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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

I. BAILANDO CON LA RENGA

 

«Despacho de bebidas», dice un cartel de lata pintado hace muchos años.

En las afueras del pueblito, llegando a una ruta de tierra inservible y abandonada, hay un rancho viejo de adobe y techo de chapas en mal estado.

Silba el viento, levanta tierra, inclina los árboles, hace rodar los cardos, los hace redondos.

Tiene un palenque horizontal. Ese es el boliche.

Al otro lado de la ruta, el cementerio, también abandonado.

Adentro del boliche hay olor a rancio, a vino picado, a humedad, olor a cualquier cosa extraña.

Cae la tarde. La oscuridad es veloz, cambia las cosas, cambia el ámbito. Un bicherío insolente inicia un concierto de percusiones, un raspadero infernal de metales, un ligado perpetuo.

—Ahí están «esos» —murmura el bolichero y mete bala en boca con seguro en el fusil, luego lo coloca debajo del mostrador.

El único parroquiano, un viejo al que al tomar el vino le tiembla la mano y derrama más de lo que bebe, señala:

—Son los Funes, hay baile en lo de la renga. Hoy es sábado.

—Si cruzan la calle, los baleo a los dos —jura el bolichero, llevando el pulgar a sus labios, buscando con un visaje debajo del mostrador.

El viejo intenta una sonrisa.

—No les hace nada —asegura con sorna, y se limpia la boca con la manga del saco.

El caballo del viejo, que está atado afuera, relincha y levanta las dos patas delanteras, resopla, sacude la cola a los dos lados, mastica el freno con mucho ruido…

El único cochero del pueblo se detiene al frente, llega silencioso, como un juguete, como puesto en la escena con la mano. Negro el caballo, negro el coche, negro el cochero, todo una composición oscura, apenas un brillo gris cuando la luna aparece entre las nubes como una escena armada por John Alto para una prueba de fotos. Los Funes intentan subir, el cochero no los deja, los patea y caen al suelo. Suenan como fofos, se desarman, se deshacen, despiden un olor nauseabundo.

Desde el boliche, al ver todo, el viejo se apena:

—Pobres Funes, les gustaba mucho la milonga.

—Todos los sábados lo mismo —protesta el bolichero—. Siempre pasa algo. Con «esos».

 

 

II. ENSUEÑOS (TANGO)

 

Se enteran de todas las milongas que hay por la zona. La de hoy sábado es en Buena Esperanza, a pocos kilómetros de Fortín El Patria, donde siempre vivieron, hasta aquel día de círculos azules. Por suerte, el tren pasa casi llevándose el cementerio abandonado por delante.

Alguien estuvo ensayando para detenerle un poco la marcha, de manera de poder subir cuando aminorara la velocidad.

Dijo el jefe de estación que amontonaron troncos en las vías y les prendieron fuego. El cambista, que fue al anochecer a prender las luces de las señales y encontró a un costado de las vías la leña hachada.

Ahora van sentaditos en una chata abierta. La locomotora «pitea y pitea».

Como siempre, vestidos de negro, como los arregló la madre entonces: camisa blanca, pero hoy con el cuello un poco embarrado uno de ellos, y el otro con la cara muy sucia de tierra negra que trata de limpiarse con las manos.

Por la puerta principal no pueden entrar a la milonga. El baile es en el galpón de un chacarero que lo alquiló a quien organiza la milonga, un turco con fama de cuchillero. ¡Ni modo de entrar, entonces!

Llegan los músicos en sulky. Corren y les reciben la batería y el bandoneón. Van al trotecito hacia la entrada, el turco los para pero los músicos gritan: «Vienen con nosotros, don».


Ilustración: Tut

El turco se frunce, los recuerda, sabe de sus andanzas. Le pone la cara en la oreja a su ladero y murmura: «Los Funes… son los Funes».

Arranca la orquestita con un tango muy sentido: Ensueños.

Ahí están las hermanas Canseco: más viejas, pero lindas. Los Funes no reparan en que están acompañadas y van a sacarlas a bailar.

¡Siempre ese maldito olor nauseabundo cuando se emocionan!

Reciben un botellazo uno y el otro solo un empujón. Suficiente para que terminen en un montoncito de osamenta.

 

 

III. LA CARA OCULTA DE LA LUNA

 

Cuando empezó a oscurecer, saltaron el alambrado del cementerio y en cuclillas, como agazapados, esperaron el colectivo de los músicos. Aquellos colectivos de la década del ’50: cortitos, casi redondos. En esas latitas de sardinas salían los músicos de gira entonces. La orquestita se armaba y se desarmaba en el camino. Si desertaba un bandoneonista que se quedaba tras una pollera, siempre en los pueblos había otro que soñaba con esa oportunidad y se les unía.

Si era un violinista o un guitarrista al que el alcohol dejaba dormido sobre un mostrador, llorando los recuerdos del pasado, siempre había otro que lo reemplazaba. Se vivían las pasiones, se jugaba a todo o nada. En ese ambiente nadie se reprimía.

El colectivo destartalado llegó hasta donde esperaban los Funes, a los que les costó poco subirse al techo y mezclarse con los estuches de los instrumentos y los trastos de los parlantes.

Cuando llegaron, los músicos comenzaron a desatar todo y a bajar las cosas.

—Guapos los muchachos —dijo el director de la orquesta, y así entraron a la milonga.

Había para elegir. El olor del agua florida atenuaba el tufo que empezaban a dar los Funes, excitados con tanta mujer.

Mientras el pequeño conjunto afinaba, las mujeres de un lado y los hombres del otro esperaban para lanzarse a la carga.

Uno de los Funes se encontró con unos ojos conocidos, bellos, inolvidables, con una sonrisa amplia y amorosa, con un ser también errante que le había dado toda su vida entonces.

La tomó de la mano y se encaminaron a la salida, a tranco largo, antes de ser reconocidos.

El otro Funes también corría hacia la salida con una flaquita de vestido negro que tenía un pañuelito en la mano.

La noche estaba demasiado negra para ver otra cosa, pero la luna era blanca y enorme; el lado oculto, claro, sólo para los cuatro. Fueron subiendo, flotando, volando muy despacio hasta quedar pegaditos a ella, para que los vieran solo los elegidos.

 

 

Jorge Durán fue estudiante en el conservatorio músico-actoral de la profesora Rita Alberto en Villa Huidobro (Córdoba), Argentina. Participa de talleres radioteatrales en la Provincia de Mendoza, Argentina. Participa durante un año y medio de talleres en el conservatorio Nacional de Buenos Aires. Alumno de la directora Galina Tolmacheva, «regisseur» del Instituto de Arte Escénico de la Universidad Nacional de Cuyo. Fundador en la ciudad de Mendoza del Teatro Independiente del Hombre. Director de la puesta en escena de La Mujerzuela Respetuosa de Jean Paul Sartre en Mendoza. Co-fundador de Pequeño Teatro en Mendoza. Ayudante de dirección de la obra de Hugo Betti Delito en la Isla de las Cabras, en Mendoza. Co-fundador del teatro independiente La Avispa en Mendoza. Actor en las siguientes obras: Trescientos Millones, de Roberto Arlt. El Puente, de Gorostiza. Farsa y Justicia del Corregidor, de Alejandro Casona. Un amante en la Ciudad, de Ezio de Rico y otras. Tiene una novela y un radioteatro escritos que permanecen inéditos. Ganador de un concurso de la sociedad mendocina de escritores por su cuento Marcelina. El mismo cuento fue publicado por la revista Mediterránea, de Córdoba. El 29 y 30 de enero de 2006 sube a escena con su puesta y dirección la obra de Guilherme Figueiredo La Zorra y las Uvas, en el teatro del Colegio Esquiú de Mar del Plata, Argentina.

Hemos publicado en Axxón LA DAMA DE BLANCO y BAILANDO CON LA RENGA.


Este cuento se vincula temáticamente con OBITUARIO, de Carlos Daminsky; FAST FOOD, de Javier Fernández Bilbao; ¡DE PIE, SOLDADO!, de Hugo Perrone y CARRETERA A PARÍS, de Raelana Dsagan.


Axxón 226 – Enero de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Zombies : Música : Argentina : Argentino).

11 Respuestas a “«Los Funes», Jorge Durán”
  1. Dany Vazquez dice:

    Como lector, agradezco que el autor se haya arrepentido de «dejarlo» como breve y se haya animado a seguirlo con más escenas.
    Muy bueno, Jorge: hay muchas cosas que no se dicen, pero que están.

    Quisiera más.

    Nos escribimos,
    Daniel

  2. Oscar Míglio dice:

    Me gustó mucho el climax logrado y su literaturización. Empecé este seis de Enero, son la seis y monedas de la mañana, leyendo este relato y fue un regalo para mí.

  3. Jorge Duran dice:

    Hola Dany: No se manejarme mucho con esto. Gracias por tu comentario. ¿Quieres más? Tengo màs…
    Dices que nos escribimos.. ¿ Como ? Un aabrazo. Jorge

  4. Ricardo Giorno dice:

    Muy buen cuento. Un clima excelente. Mis felicitaciones.

  5. Jorge Duran dice:

    Hola Oscar. Muchas gracias. Me pongo «ancho» con estos comentarios. Gracias. Cuidado con leer estos cuentos tan temprano. Los Funes son muy peligrosos…

  6. Dany Vazquez dice:

    Jorge: Te manejás perfecto. Si, quiero más. Cortitos sueltos o juntos, está lindo el clima que se crea en estas líneas (las de arriba, tu historia).

    Y nos escribimos por aquí (qué bueno el feedback «del lector al autor» ida y vuelta) o por la lista de Axxón.

    Daniel

    PD: Quedaste escrachado también acá: http://digitalesyanalogicaxx.blogspot.com/2012/01/los-funes.html

  7. Jorge Duran dice:

    Hola Ricardo: Gracias por tus felicitaciones: Los Funes realmente existieron. Fueron muertos por un pretendiente celoso que sacó a bailar a una damita. Cuando yo era niño me gustaba entrar a un boliche perdido en el desierto puntano, me escondía debajo del mostrador y escuchaba contar estas historias a los parroquianos. Un saludo Jorge.

  8. La verdad, muy interesante. Inesperado, el final. Las imágenes muy ricas, y la prosa, acompaña.

  9. Jorge Duran dice:

    Gracias Juan Manuel por tu comentario. Hata cualquier momento. Jorge Duran

  10. María Susana dice:

    Muchas gracias Jorge por compartir tu cuento. Anduve temerosa, ahí, metida en la lectura, pensando que en cualquier momento los Funes desencadenarían algunas de las suyas. Pero, al menos en este cuento tuyo, fueron bastante temidos y discriminados, y terminaron saliendo enamorados de unas bellas mujeres.

  11. Jorge Duran dice:

    Hola Susana: Gracias por leer «Los Funes» Un cariñoso saludo. Hasta pronto. Jorge.

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