«Semillas», Melanie Taylor Herrera
Agregado en 31 marzo 2010 por admin in 206, Ficciones, tags: CuentoPANAMÁ |
Fue un invento paradójico y es que acaso ¿no lo son todos? ¿La dinamita no terminó arrancando brazos y sustentando el Nobel de la paz? ¿Cuántos inventores se lamentan en la intimidad de sus laboratorios de que ellos no querían ni esto ni aquello, que buscaban X y encontraron Z? Marco Zappi se lamentó igual que Oppenheimer al ver el hongo de la destrucción bailando fantasmagórico frente a sus ojos. Marco Zappi había inventado el vino. Antes de que empiecen las protestas y más de uno alce su voz para aclarar que el vino ha sido parte del recorrido de la humanidad desde sus inicios, permítanme aclarar que Marco Zappi vivió toda su vida en la colonia Bosques de Cibeles y que, si bien era humano como todos nosotros, no necesariamente la vida en la colonia mantuvo sus lazos con la vida en la Tierra. De hecho, gradualmente, con el pasar de los siglos, la decadencia tecnológica en el planeta de origen y la suspensión definitiva de las comunicaciones, la colonia Bosques de Cibeles perdió todo contacto y prosiguió su ordenada, predecible y autosostenible existencia en algún punto del universo, hasta que toda conciencia del origen fue borrada y relegada a un único mito, el mito de la nave, que contaré en alguna otra ocasión. Quedó así en Bosques de Cibeles una masa uniforme que nunca supo qué era cultivar la tierra, ni esperar por el fruto, o la lechuga o la zanahoria, tampoco conocieron otro líquido que no fuera el agua de los glaciares de la colonia, ni otro orden que el que habían heredado de los primeros tiempos, donde cada persona era convocada a la vida si su existencia tenía alguna utilidad para la colonia y no por el mero placer de dos sujetos de convertirse en padre o madre, y en donde nadie sabía ni de accidentes de tráfico, ni de ebrios importunos, drogadictos, basura ni polución. Quizás piensen que no digo nada nuevo, ahora que los mundos regulados están a la orden del día, casi en cajetas de cereal, para desarrollarlos a donde nos plazca. Veo que algunos de ustedes asienten con la cabeza. Fue así que la comunidad de la cual les hablo vivía de una alimentación muy peculiar, exitosa en su tiempo incluso en esta comuna. Me refiero a las pastillas Ongra. Las pastillitas vinieron a sustituir la alimentación orgánica, siendo combinaciones de laboratorio con todo lo necesario para mantener la nutrición básica de un individuo enviaban un mensaje directo de saciedad a la corteza cerebral, evitando la obesidad, y con un aliciente, recreaban en el paladar el sabor de una comida completa. Así es, se ponía usted esta pastillita en la punta de la lengua y tragándola lentamente degustaba su porción de puerco asado con patatas o una pasta con salsa arrabiata. En Bosques de Cibeles, como ya no tenían recuerdo de las comidas originales, terminaron por quitarles el gusto y simplemente se las tragaban a horas fijas como quien se toma una vitamina. Pero volvamos a Marco Zappi, nuestro héroe, o al menos el héroe de Bosques de Cibeles, y, según algunos, también su antihéroe. Marco fue traído al mundo como reemplazo del único guía del Museo del Mito de Cibeles. Más letras tenía el nombre del museo que espacio, pues consistía en una reducida habitación donde reposaban tres objetos. Exactamente, tres objetos. Un fragmento de la nave que aterrizó en el planeta por vez primera, una caja de semillas varias y una media de rayas blancas y negras. Nadie sabía o recordaba cómo sobrevivieron dichos objetos, pero en fin, se suponía que provenían del planeta Tierra, aunque el interés de los residentes de Bosques de Cibeles en este museo era nulo, y por tanto el trabajo de Zappi, sumamente aburrido. En cinco años, sólo lo había visitado una persona y había sido por error. Sin embargo, por algún motivo desconocido, el Consejo de la colonia no se atrevía a clausurar el museo ni a botar los objetos. Para hacer corta una historia larga, Zappi empezó a leer con cuidado un documento polvoriento que venía con la caja de semillas. Entendió de sus lecturas que éstas eran alimentos, palabra para él sin significado alguno, que debían ser sembradas, cuidadas y cosechadas. La curiosidad lo llevó a sembrar en su espacio asignado. Da la casualidad que el planeta donde Bosques de Cibeles había sido establecido era sumamente fértil ya que en algún momento hubo miles de volcanes que luego perecieron. Los antiguos habitantes de Cibeles, acostumbrados a su dieta de Ongra, nunca se molestaron en sembrar por lo que no sabían de los efectos casi milagrosos de la tierra de Cibeles en las semillas mejoradas terrestres. Zappi cultivó sin mucho esfuerzo manzanas gigantes, tomates rojísimos y uvas de una variedad desconocida. Al principio temía comerlos pero luego, al leer las instrucciones ilustradas del manual con más detenimiento, se atrevió a darles diente. Zappi sintió que el mundo se le ponía de cabeza, no estaba preparado para sentir sabor en sus papilas gustativas. Esto lo llevó a abandonar las pastillas de una vez por todas y alimentarse exclusivamente de manzanas y tomates. El sabor de las uvas no le gustó. Por eso las puso en un balde. Una tarde recibió la visita de una vecina a quien con temor le mostró sus alimentos. La vecina trabajaba como correctora de matrices computacionales. Mordió una manzana y sintió un estallido inconmensurable en su boca. Casi se desmaya y pensó que aquella experiencia era lo más increíble de toda su existencia. Probó unas cuantas uvas y el jugo se le derramaba por las mejillas. Se le ocurrió aplastar las uvas hasta convertirlas en jugo y le pidió a Zappi que lo guardara y no lo botara, para poder beberlo en alguna otra ocasión. Se imaginarán que Zappi y su vecina, llamada Gerundio Ros, andaban muy emocionados con sus descubrimientos, los cuales se les antojaron secretos y decidieron no compartirlos con nadie. Mientras, el jugo de la uva fue fermentándose en el balde y convirtiéndose en vino, como debió suceder en su momento en algún lugar perdido del Valle del Nilo. Nuestros amigos no sabían lo que les esperaba al tomar el jugo que reposaba en el balde. Sintieron un hormigueo en todo el cuerpo, una relajación relámpago en sus brazos y piernas, rieron sin saber por qué, se miraron a los ojos como hipnotizados, se olieron, se jalaron los cabellos, se fueron quitando la ropa y ensayaron un rito de apareamiento sin precedentes, al menos en Bosques de Cibeles, donde el sexo estaba tan en desuso como los alimentos. Al terminar, contemplaron sus cuerpos desnudos y no sabían si gritar, llorar o salir corriendo para avisarle, no sólo al vecindario, sino a toda la colonia, que habían descubierto algo para lo que no existía sustantivo. Sin embargo se controlaron, se dieron una ducha y decidieron convocar paulatinamente a otros a estos extraños y anónimos placeres. De una manera underground, su vino fue expandiéndose por todo Bosques de Cibeles, y hubo quienes de manera instintiva supieron cómo mejorarlo, cómo cosecharlo, cómo añadirle cuerpo y sabor y volvió la humanidad a repetir su historia. La decadencia de Bosques de Cibeles fue injustamente achacada a Marco Zappi y el nombre de Gerundio Ros eliminado de los anales de la historia, que suele ser mezquina a la hora de atribuir inventos. Gracias al vino hubo un cambio de poder en la colonia, pues sus habitantes, luego de experimentar el éxtasis, la ira, el orgasmo, la resaca y todo aquello que los ancestros desearon prevenir, no podían volver a vivir de pastillas Ongra. Fue así que no sólo el vino sino los alimentos volvieron a formar parte de la dieta humana en todas las colonias, incluso de Cibeles, que estas alturas ya había restablecido contacto con otras comunas.
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El saltimbanqui da las gracias y pasa la maquinilla de traspaso monetario mientras su concurrencia aplaude. Su público se diluye en la plazoleta 35 de la colonia Amaurota. Son una de las tantas comunidades que visita el saltimbanqui en su recorrido anual. Además de aprender de otros la historia de la humanidad, contará anécdotas varias, hará actos de magia y, según el gusto de cada lugar, alabará la perfección de su ecología o la justicia social de su Consejo. Marco Zappi tiene trescientos años y presiente que su muerte se acerca. Hay días en que alaba haber sembrado las semillas y otros en que cree haber cometido un error terrible. Pero todos los días extraña a Gerundio Ros, a quien no volvió a ver luego de que su vientre empezara a crecer. Con el tiempo entendió el porqué del abultado vientre, pero no así la ausencia de Ros. Al saltimbanqui le parece posible trazar cada rasgo del rostro de Gerundio, cree poderla alcanzar con la punta de sus dedos. Es una ilusión, se halla solo en una plaza, en una colonia, en algún planeta. Trata de disipar este recuerdo triste, se sube a un transporte intercolonias y, con disimulo, bebe un poco más de la botella de vino que guarda en su morral.
Melanie Taylor Herrera nació en 1972 en ciudad de Panamá. Es psicóloga y musicoterapeuta. Ha ganado varios premios literarios, entre ellos el premio Rafaela Contreras 2009 en cuento de la Asociación Nicaragüense de Escritoras y fue finalista del concurso Artífice 2009 (Loja, España) en poesía. Ha publicado tres libros de cuento: «Cuentos acuáticos» (2000), «Amables Predicciones» (2005), «Camino a Mariato» (2009). Escribe un blog titulado «Cuentos al Garete«, donde se pueden leer algunos de sus microrrelatos y noticias literarias.
Este cuento se vincula temáticamente con IN VINO VERITAS, de Alfredo Álamo, LA MUERTE DE CÉSAR, de João Ventura, LA CAZA DE LA BALLENA, de E. Verónica Figueirido, CICLICIDAD, de Sergio Gaut vel Hartman
Axxón 206 – marzo de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia ficción : Colonización espacial : Panamá : Panameña).