Revista Axxón » «Condonautas» (parte 4), Yoss - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

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Hace frío.

Hace muchísimo frío.

Tirito, quizás porque estoy desnudo como un gusano, acurrucado junto a una triste hoguerita.

Una vez leí que las sensaciones de frío y calor, las texturas del tacto y los sabores no tienen gran peso en la arquitectura onírica. Pero igual sé que esto debe ser un sueño. ¿Un sueño helado?

No obstante, casi siento júbilo. Aunque me castañeteen los dientes y parezca como si el escroto quisiera escondérseme dentro del vientre, al menos no es otra vez mi clásica, obligada pesadilla de la carrera de cucarachas mutantes que mi incolora Atevi pierde con la Centella patilarga de Yamil, para al final obligarme a copular con la gorda-doberman, Karl-Rita.

Quizás finalmente voy a curarme.

Pero hace tanto, tantísimo frío, demasiado frío…

La fogata se está apagando, tendría que alimentarla. Por suerte, cerca hay un montoncito de troncos que por su aspecto deberían arder bien, si este sueño tiene al menos un mínimo de lógica.

Si no la tiene, pueden convertirse en serpientes cuando las toque, o en arena, o…

No me queda sino intentarlo, a ver si las cosas en mi departamento REM han de veras cambiado para mejor o tan sólo…

Ahí voy con el primero… bien; ni me muerde ni se disuelve en espuma, ¡qué raro!, se deja lanzar muy tranquilo al fuego, y cuando toca las llamas…

Ah, ya me extrañaba; en vez de arder como se debe, se estremece, adquiriendo las facciones de mi amigo Abel, su negra piel retorciéndose chamuscada entre las lenguas de fuego, y preguntándome «¿Por qué lo hiciste, Josué? ¿Por qué me abandonaste?»

Mierda, ya sé de qué va esta nueva pesadilla; puro remordimiento. Todos a la hoguera, sacrificados todos por un único fin: yo y mi bienestar. Pasen, señores, pasen, vean como todos arden para que viva y prospere Josué Valdés el Egoísta escapado de Barrio Ripio…

Pero ni así puedo detenerme. Nada de escrúpulos a estas alturas. Menos cuando ahora hace incluso más frío que antes. Así que no me queda sino lanzar otro tronco… y otro, y otro.

Cada vez que la corteza de uno toca el fuego se convulsiona y se convierte en el rostro de algún conocido que se queja adolorido al arder, increpándome por egoísta, cínico e ingrato. Mis amigos y enemigos de la infancia, en el paupérrimo suburbio de CH: Yamil, Evita, Diosdado, Damián, Karlita…

Y Agustí Palol, el amable capitán de la corbeta de hipertránsito Juan de la Cierva; y el joven físico Jaume Verdaguer; y Nerys, la ondina condonauta; y Joan Puigcorbé y su esposa Sonya; y el capitán Ramón Berenguer y hasta el tercer oficial Jordi Barceló, se consumen todos entre las ávidas llamaradas, hasta que ya no me queda ninguno por echar al fuego, nadie más a quien sacrificar a los dioses para que mi corazón siga latiendo sin helarse.

Pero sigue haciendo frío, y la leña, extrañamente, no se acaba… así que arrojo otro tronco, y otro… Y de nuevo gritos, acusaciones; pero ahora todas las voces son la mía, todas las caras que se disuelven en el fuego voraz tienen mis facciones, porque he sacrificado tanto de lo mejor de mí mismo para llegar hasta aquí, que soy yo quien arde, con un olor a chamusquina y carne quemada que me revuelve el estómago… que arde, arde… no puedo más.

 

 

Una arcada de bilis me quema el esófago, pero cuando intento arrojarla no logro incorporarme, bien sujeto como estoy por la malla de seguridad de mi poltrona, en el gimnasio-invernadero.

Un segundo de sufrimiento, sólo uno, y la bilis se disuelve en algún punto entre el dolor y la boca, sin llegar al vómito, aguándome los ojos mientras mis entrañas vuelven a su orden habitual.

Pero todavía me duelen… arriba y abajo. El precio del Contacto con ese horrendo y baboso pulpo-estrella quígaro. Menos mal que el médico automático ya reparó lo peor, pero… Jordi no fue el único en sacrificarse por Nu Barsa, Catalunya y la humanidad.

Por cierto, espero que, una vez tomado su ADN, los «Indignos Discípulos» lo hayan liberado antes de dejar la Vía Láctea, sin más daños que en su orgullo. Y que algún día nos perdone, a Amaya, a mí y a todos, por tener que dejarlo atrás.

Y si no, ¡que se joda! Que bien que se lo merecía, el muy cabrón.

Se diría que finalmente hemos saltado… y una vez más compruebo cuánta razón tienen quienes aconsejan estar bien despierto durante el hipertránsito. Parece que el hipermotor, o más bien la mente quígara provoca extraños efectos sobre la psiquis dormida de los miembros de otras especies racionales.

Aunque, no digo yo si me quedaba dormido, tras tanto jelengue, y con Gisela que llevaba ya más de una hora buscando un hipertránsito posible que nos llevara a nuestro objetivo.

Realmente no es culpa suya; con casi el noventa por ciento de esos embrollones «Indignos Discípulos» reunidos en un solo punto de la Galaxia, los saltos hiperespaciales o las teleportaciones se han vuelto increíblemente difíciles. Y más duros de aguantar, además. Bueno, en breve los echaremos de menos, me temo. Al menos fueron lo bastante corteses como para, a modo de despedida, traernos aquí. Dondequiera que esto sea…

¿Será éste el hipertránsito bueno? ¿Estaremos ya en Lambda del Triángulo?

Miro el reloj del invernadero. Una hora y veintidós minutos… hace casi dos que abandonamos el conglomerado de naves-mundo quígaras y sólo hemos podido ejecutar tres saltos en ese tiempo. Había veinte mil ciento ochenta y una naves cuando nos fuimos; no creo que nos quede mucho más tiempo para continuar la búsqueda… siempre que esos Gitanos Ajenos no nos hayan mentido otra vez respecto a la verdadera naturaleza del hipertránsito.

Cabrones quígaros, qué bien hacen en irse lejos. Dan ganas de, apenas tengamos ese hipermotor extragaláctico, salir a buscarlos por toda la MetaGalaxia. Y cuando les pongamos las manos encima…

Incluso habiendo escuchado personalmente su confesión, cuesta creer que por tantos miles años engañaran a todos. ¿Por qué mentirían como lo hicieron? ¿Temían acaso ser esclavizados si admitían que era su supermente telepática colonial el verdadero hipermotor y que los «Sabios Creadores» tarplinos nunca existieron? ¿O habría otras razones que aún ignoramos? ¿Serán realmente todos ellos una única especie, habrán surgido como todos en un planeta que ocultan celosamente, o en sus naves, o tal vez venido de otra Galaxia? ¿Por qué si son telépatas esa obsesión con los lenguajes?

Muchas preguntas, y tal vez nunca sepamos la respuesta a ninguna… aunque presiento que los caminos de los «Indignos Discípulos» y de la humanidad volverán a mezclarse algún día. El Cosmos es grande… pero no infinito.

Claro que ahora hay otras prioridades.

Echo a correr y llego jadeando al cuarto de sensores a tiempo para escuchar decir a Amaya:

—… del Triángulo: enana roja, seis planetas, cinturón de asteroides… El hipertrángrafo señala una única entrada… sin salidas, no tiene que ser exacto, bastante que aún funciona —informa impertérrita—. Pero hay otro registro de una energía extraña —ahora su voz tiembla, como con miedo a una nueva decepción—: No he visto nada igual en mi vida… creo que… —todos nos tensamos a su alrededor—. Veamos el gammatelescopio… ah, buenas noticias; hay una señal de identidad nuestra en el radiofaro; la que entró es una nave humana.

—Mierda —articula claramente el capitán Berenguer, siempre tan correcto.

Conque esos otros a quienes los quígaros vendieron la información eran humanos… y claro, se nos han adelantado. Bueno, sería peor si se tratara de Ajenos. ¿Serán los alemanes, los japoneses?

—La nave es nuestra —confirma Amaya, sensiblemente aliviada, tras comprobar la señal—. De Nu Barsa, quiero decir; la Miquel Servet.

Perra suerte. ¿Tenía que ser justo el navío de hipertránsito donde es condonauta mi Nerys?

Miro al capitán Berenguer, que frunce el ceño, pensativo; la cosa se complica. Bueno es que nuestra competencia sea una nave humana, y además catalana, malo, que sea todo un navío de hipertránsito y no una simple corbeta, o al menos una fragata como la Gaudí.

Está claro que, si la cosa (ojalá y no) llegase al enfrentamiento armado, no tendríamos la menor posibilidad contra la Servet y sus cuarenta y ocho mil toneladas. Aunque sea una de las unidades más antiguas de la flota de Nu Barsa, un navío de hipertránsito no sólo lleva entre treinta y cuarenta personas de tripulación, sino sobre todo armas mucho más potentes y de mayor alcance que las de nuestra ligera fragata.

Y si los extragalácticos evolucionaron en un ambiente acuático, tampoco puedo pensar en nadie mejor que Nerys para encargarse de Contactarlos.

—Los nuestros están orbitando el segundo planeta del sistema, que tiene dimensiones similares a las de la Tierra… y dos satélites más pequeños que la Luna —continúa interpretando Amaya los datos de sus instrumentos—. Tiene una atmósfera con oxígeno, nubes de vapor de agua y… —traga en seco—. Hay otro objeto en la misma órbita, a pocas decenas de kilómetros de distancia. No emite señales de identificación. No puedo identificar si es una nave o una formación natural. Visualizo.

En el holograma que surge ante nosotros se observa claramente, aunque diminuto por la distancia, el desgarbado perfil en T de la Servet. Los navíos de hipertránsito no necesitan casco aerodinámico… pueden cargar con suficientes vehículos auxiliares a bordo como para jamás tener que arriesgarse a atravesar la atmósfera de ningún planeta.

Pero no miramos a la gran nave catalana, porque la conocemos bien… y porque sólo podemos tener ojos para el otro objeto, en primer plano: una especie de nube blanquecina, imprecisa y fluctuante, que provoca chiribitas en los ojos cuando se intenta enfocarla.

Desde luego, no es una formación natural, ¿una nube móvil en el espacio? Pero tampoco se parece a ninguna nave que hayamos visto antes.

Nos quedamos atónitos, boquiabiertos, paralizados, durante un larguísimo par de segundos.

Y luego rompemos a saltar, gritar y silbar. Nos abrazamos. Amaya me besa en la boca. Gisela besa al capitán Berenguer. Pau y Rómulo se abrazan como queriendo romperse todas las costillas. Nuria reza lo que creo es el Padrenuestro en catalán. Manu recita algo que parecen versos, también en catalá.

No es para menos. ¡Encontramos a los extragalácticos!

¿Qué más da ser los segundos, si se está en el sitio adecuado en el momento correcto? No van lejos los de alante si los de atrás corren bien, se decía en Barrio Ripio. Aunque haya llegado primero la Servet, si no son de una ecología acuática, podríamos todavía tener un chance. Y si no, mejor compartir parte de la gloria que no llevarse ninguna, ¿no?

—¿Dimensiones de esa… cosa? —inquiere el capitán Berenguer, intentando sonar indiferente.

—Dimensiones, sí, un momento… —duda de repente la también emocionada Amaya, comprobando sus mágicos sensores, y luego chasquea la lengua, incrédula—: Variables… entre dos y cuatro kilómetros de largo. La forma tampoco es estable, oscila como una ameba, su emisión energética es de lo más curiosa, y lo más raro es que, según el gravímetro, su masa y densidad varían, y hay perturbaciones muy raras en el hipertrángrafo… que, de paso, advierto que está perdiendo tanta potencia que no creo que siga funcionando más que algunos minutos.

—¿De energía o bionave? —inquiere el capitán, pensando que el laconismo ocultará su emoción.

La siempre segura Amaya vuelve a dudar:

—No sé… es bastante transparente a mis sensores, apostaría por materia, pero esas variaciones cíclicas de energía… yo diría que es un metabolismo, a juzgar por las lecturas del biómetro. Pudiera estar… respirando.

—¿Respirando en el espacio? ¿Un ser vivo? ¿De ese tamaño? —me atraganto, pensando en los continentines y sus kilómetros cúbicos de citoplasma. Aunque incluso ellos necesitaron de una nave para aventurarse en el cosmos abierto. Y no respiraban en el vacío interplanetario.

—No sé, puede ser… pero diría que hay otras formas de vida diferentes, más sólidas, en su interior —supone Amaya, frustrada por la aparente inutilidad de la mayoría de sus instrumentos—. Exactamente veinticuatro, que cambian de posición lentamente. Tienen cuatro o cinco metros de envergadura, pero las perturbaciones de… eso, que los acoge o envuelve o es su nave, no me dejan precisar más detalles.

—Podría tratarse de una bionave que fluctúa entre el hiperespacio y el espacio normal —hipotetiza Nuria, pensativa—. Una supercélula. Y ésos serían sus núcleos, ¿no?

Amaya la mira furibunda por un instante y luego abre la boca.

Si las dejo otro segundo, se enzarzarán en la enésima y estéril discusión teórica entre ex amantes, así que intervengo:

—Todo eso podremos averiguarlo después. Pero ahora, ¿por qué no nos comunicamos con la Servet a ver si ya los Contactaron, que es lo que de verdad importa?

—Tengo una trasmisión suya entrando ahora mismo —observa Amaya, repentina y providencialmente atareada con algunos controles—. La acepto y reproduzco…

Acto seguido, la imagen holográfica de Alberto Saudat, el viejo capitán del igualmente vetusto navío de hipertránsito de Nu Barsa, aparece sobre nuestras cabezas.

—… a la fragata de hipertránsito Antoni Gaudí —su voz es monótona, como si repitiera por centésima vez lo mismo… hasta que, percatándose de que ya hay conexión, cambia a un tono que sólo puede definirse como de aterrado desconcierto—: ¡Capitán Berenguer, condonauta Valdés! ¡Qué bien que son precisamente ustedes los que llegan! Necesitamos ayuda urgente. Hemos localizado a los extragalácticos, como habrán deducido ya por la cercanía de su nave con la nuestra… pero hay imprevistos… no hemos podido Contactarlos, Nerys está en shock y…

Bueno, ¿acaso Contactar con seres venidos de la Nube de Magallanes podía ser simple rutina?

El navío de hipertránsito Miquel Servet fue más afortunado que nosotros. Localizó a una nave-mundo quígara ya al cuarto día de su búsqueda en el sector asignado, los radianes 3567 y 3568. Los Gitanos Ajenos estaban cosechando cometas de agua en la nube de Oort de Epsilón de Piscis, y les dieron con mucho gusto los parámetros de la órbita de los extragalácticos que habían Contactado días antes… a cambio del secreto de la fusión fría que hace años yo mismo obtuve de los continentines.

Easy come, easy goes. Es bueno saber que no fui yo el único encantado de vender a su madre con tal de sacarles los parámetros de la dichosa trayectoria a los quígaros. Nerys también se tomó completamente en serio eso de A CUALQUIER PRECIO que dijo Miquel Llul, por lo visto.

Suerte que sólo dos naves de Nu Barsa Contactaron a esos «Indignos Discípulos» o quizás la tercera habría tenido que regalarles el hábitat orbital completo a cambio de los mismos datos.

La Servet, conocedora ya de lo que buscaban los extragalácticos y qué rumbo seguían, necesitó tan sólo otro salto hiperespacial para alcanzarlos en este sistema. Supongo que en ese momento todavía el conglomerado de naves-mundo en el sistema triple Gamma-Hydri debía estar apenas formándose, o les habría costado bastante más trabajo llegar hasta aquí, como nos ocurrió a nosotros.

Claro que dar con los tan buscados visitantes de fuera de la Vía Láctea no fue el final de la odisea, sino apenas su inicio.

Los de la Servet no esperaron los tres días de rigor para un Primer Contacto, por supuesto; el asunto era demasiado urgente. La nave de los extragalácticos, cuyos imprecisos contornos daba casi dolor de cabeza mirar, los dejó acercárseles en la órbita hasta la distancia de unas decenas de kilómetros sin comunicarse, atacar, huir ni dar ninguna otra muestra de hostilidad, temor o simple reconocimiento.

Los del navío de hipertránsito catalán consideraron entonces que se podría intentar Contactarlos. Pero justo cuando una nerviosa Nerys se preparaba para salir al espacio en su traje de ultraprotección, el hipertrángrafo detectó una violenta fluctuación… y la ondina-condonauta desapareció de la esclusa de salida, dejando atrás al dichoso traje.

El capitán Alberto Saudat confiesa que, si bien retrocedió a una distancia que le pareció segura, cuando vio que pasaban tres minutos sin rastro de Nerys, perdió de tal modo los nervios que volvió a aproximarse hasta casi tocar a la maldita nube blanca, y hasta disparó sus armas desintegradoras para ver si lograba alguna respuesta, aunque no las más potentes ni apuntando directamente a los extragalácticos, por supuesto. Por si acaso.

En todo caso, mi ondina se rematerializó en el lugar del que había desaparecido, a los seis minutos del hecho y en completo estado de shock.

—No se ha recuperado —nos confía su anonadado capitán, casi susurrando—. Respira, se mueve, según el médico automático no tiene daños neurales ni de ningún otro tipo pero no recobra la conciencia. Parece un trauma psíquico en toda regla. Fernando, mi técnico en soporte vital, que estudió psicología, teme que la impresión que le causara la visión de esos… seres fuese tan grande, que simplemente se niega a compartir una realidad donde existen tales abominaciones.

Vaya, justo una teoría como para no darle a ningún otro Especialista en Contactos ganas de acercarse ni a un pársec de distancia de esa nave con pinta de nubecita generadora de migrañas.

—Intentamos regresar a Nu Barsa para pedir ayuda, pero creemos que el hipermotor no funciona cerca de la nave de esos… bichos —sigue lamentándose Saudat.

Claro, eso si lo intentaron de veras… o también puede que todos los quígaros de los alrededores ya anduvieran conglomerándose por allá por Lambda del Triángulo, dificultando el hipertránsito al tener sus mentes literalmente en otra parte. Pero ¿para qué revelar justo ahora la lamentable noticia de que la Comunidad Galáctica se ha quedado o está a punto de quedarse sin medios de transporte más rápidos que la luz, al menos hasta nuevo aviso?

—Y lo peor es que, como ni las holocámaras ni otros sistemas de registro de su escafandra tampoco han grabado nada… dice Lucía, mi técnica en sensores, que probablemente por culpa de la misma clase de energía que causó las perturbaciones en el hipertrángrafo, seguimos sin la menor idea de a qué clase de criaturas nos enfrentamos —concluye el experimentado astronauta, mirándonos fijamente.

O, de manera más específica, mirándome A MÍ fijamente.

Al peso de esa mirada se suma, en pocos segundos, la de toda la tripulación de la Gaudí.

Descontando al ausente tercer oficial Jordi Barceló, claro.

Bien, he entendido. No sólo soy el único condonauta disponible, sino que Nerys es mi novia.

Triunfar donde ella fracasó será ahora casi un asunto de honor para mí. O eso creen ellos.

El capitán Berenguer carraspea y dice, muy lentamente:

—¿Josué, crees que…?

—Por supuesto —suspiro y me encojo de hombros, como para minimizar el asunto, aunque ya me parece sentir los primeros sudores y temblequeos pre Contacto. No obstante, creo que logro sonar bastante convincente al declamar—: Nerys a veces es demasiado impresionable, si lo sabré yo. Voy a ponerme la escafandra, en cinco minutos podré estar Contactando con…

—¡Hipertránsito de entrada! —anuncia justo en ese mismo instante Amaya, estropeándome el efecto final del discurso, y enseguida agrega, con voz temblorosa—. Nave humana, y acercándose a todo motor. Compruebo la señal del radiofaro… —traga en seco y me mira, muy seria—: Josué, creo que tendrás que vestirte en menos de cinco minutos. También es nuestra… y es nada menos que la Salvador Dalí.

Mierda. Éramos pocos y parió mi abuela. Pensé que ya la etapa de corre-corre de esta ordalía había terminado, pero ahora tendré que seguir compitiendo con el naciborg y su vengativo discípulo.

Al menos queda el consuelo de que ya las cosas no pueden ponerse peor.

—Entra una trasmisión —continúa la técnica en sensores, y un holograma aparece ante nosotros.

Día de sorpresas en la flota de Nu Barsa, parece: no es el rostro atezado de Yotuel, ni los ojos claros de Helmut Schmodt, ni el de ninguno de los otros muchos oficiales y tripulantes de la Dalí que no conozco… sino una cara bien familiar, de prominente mandíbula y rotunda musculatura facial, que nos mira por un momento, rechinando los dientes para al fin decir, con ominosa calma:

—¿A que les da gusto verme, eh? Qué bien… pues será mejor que ustedes y la Servet se alejen ahora mismo de la nave extragaláctica, si no quieren que los desintegremos, ¡malditos traidores!

Pues las cosas sí que podían empeorar. Quien nos insulta desde la Dalí es Jordi Barceló.

 

*****

 

—Frena un poco, Josué; llevas casi medio kilómetro de ventaja, y se supone que tienen que tocar la nave extragaláctica los tres al mismo tiempo —me recuerda con expresión preocupada el capitán Berenguer desde una holoventana proyectada sobre mi yelmo. Esta vez no ha querido delegar en nadie más la responsabilidad de ser mi operador remoto de Contacto—. No queremos que los de la Dalí pierdan los nervios y se arme aquí mismo la Primera Guerra Interestelar Catalana, ¿no?

—¿Y si nosotros sí lo queremos? —venenoso, Yotuel sonríe en otra ventana holográfica.

—Krieg si ustedes mogeln —se escucha la voz ronca de Helmut Schmodt, de nuevo un ario modelo con ojos grises, en otra pequeña holoimagen junto a la de su protegido.

¿De qué le sirve un software de traducción con miles de lenguajes Ajenos programados a quien se niega a usarlo siquiera para expresarse en un español medianamente pasable?

Según mi propio traductor alemán-español, krieg es guerra, y mogeln hacer trampas. Clarito, clarito. Ambos confían en mí tanto como yo en ellos. Nunca imaginé otra cosa, y no es para menos.

Este triple holoenlace simultáneo sólo demuestra cuánto se ha complicado la situación.

Aunque podría haber sido peor. Si hubiésemos sido la otra única nave catalana presente en el sistema, Helmut, Yotuel y sobre todo el resentido Jordi Barceló (¿habrán acaso tomado los quígaros la muestra de ADN de su prístino recto heterosexual, en vez que de su boca, para cabrearlo tanto?), de seguro habrían acabado convenciendo a Rubén Molinet, el capitán de la Dalí, para que abriese fuego contra nosotros. Y contra el muy superior armamento del navío de hipertránsito más grande y moderno de la flota de Nu Barsa, no nos habría quedado más salida que huir… con los motores inerciales, para más INRI, porque a los pocos minutos de su entrada, el hipertrángrafo quedó muerto, lo que quiere decir que también el hipertránsito al estilo quígaro dejó de funcionar definitivamente en esta Galaxia.

Nunca podremos abandonar este sistema si no obtenemos un nuevo método de transporte hiperlumínico de esos todavía desconocidos extragalácticos de la nube-nave.

Por suerte para nosotros, aquí estaba también el capitán Saudat con su Servet. Y, por anticuado que sea, un navío de hipertránsito resulta siempre un factor de peso en un enfrentamiento armado. Tal vez la Dalí pudiera acabar con ellos y nosotros a la vez, pero no sin sufrir graves daños en la batalla espacial. Así que la situación podría considerarse tablas.

El problema de las tres naves, en vez del de los tres cuerpos.

Y todos quietos vigilándonos unos a otros.

O la fábula del condonauta del hortelano, que ni Contacta ni deja Contactar.

Demasiado incómodo para durar mucho rato, ¿no?

Desde la Dalí empezaron insultándonos y luego nos amenazaron a gusto. Jordi se explayó contándonos todo lo que pensaba hacernos a Amaya y a mí cuando nos tuviera a su alcance; Yotuel le contó a quien quisiera enterarse de mis menos gloriosas aventuras infantiles en Barrio Ripio, y Helmut… nunca pensé que ese alemán tuviera una imaginación sexual a la vez tan fértil y tan podrida. Algunas de las cosas que dijo que le haría a Nerys cuando la tuviera a su merced habrían ruborizado hasta a los Especialistas en Contacto de mayor experiencia, como mi amigo Joan.

Pero la etapa intimidatoria duró poco; cuando se dieron cuenta de que ni Berenguer ni Saudat se amedrentaban o pensaban ceder, no les quedó sino meterse la lengua en salva sea la parte y negociar.

La discusión demoró tres horas, constantemente salpicada por «sinceras protestas» de inocencia, y por la mutua y abierta desconfianza, pero al fin logramos (más o menos) elaborar un plan conjunto.

Por eso ahora los tres condonautas todavía capaces de Contactar nos acercamos a la nave extragaláctica al mismo tiempo, como buenos amigos; así, supuestamente, cada uno tendrá su oportunidad, y que gane el mejor Contactando, ¿no?

Qué bonito. Qué fair play. Casi casi me lo creo, incluso.

En Barrio Ripio, el sarcástico Diosdado habría quizás dicho de un arreglo semejante: «quiero una pelea limpia… pero se vale de todo».

Dos contra uno. Las probabilidades, claro, favorecen a la Dalí y su dúo de Especialistas en Contacto de primera y cuarta generación, a cuál más matrero y lleno de odio contra mí.

Supongo que uno intentará sacarme de circulación mientras el otro Contacta a sus anchas.

Menos mal que, por definición, los trajes de condonauta no pueden incluir ningún arma sofisticada. Hasta los telémetros láser se desaconsejan… podrían ser interpretados como una agresión por algún Ajeno especialmente paranoico, ¿no? De todos modos, es mejor estar en guardia; siempre podrían probar a estrangularme o partirme la espina dorsal entre los dos. Y una hoja de metal afilada y/o puntiaguda resulta también bastante fácil de esconder en cualquier bolsillo.

Tuve que aceptar, claro; el tiempo corre, y si de repente los extragalácticos decidiesen abandonar este sistema dejándonos atrás… no quiero ni imaginarme el papelón. Y sus consecuencias.

Si al menos Nerys saliera de su shock, ya el asunto estaría más parejo, y podría estar seguro de que el capitán Saudat va a apoyar con todas sus armas a las de la Gaudí, para proteger a su condonauta, pero, ni modo; si los perros tuvieran ruedas, serían carriolas. Mi ondina sigue sin dar signos de vida consciente. Vaya trauma…

Pero ninguna batalla se pierde hasta que se libra, ni tener grandes probabilidades de ganar es haber ya ganado. La cuestión es que, incluso uno contra dos, aún estoy en el juego, y participando.

Ya nos vemos unos a otros. No hay error posible, Helmut usa escafandra roja, Yotuel blanca (¡qué raro!), y llegan casi juntos desde la misma dirección. La mía es verde, como de costumbre. Me habría gustado tener una azul; seríamos los tres colores de la bandera de mi patria lejana. Qué simbólico.

Sangre y pureza contra el verde, que es el color de la esperanza. Y de la bandera de Libia, que no tiene más detalles. Qué lindo, que alegórico… qué clase de mierdas piensa uno en estos momentos, ¿no?

—Están a sólo cinco kilómetros de la nave extragaláctica —me dice el capitán Berenguer, comprobando su telémetro, como si el mío no funcionara—. Sincronicen trayectorias, aunque no creo que los dejen llegar mucho más cerca. El capitán Saudat supone que en cualquier momento pueden telepor…

Del dicho al hecho; sus palabras se cortan, y al segundo siguiente ya no nos rodea el negro del espacio, sino un blanco suavemente luminoso; nos han teleportado.

Ha sido tan suave e indoloro que, si su hipermotor funciona por el estilo, se me ocurre una buena razón por la que los quígaros huyeron: no hay competencia posible entre su estafa mental y este sistema.

Estamos en una estancia vacía y de medio kilómetro de diámetro, según mis sensores. Por supuesto, no hay comunicación. El blanco impoluto de todo el lugar debe estar haciendo sentirse en la gloria a Yotuel, el obsesionado con la limpieza. Apenas si se distingue su escafandra, del mismo tono.

Nos rodea un aire perfectamente respirable, con una correcta presión… bueno, en verdad algo baja, y ¡vaya! tiene helio en vez de nitrógeno, al hablar farfullaremos como el Pato Donald de la corporación Walt Disney de Northia. Será difícil sonar como un solemne embajador de esa manera.

Lo raro es que seguimos flotando, ¿no tendrán control gravitatorio estos visitantes?

Conservamos nuestra disposición anterior, a pocas decenas de metros uno del otro, Yotuel al centro, yo al extremo derecho y Helmut en el izquierdo. Mis dos rivales se miran, se hacen una casi imperceptible señal y acto seguido se liberan de sus yelmos, en perfecta sincronía.

Los cascos vacíos flotan como satélites abandonados, mientras sus dueños activan un instante los micromotores inerciales de sus escafandras y vienen a por mí, con la coordinada decisión de dos defensas de rugby en cámara lenta; vistosos uniformes monocromáticos cargando inexorables contra el delantero del equipo contrario que lleva el balón.

Me lo esperaba; por suerte que al menos no quedé entre los dos. Las peleas no son lo mío, prefiero «aquí corrió» que «aquí murió», pero si no hay más remedio… juguemos con pelotas, chicos.

También me quito el yelmo (si hay bacterias o virus extragalácticos con los que no pueda nuestra inmunidad reforzada, ya veremos después qué hacer) y lo sujeto entre las manos, pero no cerca del cuerpo, como un jugador de rugby que pretende perforar la defensa enemiga para marcar touchdown, sino ligeramente separado, a la altura de los ojos, como un basketbolista dispuesto a anotar canasta.

Nunca fui bueno al rugby… con apenas 1, 70 m y sesenta y cinco kilos, me faltaba corpulencia, aunque corriera rápido. Pero en el baloncesto, gracias a mi notable saltabilidad, sí llegué a ser un jugador más que aceptable, casi un campeón. Y ahora pienso demostrárselos a mis dos atacantes.

El casco, aunque relativamente ligero, es de un material en extremo duro y siempre me destaqué tirando al aro; con un mínimo de suerte, al primero que se me acerque puedo muy bien partirle la nariz, no, tengo que pensar bien la estrategia. Nada de al primero; apuntaré a Yotuel, esos nanos de Helmut capaces de alterar su anatomía también podrían curarle incómodamente rápido las heridas.

De veras es una lástima que no haya gravedad. Con el lanzamiento, lógicamente, voy a salir disparado en dirección contraria por la ley de acción y reacción, y además carecerá de esa fuerza demoledora que tendría a los clásicos 9,8 metros por segundo al cuadrado terrestres…

Pero, hablando del rey de Roma, y por la puerta asoma… según el gravímetro, ha aparecido una microgravedad. Todos vamos descendiendo suavemente hasta que nos posamos sobre el suelo, tan blanco como las paredes; posee una suave y curiosa (algo repugnante, diría incluso) consistencia de jalea o gelatina, aunque no resulta pegajoso, por suerte.

Flexiono las piernas y sigo sujetando mi casco, inmóvil mientras la gravedad continúa aumentando poco a poco. Los yelmos abandonados por mis dos adversarios rebotan suavemente al caer. El rojo de Helmut rueda casi hasta mis pies… perfecto, si puedo alcanzarlo a tiempo, con un segundo proyectil tendré todavía más oportunidades, ¿por qué desecharían ellos un arma tan evidente?

Tal vez porque incluso sin ella se sienten seguros de vencerme con facilidad.

Confirmo mi sospecha apenas apoyan los pies sobre el gelatinoso pavimento y continúan su avance hacia mí, ahora a grandes, casi ingrávidos saltos, que me recuerdan aquellas viejas grabaciones que una vez descargó Abel de Internet, sobre los primeros seres humanos en la Luna, a mediados del siglo XX, cuando el Apolo XI.

Helmut extrae una cadena larga y fina de un compartimiento de su escafandra, la despliega y sujeta con ambas manos adelantadas y separadas casi un metro, en la postura clásica del estrangulador.

Un error, opino: podría hacerme más daño y desde más lejos blandiéndola como un látigo.

Por su parte, Yotuel es más tradicional y/o ortodoxo en su maldad; ha optado por un enorme destornillador. Arma perforocortante: puro Barrio Ripio. Tengo que cuidarme de ambos. Con el traje de triple blindaje, la única zona de mi cabeza realmente vulnerable a un puntazo de mi compatriota serían los ojos, pero si me distraigo evitando que me deje tuerto, el naciborg podría muy bien aprovechar para atraparme por atrás y estrangularme a su gusto enrollándome al cuello la cadena.

Quizás no debí haberme quitado el casco… pero ya es tarde para volver a colocármelo.

Por cierto que ya me pesa en las manos; la gravedad aún aumenta. No necesito del gravímetro; mis huesos y músculos informan que ya casi iguala a la terrestre. Ojalá no la sobrepase demasiado.

Ahí llegan, corriendo con todas sus fuerzas, blanco y rojo. Una asesina bandera polaca contra el pabellón de Libia, bella metáfora, o al menos colorida. El primero en alcanzarme será Yotuel, y con su destornillador también le va a costar más esquivar o bloquear un cascazo que a Helmut con la cadena.

—¡Cabrón hijo e’puta! —aúlla el hermano pequeño de Yamil, blanco aspirante a asesino, cuando se me abalanza con la peligrosa herramienta en alto. No puedo menos que notar lo fañoso y ridículo que el helio de la atmósfera vuelve su grito de guerra: ¿la venganza del Pato Donald?

Estoy completamente sereno. Espero. He esperado años este momento.

A los dos metros de distancia le arrojo el casco a la cara: un lanzamiento explosivo con todas mis fuerzas… que no sirve de nada, porque tras el primer metro de su trayectoria mi verde y durísimo yelmo se detiene en seco y queda suspendido en el aire, como si lo retuviese una barrera invisible.

La misma en la que se inmoviliza el largo destornillador de Yotuel cuando intenta hundírmelo con todos los ímpetus de su venganza largamente soñada. Y contra la que un segundo más tarde se estrella también Helmut cuando carga con la cadena por delante en busca de mi cuello.

Ambos forcejean, tratando de liberar sus improvisadas armas, pero sin conseguirlo, así que ni siquiera intento recuperar mi casco, que sigue inmóvil en el aire. Pero, con calma, camino hasta el rojo de Helmut y lo tomo sin problemas, menos mal que el modelo de traje de ultraprotección que usamos los condonautas es universal. Puede que rojo y verde sea una combinación que sólo les va a las cotorras, pero es mejor precaver: no sobreviviría mucho en el espacio con una escafandra sin yelmo.


Ilustración: José Manuel Schmill Ordóñez

Mis aspirantes a ejecutores rojo y blanco aún forcejean en vano, ya no por recuperar sus armas, sino al menos por alcanzarme: saltan todo lo alto que pueden y luego uno se sube encima del otro tratando de hallar el límite superior de la transparente pero invulnerable barrera. A continuación corren separándose de mí en ambas direcciones, tratando de encontrar su principio o su fin. Pero no sirve de nada; la muralla, además de invisible y recia, parece dividir en dos toda la estancia, de lado a lado.

Me intriga su naturaleza: los instrumentos no detectan ningún campo de fuerza ni tampoco electromagnético, pero ahí está, inexpugnable, como se niegan aún a reconocer mis tercos enemigos.

Sin nada más que hacer, me siento en el suelo, con el yelmo color sangre en mi regazo. Por lo que parece, de momento estoy por completo a salvo de mis «colegas» y sus nada generosas intenciones, así que sólo queda esperar que nuestros extragalácticos anfitriones den el siguiente paso para el Contacto. Es obvio que controlan por completo la situación. La han controlado desde el principio.

Pongo la mente en blanco: esto es lo que los antiguos griegos llamaban ataraxia, la calma filosófica, espera curiosa y no simple pereza. Joan Puigcorbé estaría orgulloso de mí si pudiera verme.

No tengo que aguardar mucho: un ruido a la vez rasposo y cuchicheante a sus espaldas hace que Helmut y Yotuel cesen sus infructuosos esfuerzos por vencer la barrera que nos separa y giren sobre sus talones para enfrentar a lo que sea que haya generado el curioso sonido.

Se acaba de abrir una entrada en la pared blanquecina, a unos doscientos metros a sus espaldas, según el telémetro de mi traje. Si ya lo decía Amaya, aunque la barrera invisible me despistó por un momento; evidentemente esto es otra bionave. Quizás debería especializarme en razas con biotecnología, cuando salga de ésta.

La suerte es loca y a cualquiera le toca. Empezarán por ellos, por lo visto. Supongo que debería apreciar la bíblica justicia de que los últimos sean los primeros, pero maldita la gracia que me hace.

La abertura tendrá unos diez metros de diámetro. Lo curioso es que, si bien yo no puedo ver nada salir por ella, evidentemente mis dos colegas-rivales sí… y que no parece gustarles mucho lo que ven.

Observo, atento: el curioso suelo blanquecino y gelatinoso se hunde en determinados puntos. Por las pisadas deduzco que el invisible recién llegado tiene cuatro, quizás seis o hasta ocho patas, y considerando que están separadas a cerca de dos metros de distancia las izquierdas de las derechas, le calculo ese ancho, por unos… entre cinco y diez metros de largo. Grandote, pero no desmesurado. Poquita cosa, para quien ya ha Contactado continentines y balenópteros kigros. Es una tranquilidad.

Pero Yotuel cae inmediatamente de rodillas y comienza a vomitar, lloroso, llamando entre gemidos a su hermano muerto e invocando la ayuda ¡de Diosdado el babalawo! Pobre, si la hubiera conocido, seguramente también apelaría a su madre. Ni hablar de intentar quitarse el traje, ni de hacer el menor intento por Contactar. Está literalmente muriéndose de asco y de miedo.

¿Qué será lo que ve que tanto lo aterra y repugna? Por novato que sea, su experiencia tendrá. Helmut no lo habría llevado consigo de otra manera.

Por supuesto, el experto Especialista en Contactos alemán tiene mayor presencia de ánimo, pero también tiembla como un azogado. Vaya con el profesional. No obstante, el entrenamiento hace lo suyo; él sí que se libera del traje rojo, y debajo su piel parece hervir.

Su cuerpo repleto de nanos está modificándose a ojos vistas, tratando de adoptar la morfología de… ¿de qué? Vaya si me gustaría saberlo. Es raro esto de estar asistiendo al Primer Contacto de la humanidad con un ente que no puedo ver, mientras que mis colegas sí. Supongo que la barrera que nos impide el contacto directo también tiene curiosas propiedades ópticas. Raro concepto de privacidad, como mínimo, el de esta raza venida del exterior de la Galaxia.

El ritmo de los rasposos cuchicheos crece apresurado, hasta que de pronto es sustituido por un ulular inarticulado que sube y baja de tono con un estilo sospechosamente familiar. Apelo al software de traducción… sí, estamos de suerte; es el dialecto de otra de las seiscientas y algo naves-mundo quígaras con las que alcanzó a contactar la humanidad antes de que los «Indignos Discípulos» huyeran de la Galaxia. Qué bien que fuesen justo ellos quienes Contactaran a los extragalácticos antes que nosotros, y que estos dominaran tan rápidamente su lenguaje.

Por desgracia, y como siempre, la sintaxis de la traducción de lo que está comunicando el invisible extragaláctico resulta más bien esquizoide:

—Hola, humanos-ustedes. Peroptis-nos. Extragalácticos-nos. Lejanos-no, nos. Magallán Nube Mayor, nombrar-ustedes, hogar-nos. Venir aquí-ahora, querer-no guerra-ustedes, nos. Peligro-guerra-otra raza-poder-mucho, miedo-huir, nos. Buscar enemigos-no, nos, lejos-aquí-ahora, Leche Camino, nombrar ustedes. Contactar quígaros-antes. Raza guerra-no, ellos. Armas-no, ellos. Miedo-mucho, ellos. Huir lejos- ellos. Contacto útil-no mucho, ellos. ¿Enemigos-no, guerra-sí, juntos ustedes-nos? ¿Proceder Contacto-sexo, tradición-ustedes pacto-sellar, ustedes-nos, ahora-aquí?

Todo un discurso; para un Primer Contacto con extragalácticos, está más que claro:

Ya saben quiénes somos los humanos. Bien por la publicidad gratis que nos hicieron los quígaros. Ellos son los peroptis (o algo así, quizás el término quígaro no tenga jamás traducción exacta al español… ¿ojos periféricos, tal vez?) que vienen de fuera de la Galaxia, aunque no de muy lejos, sino apenas de la pequeña nébula-satélite de la Vía Láctea que conocemos como Nube Mayor de Magallanes.

Llegan en paz, huyendo de otra raza poderosa que los ¿amenaza con la guerra?, y a la que tienen miedo, y aquí en la Vía Láctea buscan ¿aliados? Pero tiene que ser una raza guerrera, por eso los quígaros que ni luchan ni tienen armas, y que tienen miedo, que huyen, no les sirven. Lógico. Y nos proponen Contacto, según nuestra costumbre, por si queremos ser esos aliados, para sellar el trato.

Y si Helmut Schmodt lo logra, mejor me exilio de vuelta a Barrio Ripio y me escondo en un hoyo bien profundo, porque en Nu Barsa y en toda la Esfera Humana ese nazi será poco menos que Dios.

Extragalácticos, con hipermotores eficaces que no dependen de la teleportación quígara, ¿y buscando aliados guerreros? Hermano peroptis, tengas el aspecto que tengas; si se trata de guerra creo que has dado con la raza más adecuada de toda la Comunidad Galáctica. Huelo alianza y negocio.

El naciborg sí ve al peroptis, evidentemente, y está haciendo su mejor esfuerzo para imitarlo. Que tratándose de un condonauta de cuarta generación, quiere decir mucho.

Condenado a la inacción, observo envidioso su veloz metamorfosis: la carne nanoasistida cambia bajo su voluntad, como arcilla en las manos de un hábil alfarero. Al menos así me voy haciendo una idea, aunque sea de segunda mano, sobre el aspecto que tienen los peroptis…

De los costados, bajo las costillas, le están creciendo rápidamente dos pares de patas extra, todavía rudimentarias, pero que, supongo, a lo sumo en un par de minutos más serán funcionales. Como pensé, pero no seis sino ocho: el par delantero más largo, porque si se está doblando así, el torso anterior quedará casi perpendicular al suelo… se diría un centauro que además de sus cuatro patas equinas tuviera otra dos, y encima caminara también ayudándose con los dos brazos de su torso humano, muy largos, ¡vaya anatomía rara!

Las patas, largas y gruesas, tienen tres articulaciones; las delanteras, incluso cuatro… todavía no se definen bien, pero yo diría que las del modelo original son segmentadas, insectoides… ocho o seis patas no hacen gran diferencia ¿quizás tipo mantis, extremidades delanteras raptadoras, pero que también contribuyen a la marcha, apoyándose en el suelo semidobladas? Eso debe ser; la espalda de Helmut se va cubriendo de lo que muy bien podrían ser unos élitros… si hay alas debajo no deben ser funcionales, con ese tamaño serán muy pesados para volar, pero yo diría que hay… ah, ya se define la cabeza, más insectil no podría ser: con un pronoto o escudete protector sobre la nuca, largas antenas… esos nanos son una maravilla, me muero de envidia, lo que pueden hacer a partir de simples folículos pilosos, parece magia. ¿No podría conseguir un juego igual?

La cabeza, relativamente pequeña, pero con grandes ojos, los nanos no son mágicos, probablemente los del peroptis modelo sean compuestos, facetados, tienen sentido… pero para que Helmut pudiera tener unos similares su neurología visual tendría que cambiar demasiado radicalmente, así que solo le aumentan de tamaño, separándose de paso hacia los lados del cráneo, eso es: peroptis, visión periférica. La nariz se reduce a su mínima expresión, dos orificios, el mentón se afila… hay unos palpos a los costados, definitivamente insectoide, con mandíbulas de apertura horizontal y no vertical… bueno, al menos ese cabrón alemán no lo va a tener tan fácil, qué rabia, ver la gloria y dejarla escapar.

Y de pronto, lo absolutamente inesperado sucede: un inarticulado grito de horror estremece a la mimesis humana de artrópodo de otra Galaxia, que al segundo siguiente se vuelve indefinida, se borra y se diluye, hasta que en cuestión de diez segundos lo que primero fuera un hombre nórdico bastante atractivo y luego una sorprendentemente fiel imitación de un insectoide Ajeno queda reducido a un palpitante montón de carne sin forma definida.

La tensión ha sido demasiada y Helmut no pudo ya controlar más sus propios nanos. Como tantos Especialistas en Contacto de su generación, la consecuencia es que ha quedado reducido a un agregado de células temblorosas, escasamente diferenciadas en órganos y tejidos.

Está jodido y bien jodido. Supongo que en Nu Barsa, con tiempo, terapias adecuadas, hipnotismo, reprogramación de nanos y demás magia negra de la alta tecnología, podrían devolverle un aspecto medianamente humano. Pero jamás podrá volver a confiar en las metamorfosis nanocontroladas. Su vida como condonauta terminó para siempre.

Bien merecido que se lo tiene, por prepotente. Pero, ¿y ahora?

El invisible monstruo insectoide extragaláctico se acerca al montón de carne que hasta hace poco fuera Helmut Schmodt, parece analizarlo un instante, y luego gira hacia el lloroso Yotuel que, sin dejarlo acercarse, se pone en pie de un salto y huye a todo correr gritando de puro pánico, hasta casi incrustarse en una pared, a más de cien metros de distancia, blanco intentando desaparecer en el blanco.

También él está definitivamente fuera de juego. Quedo yo. Me pongo de pie, decidido, y avanzo.

Sí, no van lejos los de adelante si los de atrás Contactan bien. O lo intentan, al menos.

Las huellas del invisible peroptis muestran que gira para enfrentarme.

He Contactado insectoides antes, en un par de ocasiones. No escasean razas de tal clase en la Comunidad Galáctica. No será como un téte-a-téte con la entidad Evita, ni qué decir tiene… pero tampoco como para echarse a llorar. Aunque igual me preocupa un poco ese pánico que ha puesto fuera de combate a Helmut y Yotuel. ¿Qué tendrá de horrendo ese ser que hace su vista tan difícil de soportar a dos condonautas profesionales?

Camino con los brazos prudentemente extendidos, hasta tocar la barrera, que sigue siendo invisible, aunque ahora ya no es sólida, sino casi fluida. Tras breve vacilación, seguro de que en cuanto la atraviese finalmente veré al peroptis, la cruzo con un único paso largo.

Entonces lo veo. Y lo huelo. Shangó, Obbatalá y la Virgen del Cobre.

No puedo menos que echarme a reír.

Con la pequeña cabeza de ojos compuestos y largas antenas, la parte anterior del tórax perpendicular al suelo, balanceando libre el larguísimo par de patas delantero mientras oscila sobre los tres pares posteriores firmemente asentados en el gelatinoso material blanquecino, el terrible peroptis resulta una especie de híbrido octópodo entre mantis religiosa y cucaracha.

Sólo que mide casi cinco metros de altura por diez de largo, y además, como ¡tonto de mí! debí sospechar desde el principio con todo este níveo decorado, carece por completo de pigmentación: bajo su tegumento traslúcido se pueden ver sus músculos moviéndose, su sistema digestivo, sus pulmones…

Y su aroma es a la vez dulce, penetrante y almizclado. Vaya monstruo, ¿no?

Sigo riendo y dejo atrás al indiferenciado montón de carne que fuera Helmut Schmodt.

Dios, o los dioses, o los orishas, existe o existen, y me quieren.

Ironías del destino: mientras que para el pobre Yotuel tan sólo verla fue ya una impresión demasiado fuerte (ah, traumas de la infancia… ¿algún cliente lo habrá amenazado quizás con echarlo a las cucarachas si contaba de sus encuentros?), lo que es a mí este ser venido de la Nube mayor de Magallanes me resulta completa y tranquilizadoramente familiar, tan cómodamente parecido a Atevi, mi albina Periplaneta americana mutantis, corredora campeona de mi niñez en Barrio Ripio que al segundo siguiente, sin dejar de avanzar, ya me estoy despojando del traje verde para dejar al descubierto una de las más sólidas erecciones que he conseguido en los últimos tiempos ante un posible Contacto.

Sin contar a la entidad Evita, claro está.

Me preocupan un poco ciertas particularidades que recuerdo de la anatomía sexual de los insectos… de los terrestres, claro; éstos de otra Galaxia, por mucho que se parezcan exteriormente, no tienen que ser iguales; para empezar, tienen ocho patas. Además, debe tener pulmones y no tráqueas, para poder respirar con ese tamaño, y endoesqueleto interno además de exoesqueleto para sostenerse.

Pero ya averiguarán eso después los exobiólogos. Ahora me importa más saber si se trata de un macho cuyo pene córneo deberé alojar en mis entrañas, lo que, según el tamaño y la textura del órgano, podría resultar más o menos doloroso, o de una hembra que tendría yo que penetrar, en cuyo caso, pudiera ser tarea relativamente fácil si tiene una cloaca como se debe, o muy complicada, si como ocurre en ciertas especies de chinches, carece de orificio sexual y el macho debe clavarle su órgano copulador por donde pueda, perforando a través del córneo tegumento quitinoso para verter su esperma.

Aunque ésos son sólo detalles: no he llegado tan lejos ni con tanto esfuerzo para detenerme por esas minucias. Si necesito vaselina o un cincel, los usaré, y luego que me reparen Amaya y el médico automático, que habrá valido la pena. No se hace una tortilla sin romper huevos, ¿no?

Reaccionando a mi avance, cuando ya estoy a escasos metros de distancia, el enorme y transparente peroptis gira elegantemente y alza los élitros, apoyando las patas delanteras en el suelo, para luego abrir mucho las traseras, en inconfundible invitación. Una abertura húmeda se abre ante mis ojos; no hay dudas de que soy un suertudo. Una hembra, y con cloaca bien lubricada…

—Humanos guerra-sí, aliados peroptis-sí —comienzo a decir, y del altavoz de mi traductor surgen los correspondientes y rasposos chasquidos—. Interesar motor-largo alcance peroptis… —mientras pienso que, por mucho que baje esa grupa, voy a tener que subirme encima de un casco para alcanzarla.

Menos mal que aún tengo el que fuera de Helmut, ¿no?

 

*****

 

—Bienvenidos a la Estación Geosincrónica de Tránsito Clifford Simak —se escucha la bien timbrada voz de la sobrecargo, con ese tono cantarín y sincopado típico de todos los profesionales acostumbrados a tratar con viajeros y/o turistas—. Los que deseen descender al planeta pueden acudir al puerto de lanzaderas; las salidas son cada cuarto de hora. Los que deseen disfrutar de las ofertas de nuestro casino libre de impuestos, háganselo saber al personal uniformado. A los demás les sugerimos que disfruten de la excepcional vista de la Tierra que ofrecen nuestras holopantallas panorámicas.

Las que, por supuesto, en ese mismo momento se activan espectacularmente. Murmullos de admiración, aplausos. Todavía los humanos no nos acostumbramos a ser habitantes del Cosmos. Siempre da su cosquillita en el pecho volver al planeta de origen en toda su gloria, desde una órbita cercana.

Incluso a mí me la da, de hecho, y hasta se me aguan los ojos, vaya.

La inconfundible silueta azul velada de nubes acapara las miradas de todos los pasajeros… bueno, de casi todos; algunos prefieren mirarme a mí, y no me extraña; desde que Contactando a los extragalácticos peroptis me convirtiera en el héroe de Nu Barsa, de los catalanes y de toda la humanidad, mi rostro ha estado tanto tiempo en los holodiarios, que ni pelándome al rape y dejándome esta barbita rala que uso ahora podía aspirar a pasar completamente inadvertido en una multitud.

Echo de menos mis dreadlocks… pero muchas más cosas han cambiado en estos seis meses.

Los navíos de hipertránsito Miquel Servet y Salvador Dalí y la fragata Antoni Gaudí, con todas sus tripulaciones, regresamos a Nu Barsa al tercer día después del Contacto con los peroptis. Nuestros flamantes y despigmentados aliados insectoides de la Nube mayor de Magallanes englobaron a los tres aparatos humanos con su gelatinoso «vehículo hiperespacial» y saltaron hasta el enclave catalán, ¡un solo salto!, sirviéndonos amablemente de nave madre, o de taxi, según mi irónico amigo Joan.

Su sistema de hipertránsito, después de todo, no resultó muy diferente del de esos estafadores quígaros. Se basa igualmente en teleportaciones e involucra materia viviente: las naves-nubes de jalea blanca no son otra cosa que larvas de los propios peroptis, cuyo desarrollo se modifica para que no existan completamente en nuestro espacio tridimensional… o algo así.

Simple y eficaz, ¿no? Para el que lo entienda, claro. Y yo no soy uno de ellos. Quizás mi amigo Jaume Verdaguer (al que finalmente le hice alzar la prometida estatua en vida, para honrar su olfato sobre la verdadera naturaleza del hipertránsito de los quígaros… privilegios de un héroe) y su puñado de físicos locos puedan comprenderlo, pero lo que es yo y la mayor parte de la gente…

En fin, el caso es que FUNCIONA, y con eso me basta. A mí y al resto de la humanidad.

Parece incluso que los de la Nube mayor de Magallanes ya navegaban por el hiperespacio antes de volverse plenamente racionales, lo que ha fascinado a los exobiólogos humanos y Ajenos; cuesta trabajo incluso imaginarse a una raza de seres similares a nuestras hormigas dispersándose por el Cosmos sin siquiera poseer inteligencia. Y pensar que les costaba trabajo crees que los «Indignos Discípulos» hubieran evolucionado en pleno espacio. Cómo cambian los tiempos, ¿no?

Superando con gran esfuerzo la inicial repugnancia instintiva de tratar con cucarachas octópodas albinas gigantes, las relaciones de la humanidad con los peroptis marchan viento en popa. Ayuda el que puedan hacerse invisibles cuando quieren, por cierto. Pero ya estamos recibiendo tecnología suya y ellos también están más que satisfechos. Querían aliados, y los consiguieron.

Los Especialistas en Contacto, y no sólo los humanos, hemos estado bastante ocupados en este tiempo; las negociaciones para que la pacífica Comunidad Galáctica se convierta en la Fuerza de Defensa Pangaláctica no han resultado precisamente sencillas. Que miles de razas se pongan de acuerdo en cualquier cosa es asunto laborioso… aunque el detalle de que, tras el pánico que cundió al cortarse todo contacto cuando se marcharon los quígaros y dejaron de funcionar sus falsos hipermotores «tarplinos», fuéramos precisamente los humanos y peroptis quienes acudiésemos a restablecer las comunicaciones, ha convencido ya a miles de especies Ajenas de nuestras buenas intenciones conjuntas.

Por cierto, hay una inmensa ironía implícita en todo este asunto.

Yo demoré un par de semanas en captarlo, pero la cuestión es que, si los tarplinos no existieron jamás y los hipermotores eran un fraude de los quígaros para disimular su teleportación interestelar, una vez que se desenmascara todo el tinglado, ¿qué sentido tiene continuar con el sacrosanto y antiquísimo Protocolo de Contactos?

Sobre todo considerando que lo más probable es que los «Indignos Discípulos» lo establecieran hace millones de años como un modo subrepticio de adquirir el ADN de las especies racionales con las que se encontraban, ya fuese para fabricar sus razas de clones-esclavos, ya para poder enriquecer el suyo propio y así lograr esa gran variedad de apariencias que mostraban… y que ése fuera su único sentido, hasta que cuando los paranoicos e ingeniosos algoleños crearon su «count-down» a prueba de abusos con el ADN de los Especialistas en Contacto, el asunto se les estropeó a los Gitanos Ajenos, y ya únicamente siguió adelante por pura inercia.

¿Será eso, simplemente la fuerza de la costumbre? ¿Dejé que ese pulpo baboso de Valaurgh-Alesh-23 jugara al otorrinolaringólogo y al proctólogo conmigo sólo porque «un hábito es un hábito»? ¿Y por lo mismo luego «cohabité» con esa versión aumentada de Atevi que son los peroptis, y lo siguen haciendo todos los condonautas de la Comunidad Galáctica?

Lo dudo. Pero nadie ha siquiera osado referirse al particular. Supongo que a todos los seres racionales, humanos o ajenos, nos cuesta admitir que hemos hecho el papel de idiotas durante mucho tiempo. Y si ya tuvimos que aceptarlo con lo de los hipermotores confesar también que lo del Protocolo era una estafa podría ser demasiado.

Debe ser eso… o que, en realidad, a muchos nos gusta tener una excusa para un poquito de experimentación sexual.

El caso es que incluso, sin tarplinos ni quígaros, parece que habrá Protocolo de Contactos y condonautas para rato.

Sólo espero que a nadie se le ocurra proponerles un Contacto a los enemigos de los peroptis.

Poco sabemos aún sobre esos misteriosos invasores extragalácticos, tan crueles y poderosos que los peroptis tuvieron que viajar fuera de Nube Mayor de Magallanes en busca de ayuda para enfrentarlos. Ellos ni siquiera tienen un nombre para designarlos: en su cultura, nombrar algo es concederle existencia y creen que para vencer a un enemigo se comienza por negarlo.

Por el momento, parece que provienen de fuera de la pequeña Galaxia satélite de la Vía Láctea, si bien su origen no está claro. En cuanto a su naturaleza, nuestros aliados albinos, probablemente aún no muy duchos a la hora de hacerse entender (o elusivos para revelar información con valor militar, dicen nuestros estrategas) los definen como seres del espacio negativo.

¿Querrán decir quizás antimateria? Habrá que aclarar bien ese particular. Por si acaso.

El caso es que arrasan con todo lo que encuentran, más interesados en destruir que en conquistar.

Ojalá y se encontraran en una de sus invasiones a los quígaros y los borraran de la existencia.

Por cierto que, en opinión de nuestros recientes aliados, la extraña y súbita huida con destino desconocido de todas las naves-mundo de los «Indignos Discípulos» habría sido provocada simplemente por miedo a esos implacables seres, y sus aterrados cálculos de que, tras acabar con las dos Nubes de Magallanes, la emprenderían con nuestra propia Galaxia. Así que, pacifistas al fin, que es como decir cobardes, habrían optado por poner distancia entre ellos y la nueva amenaza, como yo supuse. Después de todo, si otra raza iba a privarlos del monopolio del hipertránsito, ¿para qué quedarse, no?

Tiene sentido, supongo. Quizás algún día volvamos a encontrarnos a los quígaros, ahora que la MetaGalaxia está abierta a las naves vivientes con capacidad de viaje hiperespacial de los peroptis… y así podremos pedirles cuentas por su cobardía y su estafa de siglos. Y saber por qué lo hicieron.

Al momento, ya varias naves exploradoras humanas con (bio)tecnología de hipersalto peroptis han visitado Galaxias lejanísimas. Y en la Nebulosa del Cangrejo, el tercer planeta de una estrella roja fue bautizado, ¿adivinan cómo? ¡Josué Valdés! Ya se está terraformando para ser Nueva Catalunya.

Tengo el honor de ser el Primer Ciudadano de la flamante colonia, la primera establecida por la humanidad fuera de la Vía Láctea. Y espero que no sea la última.

Algún día la visitaré, supongo. Si los peroptis no nos abandonan también a nuestra suerte, privándonos de la capacidad de hipertránsito, claro.

Pero no será ahora, por supuesto. Porque hoy comienzan mis vacaciones y bien que me las he ganado; las especiales circunstancias que tanto dificultan el fluido Contacto entre condonautas humanos y peroptis me obligaron a trabajar duro y sin pausa durante largas semanas.

Me duelen hasta músculos que no sabía que tenía: las hembras peroptis pueden ser muy exigentes: en su raza, los machos no son racionales, y desde que descubrieron el encanto de «cohabitar» con sus semejantes intelectuales, no nos dejan tranquilos ni a sol ni sombra a los escasos Especialistas en Contactos humanos capaces tanto de vencer el asco como de cumplir sus expectativas.

Mi buen amigo Joan trató de consolarme una vez diciéndome que seguro que las cucarachonas albinas encontraban tan repugnante nuestra anatomía como nosotros la suya. Bueno, justo él fue el segundo humano en Contactar a una peroptis, abandonando su retiro. No se pudo perder la fiesta, supongo. Así que dejaré que se crea eso, si los hace felices a él y a Sonya.

Mi relación con Nerys terminó abruptamente cuando la ondina logró finalmente salir del shock a la segunda semana de terapia. No quiso volver a verme, ni siquiera a través de la holopantalla; me mandó a decir que cualquier hombre tan sucio como para aceptar tener Contacto con seres tan repugnantes como esos… bichos, haría mejor en nunca volver a acercársele.

Qué poco profesional, ¿no? Bueno, oí que va a dejar el departamento, para dolor de Miquel Llul.

Jordi Barceló nunca reveló lo que le hicieron los quígaros, pero también abandonó la flota, oí decir que está tratando de volver a la Armada. Mejor para él, y para Gisela y Amaya, que por poco vienen conmigo en este viaje. Pero dejó a Antares en la Gaudí, eso sí.

Helmut Schmodt aún no se ha restablecido del todo; si bien ha ya recuperado casi en un cincuenta por ciento la apariencia antropomorfa, todavía lo sacuden ocasionales espasmos de indiferenciación caótica. Pasé a verlo antes de tomar la hipernave hacia la Tierra y no me reconoció, el pobre.

Yotuel sí, y empezó a aullar incoherencias, como que yo era una cucaracha disfrazada de humano y que le dieran insecticida para matarme y demostrarlo. Los psiquiatras no tienen muchas esperanzas de curarlo, pero doné unos cuantos millones de créditos para que lo intenten.

No soy rencoroso, y a Diosdado no le habría gustado ver que me ensaño con otro de sus chicos.

Ahora estoy más cerca de la Tierra que lo que he estado en ocho años. Y vaya si emociona.

Sonya, la esposa de Joan, me preguntó antes de partir si me sentía como un desterrado que regresa a su hogar victorioso.

No sé. No me siento triunfador, aunque la verdad es que no me ha ido nada mal.

Yo mismo elegí el destierro, eso sí… y he tenido mucha suerte, simplemente.

Pero siempre me faltó algo, y tras años negándome a aceptarlo, creo que al fin he conseguido reunir el valor para confesarme lo que es y venir a buscarlo.

—Josué Valdés —dice una voz por la amplificación—. Lo esperan en el salón de encuentros.

Llegó el momento. Trago en seco y echo a caminar, alejándome de la hipnótica vista de la Tierra.

Una vez dejé este planeta y prometí jamás regresar; y acepté renunciar a mi infancia, a mis orígenes, a todo lo que me hacía ser yo, ¿para ganar qué?

Bueno, uno no puede cumplir todas las promesas, ¿no?, sobre todo las que se hace a sí mismo.

Tuvieron que pasar años, tuve que recorrer media Galaxia y Contactar con decenas de seres nacidos bajo otros soles para descubrir algo que siempre nos decía Diosdado, como moraleja o colofón de uno de sus patakíes o fábulas de orishas: no hay viaje verdadero sin regreso al punto de partida.

Aunque ese lugar ya no sea nunca el mismo que dejamos atrás. Como no somos nunca los mismos nosotros, tampoco. No hay regreso posible, ése es el verdadero secreto de la nostalgia.

Pero a veces sí hay sucedáneos más que aceptables. Y todo regreso es una nueva partida.

Por suerte, Abel aceptó que nos viéramos por primera vez en esta Estación… terreno neutral; reencontrarnos allá abajo, en la Tierra, en CH, en Barrio Ripio, habría sido demasiado brusco para mí.

Espero sólo que no se ría cuando le devuelva esos mil cucs que hace ocho años me prestó. Una amistad interrumpida necesita ritos para reanudarse, y éste de pagar una deuda, creo, resulta tan bueno como cualquier otro…

 

 

 

Esta novela se vincula temáticamente con EL MIFPS, de Ana María Shua; DESDE ESTAS HERMOSAS PLAYAS TE RECORDAMOS CON CARIÑO Y DESEAMOS QUE ESTUVIESES AQUÍ CON NOSOTROS, de Saurio; ANIMALMENTE, de Mario Capasso y BLUE, de Pablo Dobrinin.


Axxón 224 – Noviembre de 2011

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial : Contacto con extraterrestres : Tecnología : Cuba : Cubano).

2 Respuestas a “«Condonautas» (parte 4), Yoss”
  1. Dany Vazquez dice:

    Quiero felicitar al ilustrador de esta novela. ¡Y a Yoss, por supuesto!
    Este número de Axxón fue tan grande que no le alcanzó el mes :)

    Ojalá lo hayan disfrutado tanto como yo.

  2. Juan D. dice:

    Yoss ha sido toda una revelación, revivió mi interés por CF.

  3.  
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