

«De la Tierra a la Luna. El primer proyecto espacial», Marcelo Dos Santos
Agregado en 31 octubre 2009 por admin in 201, Divulgación(Especial para Axxón) – blogs.clarin.com/mdossantos/
La ficción literaria nos ha regalado numerosas expediciones espaciales: desde Luciano de Samosata hasta Johannes Kepler escribieron sobre viajeros del espacio, pasando por Cyrano de Bergerac y el gran Julio Verne.
De la Tierra a la Luna es la más importante obra de la ciencia ficción primitiva sobre viajes al espacio, y serÃa demasiado prolijo (e innecesario, ya que todo el mundo la ha leÃdo) describirla aquà en detalle.
Baste decir que se trata de la primera pieza literaria que intenta analizar, desde un punto de vista absolutamente racionalista y cientÃfico, el tipo de proyecto que se hubiera debido llevar a cabo en la contingencia de querer enviar un vehÃculo a nuestro satélite.
Todos los nombrados intentaron desarrollar -al menos ficcionalmente- distintos tipos de viajes espaciales y todo el mundo los recuerda. Hubo, sin embargo, un hombre brillante que intentó lo mismo, y que, por diversos motivos, ha quedado injustamente olvidado.
De él nos ocuparemos este mes.
John Wilkins nació el dÃa de Año Nuevo de 1614. Hijo de un joyero que falleció cuando él era muy niño, su madre volvió a casarse. Cuando Wilkins tenÃa 13 años, este nuevo matrimonio engendró a su medio hermano Walter Pope, que, andando el tiempo, se convertirÃa en un célebre astrónomo.
Wilkins estudió en Oxford mientras estudiaba teologÃa para convertirse en religioso. Su meteórico ascenso por las jerarquÃas anglicanas lo llevaron a ser vicario y luego capellán, ejerciendo la capellanÃa privada del prÃncipe Carlos Luis, sobrino del rey Carlos I. Cuando el prÃncipe fue elgido para el electorado del Rin, Wilkins lo acompañó y se convirtió en profesor de la Universidad de Heidelberg.

Amigo del anatomista William Harvey (descubridor de la circulación de la sangre y de las funciones del corazón) y del astrónomo Samuel Foster, volvió a Inglaterra. Sus múltiples habilidades intelectuales le granjearon el puesto de director en Oxford, y más tarde obtuvo un alto empleo similar en Cambridge, convirtiéndose asà en el único profesor de la historia que dirigió colegios o facultades en ambas universidades rivales.
Protector del increÃble arquitecto Christopher Wren, que reconstruyó 55 grandes iglesias luego del incendio de Londres, y financista de los trabajos cientÃficos de Robert Hooke (descubridor de la célula), Wilkins pasó su vida rodeado de los más importantes pensadores de su tiempo. Robert Boyle (descubridor de las leyes de los gases que hoy conocemos como Leyes de Boyle-Mariotte), Isaac Barrow (genial matemático, maestro de Newton) y Oliver Cromwell compartieron mucho tiempo con él. Tanto, que en 1656 Wilkins se casó con la hermana menor del polÃtico y militar republicano.
Fundador de la Royal Society, su fructÃfera vida culminó a los 58 años de edad, vÃctima de una obstrucción urinaria provocada por cálculos renales.
Pero al genio de Wilkins se sumó una inconcebible visión de futuro: aunque parezca increÃble, dedicó muchos años de su vida a ¡proyectar la primera misión tripulada a la Luna en plena Inglaterra jacobina!
Se comprende: el siglo XVII se hallaba todavÃa iluminado por los grandes viajes de descubrimiento de Cristóbal Colón, Hernando de Magallanes, Sebastián Gaboto y Francis Drake, y entre los hallazgos de estos y hacer lo mismo con la Luna solo parecÃa haber una cuestión de grado. Si pensamos en los avances cientÃficos logrados en aquellos tiempos por Halley, Newton, Hooke y otros, es fácil comprender que aquellos pensadores del Iluminismo creÃan que el intelecto humano era capaz ya de lograr cualquier éxito que se propusiera. La Luna, después de todo, no estaba tan lejos: apenas a diez veces la distancia recorrida por la expedición de Magallanes.
La invención del telescopio por Lippershey y su inmediata utilización por Galileo habÃan demostrado que el paisaje lunar parecÃa ser muy semejante al de la Tierra; habÃa montañas, habÃa cráteres, habÃa planicies y lo que parecÃan ser grutas, mares y costas.
Para alcanzar esos lugares solo era necesario proyectar un plan a prueba de fallos. Wilkins, creador de la pistola de aire comprimido, inventor del neumático para vehÃculos, del cuentakilómetros y del sistema métrico decimal, parecÃa el hombre ideal para lograrlo.
Cuando tenÃa 24 años, Wilkins publicó un libro llamado «El descubrimiento de un nuevo mundo en la Luna». La idea de viajar hasta allà evidentemente provenÃa de su más temprana juventud. En él, expone la idea más avanzada de entre sus contemporáneos, a saber, que asà como en la Antigüedad los habitantes de una isla ignota creÃan ser los únicos seres humanos sobre la Tierra, del mismo modo nosotros, los terrestres, podÃamos creer equivocadamente ser los únicos habitantes del universo. Tal vez hubiera personas en la Luna, y, si las habÃa, muy posiblemente hubiesen inventado naves espaciales («carrozas voladoras», las llamaba él) porque, de otro modo, ¿cómo habÃan llegado allÃ? «Asà que, tal vez, haya otros medios de transporte hacia la Luna, y aunque pueda parecer una cosa terrible e imposible el atravesar los vastos espacios del aire, no existe duda alguna de que habrá hombres dispuestos a aventurarse a realizar el viaje».
La publicación de los descubrimientos de Kepler sobre la mecánica celeste del Sistema Solar en 1634 y el posterior libro de ciencia ficción del astrónomo alemán acerca de un viaje a la Luna, no sirvió más que para convencer a Wilkins de que estaba en lo cierto y de que el proyecto era factible. QuerÃa descubrir a aquella gente, a la que bautizó con el nombre de «selenitas».

Asà que lo primero que planeó fue la construcción de una nave adecuada para tal periplo.
Decidió que el trabajo no serÃa muy caro: diez o veinte hombre podrÃan, por un aporte per cápita de tan solo 20 guineas, contratar a un buen herrero que construyera el vehÃculo. Pero la velocidad de escape serÃa un gran problema: no olvidemos que Wilkins elucubraba estas cosas medio siglo antes de que Newton descubriera por fin la gravedad. En aquellos tiempos se creÃa que la fuerza que nos mantenÃa atados a la Tierra era una forma especial de magnetismo. Observando las nubes calculó que si su carroza voladora era capaz de alcanzar una altitud de 32.000 metros, se verÃa libre de la atracción magnética de la Tierra y serÃa capaz de atravesar el aire hasta la Luna. SÃ, él creÃa que habrÃa aire durante todo el trayecto, porque el vacÃo tampoco se habÃa descubierto aún, ni siquiera a nivel de concepto.
De modo que, con sus enormes conocimientos de mecánica, diseñó una nave con forma de buque, con transmisión mecánica y un par de alas móviles a la manera de las aves. Para mejorar la sustentación, cubrirÃa las alas con plumas de pájaros capaces de volar a gran altitud como los cisnes o los gansos. La máquina despegarÃa con ángulos bajos, como los modernos aviones, y la propulsión de despegue provendrÃa de un poderoso resorte. Una vez lanzada al aire, la carroza voladora se impulsarÃa mediante un ingenioso motor de combustión interna (el primero en ser concebido) que utilizarÃa pólvora como combustible.

Con respecto a los suministros, Wilkins calculó que no serÃa necesario llevar alimentos. Pensaba que, primero, habÃa numerosos antecedentes de viajeros que se habÃan visto obligados a ayunar durante largos viajes y habÃan sobrevivido. Una vez en los fértiles campos lunares, podrÃan obtener el agua y la comida necesaria. En segundo lugar, era conocimiento común de la época que la sensación de hambre era provocada por el tirón gravitacional («magnético» para ellos, recuérdese) sobre el aparato digestivo del hombre, por lo que, libres del influjo fÃsico de nuestro planeta, los astronautas jacobinos ni siquiera sentirÃan el impulso de comer.
PodrÃan respirar tranquilamente. HabrÃa aire durante todo el camino. Cuando se le señaló que, cuanto más ascendÃa un montañista, más dificultades tenÃa para respirar, Wilkins respondió que, como la cima de la montaña estaba mucho más cerca de Dios que el suelo, era lógico que el aire allà fuese más puro, del tipo que respiraban los santos y los ángeles. El pulmón humano no estaba preparado para él sino para nuestra vil e impura atmósfera, pero que, luego de cierto tiempo de viaje, sus astronautas se acostumbrarÃan y podrÃan respirarlo con facilidad.
El trabajo de Wilkins sobre el viaje a la Luna no fue 100% especulativo: recientemente se han encontrado documentos que prueban que, alrededor de 1654, estuvo investigando experimentalmente sobre el particular, con el auxilio del gran Hooke. Pero, cinco años después, se convenció de que habÃa problemas técnicos y prácticos que tardarÃa muchos años en solucionar, y comenzó a desencantarse de su proyecto. Se le hizo evidente que ir a la Luna no era lo mismo que descubrir América, y, en 1670, concluyó erróneamente que la tarea era imposible. Sus propios descubrimientos astronómicos le mostraron su error de juventud.
AsÃ, pues, en el cuadragésimo aniversario de la conquista de la Luna, creÃmos adecuado rendir este pequeño homenaje al hombre que, con encantadora ingenuidad pero el más sólido basamento cientÃfico accesible en su tiempo, pretendió preparar una misión espacial a nuestro satélite… en pleno siglo XVII.