Revista Axxón » «El más grande truco del Gran Cavalini», Daniel González Chaves - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

COSTA RICA

 

Decía el rumor que Napoleón Cavalini era el más grande mago de todos los tiempos (aún más que el famoso Hardin, su predecesor). Sin duda, su fama era legendaria y en mi calidad de periodista de la historia del espectáculo decidí investigar sobre el misterioso personaje sin saber que existen secretos que es mejor no desenterrar.

El viejo Teatro La Mascarada era un edificio casi reducido a escombros, derruido y en unas condiciones paupérrimas y lastimeras, pero que parecía aún preservar algo de su antigua gloria del pasado. Como era natural, se suponía que estaba embrujado y se reportaban toda clase de apariciones, ruidos inexplicables y fenómenos paranormales por parte del personal, los artistas y visitantes del local a través de las décadas.

La edificación iba a ser demolida en treinta días y ya casi todo en su interior había sido trasladado a otros lugares. Miles de dólares invirtieron los coleccionistas que querían adquirir muchas de las invaluables reliquias pertenecientes a las insignes figuras que alguna vez se presentaron en dicho teatro y de las cuales, el Gran Cavalini fue una de las luminarias más importantes.

Claro que su verdadero nombre no era Napoleón Cavalini sino Moisés Abrahamovich pero, por atinados motivos escénicos, lo modificó y poco a poco comenzó a ganarse una reputación emblemática como mago ilusionista a principios del siglo XX. En el interior del viejo edificio de aspecto lóbrego y sombrío me atendió la anciana gitana Radula quien trabajó como bedel del teatro por muchísimos años, y ahora que éste iba a ser destruido emigraría hacia su natal Rumania a pasar sus últimos años con su familia. Pero antes aceptó relatarme los secretos crípticos de una de las más destacadas figuras de la prestidigitación.

—Sí —me decía con fuerte acento rumano—, conocí al viejo Cavalini. Fue el más ambicioso sujeto que he conocido.

Radula dormía en los camerinos que aún mostraban algo del mobiliario que sobrevivió al saqueo de entusiastas coleccionistas. Su cama, sobre el suelo, estaba al lado de uno de los tocadores cuyo espejo estaba enmarcado con estereotípicas bombillas. Allí se sentó la cíngara a relatarme su historia y señaló hacia un enorme afiche pegado en la pared. Era una vieja valla publicitaria que mostraba la foto de Napoleón Cavalini y su bella asistente, preparados para realizar el clásico truco de la tortura de agua china.

Cavalini era un tipo que vestía todo de negro, con sombrero de copa, pelo largo rizado y una gruesa barba que, según me indicó Radula luego, era falsa. Su nariz era alargada y su cuerpo de aspecto algo regordete y patizambo. Su asistente, en cambio, era una bellísima mujer de cuerpo esbelto, largos cabellos rubios ondulados y ojos azules, que vestía un provocativo traje típico, escotado y con una minifalda de encaje, y cuya espléndida belleza debía ser uno de los principales ganchos del espectáculo.

—¿Cómolograba Cavalini realizar sus asombrosos trucos? —consulté—. Que aún hoy muchos no logran explicar.

—Ciertamente, no es lo que la gente piensa…

 

Mediante la pintoresca descripción de Radula pude casi transportarme a aquella época en la que recién comenzaba el siglo pasado. Vehículos automotores de principios de siglo y carruajes tirados por caballos todavía desfilaban por las calles sin pavimentar que rodeaban el insigne teatro. Multitudes de hombres y mujeres de la época, engalanados, se aproximaban a la taquilla para adquirir las entradas para un inolvidable show de burlesque que incluía los trucos mágicos.

Claro que Cavalini no siempre había sido tan famoso: él y su asistente, llamada Alda, se habían dedicado por muchas temporadas a batallar por oportunidades en teatros prestigiosos. Pero habían acumulado una buena reputación trabajando en teatros pobres, burdeles, cantinas y otros antros de mala muerte.

En una ocasión, Cavalini y Alda hicieron una demostración para el dueño del Teatro Luxor en la Avenida Central. El sujeto, que se llamaba Felipe Goziaga y era calvo y con sobrepeso, se sentó entre las bancas del escenario para contemplar la muestra.

—¡Bienvenidos,damas y caballeros! —anunció Cavalini, aunque el teatro estaba vacío salvo por Goziaga— ¡Ante ustedes se materializará la magia más pura del Universo! ¡Preparen sus sentidos para ser testigos de las maravillas y los milagros del Cosmos! Ahora, le pido a mi hermosa asistente que por favor se coloque debajo de esta ganzúa.

Alda, que tenía las manos encadenadas, obedeció y pronto, por orden de Cavalini a los tramoyistas, fue elevada sobre el escenario y colocada encima de un aro circular al que Cavalini encendió convirtiéndolo en un anillo de fuego. Tras hacer unas cuantas elucubraciones mágicas puramente simbólicas, gritó «¡Abracadabra!» y los tramoyistas soltaron a la muchacha que cayó dentro del círculo. Al mismo tiempo, un juego de humo y chispas obstruyó la vista del espectador y la muchacha pareció desvanecerse en el aire al caer dentro del círculo.

Goziaga bostezó.

Cavalini intentó un nuevo truco, también clásico, en el cual colocaba a Alda dentro de una especie de rueca giratoria. Mientras la muchacha giraba a velocidades vertiginosas se encargó de lanzarle flechas que aparentaban atravesar la rueca dejando a su asistente intacta. Goziaga continuaba sin mostrarse entusiasmado.

Entonces Cavalini intentó su, hasta ese momento, mejor truco. Introdujo a la joven en un ataúd y, tras una serie de aspavientos supuestamente esotéricos, cruzó la estructura con afiladas espadas en forma de equis y luego introdujo una quinta espada en la parte superior, haciendo al ataúd inhabitable, pero, tras unos cuantos movimientos más, removió las espadas, abrió la caja y la asistente emergió ilesa.

Tras esto, Cavalini y Alda hicieron una reverencia para su público unipersonal, y luego se reunieron con Goziaga en su despacho…

 

—Pues en efecto suena a que hacían trucos muy conocidos —interrumpí la narración de Radula— pero aún así se escuchan impresionantes.

—Todos los trucos descansaban en las capacidades físicas y atléticas de Alda —me explicó la anciana—, de no ser por ella no eran posibles. Ella y Cavalini ensayaban por horas y los ensayos eran muy peligrosos. En una ocasión la rueca giratoria se soltó del mecanismo central y Alda cayó al suelo, quebrándose un brazo y una costilla. Cuando era suspendida en el aire y soltada sobre el aro de fuego (la desaparición era simulada por un espejo) ella debía caer en el interior del círculo incandescente a riesgo de quemarse si el tramoyista no la suspendía con exactitud milimétrica, o de estrellarse contra el suelo. En realidad había una puerta bajo el círculo encendido, como expliqué, cubierta por un espejo, y ella podía caer sobre un colchón pero requería de gran capacidad física para no golpearse.

»Pero, hasta ese momento, el truco más peligroso era el de la caja y las espadas. Ella se acurrucaba como una contorsionista en un espacio minúsculo y debía dejar que las espadas pasaran casi rozándola. Durante los ensayos sufrió varias cortaduras.

—¿Yqué dijo Goziaga?

 

—Lo siento mucho —les anunció Goziaga en su despacho— pero no veo que usted aporte nada nuevo al espectáculo, señor Cavalini.

—¿Nada nuevo? —respondió el mago, ofendido— ¡pero si estos trucos son muy talentosos y difíciles de hacer.

—La gente necesita más que trucos ordinarios de carnaval. Este teatro requiere de verdaderas ilusiones espectaculares y me temo que es usted un advenedizo. No puedo arriesgarme realmente a darles una oportunidad profesional en esas condiciones.

—¡Piénselo bien, por favor, señor Goziaga! —suplicó Cavalini—. Le prometo que nos esforzaremos en hacer cosas aún más complicadas y riesgosas…

—No tengo nada que pensar…

Cavalini guardó silencio un tiempo y luego dijo:

—Tal vez mi asistente Alda pueda… convencerlo mejor que yo, en privado.

Alda observó a Goziaga sonriente y seductoramente y el productor se reclinó en su asiento y se acarició la barbilla, pensativo.

—Los dejo a solas… —anunció Cavalini, esperanzado, y dejó el despacho.

 

—Poco después de eso —explicó la anciana— Goziaga los contrató. Sin embargo, Cavalini y Alda comenzaron a planear nuevos trucos con intrincados mecanismos de ingeniería.

»Y en efecto, las nuevas funciones de Cavalini eran tremendamente elaboradas. Tenían un truco en el cual Cavalini encadenaba a Alda de pies a cabeza y la sumergía en agua helada para después hacer desaparecer el tanque, en otro la introducía en una jaula como de pájaro que luego cubría con una sábana negra y, al retirar la sábana, se convertía en media docena de palomas, y en otro truco la hacía levitar dentro de un cofre dorado.

»Pero el truco más impresionante era el que hacían al final, si bien era uno muy trillado: la mujer aserrada.

»Cavalini colocaba a Alda maniatada y amordazada dentro del típico cajón rectangular y le pasaba una sierra por el vientre. La joven empezaba a gritar y gemir desesperadamente, para horror de la audiencia, y la sangre comenzaba a brotar de entre las rendijas del cajón. Las espectadoras solían gritar y cubrirse el rostro, y más de un heroico sujeto le ordenaba al mago que parara. Cavalini, con rostro sádico, separaba los dos pedazos del cajón mostrando lo que parecía ser un cuerpo cercenado y luego lo volvía a cerrar y, tras algunos movimientos de su varita mágica y una serie de efectos luminosos producidos por bobinas eléctricas, abría el cajón y de él emergía Alda, tan bella como siempre.

 

—Suena realmente increíble —le dije—, ¿está segura de que era así?

—Vi el truco por primera vez a los seis años —me explicó— cuando mi padre trabajaba como tramoyista en el Teatro Luxor y nunca podré olvidarlo. Observé la traumática imagen desde bastidores y pude escuchar la sierra cortando carne, tendones, músculos y huesos.

»Similares versiones hacían de la caja con espadas y del aro de fuego, en todos los casos, Alda estaba atada y amordazada y fingía resistirse. En el caso de la caja con espadas también se veía la sangre brotar, mientras que en el aro de fuego, una vez que la dejaban caer, desaparecía de la vista y poco después reaparecía en un palco o a espaldas del público en cuestión de segundos.

—Pero era un truco… ¿Qué pasó después? ¿Se le abrieron nuevas oportunidades a Cavalini?

—Él se encargó de hacerlo de la misma forma que hizo con Goziaga; usando el cuerpo de Alda. Prácticamente la utilizó con todos los dueños de teatros y empresarios artísticos de la región. Lo que ellos no sabían era que Alda era la verdadera genio detrás de todo. Era ella la que diseñaba todos los sistemas mecánicos utilizados en las ilusiones y fue ella la que pasó noches en vela estudiando libros de ingeniería; el cofre volador, la jaula de las palomas, el tanque de agua que desaparecía, todos esos trucos eran producto del ingenio de ella.

—Pero no entiendo. Si Alda era la que diseñaba los trucos mecánicos, la que soportaba todo el esfuerzo físico en los espectáculos y la que se acostaba con los productores por oportunidades laborales, ¿para qué necesitaba a Cavalini?

—En esa época no se había escuchado hablar nunca de una mujer maga. Sin un hombre a su lado que fuera la cara visible, Alda no podía sacar fruto de su belleza, inteligencia y de su condición física. Si Alda quería ser millonaria debía sacrificarse y permitir que Cavalini se llevara todo el crédito.

—Entiendo. ¿Qué pasó después?

 

Cavalini se hizo, efectivamente, famoso. Su reputación se extendió por todo el país e incluso pasó a ser internacional, realizando giras regionales. Aunque acumuló una pequeña fortuna, continuó siendo ambicioso.

Todos sabían que él y Alda eran amantes. La misma Radula en alguna ocasión espió por los agujeros del camerino y los observó haciendo el amor. Una conocida broma entre los tramoyistas era que las esposas que Cavalini le colocaba a Alda durante el truco del tanque de agua tenían otro uso más erótico en las noches. Sin embargo, la fortuna hizo que Cavalini tuviera otras muchas amantes, entre ellas la famosa vedette Bridgitte de la Garza, la hermosa cantante de ópera rusa Olga Oskaya, la cantante de música popular Eduardina Centeno y la hija del embajador estadounidense Gillian Watson, entre otras.

Esto por mencionar sólo a las amantes de alta sociedad de Cavalini, quien solía divertirse de lo lindo con cuanta bailarina, desnudista y prostituta lograba caer en sus manos.

La fama de Cavalini continuó en meteórico ascenso. Tras sus giras internacionales realizó tres presentaciones exclusivas en el prestigioso Teatro Tortós, uno de los más elegantes y célebres teatros de la época, que luego sería rebautizado con el nombre de un famoso tenor. Las localidades se agotaron rápidamente…

Debido a esta fama y a la necesidad de innovar, Cavalini anunció que realizaría el más grande de todos los trucos en la historia de la magia.

 

Una audiencia multitudinaria como pocas veces se había visto colmó el Teatro La Mascarada la noche en que Cavalini realizaría su gran truco. Se dice que no cabían en el interior del local.

—Damas y caballeros —anunció el ilusionista, emergiendo de entre las más absolutas sombras hasta donde la candileja emitía algo de iluminación—, lo que voy a mostrarles hoy es quizás el más dramático truco mágico que alguna vez se haya intentado. Lo aprendí del ya épico mago Hardin, quien a su vez lo aprendió de un hechicero chino llamado Shuan-Qui, quien a su vez lo aprendió de un alquimista tibetano cuyo nombre se ha perdido en la historia. Lo que verán hoy es magia pura. No es un truco. No es una ilusión. ¡Es genuina y auténtica magia!

»Es por eso que les pido guardar absoluto silencio, ya que lo que van a contemplar se mete con fuerzas poderosas y sobrenaturales muy, muy peligrosas.

Dicho esto y generando un profundo temor en las personas, el ilusionista se preparó para su truco. El proyector iluminó una estructura misteriosa ubicada en la parte central del escenario, conformada por una cámara metálica del tamaño de un refrigerador moderno, con extraños grabados esotéricos, y flanqueada por dos enormes bobinas de Tesla.


Ilustración: Laura Paggi

En cuanto Cavalini realizó los aspavientos adecuados, los transformadores electromagnéticos comenzaron a generar una fuerte corriente eléctrica plateada que convergía en el medio de la gigantesca cámara. Y, como era costumbre, dentro estaba encadenada y amordazada una reticente Alda.

Realizando nuevas gesticulaciones supuestamente mágicas, Cavalini se giró frente al público a la derecha del arca y dijo:

—¡Abracadabra!

Y los chispazos eléctricos invadieron toda la estructura. Alda profirió ensordecedores gemidos y comenzó a desvanecerse gradualmente, volviéndose transparente como un ente fantasmal, mientras mostraba agónicas contorsiones hasta que, finalmente, desapareció sin dejar rastro alguno frente a las miradas atónitas de los espectadores.

 

—¿Y regresó? —pregunté.

—Sí. Después de que el público tuviera algunos instantes de asombro, la maquinaria se accionó de nuevo y de entre los rayos eléctricos volvió a surgir la hermosa Alda, intacta e incluso sonriente, para recibir los aplausos en los que estalló la gente.

—¡Naturalmente! ¿Y cómo funcionaba el truco?

—Su funcionamiento desentraña el peor de los secretos. Quizás no debería contárselo, pero la verdad es que estoy vieja y me quedan pocos años de vida y creo que es hora de que alguien lo sepa.

 

Radula era tan sólo una niña cuando, mientras jugueteaba entre los telones, escuchó a la pareja pelearse en sus camerinos, así que se dirigió rápidamente a espiar a través de una ranura en la pared.

—¡… no puedes hacer esto! —clamaba Alda— ¡No después de todo lo que he hecho! Cada vez que resulté herida fue por culpa de tu incompetencia y porque no hiciste bien las cosas…

—¡Sabías bien que habría muchos sacrificios! —le recordó, enfurecido, Cavalini.

—Sí, claro, como si tú te sacrificaras mucho, recuerdo que era yo la que tenía que sacrificarse en la cama de los empresarios y no tú.

—Según me parece, yo era un simple malabarista sin interés en la magia hasta que me convenciste de ser tu títere. Claro, fui el único que aceptó las condiciones tan terribles que implicaba el trato. Pocos tendrían estómago para hacer lo que hacemos. Pero ya has envejecido un poco y tu atractivo ha disminuido; lo siento, pero ya te reemplacé por otra asistente.

—¡Hijo de perra! ¡Maldito! —le reclamó, con lágrimas en los ojos e invadida por una furia histérica— ¡Traidor! ¡No lo permitiré!

Justo entonces Alda se le abalanzó con ansias homicidas, pero Cavalini reaccionó rápidamente y la golpeó con fuerza. Su puñetazo hizo que la mujer cayera sobre el cajón rectangular usado en el truco de la mujer aserrada sobre el cual descansaba la afilada sierra. Alda cayó al suelo junto con el cajón y la sierra, que le rebanó el cuello, matándola.

Cavalini llenó el cuerpo de Alda de licor, introduciéndole algo por la boca, y a la mañana siguiente todos supusieron que simplemente se había emborrachado y tropezado, dándose muerte accidentalmente. Claro que Radula sabía la verdad, pero no diría nada.

 

—¡Qué horror! —lamenté— y qué injusto. Pero no me ha dicho cómo funcionaba el truco.

—Ah, eso lo supe algunos días después…

 

Ya Cavalini comenzaba a ensayar los trucos con su nueva asistente, una chica tremendamente atractiva, pelirroja y mucho más joven que Alda en el momento de su muerte.

La pequeña Radula se encontraba jugando con los conejos que guardaban en el camerino para realizar trucos clásicos. Cuando escuchó las voces de Cavalini y su nueva asistente buscó un escondite dentro de la caja de las espadas junto a uno de los tiernos conejos perfectamente blancos, y desde allí escuchó todo lo sucedido.

—Ven, ven, primor —le decía, zalamero, el ilusionista a la pelirroja—, te mostraré el verdadero secreto de la magia, pero recuerda que debes ser absolutamente hermética respecto a esto.

—¿Qué significa hermética?

—¡Que guardes silencio! Tu predecesora era una mujer brillante e ingeniosa. Ella diseñó casi todos los mecanismos que usábamos en los trucos. Pero, ciertamente, su más grande invento fue éste. —Le mostró la extraña estructura con la cámara rectangular y las dos bobinas de Tesla—. ¿Sabes cómo lográbamos hacer la ilusión de que la aserraba en dos con todo el mórbido efecto de sonido y sangre? ¿O cómo sobrevivía a la caída desde una altura vertiginosa sobre un círculo de fuego? ¿O como sobrevivía a ser atravesada por espadas dentro de una minúscula cajita?

—No.

—¿Sabes lo que es un universo paralelo?

—No.

—Pues yo tampoco lo sabía hasta que Alda, que en paz descanse, me lo explicó. Cada vez que tomamos una decisión hay dos alternativas. Pues, según algunos científicos, ambas alternativas se cumplen pero en dimensiones diferentes.

—No entiendo.

—Es muy sencillo —bufó, frustrado—. ¿Por qué crees que te contraté como asistente?

—Porque dormí contigo.

—Sí, pero había otras muchas que también lo hubieran hecho. Hay algún universo donde contraté a la oriental de pelo negro en vez de a ti.

—¿En serio?

—Sí. Es un concepto revolucionario y nuevo que apenas están investigando. De alguna manera, Alda descubrió la forma de atraer gente de un universo paralelo a otro. Con sólo accionar esta máquina la persona que se encuentre en medio de las dos bobinas desaparece. La verdad es que la cámara con los símbolos grabados no sirve para nada: el verdadero motor del aparato es éste. – Le mostró un extraño objeto mecánico que asemejaba un radiador mezclado con una radio y un fonógrafo, de hecho, tenía dos tubos, muchos bulbos brillantes y una especie de primitiva antena de radar—. Bastaba con que Alda se colocara en medio de los dos generadores y que se accionara el motor para que ella desapareciera y en su lugar llegara una doble idéntica de otra dimensión. Era esta doble la que era suspendida sobre el aro de fuego y luego dejada caer a su muerte, o era introducida en la caja y atravesada por espadas, o la que era aserrada viva. Luego, yo accionaba de nuevo la máquina, y la Alda de este universo regresaba, naturalmente ilesa.

—¡Qué horrible!

—Sí, al principio pensé lo mismo, pero uno se acostumbra.

—Pero aún así, suena espantoso… ¡Con razón Alda siempre aparecía atada y amordazada al ser introducida al truco!

—Correcto. Claro, no lo hacíamos durante los ensayos ni durante los trucos más sencillos. Ella tenía un verdadero talento para la magia. Ahora es momento de que probemos la máquina contigo.

La muchacha estaba recelosa, como era lógico, pero la gran cantidad de dinero que auguraba ser la asistente de Cavalini la terminó por convencer. Cavalini la encadenó a la cámara rectangular y accionó el dispositivo interdimensional.

Justo entonces, una grabación con la voz de Alda fue emitida por el aparato:

—Si estás escuchando esto es porque he muerto, y sin duda, por tu mano. Siempre sospeché que me traicionarías. ¡Pero bueno! Debo advertirte que el uso de mi máquina no es tan sencillo. Cada noche mi persona ingresaba un código de acceso (que sólo yo conozco) a la terminal del sistema, el cual modulaba la cantidad exacta de energía necesaria para hacer la transferencia entre universos. Si ese código no es introducido diariamente, el sistema está programado para tener un efecto bastante devastador. ¡Tranquilo! No va a explotar. Matarte sería demasiado sencillo. Verás, hay diferentes dimensiones y una alteración en la composición molecular del cuerpo te permite trasladarte entre ellas pero, si dicha adecuación en la vibración no se hace con exactitud absoluta… bueno… el cuerpo afectado quedaría atrapado entre dimensiones por siempre.

»Creo que ése sería, sin duda, el más irónico castigo para ti. Jamás podrás disfrutar de la fortuna y la reputación que acumulé yo con mi esfuerzo. Quizás yo esté descansando en paz, quizás no, pero sin duda, tú nunca lo harás…

Y luego se escuchó una tétrica risa seguida de una explosión de energía electromagnética que cubrió todo el ambiente aledaño a la máquina. Radula se encogió, asustada y temerosa, y abrazó al conejo.

Cuando abrió los ojos de nuevo y enfocó la mirada hacia donde se situaban el mago y su nueva asistente notó que ahora eran muy diferentes. Se habían transformado en figuras fantasmagóricas e insustanciales a través de las cuales pasaban la luz y los objetos sin problemas. La muchacha —condenada fatídicamente al mismo suplicio que Cavalini— ya no estaba encadenada pues su cuerpo atravesaba el metal, y ambos se encontraban discutiendo aterrados, aunque no podía escucharse ningún sonido salir de sus bocas. Radula los observó atónita y, cuando notaron su presencia, intentaron vanamente hablarle y tocarla, pero la niña no escuchó ni sintió nada; sólo veía a dos espectros translúcidos.

Aterrada, Radula escapó de allí a toda velocidad, con todo y conejo.

 

—¡Ay,por favor! —desdeñé, incrédulo— ¿No esperará que le crea esa historia?

—Por eso es que dicen que este teatro está embrujado y se pueden ver los fantasmas de Cavalini y su asistente pelirroja. Pero yo sé que no son fantasmas porque no están muertos realmente… Bueno… aunque no sé si pueda decirse que están vivos. Me pregunto qué será de ellos ahora que destruyan el teatro.

—¿Y la máquina de Alda?

—Uno de tantos coleccionistas la compró.

—Disculpe que sea escéptico hacia esta historia.

—Bueno, si no me cree, puede quedarse a dormir aquí solo en el teatro esta noche —dijo, saliendo de los camerinos y apagando la luz tras ella, dejándome en absolutas tinieblas. Justo entonces me pareció percibir alguna presencia etérea que me observaba. Era como una sombra enloquecedora que merodeaba condenada a un limbo eterno…

Tragué saliva, me limpié el sudor de la frente, y decliné la invitación de Radula de permanecer allí más tiempo.

La verdad, prefiero no develar ciertos misterios.

 

 

Daniel González es un escritor profesional costarricense, especializado —pero no limitado— en terror. Su primera novela, publicada por la editorial de una de las universidad estatales de su país pertenece a este género. Ha publicado algunos cuentos, incluyendo uno de fantasía épica en una revista de cómics costarricense, pero también tiene diversos proyectos literarios en el campo de la ciencia ficción. Ha escrito tres sagas de horror-sci fi: Criptozooides, La saga de Caribdis y Crononautas.

Este es su primer cuento publicado en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con ADIVINA, ADIVINANZA, de José Carlos Canalda; PARADOJA, de Elaine Vilar Madruga y ÚLTIMO ACTO, de Julio Carabelli.

Axxón 214 – enero de 2011

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Universos paralelos : Magia, espectáculo : Costa Rica : Costarricense).

4 Respuestas a “«El más grande truco del Gran Cavalini», Daniel González Chaves”
  1. bans dice:

    La ilustracion es brutal!! me encanta felicidades!!!

  2. Juan Diego Soto dice:

    ¿Bovinas?

  3. Silvia dice:

    Corregido. Gracias.

  4. Ana dice:

    Excelente relato, me gustó mucho. Al principio se me asemejo un poco a esta película El Gran Truco pero después veo que es bastante diferente. Me pareció que la crítica que hace a la sociedad patriarcal es genial, tiene una temática algo feminista curioso de un escritor varón. Los felicito.

  5.  
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