como éste aumenta el cansancio y el aburrimiento ¿Qué hacemos? Unos electrodos que inhiban los centros cerebrales del cansancio y estimulen la secreción de endorfinas, y así está más contento.
El manejo de la máquina de siderurgia requiere hacer muchas veces el movimiento de abrir y cerrar la mano izquierda, por lo que puede terminar con molestias y disminución de rendimiento. Pues nada, sustituimos la mano por prótesis mecánica y a correr. Si más adelante cambia de trabajo, la mano mecánica es completamente intercambiable por otra adecuada a su nuevo puesto.
El polvillo de la máquina causa alteraciones capilares, pelo débil o enquistado. Lo mejor producir alopecia total química, y adiós molestias. Además ahora hacen unos peluquines cojonudos.
Los vapores ocasionan cataratas. Extracción de córnea y metemos una lente artificial.
Riesgo de cálculos biliares. Fuera con la vesícula, y ampollitas con jugos biliares sintéticos.
La máquina mete mucho ruido. Tímpanos de metalo-plástico, y así aguanta la de Dios.
El resultado lo pueden comprobar. Una labor profesional sin riesgos. Hemos logrado que el trabajo no ocasione daños al obrero. La ergonomía ha alcanzado su culmen; una perfecta simbiosis entre trabajador y puesto de trabajo.
Ricardo Manzanaro Arana nació en San Sebastián, España, en 1966. Es médico y se ha dedicado a la estética. Es asistente habitual -desde su fundación hace trece años- de la Tertulia de ciencia ficción de Bilbao. Mantiene un blog de noticias sobre ciencia ficción y hasta ahora ha publicado varios relatos, algunos impresos y otros en webs. Este año 2008 lleva la administración de los Premios Ignotus.
Hemos publicado en Axxón: INVOCACIÓN (160), MUTACIÓN (165), DEBATE ELECTORAL (186), RECUPERACIÓN (186), ORGANIZACIÓN (192)
Gabriel Álvarez - Argentina
La cabeza no paraba de darle vueltas, hasta que una de sus mejillas tocó el suelo.
Ahora, solo le falta localizar el resto de su cuerpo.
Gabriel Álvarez es argentino y vive en Morón, provincia de Buenos Aires, Argentina. Estudió en la Universidad del Cine y después trabajó un poco en cine y publicidad, y mucho en televisión. Durante su tierna juventud cinéfila colaboró con el fanzine chileno FOBOS y los portales quintadimension, cineismo, y mabuse, entre otros. Luego, fue redactor publicitario de las señales de cable Space, Europa-Europa, I-Sat, Venus y Playboy TV. En 2004 ganó 1 Lápiz de Oro por la Campaña "Venus 10 años en tu cabeza". Es miembro fundador de la página sobre comics El calabozo del androide y el año pasado fue jurado en la sección de cortometrajes del IX Festival Buenos Aires Rojo Sangre. Actualmente es guionista de Disney Channel.
Sí, del porno pasó a escribir para los niños, true story.
Hemos publicado en Axxón: LOS ANCIANOS TENÍAN RAZÓN (193), SÓLO POR ELLA (194)
Luís Antonio Bolaños de la Cruz - Perú
Mezclé la evocación de una situación bradburiana con un ser creado por Vernor Vinge, para caer en una reflexión sobre los errores provenientes de la incomunicación que, de manera tan prolija e impresionante, nos prodigaba Stanislaw Lem, para obtener este resultado, que supongo condimentado con un leve aroma humorístico, pero que los autores nombrados me perdonen de antemano.
La desesperación me carcome, he dejado pasar un porcentaje excesivo de mi encarnadura sin actuar, ahora la llanura se extiende ilimitada y se han extinguido los ecos de los compuestos orgánicos que identifican a mis congéneres en los sensores. Corro el riesgo de perder no sólo el cuerpo sino la reinserción en la colectividad, mi grupo de bajada debe estar convencido de que no me ha sucedido percance alguno y que debo aportar quince unidades de muestras al cierre del período de exploración. Los accidentes ocurren y los protocolos apuntan a remediarlo, pero hay demasiadas ocasiones en las que lo programado es invadido por el virus de la impredecibilidad y se desmorona sin remedio. Muevo mis seis espéculopatas con puntas metálicas reforzadas para terrenos pedregosos, elevo mi cuerpo medio para que los sensores craneales tengan acceso a la información que se derrama desde los cielos y me lanzo a un trote que pueda llevarme a intersecar alguna de las pistas que mis afines han trazado.
Reflexiono y me susurro que soy el fruto de una herencia, moldeada con dedicación espartana y esfuerzo, plasmada en rutinas, creencias y emociones que constituyen el humus sobre el cual nos rediseñamos y moramos, incansables, mientras renunciamos a las carcasas y las reemplazamos tras cada festival sicalíptico.
Por tales motivos intensos y justificadores, observé las pantallas incrustadas en la dermis de mis hombros delanteros con el ocelo de leer, por las mismas navegaban paquetes de grifos, algunos indicativos, otros sintetizando las condiciones ambientales y sus proyecciones con porcentajes de acierto, pero ninguno comunicacional; también surgía la data condensando mi ánimo en espesores de gracia y disolución, la primera para sentirme identificado con la indagación que me acucia y la segunda para evitar que ingrese en frenesí y galope hasta el agotamiento o el avistamiento de figuras similares. Si ocurre lo segundo no alcanzaré a trasmitir mi organización ceremental y mi huella se disipará, mi olor se perderá y la colectividad se empobrecerá, debo mantenerme enfocado en la primera para extraer inferencias y si tengo que perecer, enroscar en un receptáculo de tejido lo sustancial y algunas ecuaciones derivativas que permitan paliar la pérdida.
Eso sí, no existe motivo para que, por la sensación de temor y soledad, se dispare "la llamada" que nos permite transitar de la forma neutra exploradora a la forma sexuada de existencia colmenar, ya que los recursos de los cuales dispongo abarcan apenas un abastecimiento temporal y muy precario que se reforzaría en el punto de encuentro y entrega de muestras, donde sólo cabe canalizar los residuos en el momento preciso para grabar la duplicación a la cápsula y poder ser transferido.
Mientras troto recuerdo que quedé anonadado por el resplandor que emitió la criatura antes de caer fulminada, fue de una belleza espectacular. Recordaba los programas de emisiones gaseosas coloreadas que expelen las encarnaduras juveniles por los orificios de las espéculopatas, cuando compiten en la dupla de enervarse y aparearse de su primer apareamiento oficial, con jocosidad y persistencia (así los espermatozoos se mantienen activados y las uterinas receptivas). El desplome del ser esplendente eludía su contenido erótico pero reforzaba el existencial, y aunque anduvo silencioso en vibraciones recuperables por sensores fue resonante en implicaciones subetéreas y el impacto sobre la emoción devino potente.
El suceso me inmovilizó. Penetrado por la tristeza transmitida quedé transido y extenuado, casi apagado; por eso ahora la consternación me acicatea y trazo planes para encontrar la ruta de salvación o por lo menos un sitio para transmitir la ubicación donde puedan extraer mi cinta vital. Aun si lo logro tendré que justificar la ausencia de las quince unidades de muestra, pero cuando describa ese momento especial de la extinción luminosa de un ser sentipensante de este planeta (que nuestras revisiones instrumentales daban por deshabitado) me rehabilitaré, tendré un neoolor que incorporar, quizás por los datos, el del postrer superviviente de un sistema planetario... lo que creo que coexistirá valorado como ambivalente y que impedirá mi promoción a una duplicación sucesiva de encarnaduras será mi actitud de "disparar primero y preguntar después".
Lo veo y no lo creo, fuegos artificiales cruzan por la estratosfera, parecen vehículos de reentrada, mecanismos de yo-yo espacial para auscultar las vastas planicies estériles en que convertimos este planeta, ya antiguo cuando lo descubrimos, más viejo aún cuando lo colonizamos y ya vetusto cuando decidimos abandonarlo. Sin embargo las discrepancias entre dos formas distintas de abandono, representativas de los dos intentos de persistir en sus estepas, patrocinadas por empresas distintas muy biológica la una, en exceso mecánica la otra, se precipitaron en combates con armamento tan eficientes y ultrapoderosos que el único que sobrevivió de los equipos de cierre fui yo, por encontrarme en visita espeleológica profunda.
Mi supervivencia se ha arrastrado por un par de milenios gracias a los diversos sistemas de soporte vital que rescaté de los restos de ambos grupos y las existencias de néctores "alargadores" trasegados sin clemencia. No me provoca risa aquello en que me convertido, rechino y emito datos en multifrecuencia y diferente soporte, se acumula un exceso de entropía en mis envejecidas articulaciones y redomas incrustadas o colgantes, que puede ser dramático el día que se disipe. Me dirijo hacia las coordenadas donde apuntó una de las lanzas luminosas. Está bastante cerca de mi refugio y, más rápido de lo que creía, me tropiezo con uno de los nuevos visitantes. Semeja un cangrejo centauro metalizado y encerado, repleto de tatuajes y cuerdas, le llamo la atención alzando mis extremidades y...
Luís Antonio Bolaños de la Cruz es peruano, funcionario de la DINESST (Educación Secundaria y Superior Tecnológica, dedicado a Investigación y Educación Ambiental) del MED (Ministerio de Educación) de Perú, profesor de la UNI (Universidad Nacional de Ingeniería) y UPCH (Universidad Peruana Cayetano Herdia). Se mueve en la intersección entre tecnología y ecología (es sociólogo pero no fanático) y amante no sólo de la historia sino de la literatura, en especial del género de ciencia-ficción.
Hemos publicado en Axxón: LA METAMORFA (168), EL CANTO DEL ANDROIDE (194)
Hemos publicado en Axxón sus artículos: NUEVA DIMENSIÓN: UN PEQUEÑO HOMENAJE (188)
Carlos Daminsky - España
Los zombis se levantaron de su frío reposo, y con sus desgarbados movimientos desarticulados se desplazaron, entre las brumas, rompiendo la geometría funeraria del cementerio gótico. Entre todos aquellos malditos había uno en especial que parecía conservarse mejor que todo el resto. Tanto así que, a excepción de algunas manchas de barro, su traje con corbata estaba casi impecable. Llevaba el pelo engominado peinado hacia atrás y un bigote recortado. El cutis de la cara se le empezaba a poner mórbido, pero aún lo tenía bastante bien. Eso sí, sus ojos eran dos agujeros.
El zombi Paco vagó solo por la avenida de los cipreses, en las que antiguas tumbas mostraban esquelas y fotos de calmados difuntos. "Qué suerte tienen éstos, que no están condenados a errar", pensó. Entre pensamientos cavernosos, vagó por aquí y por allá hasta que se sentó en una losa de mármol lisa y helada. Un grupo de zombis pasó grotesco a su lado, algunos perdían trozos de huesos.
En los altos cipreses cantó una lechuza.
Los cálidos rayos solares le hicieron volver en sí. "¡Oh, no!, ¡mierda!, ¡yo no debería de estar aquí!, tendría que haber vuelto a mi tumba".
Oyó un grupo de voces que se acercaban. Inmediatamente se escondió tras unas lápidas. Unas personas pasaron conversando por su lado.
La sepultura del zombi Paco no estaba muy lejos. Así que tomó el camino de regreso. Se internó por un pasillo de nichos, mirando preocupado que no hubiera nadie. Sus huesos chasquearon, mientras andaba lo más deprisa posible que podía un muerto viviente. Las flores funerarias en las repisas de las losas mostraban su colorido a la luz clara.
Cuando iba a doblar la esquina del largo corredor, se encontró con un grupo de viejas enlutadas que venía de frente. Disimuló, mirando una lápida, a la vez que se tapaba sus ojos huecos. Las ancianas pasaron con lentitud a su espalda. Una de ellas frunció la nariz como si hubiese olido algo podrido.
El zombi Paco, después de caminar ocultándose lo mejor que podía, llegó a su sección del cementerio. Un coche oscuro de la funeraria estaba muy cerca y un ruido de gente le llegaba tras las columnas de nichos. Se asomó por la esquina y miró: Había un entierro justo dos pisos debajo de su tumba. "¡Joder!"
Se fue a aquella parte antigua del cementerio, donde se enterraba antaño a la gente que no era cristiana y a los suicidas. Allí podía estar tranquilo. Sentado bajo un gran pino centenario, le llegó la soledad. El aire que jugueteaba con los hierbajos y arremolinaba la tierra fue testigo. Un arcángel de piedra pedía silencio llevándose los dedos a la boca.
Una pelota roja cayó rodando a su lado. Tras ella, un niño de cara inocente. El zombi Paco intentó esconderse, pero la criatura ya le había visto. Él ladeó la cabeza y devolvió el saludo con la mano. El niño se acercó y preguntó:
¿Le pasa algo señor?
No, no respondió Paco.
¿Seguro? volvió a preguntar.
Te he dicho que no. Oye, no deberías jugar al balón aquí.
Entonces la inocente criatura se burló y le tiró la bola a la cara, y ésta se incrustó en su rostro produciendo un ¡Chof!
El zombi empezó a verter líquido pútrido. El chiquillo se asustó y, llevándose las manos a la boca, salió corriendo.
Paco sacó la bola de su rostro, que ahora había quedado hundido. "¡Lo que me faltaba!"
Pasadas unas horas, regresó a su nicho. Ahora la zona estaba desierta y en calma. El entierro ya había acabado. Agarró una escalera para subir a su lecho pero... Allí había una gran corona funeraria de flores. "¡No, no, no!". Se llevó las manos a su grotesca cara. Habían enterrado al difunto en su sitio. Intentó abrir el nicho, pero una voz desde el interior le advirtió:
¡Eh, este sitio está ocupado! ¡Largo de aquí!
En aquella tarde confusa, Paco tomó un ramo de flores con las que se tapaba si encontraba gente en su camino. Fue rumbo a la casa del enterrador.
¡Buenas! dijo Paco en el mostrador. Vengo a quejarme. Mi nicho ha sido ocupado por otro difunto.
El funcionario tecleaba en su ordenador sin prestarle atención.
¡Buenassss! repitió.
El oficinista se tocó la montura de sus gafas, miró el reloj de la pared y respondió:
Vuelva usted mañana y presente queja por escrito.
El zombi Paco hizo el camino de los muertos durante tres días y tres noches. Así que cuando llegó al nuevo cementerio su figura se había degradado ostensiblemente. Su pelo engominado eran madejas resecas y la cara estaba deshecha, mostrando huesos salidos. El elegante traje y corbata eran harapos raídos.
A los lados de la entrada había dos gárgolas de piedra ennegrecida. Empujó con lo que le quedaba de mano la verja chirriante y pasó. En aquella noche de estrellas perdidas, entró arrastrando las piernas por la grava de la avenida.
Enseguida oyó música a lo lejos y vio luces de focos que parpadeaban. En aquellos instantes perdió una pierna, que se partió de cuajo. Y dando saltitos fue en dirección hacia las coloridas luces.
Al llegar allí, vio una tarima donde un grupo de música tocaba desgarradamente. Y bajo aquella potencia de decibelios bailaban cientos de extraños jóvenes. Todos vestían de negro y tenían los rostros maquillados de pálido. El zombi Paco, animado y aprovechando que iba dando saltitos, se metió en aquella marea oscura. Nadie le hizo caso. Mientras danzaba, miró con sonrisa muerta las muchas camisetas con dibujos de calaveras que vestía aquella juventud.
Carlos Daminsky nació en 1973 y es residente de Alcoi (España). Ha publicados varios relatos en Portal CIFI y en NGC 3660, para agosto se publicará un cuento en la revista digital argentina NM. Se reconoce influenciado por escritores como Poe o Philip K. Dick, y otros como Joyce. También por el surrealismo y Dalí, por poetas como Panero o Gonzalo Rojas. Y las películas de terror góticas y "casposas".
Hemos publicado en Axxón: MATRIMONIO (192)
Mauricio Farfán Durand - Paraguay
No siempre uno está donde debe estar, no siempre uno se encuentra en el lugar indicado.
Voy a contarles el caso de Juan, al que llamaremos Juani desde ahora, como le dicen en su casa.
Juani es un muchacho común, sin ninguna peculiaridad. Es más, es tan común que generalmente pasa desapercibido. Pero ¿por qué Juani pasa desapercibido siempre?... Será que a nadie le extrañan sus prolongados silencios y esa mirada observadora, analizadora, debería decir. Bueno, no a todos deja de llamar la atención. Tenemos a María, muy observadora, a quien sí le llamó la atención Juani, pero no porque se sintiese atraída por aquel joven blanco como la leche, de ojos finos y rasgados, bastante separados uno del otro, con esa nariz que más que una nariz parece una afilada punta de lanza, el mentón muy fino y ligeramente hundido, pronunciando la afilada nariz, un aspecto como diríamos, de sietemesino.
María venía siguiendo a Juani desde hacía un mes, y en este caso, en una reunión de barrio, era una buena ocasión para acercarse y hablar con él. ¿Pero sobre qué?, se preguntaba María, ¿sobre qué le puedo hablar a este chico? No parece tener afición por los deportes, es bastante delgado como para practicar alguno; tampoco parece aficionado a la música, sino estaría con esos chicos del fondo hablando de grupos de rock. En realidad parece que no le gusta nada, ya que nunca hace nada más que observar.
Observar... Esa palabra resonaba en la cabeza de Juani mientras María se acercaba. Sus manos empezaron a sudar y sentía la garganta dura, le costaba respirar, el corazón le latía tan fuerte que en cualquier momento se le escaparía del pecho.
María lo miró a los ojos, luego buscó un punto para fijar la vista, sondeando con rapidez las prendas de aquel joven, aparentemente imperturbable ante el acercamiento. Ella pensó, incluso, que no le parecía atractiva; sería que estaba perdiendo sus encantos, o sería que a él no le gustaban las mujeres.
Sin embargo, el corazón del pobre Juani seguía a mil, a punto de desprenderse de su cuerpo. Los capilares bajo la piel de su rostro permitían el paso de un gran caudal, imposible de esconder a los ojos de un igual.
Claro, María no percibía nada.
María le preguntó cómo se llamaba, en qué casa vivía, y le comentó que ella era prima de Anita, la de la casa 79, y así comenzó a fluir una conversación unidireccional. Juani se limitaba a dar respuestas con no más de tres palabras y con algunos "¡Aja!", "Mmm" y "Ya veo" entre la verborragia de su interlocutora.
Juani estaba peor, ya no sabía cómo disimular la sudoración de sus manos. En un intento desesperado pidió que lo acompañara a tomar aire afuera.
María aceptó la propuesta y pensó que para parecer tímido era bastante rápido, y decidido, y eso le despertó interés.
Mientras caminaban por la manzana, Juani le pidió que le ayudara a buscar unas ramas en el terreno baldío por el que pasaban. Ella aceptó, sospechando las verdaderas intenciones de Juani, impulsada más por la curiosidad que por el interés. Él la condujo hasta el pie de un árbol, la tomó de los hombros y le preguntó por qué tenía tanto interés en él, por qué quería saber qué observaba. Esto la dejó bastante sorprendida, ya que ella no recordaba haber mencionado nada sobre "por qué observa a todos", ella no lo había comentado con nadie.
Él golpeó el tronco con la palma de la mano y le pidió severamente que hiciera silencio, pero ella no había emitido ni una sola palabra. La tomó del cuello, extrajo un pequeño aparato de un bolsillo, y María escuchó un sordo zumbido, corto, pero filoso, muy agudo.
El cuerpo de María cayó sobre la hierba, sin vida, con los ojos abiertos todavía expresando la sorpresa. Jamás entendería por qué. La razón está más allá de la Luna, más allá del cinturón de asteroides, cerca de las estrellas del firmamento, hacia donde, según sus creencias, estaba viajando su alma.
Es una lástima, pensaba Juani. Sin saberlo esta chica podría haber sido una persona muy famosa en su planeta, pero en este momento no puedo darme el lujo de explicarle que estuvo hablando con un extraterrestre, uno de los próximos verdugos de su raza, uno de los futuros invasores del espacio, como los hombrecillos verdes de las absurdas series de televisión... Si supieran estos animales cómo les cocina el cerebro este aparato.
Ah... un momento, no nos culpen, ese invento no fue nuestro, los monos sin pelo lo desarrollaron.
Mauricio Farfán Durand vive en Asunción, Paraguay. Trabaja en una empresa que opera como agente de ventas y/o distribuidora en Paraguay de materias primas e insumos para la Industria.
Diego E. Gualda - Argentina
Un tributo a Bram Stoker, Bob Kane y Edgard Allan Poe
La tormenta sacude los pocos árboles de la cuadra y las ramas bailan empujadas por el viento. Un pájaro oscuro quizás un cuervo, quizás un búho o quizás ni siquiera sea un ave sino un murciélago despliega sus alas entre las nubes y el fulgor plateado de los relámpagos recorta su silueta contra el cielo encapotado. Desde mi sillón, junto a la chimenea, lo veo embestirse contra la tormenta, hacerle frente a la ventisca feroz, perder la estabilidad y estrellarse contra mi ventana.
El ruido de huesos y cristales rotos es ensordecedor. El susto me hace saltar de mi cómodo asiento y mi pipa cae al suelo dejando una pequeña quemadura en la alfombra. No atino a ponerme las pantuflas. En cambio, me acerco lentamente a la silueta que, en una convulsión agónica, mancha el piso con una sangre roja y espesa. La luz de la habitación no es suficiente para distinguir con precisión qué es ese ser desafortunado que tendrá la imagen del piso de mi habitación y mis pies desnudos como último recuerdo de esta vida. Tomo un candelabro de arriba de la chimenea, lo enciendo entre los leños y me acerco con cautela.
Es, tal como lo había imaginado, el murciélago más grande que he visto. Está muy mal herido: tiene un ala fracturada, heridas sangrantes en toda su anatomía y un filoso pedazo de cristal incrustado exactamente en el corazón. Los ojos huecos del animal me miran y me impresiona, aunque tengo la certeza científica de que en realidad no me ve. Envuelto por un escalofrío, le acerco el candelabro a la cara para asegurarme de que realmente está ciego. La luz lo lastima tanto como los cristales, o más. Un chillido agudo y desgarrador brota de su garganta. Un último chillido. Una forma salvaje e instintiva de protestar por última vez contra lo absurdo de la muerte.
No pienso dejarlo, por mucho escozor que me produzca, muerto en el piso de mi habitación. Es demasiado tarde para despertar a la servidumbre, por lo que voy a la despensa personalmente a buscar una pala y un saco vacío para tirarlo lo más lejos que la tormenta me permita.
En la cocina descubro el gran defecto de la burguesía moderna: los sirvientes manejan el hogar y uno no sabe dónde encontrar las cosas más esenciales en su propia casa. Revuelvo la cocina y el depósito del sótano. Hay una palita de jardinería en algún lado. No parece lo suficientemente grande como para levantar al murciélago, pero al menos es sólida. Además, no he sido capaz de encontrar algo mejor.
Seleccionar una bolsa para el cadáver de la bestia es bastante más fácil. En un rincón de la cocina hay una inmensa, de arpillera, que contiene papas. La vacío con violencia en el piso y cargando recipiente y pala subo la larga escalinata de madera rumbo a mi cuarto.
Cuando cruzo la puerta, la imagen me sobresalta. El animal ya no está. En su lugar, sangrando, hay una hermosa mujer de enormes colmillos con un trozo de cristal clavado en el corazón.
Entonces vuelvo a bajar la escalera camino a la cocina. Evidentemente, voy a necesitar una bolsa mucho más grande.
Diego E. Gualda nació en Buenos Aires en 1974. Además de dedicarse a la industria naviera, es periodista y escritor. Ha colaborado en publicaciones como GENTE, CONOZCA MÁS, EL GRÁFICO, RONDA AEROLÍNEAS ARGENTINAS, SOJOURN INTERNATIONAL MAGAZINE, STAR TREK COMMUNICATOR (en español) y LA AUTOPISTA DEL SUR, entre otras; como así también en el desaparecido periódico EL EXPRESO DIARIO. Ha publicado ficciones cortas en distintas publicaciones periódicas y antologías. Actualmente, edita la revista de la Comunidad Argentino-Nigeriana de Comercio, el blog Joven Argentino y es asiduo colaborador de Guía Star Trek.
Hemos publicado en Axxón: EL FAN (162), EL INCIDENTE DE PUNTA MÉDANOS (163), LOS TRES CAVERNÍCOLAS (167), EN CAMISÓN Y EN PANTUFLAS (174), AMANECE (176), TÉ INGLÉS (178), AR2647 (182), ESCENA DE VAMPIRISMO (194), MACABRO CUENTO DE NAVIDAD (194)
Estela Getino - Argentina
Atrincherados, esperamos en silencio. Babu estaba rojo de aguantar la respiración. Le saltaban los ojos. Tres cuerpos éramos. Un solo cruce de miradas nos hubiera quebrado. Miramos hacia arriba. Hacia la tapa de madera llena de maleza que nos protegía. Hacia el cielo que no veíamos. Tan arriba mirábamos, que se nos nublaba la vista.
El jadeo del Jayán llegó desde lejos.
Lo oí. Los oí. Pensé que Babu iba a llorar. Pero aguantó. Me temblaron las piernas. Eran, por lo menos, dos. Los pasos gigantes rebotaron en la tierra, haciendo vibrar la madera que teníamos por techo.
Luego escuchamos el convulso ronquido de la hembra indicando que nos había encontrado.
Cerré los ojos.
En mi cabeza revolotearon los recuerdos. Los pavorosos gigantes. Los escondites tenebrosos. El ruido de los huesos triturándose. Las corridas. Los zarpazos. Los tropiezos y la culpa de andar sobreviviendo.
Llegó el hedor de la sangre vieja. El perfume de la Diosa. Ella estaba cerca.
La tierra vibró.
Se acercaron los Jayanes. Las ramas estallaron como cristales. La sombra que hubiéramos querido ver pasó por nuestro costado. Y se alejó. Lo oímos todo.
Babu miró a Celso.
Respiramos.
Fue una inhalación profunda. Apretando el aire rancio contra los pulmones. Exhalamos. Un pájaro cantó. Luego escuchamos las patas sobre la madera. Después, el picotazo. La tabla crujió. Por un agujero entró luz, como una granada. Babu cerró los ojos. Celso escarbó la tierra. Me vi las manos. Dios, las escamas. Los brazos devorados por membranas pantanosas. Oímos la lejana risa del Jayán. Y su canto vibró en la tierra entera. Babu y Celso me miraron con los ojos helados, que ahora se llenaban de furia.
Estela Getino vive en la ciudad de Buenos Aires, nació en 1971, trabaja en la producción de películas y ha participado activamente en el taller literario Máquinas y Monos de Axxón
Ricardo Acevedo Esplugas - Cuba
A Carmen
Soy el cuerpo de Boby Fossy... No, mejor decir soy el orgullo de Boby Fossy... Aunque creo que usted me entendería mejor si leyera la revista In Corpore Sano o estuviera al día en lo que a fisioculturismo se refiere.
Continuamos. Decir cuerpo perfecto es decir Boby Fossy, decir Boby Fossy es... bueno, usted es seguramente uno de esos enclenques, raquíticos; uno de esos que jamás tomó clases de tenis, equitación, artes marciales, paracaidismo, ¿me comprende ahora? ¡No!
Imagine que usted tiene los requisitos indispensables: dinero, mucho dinero, más dinero. Imagínese consultando con uno de sus abogados (el más caro) que sabe que sólo podrá obtener ese cuerpo por veinticuatro horas (es conocedor, además, de que existe una tarifa especial por tiempo extra). Imagine encontrar el siguiente aviso en las páginas de un megadiario cualquiera.
¿Ha pensado usted en lo aburrido que es llevar toda la vida EL MISMO CUERPO? ¡Síiiiiiiiii, seguro que lo ha pensado!
THE MAGIC BODY CORP. lo apoya a usted al 100 %
Miles de jóvenes, hombres y mujeres subliman su cuerpo sólo para que usted lo utilice.
THE MAGIC BODY CORP.
Cuerpos para toda ocasión.
Todo esto sazonado con una sugestiva foto tridimensional donde se mezclan torneados bíceps, senos perfectos (nada de silicona), el tono justo de la piel. Primero piensas en ese pobre joven (creas para él un nombre imaginario: Boby Fossy) que alquila su cuerpo para obtener ciertas ganancias libres de impuestos. Mientras su mente (alma según la jerga tecnológica) descansa almacenada en algún oscuro banco de memorias.
También recuerdas las terribles historias que rodean a estas transferencias, que hablan de mujeres que alquilaron cuerpos de hombres (y viceversa) buscando nuevos placeres, locas orgías caníbales, vendettas realizadas por anónimos y musculosos cuerpos... Pero tú no eres de ese tipo, tus escrúpulos, la educación meticulosa, son demasiadas barreras para un pobre y escuálido cuerpo... Tú si tienes un propósito para tener el cuerpo de Boby Fossy a tiempo completo, lo cuidarás (quizás mucho mejor que su propietario original), te tomarás algunas copas, hablarás ¡al fin! con la deslumbrante Betty que esta vez no pondrá reparos y todos tus viejos chistes poseerán esa chispa que nunca supiste imprimirles.
Todo ha salido perfecto, pero como una oscura Cenicienta devolverás el cuerpo que te fue entregado a la medianoche, ése fue el trato.
Y piensas en huir de todos (de un cuerpo fláccido y obsoleto que espera por ti), sin saber por qué compras un arma (ya que puedes acceder al conocimiento bélico de ese bendito Fossy), la observas mientras regateas con el vendedor, y piensas que sería muy justo pagar unos añitos más (digamos unos diez o veinte), y que el bueno de Fossy se sentiría muy cómodo en su bóveda mental por otra temporada.
Ha pasado el tiempo reglamentario: los agentes de The Magic Body Corp. te han localizado. Normalmente hubieras lloriqueado y suplicado, pero hoy no, no con ese cuerpo de titán, y los desafías e insultas (aunque siempre has odiado el lenguaje obsceno). Cráneos que crujen como nueces, alguien que da la orden de disparar.
Mas tú sonríes y das las gracias al idiota de Boby Fossy (que nunca pudo compenetrarse con su propio cuerpo de la forma en que tú lo has hecho), y sostienes con firmeza el cañón del arma bajo tu barbilla esperando el impacto que completará la fusión.
Soy el cuerpo de Boby Fossy.
Ricardo Acevedo E. (Ciudad de la Habana-Cuba 1969). Graduado en Construcción Naval y Civil, realizó estudios de periodismo, marketing y publicidad y ejerció de profesor en construcción civil en el Palacio de Pioneros Ernesto Che Guevara de La Habana. Actualmente reside en España. Su trayectoria literaria incluye haber formado parte de los siguientes talleres literarios: Oscar Hurtado, Negro Hueco, Taller literario Leonor Pérez Cabrera y Espiral. Ha sido miembro del Grupo de Creación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Obras suyas han aparecido en las antologías: Secretos del Futuro (Editorial Sed de Belleza-Cuba, 2006), Crónicas del mañana, 50 años de cuentos cubanos de Ciencia Ficción (Editorial Revolución- Cuba, 2009). Ha obtenido diferentes premios de poesía y cuento, entre los que destaca el segundo premio de la Revista Juventud Técnica de Cuba del año 2006, con el cuento Incorpore Sano, primer premio de poesía Casa Canaria de La Habana; Premio especial Dinosaurio de microcuento 2006, y finalista del Dinosaurio de microcuento 2008. Actualmente es director (junto a Carmen Rosa Signes) de la Revista Digital miNatura, que acaba de lanzar el VII Certamen Internacional de microcuento Fantástico miNatura, publicación ésta, que promueve las microficciones del genero fantásticos desde el año 1999; y que también promociona otro certamen de poesía fantástica que este año realizó su primera edición.
Web relacionadas: Revista Digital miNatura, Blog miNatura-Soterrania
Ricardo Axel Casal - Argentina
La Madre Naturaleza necesitaba ayuda inmediata. Tan contaminado estaba el pobre planeta que se requería un enfoque nuevo y drástico para atacar el problema del desequilibrio natural.
El Departamento de Ciencias del gobierno global había dado con la solución y la presentaba ante las autoridades competentes.
Les presento el Dispositivo de Balance Natural dijo el director de ciencias al público presente.
¿Cómo funciona esa caja de metal? ¿Qué es lo que hace? inquirió uno de los jefes gubernamentales de más alto rango.
No es una simple caja contestó el científico. En verdad es un dispositivo de clonación automática a escala que está conectado a la computadora central del gobierno global. La idea es simple, es el mejor enfoque para atacar el problema del desequilibrio ecológico. Esta "caja" se encargará de todo.
El científico puso la caja de metal dentro de un gigantesco terrario que simulaba la ribera de una laguna con vegetación, pequeños insectos y batracios.
Miren cómo trabaja dijo el científico mientras oprimía algunos botones. El dispositivo analiza y detecta la fuente del problema. Concluye cual será la mejor solución y crea por ingeniería genética un nuevo ser que se encargue de resolverlo de la mejor manera posible.
Las demostraciones comenzaron. El científico contaminó con petróleo ese ecosistema en escala. Al instante de la caja emergieron unos pequeños peces que digerían el hidrocarburo y como residuo dejaban agua limpia y cristalina, totalmente apta para ser bebida en ese momento.
Un par de ayudantes movieron la máquina hacia otro terrario. Éste simulaba una plaga de langostas que depredaban los cultivos en su camino. Rápidamente la máquina generó una especie de sapo de boca gigantesca que engulló a los insectos.
Luego movieron la máquina a un tercer terrario, un desierto sin vida. De inmediato surgieron gusanos que comían la tierra seca y estéril y dejaban tras de sí una estela de limo verdoso, apto para el cultivo de numerosos granos.
Varias veces más la caja fue puesta a prueba en diferentes situaciones propuestas por los científicos y la comisión del gobierno global, y una tras otra la caja superó las dificultades con soluciones ingeniosas.
¡Es una maravilla! exclamó uno de los mandatarios.
Los aplausos llenaron el inmenso salón de demostraciones.
Un biólogo con cara de incauto preguntó desde el fondo:
¿No se generaría un nuevo desequilibrio causado por las criaturas que crea la máquina?
El científico paró la demostración y respondió:
No se preocupe por eso colega, las criaturas sintéticas se descomponen al terminar su trabajo. Son simples duplicados efímeros, ni siquiera tienen una organización cerebral compleja, son simples seres con una única misión: resolver el problema y desaparecer. La supercomputadora analiza la raíz del problema, crea los seres que necesita y terminado el trabajo los recicla.
La Junta de Gobierno estaba asombrada, la paz mundial había sido lograda hacía tiempo ya, pero la contaminación a escala planetaria, así como la falta de alimentos, eran los mayores problemas, y el gobierno que acabase con ellos sería idolatrado y recordado por generaciones, que vivirían en un planeta sano.
El proyecto obtuvo la luz verde de inmediato. Crearon miles de cajas metálicas a escala real y las distribuyeron por los confines de la Tierra. El problema era global y había que atacarlo con una solución global y rápida.
Llegó el día esperado. Todo estaba listo, hoy se encendería la máquina.
Cientos especulaban cómo serían los seres que saldrían de cada caja para atacar cada uno de los problemas con que se encontrasen en sus respectivas zonas.
El Departamento de Ciencias se regodearía en los laureles de la victoria.
La hora finalmente llegó. Se presionó el botón que activaba todas las cajas, la supercomputadora tardó unos segundos y finalmente millones de seres idénticos similares a pájaros con picos filosos y grandes dientes cubrieron el cielo como un manto negro.
Los "pájaros" bajaron a tierra cubriéndolo todo y comenzaron a devorar a los humanos hasta que ninguno quedó con vida.
Ricardo Axel Casal nació el 22 de octubre de 1976 en Neuquén, Argentina. Trabaja en informática y tiene estudios universitarios en esa área. En su época de secundaria siempre odió Lengua pero le gustaba mucho Literatura, y ahora puede decir que tiene como hobby tratar de escribir cuentos. Otras de sus pasiones son los viajes y la informática, y desde esta última también trata de aportar su granito de arena para que tantas cosas que gustan a los lectores de Sci-Fi y hoy consideran ficción sean mañana una realidad. Principalmente lee ciencia ficción: Asimov, P. K. Dick (éste es su favorito), Clarke, Fowler, Bisson, Blish, Bradbury, Hamillton, Niven, etc.
Hemos publicado en Axxón: LOS ÚLTIMOS SEGUNDOS (186), EL ÚLTIMO MONSTRUO (187), ELECCIÓN (192), LA MEJOR REALIDAD (192), MEMORIA (194)
Julio Cristino González Cruz - Cuba
Para garantizar que lo insólito fuera creíble, necesitaba que la autenticidad del manuscrito fuera certificada por los expertos, sin lugar a la más mínima duda. El papel, las plumas y la tinta empleada en el siglo XVI para elaborar estos documentos, como es lógico, estaban a mi disposición. Los rasgos de la escritura eran lo que menos me preocupaba, el estilo es inconfundible y se dispone de suficientes documentos manuscritos, de autenticidad satisfactoriamente confirmada, para que se puedan realizar las comparaciones necesarias. Mi preocupación fundamental era lograr pasar las pruebas de antigüedad, que en la fecha en la que pretendo dar a conocer mis escritos tienen un grado de precisión muy alto y pueden detectar las más ingeniosas y sofisticadas falsificaciones. Por ese motivo, después de estudiar detenidamente todas las restauraciones realizadas a la biblioteca de mi querida universidad, decidí escribir dos versiones de mis notas de internauta. La primera la publicaré de inmediato en Lyon. En la segunda escribiré mi verdad, con las palabras de mi siglo, para que no desentone con el resto, y por medio de una persona de toda mi confianza la esconderé en un lugar donde sólo sea encontrada cuando mis palabras sean creíbles. Allí estaré, aquí estoy.
Universidad de Montpellier, Francia, 14 de diciembre del 2047:
En conferencia de prensa efectuada en la biblioteca de esta sede se ha declarado que la versión manuscrita de la Primera Centuria que se ha encontrado al realizar la más reciente restauración del edificio original es auténtica y fue escrita de puño y letra por el propio Nostradamus. Dado el prestigio de esta biblioteca en esta esfera (conserva más de 900 volúmenes manuscritos, de los cuales dos tercios son medievales) este hallazgo, en sí, no sería sorprendente si no fuera porque hace quinientos años el que fue "ornato de su tiempo", en la Cuarteta 94 de la Tercera Centuria, ya hubiera anunciado la celebración de esta reunión. Sin embargo, este hecho no era el motivo principal de la gran afluencia de público. El momento más esperado fue la lectura de las dos primeras cuartetas de la centuria, únicas que difieren de las incluidas en las ediciones realizadas a partir de 1555. La sorpresa expresada por los asistentes tras escuchar estos ocho versos, podrá ser juzgada por los lectores, al conocer la versión que da Nostradamus del método empleado por él para hacer sus predicciones.
I Estando de noche absorto en mi secreto estudio,
sentado, solo, sobre un sillón de bronce:
Se ilumina el espejo mágico, el portal se abre
y en el mundo que vendrá, penetro.
II Del otro lado, una bola de cristal parpadea
y cada pregunta en otras miles consulto
Leo el pasado y en mis notas escribo el futuro
por eso al que es o fue navegante, le dirán vidente y astrólogo.
Julio C. González Cruz vive en La Habana, Cuba, es ingeniero y profesor universitario, un fiel lector y también escritor aficionado con algunos cuentos en su haber, uno de ellos premiado
Yunieski Betancourt Dipotet - Cuba
Aún recuerdo su arrogancia de titanes. Para ellos no había imposibles. Se habían diseminado por todo el planeta y eran fuertes y salvajes, sabios y egoístas. Dominaban la tierra, el mar y el cielo. Ante lo que no sabían se encogían de hombros y decían: ya lo sabremos. Tenían el poder de elevarse sobre las estrellas y caminar sobre ellas. Aclamaban a su líder cuando les decía "Sois como dioses".
Ellos tenían un sueño, una ambición: vivir para siempre. Que la eternidad les fuese una opción. Y sus sabios buscaban ese supremo poder. Y seguros trasladaban montañas y secaban ríos y mares. Ellos hacían que la tierra se estremeciera y les diera sus riquezas. Los animales eran sus esclavos y su diversión. Les gustaba guerrear y con sus armas barrían a sus enemigos. Eran tan sabios que sus armas se movían solas y solas destruían mientras ellos tomaban el té o leían revistas. Les encantaba enseñar a otros hombres. Les decían cómo tenían que vivir. Qué comer o beber. Qué vestir. El bien y el mal.
Oh, sí. Ellos eran sabios y en sus aviones cruzaban el cielo y soñaban con la eternidad. La historia les decía que todo el pasado había sido para que ellos existieran y al oírla se llenaban de orgullo y se iban de cacería. Cada día quedaban menos árboles porque les gustaba hacer libros donde leían lo sabios que eran. Y el día y la noche los sorprendían aprendiendo en sus libros cómo estaban destinados a ser amos de la vida. Se enorgullecían de sus apetitos. Y cada día que se iba se llevaba una raza de animales y eso les gustaba porque nada podía resistírseles.
Sabían predecir ciclones y eclipses, y sabían prevenir terremotos y erupciones. Ellos construían casas bellas y gigantescos edificios. Y los iluminaban volviendo día la noche. Hacían sus propios horarios y disfrutaban la vida. Yo recuerdo cómo jugaban en sus mundos virtuales. Allí sí les gustaba estar, porque no eran tan aburridos como este. En esos mundos practicaban su vocación de dioses.
Así pasaron los años y un día sus máquinas se apagaron, sus luces también. Ya no hubo árboles o carbón, ni petróleo. El sol no atravesaba la capa de humo que cubría el cielo y el aire les quemaba los pulmones y el agua apestaba de tantos peces muertos y tanta suciedad.
Pero ellos sabían que eso no sería un problema. Ellos sabían que estaban destinados a la inmortalidad... pero no la descubrieron a tiempo.
P.D.
Ah, y nosotros no hicimos lo necesario para detenerlos.
POR ESO NOS JODIMOS JUNTO CON ELLOS.
Yunieski Betancourt Dipotet vive en la Ciudad de La Habana, Cuba.
Hemos publicado en Axxón EL SUICIDIO DEL SEÑOR K. (194)
Roberto Attias - Argentina
El ave extendió sus alas y se dejó llevar por la suave brisa, como si fuera una cruz negra flotando en la inmensidad de la nada, recortándose contra el cielo azul e iluminado.
El hombre como un minúsculo error del bosque, parado en el claro, presto para romper la magia de la naturaleza, con su fusil apuntando hacia lo alto.
El cuervo avistó su presencia y dio un aleteo buscando más altura. Aun cuando no era presa de los cazadores el alejarse le daba un margen de seguridad.
La quietud de la mañana se astilló con el disparo al instante en que el ave se sacudió salvajemente y perdió la gracia de sus formas, precipitándose hacia la tierra como un ovillo, dejando una estela de plumas rotas dispersas en el aire, que fueron arrastradas con suavidad por la brisa.
Las botas de cuero embarradas se pararon junto al despojo hundido entre los pastos con una pose grotesca y fatal.
Con el rostro inexpresivo, y sin obsequiarle una segunda mirada mientras revisaba la carga de su arma, se internó en la espesura.
El invierno se tornaba más lúgubre y la tristeza era un eco que se refleja en la floresta, el frío dejaba un lamento gris que se apretujaba entre las ramas y en los nidos de los boyeros que, sacudidos por los céfiros, marcaban el compás como antiguos péndulos de un reloj invisible.
El campamento enclavado en medio del bosque, junto a una sinuosa corriente de agua, era un lugar sucio y desordenado.
El albergue estaba rodeado de huesos de toda clase de animales, algunos aún conservaban pequeños trozos de carne que se corrompían a la intemperie. Al parecer el único habitante de este hediondo lugar había perdido el deseo por la higiene y el respeto por la vida.
Todo el día se dedicaba a revisar las trampas y a buscar todo tipo de ser vivo, que camine, vuele o se arrastre.
En las noches sus sueños lo arrastran hasta la presencia de sus padres y oía nuevamente las historias de los antiguos moradores y de las ancestrales enseñanzas sobre el respeto por la fauna.
Resonaba la voz de su padre cuando le enseñaba siendo niño:
Natalio, hijo, debes aprender que matar cuervos te traerá mala suerte. Igual que todo lo que destruyas sin provecho.
¡Cuénteme más, señor!
No abuses de matar ningún animal, porque de lo contrario la naturaleza te enviará al guardián de todos ellos, que te castigará.
¿Y cómo lo reconoceré? ¿Es un hombre?
¡No, es un animal! El único totalmente blanco, irreal y mágico.
Al levantarse ese día caminó unos kilómetros mientras mascaba un trozo de tabaco negro, eufórico pues iba en busca del dueño de las huellas de pezuñas que había hallado cerca de su ranchada. La marca y la profundidad en la tierra indicaba que pertenecían a un animal formidable.
Estas marcas lo condujeron hasta la boca del gran pozo que estaba en lo más alejado de la selva. Allí, como las fauces desdentadas de un monstruo profundo y milenario, lo aguardaban para tragárselo.
Tras el hoyo había un ejemplar de ciervo con sus astas hermosas y sus ojos brillantes. Era de mayor tamaño que aquellos que había conocido, pero infinitamente blanco: desde las orejas hasta el rabo no tenía ninguna mancha.
Con movimientos cautelosos, para evitar que el animal se espantara, llevó hasta su~ hombro el viejo Winchester 44.40, apuntó con cuidado y disparó un pesado proyectil, en un tiro que él determinó de antemano como muy fácil, a sólo veinte metros.
La bala no dio en el blanco y se oyó astillarse una rama en la espesura. No pudo creer que errara a esa distancia, era irrisorio, y de nuevo accionó la palanca para activar el cerrojo. Luego del martillo partió otro disparo, se perdió entre los árboles. Con cada tiro el animar parecía agrandarse desmesuradamente.
Atónito en el total y más absoluto silencio, oyó una voz de advertencia:
¡Detente y regresa! O tu castigo será permanecer eternamente extraviado en lo profundo de la tierra!
Esto hizo reír a Natalio, que se encaminó hacia el animal, mientras accionaba el fusil para disparar nuevamente, gritó:
¡Deja esas tonterías para los viejos temeroso de las leyendas!
Allí corrió sin ver el sendero, ciego de coraje y de soberbia hacia la muerte, pero pocos metros antes de llegar tropezó con una raíz y cayó de bruces sobre la tierra húmeda; con la sorpresa se le escapó el arma de sus manos, que cayó en lo profundo de una grieta que se cerró con lentitud ante la sorpresa del cazador.
Allí quedó sentado, al pie de un frondoso árbol por un lago rato. Remembró los años de familia y camaradería, que ahora parecían ser historias contadas por otros.
Antes del mediodía se dirigió a la salida del bosque, en dirección al pueblo, distante unas tres leguas.
Abandonó todo sin mirar atrás; un brillo de temor anidó en sus ojos y un tic nervioso sacudió los labios de ese hombre con una cadencia aterradora.
Allí partió su memoria y luego de mucho deambular llegó hasta ese pequeño pueblo, 'Tacuarales', en el que permaneció hasta su muerte sin recordar nada de lo que había vivido.
Hizo su rancho con ramas al pie de un frondoso algarrobo cerca del cementerio y vivió de la caridad.
Todos lo conocieron por el apelativo "el bichero", o "el cuidador de bichos". Desde que se aquerenció allí, todos los días juntaba y protegía a los animales heridos o desamparados de las inmediaciones.
Pero por las noches, al conciliar el sueño, volvía a la pesadilla, atrapado en lo profundo del socavón, persiguiendo un resplandor lejano, entre la tierra pegajosa y las enmarañadas raíces, en el páramo~más profundo del bosque.
Cada nuevo amanecer, y luego de haber olvidado el suplicio nocturno, retornaba a la mendicidad con su lenta parsimonia.
Roberto Attias vive en Fontana, provincia de El Chaco, Argentina. Ha sido nominado al "Premio Iberoamericano en Honor a la Excelencia Educativa 2008".
Julio Cristino González Cruz - Cuba
Lo encontró, en un almacén abandonado, uno de esos raros días en los que, por salir temprano de la escuela y no tener tareas, sus padres le permitieron ir a vagabundear hasta el antiguo puerto. Tenía una pantalla grande, como los viejos modelos de Atari, pero con un solo botón de color rojo, que aunque no estaba señalizado con ninguna flecha, ni letrero en inglés, pedía a gritos: ¡Oprímeme!
Cuando lo hizo, para su sorpresa, la pantalla se iluminó de inmediato y pudo leer: "Dispositivo CT- 401, diseñado para comprimir el tiempo. Indique el año de destino y oprima el botón rojo".
Debajo aparecía un teclado de contacto con los números distribuidos igual que en una calculadora.
Enseguida hicieron efecto las películas de ciencia ficción vistas en la televisión y las muchas horas de juego en la computadora. Automáticamente, se reflejó en su mente la imagen de su hermano, en ese tiempo estudiante de secundaria, con una libreta en el bolsillo, siempre dispuesto a demostrar que era el más grande y fuerte.
No lo pensó dos veces, y tras un rápido cálculo, tecleó cuatro números y oprimió el botón rojo. De pronto se vio con el uniforme de pantalón largo y los conocimientos de los seis años de la primaria en su cerebro. De verdad era efectivo el aparatito, pero bastó que el padre lo mandara a botar una vez la basura y le negara el permiso para ir a una fiesta para que estuviera dispuesto a dar otro salto en el tiempo.
Estaban en orden cronológico; el preuniversitario becado y el servicio militar. Sin embargo, el recuerdo de los cuentos que le hacía su padre de cuando había estudiado en la Universidad de la Habana, donde no se había perdido un estreno de cine, y hasta pasaba las vacaciones en Varadero, lo impulsaron a ser más ambicioso.
Los cuatro números seleccionados lo situaron en el mismo lugar donde había estudiado su padre. Rodeado de bellas jóvenes, y más independiente que nunca, se sintió feliz. ¡Pero cómo disfrutar de esta vida, si sólo tenía diez pesos en el bolsillo!
Con otro salto de cinco años, solicitado a su compresor de tiempo, dejó la Universidad atrás y se ubicó en una oficina, que de sólo verla daban ganas de trabajar. El gerente le habló con claridad. "Ésta es una empresa próspera, tener un salario muy alto e incluso un carro, es sólo cuestión de tiempo". Pero para él eso no era un problema.
Tecleó nervioso los cuatro números definitivos para alcanzar sus sueños. Pero al oprimir el botón rojo todo fue diferente, y ocurrió tan rápido que no alcanzó a ver las estadísticas que indicaban en números rojos el Tiempo real y el Tiempo comprimido transcurridos.
Tan sólo pudo leer el letrero que parpadeaba en el centro de la pantalla: "Tiempo asignado al usuario: concluido".
Después, sólo una gran oscuridad.
Julio C. González Cruz vive en La Habana, Cuba, es ingeniero y profesor universitario, un fiel lector y también escritor aficionado con algunos cuentos en su haber, uno de ellos premiado
Diego E. Gualda - Argentina
Federico me contaba la historia con una sonrisa digna de un nene de diez años desdibujándole la cara, con el codo apoyado sobre el capot de la Ford F-100, mientras yo le despachaba gas oil. Andaba mucho por la Ruta 9, de acá para allá con la chata y, como era un pibe solidario, uno de esos tipos de pueblo, de los que ya no quedan, siempre levantaba a alguno que venía haciendo dedo.
Cuando no era un cana era un empleado del peaje. Cuando no era un mochilero con rumbo a Rosario, era un chacarero tratando de llegar a Buenos Aires; pero Federico rara vez hacía todo el viaje sin alguna compañía que le cebara mate.
Sin embargo, en tantos años en la ruta, nunca había levantado una verdadera... celebridad, por decirlo de alguna manera. El loco me contaba que, saliendo de la Petrobras de Ramallo, "la tierra natal de La Mosca", como a él mismo le gustaba decirle al pueblo, había visto un viejito haciendo dedo sobre la banquina. "Estaba empezando a lloviznar y me dio tanta lástima que le paré", me contaba Fede, extraviando la mirada en la distancia, como reviviendo el momento de gloria. Ni bien el aciano ocupó el asiento del acompañante de la F-100, su improvisado chofer lo reconoció. Petiso, gordito... la barba, el pelo canoso con flequillo... ¡No podía ser otro!
"¡Yo lo conozco! ¡Ud. es Martín Karadagián, de Titanes en el Ring!", le había dicho prácticamente a los gritos Federico, casi saltando en su butaca. "Cuando era chico, no me perdía un solo programa", continuó parloteando descontroladamente, "y mi favorito era El Ancho, Rubén Peuchele... pero siempre esperábamos ansiosos a verlo aparecer en la última pelea y bajarse a alguno de los malos con El Cortito ¡El-Cor-Tito! ¡El-Cor-Tito! ¡El-Cor-Tito! ¡El-Cor-Tito!, gritábamos todos en casa, frente a la tele".
Karadagián le habría dirigido una mirada de ternura ante tanta nostalgia, según me contara. De hecho, la remembranza de esos años frente al Ranser, viendo a la troupe del armenio en la pantalla del viejo Canal 11, me produjo a mí también, por qué no admitirlo abiertamente, una cierta añoranza de mis años de pibe. Fede estaba exaltado con su propio relato y, a decir verdad, no quise interrumpirlo. Y mucho menos como para decirle una cosa así, por lo que lo dejé continuar.
"Resulta ser que el tipo iba hasta San Nicolás", continuó Federico, "a visitar unos parientes, según me contó". Siempre según su relato, habrían charlado animadamente durante los pocos kilómetros que separan la Petrobras de Ramallo de la Esso de San Nicolás, donde lo dejó. "Por favor, no le digas a nadie que me viste, pibe... y gracias por el viaje", me contaba Fede que le dijo el cortito.
Colgué la manguera del surtidor y miré a mi interlocutor con una mirada incrédula. "Fede, querido", le dije, "Karadagián murió hace como diez años".
"Y me debés treinta mangos del gas oil".
Diego E. Gualda nació en Buenos Aires en 1974. Además de dedicarse a la industria naviera, es periodista y escritor. Ha colaborado en publicaciones como GENTE, CONOZCA MÁS, EL GRÁFICO, RONDA AEROLÍNEAS ARGENTINAS, SOJOURN INTERNATIONAL MAGAZINE, STAR TREK COMMUNICATOR (en español) y LA AUTOPISTA DEL SUR, entre otras; como así también en el desaparecido periódico EL EXPRESO DIARIO. Ha publicado ficciones cortas en distintas publicaciones periódicas y antologías. Actualmente, edita la revista de la Comunidad Argentino-Nigeriana de Comercio, el blog Joven Argentino y es asiduo colaborador de Guía Star Trek.
Hemos publicado en Axxón: EL FAN (162), EL INCIDENTE DE PUNTA MÉDANOS (163), LOS TRES CAVERNÍCOLAS (167), EN CAMISÓN Y EN PANTUFLAS (174), AMANECE (176), TÉ INGLÉS (178), AR2647 (182), ESCENA DE VAMPIRISMO (194), MACABRO CUENTO DE NAVIDAD (194)
José Carlos Cortizo Pérez - España
Siento el traqueteo del tren mientras veo el paisaje por la ventana. Campos verdes y extensos con pocos árboles. Blancas ovejas que pastan y duermen son motas en esta inmensa moqueta. Al fondo, el mar. Azul intenso. Intenso como la vida. Sol. Hace sol.
Pero, ¿qué hago yo aquí? Llevo un buen rato mirando la ventana, disfrutando de la soledad del viaje. Pensando y recordando viejos momentos, épocas pasadas, tristes y felices. Pero no sé por qué estoy aquí ¿De qué estación vengo? ¿Cuál es mi parada? ¿Por qué voy en tren si desde aquellos maravillosos años de juventud en los que recorríamos el mundo en tren no lo he vuelto a coger? Sinceramente, esta sensación me desconcierta, pero tampoco siento la necesidad de hacer nada. No quiero levantarme porque, ¿a dónde iría? Además, mi vagón está vacío y me siento tan perezoso que el mero pensamiento de levantarme a ver lo que hay en otros vagones me resulta duro y pesado.
Seguiré disfrutando de este momento, seguiré recordando, permitiendo que mi mente vuele y divague sin rumbo. En mis recuerdos, los malos momentos se me hacen menos agrios que cuando los viví, pero también los buenos se hacen menos dulces. El tiempo lo aplana todo, todo pierde intensidad. Tanto que en la distancia hasta mi vida se me asemeja aburrida. Pero yo sé que no fue así. Ana, mi primer beso, aunque realmente inocente. Siete años teníamos los dos, y por ese beso nos casamos en el patio del colegio con arena en lugar de arroz, imagino que ése es el precio que hay que pagar por hacer una boda barata.
Y aquellos maravillosos dieciocho años. Qué buenas vibraciones me trae recordar mi primer día de clase en la universidad. Todo tan nuevo, tantas ilusiones, tanto por aprender y, también, tanta diversión. Tantas noches que se hacían tan cortas, y tantas mañanas reconvertidas a noches. Discotecas, afters, fines de semana eternos, días que duraban siglos, tantos amigos, tantas compañeras de cama de las que ya ni recuerdo sus caras. Y los amigos. Qué decir de aquellos que han acabado convirtiéndose en mi verdadera familia y me han acompañado a lo largo de tantos años y tantas situaciones.
Miles y miles de recuerdos invaden mi memoria y embargan mi corazón, pero aún así no consigo recordar qué hago en este tren. Qué mala es la vejez, que te acuerdas de lo que deberías haberte acordado hace años y no eres capaz de recordar si hace más de diez minutos fuiste al baño. Noto que el tren comienza a frenar lentamente. Una voz neutra, fría, anuncia que estamos arribando al final de la línea. Me pregunto dónde estaré llegando. Espero que alguien haya venido a buscarme, que mi memoria hace ya mucho que falla, pero seguro que quien sepa que vengo estará aquí esperándome para llevarme adonde tenga que ir.
El termina su frenado. Ya apenas se mueve, por lo que en unos segundos podré bajar de él. Buen momento para levantarme, por mucha pereza que tenga. ¿Habré traído algo conmigo? No veo ningún equipaje cerca, sólo mi bastón y mi sombrero; buenos compañeros desde hace muchos años. Me acerco a la puerta mientras el tren acaba de detenerse. La puerta se abre y veo a una única persona que espera. Una mujer anciana que me resulta muy familiar. Me mira con expresión de llevar mucho tiempo aguardando. Sonríe. Sonrío. Conozco a esa mujer, aunque hace muchos años que no la veo. Pero su perfume todavía inunda mi mente muchas mañanas. Realmente, no la esperaba aquí, aunque deseo bajar y abrazarla porque hace muchos años que la echo de menos. Bajo del tren y me acerco a Montse, el amor de mi vida. Mi mujer. Sus ojos centellean al verme y esa sonrisa que me enamoró embarga todo mi cuerpo. Las lágrimas caen por mis mejillas. Estoy a su lado y la abrazo con todas mis fuerzas mientras cierro los ojos para sentirla con todo mi ser. Tantas y tantas veces soñando con este momento estos últimos años... Hasta resulta gracioso que no recordara a dónde venía. Paro de llorar y abro los ojos para contemplar el letrero que muestra el nombre de esta fría estación. Eternidad.
José Carlos Cortizo Pérez nació en Palma de Mallorca (España) en 1980. En la actualidad, reside en Madrid, donde ejerce como profesor de Ingeniería Informática en la Universidad Europea de Madrid, labor que compagina con la investigación y su puesto de CTO en Wipley. Es un apasionado divulgador de las áreas relacionadas con la Inteligencia Artificial y, por ello, desde hace un tiempo gestiona el blog Sistemas Inteligentes dentro de la iniciativa de los WebLogs de Madri+D. En cuanto a temática fantástica, suele escribir microrrelatos que publica en su blog personal.
Axxón 196 - abril de 2009
Ilustrado por Valeria Uccelli
Cuentos breves de diversos autores (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Varios temas : Varias nacionalidades).