El hombre siempre se ha preguntado por su origen y por el de las grandes realidades que le acompañan. El Universo, La Tierra, La Vida… son algunos de los grandes interrogantes. Y a ellos le han dado repuestas las viejas mitologías, las religiones, la filosofía y las ciencias, cada una desde su perspectiva. Casi se puede afirmar que en gran parte el desarrollo de estas disciplinas de la inteligencia ha estado directamente relacionado con el afán de resolver los citados enigmas.
El Universo es el más estudiado y el menos comprendido de todos estos misterios. Desde las viejas mitologías griegas hasta nuestros días es mucho lo que se ha escrito sobre el tema. Y siempre en la línea de desarrollo del conocimiento señalada por los epistemólogos: del mito a la razón y de ésta a la ciencia: asignándole a la ciencia el papel de criterio rector en la búsqueda de la verdad.
La teoría del “Big Bang” en su etapa actual, divulgada por Stephen Hawking, parece ser la más acertada interpretación del origen del Universo. Según esta teoría toda la materia del universo estuvo inicialmente concentrada en un “huevo cósmico” que explotó y dio origen en su expansión a las estrellas y planetas, a la vida y al hombre. El final sobrevendrá, bien en la etapa final de la expansión en la que el Universo estará “en un estado de desorden casi completo” y en el cual “todas las estrellas se habrán quemado y los protones y los neutrones se habrán desintegrado probablemente en partículas ligeras y radiación”; o en el “Big Crunch”, después de que todo el universo haya recorrido el camino inverso, es decir, el proceso de contracción, y se fusione nuevamente en el “huevo” original. Dos variantes de esta teoría, debidas al físico ruso Friedman, sostienen que el universo se expande tan rápidamente que la atracción gravitatoria no podrá pararlo, aunque lo frenará un poco, o que se continúa expandiendo a una velocidad tal que impedirá al colapso gravitatorio.
Stephen Hawking sostiene que el origen de la vida y del hombre sólo son posibles en la dirección de la flecha termodinámica, que es la dirección del tiempo en el que el desorden y la entropía aumentan y que se sucede en el proceso de expansión del universo en el que estamos actualmente. Afirma que en toda la etapa de contracción del universo no habrá posibilidad de que exista de nuevo la vida y el pensamiento. De suceder tal cosa –dice Hawking- los hijos serían anteriores a los padres y un vaso estaría primero roto en el piso que completo y lleno de vino sobre la mesa (1). El tiempo, en este fantasioso evento, transcurriría hacia atrás, lo cual resulta ilógico para la razón, pero benéfico para la ciencia ficción, que ha utilizado tal recurso en varias oportunidades (2).
Pero ocurre que Empédocles, filósofo griego del siglo V a.n.e., expuso una hipótesis cosmogónica similar a la del “Big Bang” y en ella sostuvo que la vida era también posible en la fase contractiva. Sostuvo que el universo se originó en un punto de materia indiferenciada denominado “Sphairos”, en el cual los cuatro elementos (agua, tierra, fuego y aire) se encuentran fusionados. Por la acción del “odio” tales elementos empezaron a separarse, y luego a combinarse en virtud del “amor”, para dar origen a los cuerpos y al mundo. En esta fase, no obstante las uniones particulares, prima el odio, el cual logra conducir al cosmos hasta un estadio de total separación de los cuatro elementos (“Acosmia”) en donde no es posible la existencia de los cuerpos. En este estadio el proceso se invierte, gracias a la acción del “amor”, hasta retornar al “divino Sphairos”, pasando por otro momento intermedio de equilibrio y lucha de las dos fuerzas en donde nuevamente tienen lugar el mundo y la vida (3).
Sobre el particular de las grandes similitudes entre las dos teorías: la aún mítica de Empédocles y la científica del “Big Bang” me ocupé en un breve comentario anterior publicado en “El Universal” Dominical de Cartagena (octubre 14/90). En dicho comentario resalté las siguientes y asombrosas semejanzas: 1) El origen fusionado del cosmos («Sphairos”, “Big Bang”) y el retorno a una fusión final (“Sphairos” y “Big Crunch”); 2) Los procesos de unión y separación de elementos para formar los cuerpos; 3) La vida como fase intermedia entre el origen fusionado y el fin disperso del universo; 4) La característica señalada de total dispersión de la materia en la “Acosmia” de Empédocles y el límite máximo expansivo de Friedman y Hawking; 5) La teoría del equilibrio y lucha de las dos fuerzas que permite en Empédocles la formación de los cuerpos al combinarse los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua) entre sí y en la ciencia moderna el torbellino generador de las galaxias.
Por lo anterior escribí que Empédocles bien podía tener la razón frente a Hawking al afirmar que la vida era también posible en la etapa contractiva del universo; no obstante la tesis ya señalada de que la vida es generadora permanente de entropía, y la paradoja del tiempo en sentido inverso arriba descrita. Y la razón que tenía para tal afirmación era muy sencilla: Que resultaba insostenible que Empédocles y Hawking coincidieran en todo menos en lo referente al origen de la vida en la fase contractiva.
Para avalar tal fe en el autor de “Las Purificaciones” agregué entonces que no se podía olvidar que fue discípulo de Pitágoras y que, según Heráclides, murió arrebatado por un carro de fuego que era conducido por seres que hablaban con “voces sobrehumanas”; y que fue expulsado de la Liga Pitagórica por haber divulgado los conocimientos esotéricos en sus poemas. Ni tampoco que su maestro, el sabio de Samos, estudió en Egipto, país fundado por descendientes de los atlantes y cuna de la Gran Pirámide “que debió ser un libro de piedra y testimonio de los conocimientos técnicos llegados del cielo”. En síntesis, que la explicación mítica del origen del universo propuesta por Empédocles no era tal sino ciencia pura heredada de algún tipo de conocimiento anterior, bien guardado por los sabios de la época y aprendido en las escuelas de iniciados del Oriente Asiático y el norte de África (4).
Pero ahora se me ocurren otras reflexiones en torno al tema. Desde la perspectiva de escritor de Ciencia Ficción y aficionado a la cosmología, estimo que los defensores de la hipótesis de la expansión infinita no tienen razón ni mucho menos los sostenedores de la llamada “muerte térmica” del universo. En esto coinciden Hawking y Empédocles. El universo se contraerá y en la fase de casi desorden absoluto producida por la entropía ocurrirá un equilibrio temporal de miles de millones de años que será roto por la acción de la fuerza gravitatoria de la materia en estado cuántico y del espacio en el que se sucedió la “gran explosión”, que debió ser, como lo afirman Friedman y Hawking, una “singularidad” en el tiempo real, suficiente para frenar la expansión e invertir la dirección del proceso. El equilibrio, como todo equilibrio, es temporal; el movimiento, la transformación, son eternos; así lo afirman Heráclito, la Dialéctica y la moderna Teoría del Caos. De modo que la fuerza del “amor” de Empédocles (la gravitación, según la ciencia) no dejará de actuar y tarde o temprano pondrá a andar de nuevo el reloj cósmico en sentido contrario.
En relación con la hipótesis de la vida en la etapa de contracción del universo, cabe señalar, con la ciencia ficción, que no sería igual a la nuestra porque ocurriría en un universo que en lugar de disipar, concentraría energía, aunque es perfectamente posible que en alguna regiones haya disipación y que en esta quepan otra vez la vida y la razón humana, del mismo modo que la línea expansiva generada por la explosión original del universo no se contradice con la concentración de materias en esas zonas de cosmos en donde, gracias a ello se han formado las galaxias. Así lo afirma Empédocles. Para él, en esta fase que va de la “Acosmia” al “Sphairos”, la fuerza del “amor” une nuevamente las partículas para formar los cuerpos, en abierta lucha con el “odio”, que tiende a separarlas.
En este último evento (menos del agrado de la CF) y en relación con los seres inteligentes, si los hubiere, las cosas ocurrirían de un modo normal; del mismo modo que al hipotético navegante del espacio que ve transcurrir el tiempo del viaje como si estuviera en la Tierra, y a su regreso constata que han pasado muchos años más de los vividos por él en el interior de la nave. El habitante de ese Cosmos contractivo sabrá que está en él porque no verá el corrimiento del espectro hacia el rojo, como nuestros científicos, sino hacia la banda azul. En lo demás probablemente sea similar a nosotros.
Debo añadir finalmente que creo, como lo sostiene Umberto Eco, que la Ciencia igual que la Ciencia Ficción apuesta en cada descubrimiento o creación a la conjetura y que ésta es filosofía e imaginación (5). Muchas de las opiniones de Hawking en su magistral obra son eso, conjeturas científicas, y no por ello, menos importantes, de allí que comparta su criterio de la necesaria vinculación de la filosofía con la ciencia en la gran tarea de descifrar el origen y fin del universo. En este artículo he querido ser consecuente con tal posición y resaltar la importancia de Empédocles como pensador y sostener que el pensamiento de las civilizaciones antiguas tiene más de un nexo con la ciencia moderna, y que, en temas como el que nos ocupa, debe ser tenido en cuenta como referente metodológico al momento de pensar las alternativas o conjeturas elaboradas para interpretar los enigmas del universo.
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NOTAS
(1) Hawking Stephen, La Historia del Tiempo, Grijalbo, Barcelona, 1988
(2) “2.001, Odisea del Espacio” de A.C. Clark
(3) Capellle Wilhelm, Historia de la Filosofía Griega, Griega, Gredos, Madrid, 1.981
(4) Laercio Diógenes, Vida y doctrina de los grandes filósofos de la antigüedad, (Ediciones Claridad, Buenos Aires, 1947); Atienza Juan G., Los supervivientes de la Atlántida (edic. Martínez Roca, Barcelona, 1.984) y Guirao Pedro, La Protohistoria (Edic. Plaza y Janés, Barcelona, 1.979)
(5) Eco Umberto, CF: el arte de la conjetura. Suplemento Intermedio, Barranquilla, agosto 4 de 1.985
(Publicado en la Revista Institucional CECAR No. 13 enero – junio 1.998)
Muy bueno el articulo, pero es Stephen Hawking (sin «ese: al final).
Se colaron unos errores inexplicablemente, el nombre de la teoría es Big Bang (Gran Explosión) tal y como está escrito en el tercer párrafo y Hawking es sin s final, como está escrito en las Notas de obras citadas y en el último párrafo del escrioto.